Este es un equipo de fútbol poco convencional, aunque está lleno de glorias del balompié de los años 60 y 70. Aquí no importan los títulos, los goles, ni tampoco si juega bien o se juega mal. Aquí lo fundamental es divertirse sanamente, hacer deporte, salir de la rutina del pensionado y, por supuesto, vacilar a más no poder. Lo que sobran durante los entrenamientos son bromas, apodos y carcajadas.
En el equipo Máster Alajuelita, todos son amigos. Unos son divorciados, otros viudos; muchos son abuelitos y hay hasta bisabuelos.
Lo que tienen en común es que son señores pensionados –aunque hay uno que otro “carajillo”– que encontraron un grupo de apoyo y acompañamiento por medio del fútbol. El estadio del cantón es su casa todos los miércoles y los viernes por las mañanas. Allí se bailan al estrés, le meten goles a la rutina y celebran la amistad.
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Alajuelita ha sido reconocida en el país por ser cuna de grandes deportistas y en el fútbol hay unas cuantas figuras que son “los trapitos de dominguear del pueblo”: los hermanos Bryan y Yendrick Ruiz, Try y Jewison Bennette (y su hijo que lleva su mismo nombre), Evance Benwell, Manfred Russell, Eduardo Gómez y la seleccionada nacional Keylin Gómez, por citar algunos ejemplos.
Sin embargo, antes se destacaron Hugo Madrigal, Jorge Hidalgo, Marco Aurelio Carrucha Chaves y Luis Chinchilla.
Estos nombres han quedado grabados en la historia futbolística del cantón josefino y son parte del equipo Máster Alajuelita, un combinado de jugadores que decidieron dejar de lado la vida de pensionados para volver al deporte de sus amores.
Son dirigidos por Héctor Nino Badilla, reconocido director técnico alajueliteño e hijo de la gloria musical Lan Badilla (trompetista de La Fabulosa, del maestro Otto Vargas), porque sí, Alajuelita también es semillero de grandes artistas.
Volviendo al fútbol, estos muchachos se ponen la camiseta dos veces a la semana para llenarse de vigor y alegría. El grupo empezó hace cuatro años gracias a un homenaje que se le hizo a varios futbolistas alajueliteños en la iglesia CCA, dirigida por el pastor Alberto Castro. Desde entonces, comenzaron a reunirse en las canchas de dicha iglesia y, poco a poco, el grupo fue creciendo hasta llegar al estadio Aniceto Retana.
Siempre les digo que ellos son sus mejores doctores. Aquí no se les exige como si fueran un equipo de Primera División. Cada uno sabe hasta dónde aguanta. Si sienten algún dolor, les digo que salgan a la gradería a descansar”
— Nino Badilla, entrenador
Figuras de equipos como Unión Deportiva Alajuelita, Deportivo López, Liga Deportiva Alajuelita, Independiente, Deportivo España, la Selección de Alajuelita y otros más, integran este equipo que, curiosamente, es solo recreativo. Nunca han jugado un partido contra otro combinado.
Los entrenamientos son a las 9 de la mañana todos los miércoles y los viernes. Unos días llegan pocos, otros días hay hasta 50 jugadores recibiendo las direcciones que les da Nino, experimentado entrenador que desde hace 50 años ha manejado equipos infantiles, juveniles (hasta de Juegos Nacionales) y a conjuntos de Barrio México y Sagrada Familia en Segunda División.
Primer tiempo
Un viernes de febrero, cuando el sol estaba en lo más y mejor y en la cancha del cantón soplaba un fuerte viento, uno a uno llegaron los integrantes del Máster a su entrenamiento. Mientras se ponían sus implementos deportivos, no podían faltar las bromas: que a uno no lo dejó ir “la doña”, que otro se quedó dormido, que a aquél se le olvidó el Cofal y se devolvió...
Pasado el tiempo de vacilón y ya todos listos para iniciar con el ejercicio, lo primero que hicieron fue reunirse en un círculo y ponerse en manos de Dios. Una oración antes y otra después de los entrenamientos es parte primordial del encuentro.
