“Los espartanos se adentraron en un mundo desconocido, como valientes guerreros treparon montañas, cruzaron ríos y contra todo pronóstico, vencieron a cada monstruo que se atravesó en sus caminos”.
Esta maravillosa historia de resiliencia se convirtió en el escudo de guerra de Richard Plaza para proteger a sus cuatro hijos, quienes sufrieron las consecuencias de atravesar el Darién. Estos niños de Catia, Caracas, en Venezuela, fueron los creadores de un mundo fantástico, que les permitiera sobrellevar la cruda realidad de adentrarse en la inhóspita selva.
En el tema migratorio, los datos obligan a poner una distancia emocional, pero la migración está llena de caras, edades y géneros, por esto la indiferencia que producen los números desaparece al leer historias como la de “los espartanos”.
La estrategia creada desde la inocencia de Aarón, un niño de 10 años, bloquea de manera inconsciente el horror de la muerte en la selva y el impacto de ver a su hermana menor en un grave estado de deshidratación.
“Así como lo ves tú ahí (a su lado), así venía él en la selva”, nos comentó Richard.
Aarón no se separó ni un minuto de sus padres y fue una pieza clave para que pudieran culminar con éxito su viaje.
Como él, en el 2022 un récord de 32.500 niños cruzaron la selva del Darién en tránsito hacia Estados Unidos; la mitad de ellos son menores de 5 años, según precisó Hannan Sulieman, Directora Ejecutiva Adjunta del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) durante su visita a Lajas Blancas, Panamá, el 18 de noviembre pasado.
Xenia Elizondo, psicóloga especialista en atención a niños y adolescentes, comentó que al ser Aarón el único hijo varón, podría asumir roles a muy temprana edad, situación que en un futuro puede manifestarse al siempre querer hacerse cargo de las personas de su entorno.
Para las mentes más vulnerables, abandonar el nido y enfrentar lo desconocido puede ser aterrador.
“Una de las formas más comunes de hacerle frente a un episodio traumático (como el de atravesar el Darién) es disociarse”. añadió Elizondo.
Este proceso de disociación puede catalogarse como un mecanismo de defensa, para olvidar o bloquear escenarios que puedan ser traumáticos para quienes experimentan eventos como la migración.
Un caso que ejemplifica lo anterior es el de Gabriel La Rosa y Daniel (quién no brindó su apellido para este reportaje). Nuestra conversación con ellos tuvo lugar tan solo siete horas después de que llegaron a la capital, provenientes de Panamá.
Con sonrisas nerviosas, relataron cómo cruzaron el Darién con una mujer embarazada de 6 meses, y cuatro niños con edades entre los 4 meses y los 7 años.
Daniel comentó que su esposa Beatriz y Yuriisabel, su bebé de brazos, quedaron atrapadas en una carpa inundada por la lluvia durante una madrugada. Afortunadamente encontraron una navaja para abrir una de las paredes antes de que se ahogaran.
Esta experiencia fue apenas la punta del iceberg del duro relato, pues Beatriz se cortó los pies, la esposa de Gabriel embarazada se cayó en varias ocasiones y Daniel aseguró que en su tránsito vio los cuerpos de personas que no lograron el objetivo.
Según la especialista, Xenia Elizondo, solo siete horas de su llegada era muy pronto para procesar lo vivido, y que seguramente estas experiencias iban a manifestarse más adelante.
¿Por qué a sabiendas de la situación difícil que enfrentarán, los migrantes adultos deciden que sus niños tienen posibilidad de enfrentarla también? La realidad es que la desesperación es un factor principal pues la crisis social, económica y política que azota al subcontinente latinoamericano imposibilita alcanzar la calidad de vida que muchos anhelan.
Desde el 2015, más de 6,8 millones de venezolanos han abandonado el país con destino a otras naciones sudamericanas, según la Organización de las Naciones Unidas.
Los testimonios recaudados para este reportaje cuentan versiones muy diferentes de lo vivido dentro de la selva, pero coinciden en que quienes cruzan aquel territorio inhóspito no vienen solo de Venezuela, sino de países como Colombia, Chile, Perú o Ecuador, convirtiendo el Darién en su segunda, tercera o incluso cuarta migración.
Dos, de esos 6,8 millones de venezolanos migrantes, conversaron con nosotros en el centro de San José:
El pequeño Abel Rivera y su mamá Reinimar Hernández son de Maracaibo, estado Zulia, una región al occidente de Venezuela que se ha convertido en una ubicación estratégica para quienes desean migrar por el Darién, pues ambos países comparten una frontera de 2.219 kilómetros y desde el centro de la ciudad marabina, son aproximadamente seis horas conduciendo hasta Cúcuta, que es el punto fronterizo más cercano.
