Angustia, impotencia, estupor, rabia son parte del cúmulo de sensaciones que surgen prácticamente desde los primeros minutos del docudrama de cuatro episodios en los que se empieza a entretejer a aberrante historia de cinco adolescentes de Harlem, Nueva York, acusados, juzgados y condenados injustamente por el cruento ataque contra una joven que trotaba en el Central Park el 19 de abril de 1989.
Dirigida por una de las más prometedoras cineastas estadounidenses del momento, Ava DuVernay, la miniserie When They See Us arranca con las historias cotidianas de Antron McCray, Kevin Richardson, Yusef Salaam, Raymond Santana y Korey Wise, todos de 15 años –excepto por Korey, quien recién había cumplido 16–, todos provenientes de familias pobres y quienes empezaban a mirar cómo se las arreglarían para salir adelante en medio de las condiciones adversas consabidas en el ambiente en que se criaron.
Sin embargo, aquel 19 de abril todo se alineó para que una macabra tormenta perfecta los ubicara en el momento y lugar equivocados. Antes de continuar, es menester advertir que este reportaje está repleto de adelantos y spoilers sobre la serie, estrenada hace pocas semanas en Netflix.
Todos se conocían del barrio pero, sin que se pusieran de acuerdo, esa noche algunos aceptaron la invitación de un improvisado grupo de unos 30 muchachos de Harlem para juntarse en el Central Park (icónico parque neoyorquino), para corretear en manada en el parque y cometer actor de vandalismo y hasta asaltos. Según muestra la serie, incluso esa noche dos transeuntes fueron enviados al hospital por el ataque de parte de la turba, sin que se llegase a identificar cuáles jóvenes fueron los resposables.
Sin embargo, un tren de desgracias se descarrilaría a partir de la mañana del día siguiente, cuando Trisha Meili, una ejecutiva bancaria blanca de 28 años que había salido a trotar en la noche por el parque, como era habitual en ella, apareció prácticamente moribunda, tras haber sido brutalmente violada y golpeada. Había perdido la mitad de su sangre, quedó en coma durante semanas y tardó meses en salir del hospital. Entre las secuelas de la paliza tuvo pérdida de movilidad y del olfato, problemas de visión y una amnesia total sobre el ataque y las horas previas, de manera que su testimonio al respecto nunca pudo ofrecer luz sobre quién o quiénes habían sido sus atacantes.
Nueva York vivía entonces una crisis de delincuencia sin precedentes y que básicamente tenía a la ciudad sitiada y ya casi sin capacidad de asombro ante la abundancia de crímenes de todo tipo que se sucedían. Aún así, el calibre de crueldad con que fue atacada Trisha provocó que tanto la prensa como la ciudadanía entraran en shock y la policía emprendió una frenética carrera contra el tiempo para encontrar al o los culpables.
Pronto supieron que aquella noche un numeroso grupo de chicos de Harlem habían estado “salvajeando” en el parque y entre indicios endebles y suposiciones detuvieron a los cinco adolescentes cuyas vidas y las de sus familias se volverían un infierno impensable en el que, irónicamente, la justicia se convertiría en su verdugo.
Todos fueron sometidos a interrogatorios interminables, sin la presencia de los padres, algún tutor y, mucho menos, abogado defensor alguno. Como ya se ha visto en algunos otros casos de interrogatorios arbitrarios en los que inducen a los acusados a confesar lo que la policía quiere escuchar (caso sonadísimo el de Making a Muderer, también de Netflix), los policías, azuzados por la fiscal Linda Fairstein –siempre según el docudrama– forzaron las confesiones, obtenidas tras mantener a los muchachos más de 24 horas sin comer ni dormir e incluso, con algunas golpizas y sí, muchas mentiras: los ingenuos jóvenes terminaron contando historias inventadas sobre cómo entre todos habían forzado a Trisha, se acusaron entre ellos y firmaron sus declaraciones ante la promesa de los oficiales de que inmediatamente, se irían a casa.
A partir de ahí, fueron dimensionando la gravedad de la situación en la que estaban metidos, pues una vez que firmaron, los policías se desentendieron de ellos y de inmediato fueron encarcelados, ante su perplejidad y las de sus padres, asombrados por lo que estaba ocurriendo y quienes, carentes de recursos económicos y hasta educativos, se enfrentaron de un día para otro con el odio generalizado en todo el estado y parte del país. “Los cinco del Central Park” se convertirían en una especie de plaga en la que miles de ciudadanos descargaban toda su furia, no solo por el crimen contra Trisha, sino casi como chivos expiatorios ante una Nueva York tomada por el hampa a niveles impensables durante aquellos años.