Después comenzaron con la parte física: en parejas o en solitario realizaron actividades como dominio del balón, lo cual, por su experiencia es algo fácil para ellos, así como tiros a marco, cabeceo y otros muchos ejercicios relacionados con el deporte.
Ya no están en aquellos tiempos en que daban vueltas alrededor de la cancha, ni tampoco para ponerse a hacer lagartijas. No obstante, los abdominales al cierre del entrenamiento son infaltables. Hay que ver la vacilada que se dan entre ellos cuando ven por ahí a algún bandido que en lugar de contar de uno en uno va de cinco en cinco, o a aquel que en lugar de poner la espalda en el suelo, se apoya en una bola para no tener que hacer tanto esfuerzo.
El equipo cuenta con 50 balones que les fueron donados hace poco. Eso ayuda a que cada jugador pueda hacer sus prácticas individuales sin problema. Además, se acaban de mandar a hacer chalecos y uniformes nuevos, lo cual los hace verse más comprometidos.
Recién eligieron una junta directiva –para poner mayor orden en temas de manejo de equipo y del grupo– y pronto comenzarán con los trámites para inscribirse como asociación deportiva.
Su organización es algo que hay que reconocer. ¿Cómo no? La mayoría fueron futbolistas profesionales de aquellos tiempos en los que había que jugar con garra y recursos limitados, recordaron.
Entre el grupo de cabellos cubiertos por canas, una que otra arruguita, unos dotados para el fútbol y otros pasaditos de peso, se destaca Hugo Madrigal Rojas, uno de los fundadores del Máster.
“Yo soy el más carajillo”, dijo entre risas, antes de revelar que a sus 84 años es el mayor del grupo.
Hace poco, tuvo que alejarse por un tiempo del equipo a causa de un padecimiento de salud. Apenas se sintió mejor, volvió a la cancha.
“Me mareaba mucho, estaba con problemas de presión. Pero me hacía mucha falta venir a despejarme y a compartir con mis amigos. A mí no me gusta estar echado en la casa. Mis hijas me animan a que venga y aquí estoy”, contó este ebanista de profesión, quien jugó como defensa izquierdo con Unión Deportiva, el Deportivo López y la selección alajueliteña.
“Cuando llego a la casa del entrenamiento, mi esposa siempre me pregunta que cuántos goles metí”, recordó. Aunque siempre jugó como defensa, en el Máster no hay posiciones tácticas, sino que cada uno juega, luego del entrenamiento, donde mejor le quede.
No he dejado esa comunicación con el balón ni tampoco con mis amigos. Vengo porque qué cosa más fea es estar en la casa metido como un oso hibernando y durmiendo”
— Carrucha, futbolista
Algo que disfruta mucho don Hugo en este pasatiempos es que su hijo Hugo también es parte del grupo. “Para mí es un orgullo compartir con muchos de quienes fueron mis ídolos en el fútbol y ahora son compañeros. Aunque soy de familia futbolera, nunca le amarraré los cordones a mi papá ni a mis tíos; hay que ser sinceros”, dijo Hugo hijo.
Después de un rato de ejercicios en los conos puestos en la cancha, hay un chancecito para un descanso. Volverse a echar un poco de Cofal, hidratarse y, ¿por qué no?, vacilar otro rato.
“Siempre les digo que ellos son sus mejores doctores. Aquí no se les exige como si fueran un equipo de Primera División. Cada uno sabe hasta dónde aguanta. Si sienten algún dolor, les digo que salgan a la gradería a descansar”, explicó Nino.
Cada noche antes de un entrenamiento, él prepara ejercicios especiales para sus pupilos. Siempre trabaja en adecuar las actividades pensando en que son adultos mayores.
Segundo tiempo
Después de un pequeño receso para descansar y retomar el aire, los muchachos volvieron a su entrenamiento. Además de quienes estaban en la cancha, en un pequeño sector de la gradería del estadio se ubicaba un grupito de miembros del Máster.