Colombia fue la primera migración de esta familia venezolana, pero su viaje no terminó allí: Ecuador y Chile también figuran en la lista, antes de volver a pasar por territorio colombiano con el objetivo de atravesar la selva en dos días.
Los Rivera se desplazaron por primera vez cuando Abel tenía 2 años; actualmente tiene 6, lo que suma 4 años intentando establecerse en otro país y aunque no muestra signos de malestar físico, su mamá nos comentó que él tiene miedo a devolverse, porque no quiere atravesar la selva otra vez.
“Mami, yo no quiero volver a pasar por ese Darién”. Y así lo repite una y otra vez Abel, mientras pinta con crayolas donadas, en una de las aceras cercanas al Parque Central de San José.
Cuando conversamos, tenían dos semanas de haber llegado a Costa Rica, una estadía considerablemente larga, pues la continuación de su viaje fue entorpecida por el cierre de la frontera estadounidense.
Durante cada migración, Abel motivó a sus padres y les brindó palabras de aliento, tanto que su mamá considera que él “es de mente muy abierta”, motivo por el que también nos asegura que ha logrado adaptarse en cada entorno.
Cuando tuvimos la oportunidad de hacerle preguntas directamente, el niño nos demostró que la vida como migrante ha moldeado su comportamiento, dando la impresión de que es más “maduro”.
– ¿Te acuerdas de qué sentías cuando estabas en la selva?
– Sentía que todo iba a estar bien.
Reinimar nos asegura que esa frase se la dijo en una conversación previa a la travesía. A nuestras preguntas, esa era su única respuesta, como si se aferrara a la frase como un mantra.
Elizondo comentó que cuando los niños están pasando un evento de este nivel se disocian o se congelan, por lo que estas palabras le sirven para irse momificando y esto les permite evitar el dolor o el sufrimiento de alguna manera. No significa que no les duela, pero sí queda muy guardado.
“Con los niños muy armados, muy llenos de corazas hay que ir poco a poco con pinzas de cirujano” añadió la psicóloga.
La especialista asevera que un trauma “es un impacto negativo, nefasto, que le impide a una persona tramitar una experiencia”. Y por eso debe trabajarse desde múltiples herramientas.
En el caso de los niños, una de las más conocidas es la caja de arena. Un cuadrado de 55x70 cm con una profundidad de 7 cm, que sirve para que los niños, a través de diversas figuras brindadas por el especialista en salud, creen mundos que nos permitan conocer lo que sucede en sus mentes.
Xenia relató que esta técnica la puso en práctica con uno de sus pacientes migrantes. Un menor de edad que se vio afectado por sus duelos, ya que dejó a sus familiares, a sus amigos de la escuela y hasta sus juguetes.
Al momento de llegar al país, ingresó a una escuela con una alta demanda académica, lo que rapidamente socavó su autoestima, haciendolo sentir “el tonto del grupo”.
En esta terapia se le da la consigna al paciente de que debe crear un escenario o un mundo con los elementos brindados. En el caso de este chico, que para ese momento tenía 7 años, duró varios meses en el proceso, en el que, por medio de las figuras, logró superar el pensamiento de que era “muy tonto”.
Otras herramientas utilizadas por la especialista para tratar este caso fueron la la denominada neurona espejo, donde ella se llamaba a sí misma una tonta al momento de equivocarse para despertar la empatía en el niño. De igual manera el recurso de las películas suele ser muy útil para que ellos se identifiquen y rompan las corazas que les impide enfrentar el trauma.
“Que si se sienten enojados, tienen razón en estarlo, que si están tristes, también”, Elizondo finalizó comentando, que es muy importante validar las emociones de los niños durante el proceso terapéutico, para que realmente se sientan acompañados.
Aquel menor de edad, que actualmente es un preadolescente de 12 años, en esa oportunidad fue dado de alta de manera exitosa, sin embargo, los recursos de pintura, películas y caja de arena fueron vitales para ayudarlo en su proceso de superación del trauma migratorio.
En el caso de los menores provenientes del Darién, estar en un constante desplazamiento impide que desarrollen y completen un proceso de terapia, y aunque muchos muestran interés por recibir algún tipo de ayuda psicológica, no cuentan con los recursos para costearlo. En su lugar, las conversaciones, los abordajes o la simple escucha puede funcionar como un bálsamo para las heridas de aquellos que aún no procesan todo lo vivido.