Su juicio se convirtió en un circo, todos se declararon inocentes a pesar de que se les ofreció un trato para que aceptaran la culpa y pasaran un tiempo menor en prisión, los abogados defensores (algunos voluntarios, otros del estado) siguieron adelante confiados en que no había una sola prueba forense y en las contradictorias versiones de los muchachos que evidenciaban que sus autoincriminaciones fueron forzadas… nada de esto valió y el jurado los declaró culpables.
Una confesión impensable
Los muchachos fueron enviados a prisión, donde se convertirían en hombres, con todas las penurias habituales en la cárcel y con el sufrimiento por saberse privados de su adolescencia y de su vida como la conocían por cuenta de una mentira mancomunada que se llevó en banda, como es lógico, también a sus familiares, quienes se convirtieron en verdaderos parias, algunos de los cuales eran despedidos de sus trabajos y mal vistos por los vecinos por ser padres o hermanos de alguno de “Los cinco del Central Park”.
Aproximadamente 10 años después, cuatro de los jóvenes fueron puestos en libertad condicional; Korey Wise, el mayor de todos, había pasado a prisiones para adultos en cuanto cumplió 18 y, de todos, fue el que más agresiones y penurias pasó, pues los presos más peligrosos de las otras cárceles lo recibían con golpizas casi mortales para vengar Trisha quien, hasta la fecha, es conocida como “la corredora del Central Park”.
Mientras los demás estaban en libertad, tratando a duras penas de rehacer sus vidas en medio del estigma y las limitaciones para estudiar y trabajar, Korey seguía malviviendo en las diversas prisiones, pero ya cansado de todo, prácticamente había renunciado a asistir a las comisiones de libertad condicional que cada tanto evaluaban su caso pero lo único que le ofrecían era declararse culpable. Aquella nunca fue una opción ni para él ni para sus compañeros, que se mantuvieron firmes siempre en su declaración de inocencia.
Pero en el año 2002 el caso dio un vuelco totalmente inesperado y dramático, justo el que hoy tiene a medio planeta hablando del caso, vía Netflix, que ha convertido los ‘true crime’ como un gancho infalible para las audiencias y como un frente de batalla ante la competencia. De hecho, sitios especializados afirman que el lanzamiento de Así nos ven fue calculado para contrarrestar la onda expansiva que generó Chernobyl, de HBO, en las últimas semanas.
De todas maneras no había forma de que esta historia no se contara. En 2011, Corey Wise coincidió en prisión con Matías Reyes, condenado a cadena perpetua por un asesinato y varias violaciones en serie. Tiempo atrás habían tenido un incidente menor, meses después se encontraron y Reyes le ofreció disculpas a Corey y luego le dijo que tuviera fe y que creyera en Dios.
Wise tomó el mensaje como un intento de evangelización y siguió en lo suyo. Pero lo que se vendría después aún es considerado como un evento impensable: Matías Reyes confesó ante las autoridades del penal, qué él había sido el responsable del brutal ataque a Tisha. En una grabación liberada por la prisión en el 2018, Reyes dijo que había cambiado de parecer tras las rejas porque ya no aguantaba más saber que otros estaban pagando por su crimen, y que en una reconversión y acercamiento con Dios, sabía que tenía que hacer lo correcto.
Su prontuario no era tema menor: antes de confesar el ataque en el Central Park, ya era convicto de por vida por violar y asesinar a una mujer embarazada y por violar a otras tres mujeres. Pero luego, insistió, tomó clases, participó en programas, encontró a Jesus y solo quería decir la verdad.
Los otrora adolescentes recibieron la noticia como el resto de Nueva York, sumidos en el estupor. Para ellos la vida empezaba a cambiar; Corey, por ejemplo, fue liberado inmediatamente.
Sin embargo, el caso siguió en la Corte, ya en una lucha porque fueran indemnizados debido al grave error policial y judicial, y en el 2014 fueron compensados con $41 millones de dólares.
Se había tardado Netfix, más bien, en hincarle el diente a esta historia real que profundiza en lo acaecido y expone los peligros del racismo que entonces primaron para, inclementemente, encarcelar a cinco adolescentes en la flor de sus vidas.
La directora Ava DuVernay (reconocidísima por su brillante filme Selma) ya había realizado un sesudo documental, también para Netflix, sobre el racismo institucionalizado Enmienda XIII, que examina el papel que jugaron las razas y el origen humilde de los menores en su incriminación y encarcelamiento, y el efecto que las condenas erróneas tuvieron sobre ellos y sus familias. “Mi objetivo es invitar a la audiencia a que se pregunten “¿Qué ves cuando ves a niños negros?
