El 4 de octubre de 1582 marcó el cambio definitivo del calendario Juliano al calendario Gregoriano, un sistema que permanece vigente hasta hoy. Este cambio, impulsado por la reforma gregoriana, significó que el 4 de octubre fue seguido directamente por el 15 de octubre de ese mismo año, eliminando 10 días del calendario. El propósito de esta reforma era corregir la diferencia acumulada entre el año trópico y el calendario Juliano, que llevaba más de un milenio de uso.
La reforma gregoriana se originó a partir de los acuerdos del Concilio de Trento. Una de sus preocupaciones centrales era el ajuste del calendario litúrgico para mantener las celebraciones religiosas, especialmente la Pascua, en su momento astral adecuado.
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Desde el primer Concilio de Nicea en el 325, la Pascua se estableció para celebrarse el domingo siguiente al plenilunio posterior al equinoccio de primavera en el hemisferio norte. Sin embargo, el calendario Juliano acumulaba un error debido a su cálculo impreciso del año trópico, que tenía una duración de 365,25 días, mientras que la duración exacta es de 365,242189 días.
Para corregir el desfase, el papa Gregorio XIII encargó al astrónomo alemán Christopher Clavius diseñar un nuevo sistema. La modificación principal del calendario Gregoriano fue la redefinición de los años bisiestos: ahora, solo serían bisiestos los años divisibles por 4, excepto los años múltiplos de 100, a menos que también fueran divisibles por 400. Esta regla se implementa para reducir la diferencia entre el calendario y el año trópico.
Inicialmente, solo los países católicos adoptaron el nuevo calendario. Fue hasta 1700 que las naciones protestantes se sumaron, mientras que Gran Bretaña y sus colonias lo hicieron en 1753. Otros países, como Japón, Rusia y la Unión Soviética, tardaron hasta el siglo XIX y XX en alinearse con el sistema.
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