“Esa es la grada para comer gente”, dijo Nino en un puro vacilón. Y así es.
Entre esos pocos que estaban sentados en la gradería sobresalían algunos jugadores del Máster que, por una u otra razón, no podían entrenar ese día, tal vez por alguna dolencia o una lesión. Aún así, ellos van al entrenamiento para departir con sus amigos.
¡Qué bien se pasa en la gradería para comer gente! Desde ahí se escuchan gritos de apoyo, pero principalmente vaciladas, para aquellos que están con el balón.
Carrucha era uno de esos relegados en la banca. Por el momento, el jugador no está activo porque tiene dos hernias inguinales y el doctor le pidió no realizar esfuerzos físicos. Sin embargo, sigue disfrutando del vacilón del equipo.
A sus 71 años recién cumplidos, Carrucha recordó con cariño sus años mozos en las canchas. Ese amor por el fútbol sigue intacto; por eso, viaja dos veces a la semana desde Heredia hasta Alajuelita para ser parte del cuadro.
“Aunque ya no vivo en Alajuelita, no he perdido ese cariño por el pueblo que me vio nacer. Uno deja aquí el ombligo. Cuando me muera, ya pedí que me entierren en Alajuelita”, dijo el famoso personaje.
“No he dejado esa comunicación con el balón ni tampoco con mis amigos. Vengo porque qué cosa más fea es estar en la casa metido como un oso hibernando y durmiendo”, agregó.
Otro que tampoco se quiere quedar en la casa, menos después de terminar su tratamiento de radioterapia para superar un cáncer, es Luis Fernando Madrigal, de 65 años.
Este nativo de Alajuelita vive ahora en Venecia de Puntarenas y sigue llegando al cantón para compartir con sus buenos amigos del fútbol y, de paso, trabajar en mejorar su salud.
Ya él pasó el tiempo de estar en la banca de comer gente. Después de su tratamiento, su recuperación va muy bien y se integró de lleno al ejercicio. De hecho, además del fútbol, es atleta y acaba de correr la competencia Sol y Arena.
“Aunque viva largo esto de venir al equipo no se puede perder. Mi papá todavía vive en el pueblo, así que vengo constantemente para visitarlo y aprovecho para entrenar”, contó.
Con respecto a su salud, Luis Fernando afirmó que se siente muy bien y que ahora solo resta esperar los resultados de los últimos exámenes que se hizo. “He tenido dolores ciertas veces, pero estoy bien, gracias a Dios”, agregó.
La amistad y el apoyo que se ha generado no solo atañe a los jugadores de los años 60 y 70, quienes se conocen desde que estaban en la escuela, sino que la escuadra también se ha abierto a recibir a nuevas fichas, con el fin de brindar acompañamiento a personas que lo necesiten.
Este es el caso de Erick Aragón. Con apenas 49 años, él es el “cumiche” del grupo.
Erick se integró al Máster hace aproximadamente un año, poco tiempo después de que su esposa falleciera víctima de un accidente de tránsito.
Durante su vida, siempre jugó fútbol, estuvo vinculado a varios equipos, pero en el Máster encontró un espacio de apoyo para superar el duelo poco a poco.
“El sector turismo siempre fue mi oficio, pero ahora estoy desempleado porque, desde que falleció mi esposa, me dediqué a cuidar a una nietita especial que tenemos”, contó.
Desde que se integró al Máster, Erick hizo muchos amigos y halló un lugar donde se puede despejar y apartarse un poco del dolor por la pérdida.
“Antes de entrar al equipo, yo me sentía muy triste, con el corazón destrozado. Quería hacer algo para desahogarme, para recibir buenas vibras y aprovechar el tiempo. En la casa metido, estaba saturado con muchas cosas malas como el estrés. Ellos me dieron la oportunidad de venir, le dieron campo al cumiche y me han ayudado muchísimo. Me siento muy feliz”, dijo.