Pertinente la pregunta, a la luz de los hechos, cuando la prensa mundial hoy recuerda que Ed Koch, alcalde de Nueva York en ese momento, afirmaba que aquel era “el crimen del siglo” e incluso, el hoy presidente estadounidense, Donald Trump, pagó varias páginas completas en los principales diarios en los que solicitaba la pena de muerte para Antron, Yusef, Korey, Raymond y Kevin.
Años después, cuando trascendió que Matías Reyes había confesado su culpabilidad total y que había actuado en solitario, la prensa cuestionó a Trump sobre su temeraria posición de juzgar a los jóvenes sin que siquiera hubieran pasado por los tribunales. Después de que la Justicia de Nueva York anunciara la inocencia de los jóvenes, ya hombres, Trump escribió un artículo de opinión en el New York Daily News. Dijo que la absolución era “una vergüenza” y afirmó que la culpabilidad del grupo aún era probable.
La miniserie irrumpió desde el primer día con elogiosas críticas por su estilo narrativo y las excelentes actuaciones –pese a que en su mayoría, los protagonistas no son actores profesionales–, fue coproducida por Oprah Winfrey y reabrió el debate sobre el racismo en el seno de la policía y el sistema judicial de Estados Unidos. La prensa especializada definió el drama como un retrato real de una injusticia que fue producto del odio y la intolerancia que aún hoy impera en la sociedad americana.
Sin embargo, a la postre algo positivo quedó a partir de este tenebroso exabrupto judicial. Como lo asegura en sitio especializado Fotogramas.es, en los interrogatorios solo se grabaron las confesiones finales, pero no todas las horas anteriores, lo cual impedía ver el contexto en que se habían hecho las declaraciones. Actualmente, un total de 25 estados del país piden registros electrónicos completos de todas las conversaciones con sospechosos. También, en 2011, se determinó por primera vez que la edad debía de ser tenida en cuenta durante dichos interrogatorios, y hasta tres estados requieren actualmente que haya un abogado en la sala con los menores.
La pesadilla actual de la fiscal
Sin duda, entre las partes involucradas una de las grandes perdedoras, casi 30 años después, es la exfiscal Linda Fairstein, interpretada en la ficción por Felicity Huffman, y quien hoy es una connotada escritora de novelas policiales.
En un artículo publicado este martes en The Wall Street Journal, Farstein asegura que la serie “está tan llena de falsedades y distorsiones que parece una ficción total”.
"La confesión de Reyes, la corroboración del ADN y la declaración de que actuó solo supusieron que los cargos por violación contra los cinco fueran retirados. Yo estuve de acuerdo con esa decisión y aún lo estoy. Pero los otros cargos, por crímenes contra otras víctimas, no deberían haberse retirado. Nada que lo que dijo Reyes los exoneró de ellos", afirma Fairstein. Agrega que la mayor parte de las reconstrucciones periodísticas o documentales que se han creado a partir de aquel suceso obvian la "foto general" de aquella noche, en la que un gran grupo de hombres se reunió en el parque con el propósito de agredir y robar a gente que paseaba o corría. Ella insiste en que Meili fue una de las nueve víctimas atacadas aquella noche.
Es vehemente en criticar la presentación de “Los cinco de Central Park” como “jóvenes inmaculados” e insiste en que eran pandilleros. Como era de esperarse, no bien se estrenó la miniserie miles de personas buscaron a Fairstein en redes sociales y por estos días se ha convertido en una especie de enemiga pública. Más allá del linchamiento cibernético que está sufriendo, según medios como Deadline y Hollywood Reporter, Fairstein tuvo que dimitir de los consejos de Vassar College y otras dos organizaciones sin ánimo de lucro que integraba. Pero, lo más serio, es que su agencia literaria acaba de rescindir de su contrato.
Después de su publicación en The Wall Street Journal, Ava Duvernay contestó en Twitter con una sola línea: “Esperado y típico. En marcha.
¿Qué fue de Trisha?
Otra de las búsquedas masivas que ocasionó la serie es sobre Trisha Meili, quien a la postre sobrevivió al ataque pero quedó con secuelas de por vida, Varios medios, incluida la revista Newsweek, han vuelto sobre su historia y hoy se sabe que, durante la cobertura del crimen, a Meili solo se le conocía como “la corredora del Central Park", pues por solicitud de las autoridades, los medios conservaron su anonimato.
Fue hasta el 2003 cuando a sus 42 años, Trisha publicó sus memorias en el libro Soy la corredora del Central Park: una historia de esperanza y posibilidad.
