A Alonso Tenorio no lo llaman “El Oso” en vano. Es lo suficientemente grande, no solo para notar su presencia cuando entra a una habitación, sino también para caminar a cielo abierto como un robusto mamífero que puede sobrevivir en la selva.
Por eso cuando Alonso dice que la experiencia del Cerro Ena es “mayúscula” se le debe prestar atención. Él es un devorador de montañas de paso sólido, de esos de quienes se escucha su zapato al pisar la tierra mojada.
Desde hace unos treinta años, “El Oso” sube cualquier cerro que se le ponga al frente. Por su profesión como fotoperiodista, ha retratado paisajes de colinas, atardeceres, noches estrelladas y pastos inmensos que topa en cada una de sus aventuras.
El Cerro Chirripó, por ejemplo –punto más alto del país– lo ha escalado y fotografiado todos los años desde sus veintes (en una ocasión subió 12 veces en un año). Es una afición que dejará hasta que el cuerpo se lo indique.
Eso sí: hace dos años que Alonso tocó la cima del Ena y no pudo sacar la experiencia de su cabeza. Con rapidez, colocó al Ena en su podio de aventuras montañescas.
En diciembre pasado, “El Oso” volvió a animarse a subir al Ena y su testimonio es el esperado. “Hay una energía especial ahí”, dice.
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Al lado del colosal Cerro Chirripó ha surgido una atracción natural que le hace frente, cada año, a unas 500 personas que se desviven por aire impoluto, colinas intermitentes y paisajes bondadosos.
Esas experiencias se sienten desde el Cerro Ena, ubicado en San Jerónimo de Pérez Zeledón, dentro del Área de Conservación La Amistad, entre el Parque Nacional Chirripó y el Parque Internacional La Amistad.
Con una nada despreciable altitud de 3.126 metros sobre el nivel del mar, el Cerro Ena ofrece todas las características obligatorias que exige una travesía en la montaña: rastros de animales, variedad de flora, miradas al mundo que solo pueden sentirse desde una gran altura…
En el 2007, la concreción del turismo rural en esta zona se logró gracias a Aturena, cuyas siglas significan Asociación de Turismo del Cerro Ena. Esta agrupación se encarga de asegurar la ruta de ascenso con la protección adecuada del medio ambiente. Si hay que llevar carga pesada, por ejemplo, se sube al hombro y no a caballo, distinto a otras rutas de montañismo que utilizan animales de carga que maltratan el terreno.
Don Luis Elizondo es uno de los fundadores de esta asociación. Además, este señor es uno de los guías para escalar el cerro, lo cual también significa convertirse en cocinero en el rústico albergue que se encuentra cerca de la cima.
De 62 años, casado y con cuatro hijos, don Luis es el único de su familia que se dedica al turismo rural, aunque espera que sus hijas, algún día, lleguen a memorizar la ruta de montaña que le llena sus días.
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Antes de los años ochenta, don Luis vivía en La Piedra de Buena Vista de Pérez Zeledón, donde su día a día se basaba en sembrar cubaces, frijoles y hortalizas, un oficio que no siempre rendía financieramente.
“Porque, por ejemplo, una vez quisimos hacer un repollo orgánico que era muy grande. Llegábamos a las ferias y a la gente le daba miedo al verlo tan grande y no se podía vender. Era el repollito pequeño el que vendía”, dice don Luis, como lamentándose de aquellos intentos.
Hace cuarenta años que se mudó a San Jerónimo de Pérez Zeledón, una tierra que recuerda marcada únicamente por dos casas. “Eran dos vecinos. Uno se veía al otro y listo”, rememora.
“Ahora la cosa es distinta. El pueblo es grande y las familias se benefician del turismo. A la gente le agrada un turismo en el que es recibida por la misma gente del pueblo”, cuenta don Luis. “Desde el transportista, el guía, hasta el pulpero”.
“Es parte de lo bonito. Saber que uno está comiendo su misma comida, que está pasando la experiencia diaria de ellos, con su calidez y su amabilidad. Saber que eso les pertenece y lo comparten con uno”, agrega Alonso sobre sus experiencias en el Ena.
Al atestiguar todas las aventuras vividas en este terreno, don Luis tiene muy claro la fascinación que provoca un rasgo característico del lugar: las turberas.
Este es uno de los principales atractivos para los visitantes, pues es un tipo de humedal que ha acumulado material orgánico. Su belleza no pasa de lejos.
Aún así, don Luis afirma que hay mucho más por disfrutar en el Cerro Ena.
“El tipo de vegetación, los rastros de dantas que se descubren… Tuve la dicha de venir con un grupo de botánicos que reconocieron plantas endémicas, y a la gente eso le encanta. Cuando Dios mandó a tirar la semilla, aquí cayó”, dice entre risas.
Don Alexis Quirós, el presidente de la asociación, confirma que esta experiencia resulta atrapante porque el grupo que sube es el único que toma provecho de todo el paisaje. “Es una experiencia porque en un día solo un grupo sube. Es como estar en familia en una aventura y emprender un viaje. Es más personalizado”, afirma.
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Presente tranquilo
Tras estos años, los fundadores viven con tranquilidad el día a día. Hay temporadas altas y bajas, pero siempre fascinantes, sin importar si sea verano o invierno.
“Es un camino en el que pareciera siempre estarás abrigado por la naturaleza”, dice Alexis.
Don Luis, por su parte, nunca sube solo, pero si algún día le faltara un turista como compañía tiene a un amigo infaltable.
Se trata de Oso (no, no Alonso), su perro mestizo de 10 años de edad quien, desde los cuatro meses de nacido, corre el ascenso hacia el Ena.
“Oso te raya mientras subís, se para en una piedra y te ve con la lengua afuera. Es pequeñito, pero bien entrenado por don Luis”, cuenta Alonso.
“Es parte de una experiencia completa”, dice don Luis.
“Nosotros queremos que se sienta auténtico, que venga mucha gente y aproveche”, manifiesta Alexis, “porque los que vienen siempre regresan”.