Eso es lo que sucede con el grupo: todos se apoyan constantemente en diferentes situaciones. “Algunos hemos ayudado con aportes para cuando un compañero tiene una situación complicada; otros dan consejos. Algunos están ahí para escuchar. Es un grupo muy unido”, comentó el entrenador.
Daniel Zúñiga, pensionado de 66 años, concuerda con el profe al decir que el Máster es un lugar donde la solidaridad siempre es titular.
“Esto es una maravilla porque aparte de la salud, hay una integración muy importante. El grupo ha manifestado sentimientos muy lindos de solidaridad”, expresó.
Incluso, la actividad física le ha ayudado a mejorar a Zúñiga sus problemas de presión alta. “Aquí cada quien va a su ritmo, no hay que matarse. Unos tienen mejor condición física que otros; unos están pasadillos de peso, pero esto nos ayuda a mejorar nuestra salud”, agregó.
Tercer tiempo
Al cierre del entrenamiento, después de practicar dominio del balón, llega el momento más duro y quizá el más divertido de todos: hacer abdominales.
Dirigidos siempre por Nino, los jugadores se reúnen en un círculo para hacer los ejercicios que el técnico les indica.
“Dígale a Clemencia que a esta hora no lo llame, que está entrenando”, se oyó decir por ahí a alguno de los futbolistas que tal vez se quería quitar el tiro de los ejercicios.
“Acomódese que se le ve el hilo”, gritó otro.
Aunque la parte física debe de estar en la preparación, las vaciladas no pueden faltar.
Por allá un vivazo hizo los abdominales a su estilo: con la bola en la espalda, se ayudaba para no tener que hacer tanto esfuerzo.
Otro se quedó de pie y dijo que tenía un cólico. “Eso no existe”, dijo Nino y le ayudó a que hiciera el trabajo. Este jugador se esforzó y logró contar los 15 abdominales que le pidieron. Al final, todo el equipo aplaudió. ¡Qué buena barra!
“Cuando llegó al grupo, no hacía ni cinco”, comentó otro jugador.
Después de ese momento, llegó el más esperado de todos: la mejenguita.
Con dos pequeños marcos ubicados a lo ancho de media cancha, un grupo de jugadores se dividió en dos y se armó el partido. Algunos se quedaron por fuera para ver los pormenores del encuentro.
Hay que verlos ya en acción para entender la pasión que tienen estos jugadores retirados hacia el deporte de sus amores.
De que hay talento, lo hay porque lo que bien se aprende nunca se olvida, como bien lo demostró el defensa Hugo Madrigal, quien a sus 84 años puso en práctica aquello de que pasa el balón o pasa el jugador, pero los dos no.
Al cierre de esta rejuvenecedora sesión de deporte y vacilón, apareció un personaje inesperado que le dio el pitazo inicial al famoso “tercer tiempo”. No sería equipo de barrio si no se termina el entrenamiento o el partido en algún lugarcito del cantón compartiendo unas “frías”.
Eduardo Jiménez, conocido por todos como Lalo, llegó como si lo hubieran mandado. Tal vez lo tenía todo calculado.
Al final del entrenamiento, este amigo de todos se presentó con una botella de tres litros de chicha, una de las bebidas emblemáticas de Alajuelita. Ahí paró la mejenga.
Algunos se olvidaron del colectivo y corrieron a topar con alegría a Lalito, quien llegó equipado con hielo y vasos plásticos para compartir su tesoro. En Alajuelita, un refrescante vaso de chicha no se puede desaprovechar, mucho menos después de casi dos horas de entrenamiento bajo un sol caliente que los acompañó durante esa mañana.
Después de un estiramiento –con chicha incluida– y de recuperar el aire, el tercer tiempo se realizó en el famoso bar La Milagrosa. Ahí los esperaba seguramente una buena boquita de frijolitos tiernos con pellejo o hasta un sabroso chifrijo para agarrar ánimos para la próxima reunión de fútbol, amigos y desahogos.