Ha afirmado que escribió su libro con el fin de inspirar resiliencia en sus lectores. “Pensé que sería un buen momento para decir: 'Oye, mira. Han pasado 20 años y la vida no termina después de una lesión cerebral, después de una agresión sexual o como sea. Los desafíos son oportunidades”, dijo Meili al New York Times. El camino hacia la recuperación, eso sí, no ha terminado: ella perdió del todo el sentido del olfato, experimenta visión doble, tiene cicatrices faciales y problemas para mantener el equilibro. Sin embargo, su lucha es, cuando menos, admirable. Unos meses después del ataque se unió al Club de Atletismo de Aquiles, un grupo para corredores discapacitados. Y en 1995, corrió la maratón de Nueva York.
En ese mismo año conoció a su esposo, Jim Scwartz, con quien vive hasta la fecha en Connecticut. Hoy es conferencista nacional e internacional sobre su viaje de curación, y también trabaja con sobrevivientes de asalto sexual en el Hospital Monte Sinaí y en el Hospital Gaylord, donde se recuperó. Aún no recuerda absolutamente nada de aquella noche. Y aunque habla poquísimo del día en que casi muere, ha afirmado que tiene sentimientos encontrados, pues cree que hay pruebas médicas que dan fe de que hubo más que un atacante, pero también ha afirmado en varias entrevistas que “sería horrible si personas inocentes fueron enviadas a prisión… si fue así, eso solo se suma a la tragedia de aquella noche”.
Aquellos adolescentes, hoy
Las condenas y cargos contra “Los cinco del Central Park” fueron anulados el 20 de diciembre del 2002. En el 2003 los muchachos demandaron a la ciudad de Nueva York; el caso demoró 10 años en la Corte hasta que, en el 2014, fueron indemnizados por $41 millones. De acuerdo con una reseña de el diario El Comercio de Perú, en la actualidad esto ha sido de la vida de los protagonistas.
KEVIN RICHARDSON: Con solo 14 años, Richardson era el menor del grupo por algunos meses. Salió de prisión en junio de 1997 y actualmente vive en Nueva Jersey con su esposa y dos hijos.
Sin embargo, su estadía en la cárcel le ha dejado secuelas y Richardson admite sufrir todavía de transtorno por estrés postraumático. Cuestionado sobre qué piensa de When They See Us, describió la experiencia como “agridulce”. “Porque verla (la serie) es necesario. Esto necesita ser visto. Necesitamos asegurarnos que las cosas cambien ahora”, señaló en un video ‘teaser’ para la serie de Ava DuVerney.
YUSEF SALAAM: Salaam tenía 14 años cuando ocurrió el ataque y estuvo encerrado hasta marzo de 1997. Actualmente vive en Georgia, casado y con diez hijos, trabajando como orador, autor y activista a favor de una reforma del sistema penitenciaro.
Actualmente Salaam es miembro de la junta directiva de Proyect Innocence y en el 2016 recibió un premio por parte del entonces presidente Barack Obama por su labor a favor de los injustamente encarcelados.
ANTRON MCCRAY: McCray tenía 15 años cuando fue arrestado y pasó seis años en un reformatorio antes de salir en libertad. Luego de dejar la prisión intentó alejarse lo más posible del caso, mudándose primero a Maryland y luego al estado de Georgia, donde encontró trabajo manejando montacargas.
McCray es quizás quien se ha intentado mantener más lejos de la prensa desde su salida de la cárcel, aunque ha hecho apariciones públicas a raíz de la serie de Netflix. Actualmente vive en la ciudad de Atlanta con su esposa y sus seis hijos.
RAYMOND SANTANA JR.: Santana tenía 14 años cuando ocurrió el caso, pasando 11 años de su vida tras las barras, cinco por el caso de Central Park y otros seis por posesión de drogas. Al igual que McCray, actualmente vive en el estado de Georgia, donde trabaja como productor de películas. En el 2018 lanzó su propia marca de ropa llamada Park Madison NYC. Curiosamente fue Santana quien inspiró a DuVernay a realizar la serie, al escribirle en Twitter “@AVAETC ¿Cuál será tu próximo filme? ¿#loscincodecentralpark tal vez?”
KOREY WISE: Con 16 años, Wise fue el mayor del grupo, y también quien pasó más tiempo en prisión: 14 años en total. Luego de salir de la cárcel trabajó como obrero e incluso como conserje, aunque siempre al borde de la pobreza y dependiendo de la ayuda gubernamental. En el juicio contra la ciudad de Nueva York él recibió US$12 millones en reparaciones.
Actualmente Wise es un activista a favor de la reforma del sistema de justicia. En el 2015 donó US$190 mil al Innocence Project (Proyecto Inocencia, en español), una ONG sin fines de lucro que busca exonerar a personas injustamente condenadas.