La otra carencia
Carol Guzmán, psicóloga y parte del equipo de gerencia técnica del Patronato Nacional de la Infancia (PANI), reconoció que la migración venezolana pone a la entidad en una situación complicada con respecto al abordaje, pues, si bien es cierto son personas que están expuestas a una serie de riesgos como no tener aseguradas sus condiciones alimentarias y de techo, no se trata de padres y madres que están abandonando a sus hijos o incurriendo en un tipo de maltrato, sino que más bien están tomando una decisión difícil: abandonar su país por mejorar las condiciones de sus hijos.
El sacrificio implica que los menores queden excluidos del sistema educativo y este es uno de los mayores entes protectores de una persona menor de edad, además de ser un entorno de socialización donde se establecen las primeras relaciones con los compañeros y maestros.
Cuando los más pequeños se ven sometidos a este tipo de migración desaparece ese ente protector, pierden tiempo de estudio, se atrasan y luego cuando se restablezcan se enfrentarán a otros factores como el idioma, la cultura o incluso los mismos prejuicios sociales, dejando el escenario propicio para que sean víctimas de violencia.
A pesar de lo anterior, los familiares funcionan como un círculo de apoyo, pues durante sus conversaciones previas al viaje suelen hacerse promesas, como conocer nuevas personas y espacios agradables para poder desenvolverse, lo que los llena de expectativas y los mantiene con una actitud positiva, añadió Guzmán.
Imposibilidad de llenar vacíos
Aunque el país no tiene una estrategia para llenar los vacíos en atención médica, psicológica y educativa para la población infantil migrante, la Asociación Obras del Espíritu Santo (AOES) fue una de las primeras organizaciones en movilizarse para brindar ayuda humanitaria a esta comunidad. Ahí, además de designar albergues, se les proporciona alimentación.
Hasta el pasado setiembre, AOES sumaba 7.000 personas atendidas, contadas oficialmente por hacer uso de sus instalaciones, pero hay un subregistro de decenas o cientos adicionales que no quedan “censadas”, porque nunca entraron al albergue.
En otro ejercicio separado, la UNICEF habilitó locales o toldos en la zona fronteriza para que los migrantes puedan abastecer con lo básico. Los kits son variados y pueden tener hasta 22 productos, donde encuentran pañales, toallas íntimas, alcohol en gel y crema para la pañalitis, precisó Juan Manuel Baldares, Coordinador de Programas. No obstante, debido a su corta estadía en territorio costarricense, muchos no aprovechan el recurso.
En materia de salud mental, la atención es muy limitada, pues solo se abordan personas que se encuentran en un alto grado de vulnerabilidad y que hayan sido detectadas por la organización.
Los casos atendidos suelen ser de familias afectadas por la pérdida de algunos de sus miembros. Tras indentificarlas, un experto en salud les brinda apoyo psicológico y emocional en Paso Canoas.
Instituciones como UNICEF, Dirección General de Migración y Extranjería (DGME), Defensoría de los Habitantes,Patronato Nacional de la Infancia (PANI), Cruz Roja, Cancillería y la Asociación Obras del Espíritu Santo, fueron contactadas para la elaboración de este reportaje. Quienes respondieron indicaron que trabajan de forma articulada, con el objetivo de brindar un paso seguro a los migrantes que continúan su ruta hacía Estados Unidos.
La DGME aclaró que esa atención básica brindada por las diversas entidades busca facilitar el paso del flujo migratorio, pero no pretende que se queden en el país, sino que sigan su avance hacia Norteamérica.
La ciudadanía costarricense también brinda apoyo a esta comunidad a través de donaciones, lo que, aunado a las medidas impuestas por Estados Unidos, propicia que los migrantes venezolanos prefieran establecerse temporalmente en territorio tico, en lugar de Panamá.
La vida en la zona fronteriza
Aunque Costa Rica no tiene datos exactos, el Servicio Nacional de Fronteras (SENAFRONT) de Panamá aseguró que el flujo migratorio decreció después de que el pasado 12 de octubre el gobierno de Joe Biden anunciara la deportación de los venezolanos que intentan ingresar ilegalmente a Estados Unidos, luego de cruzar desde México.
Esta medida entró en vigor inmediatamente, dejando a miles a la mitad del camino. Muchos incluso no se enteraron de las nuevas medidas hasta salir de la selva.
Uno de estos casos es el de Hendri Nava, su esposa Iris y sus dos hijos, Ángel y Rosangélica. Este ciudadano venezolano, en su condición de exmilitar y opositor al gobierno de Nicolás Maduro, se vio obligado a huir por temor a las represalias para él y su familia.
Todos menos Rosangelica, una menor de 2 años, tienen los pies maltratados por la arenilla, el barro y las numerosas picaduras de mosquitos. Los pañales de Rosa fueron donados por la ACNUR, y los comparte con Ángel, su hermano de 7 años, pues es más sencillo mantenerlos limpios y que hagan sus necesidades si no utilizan ropa interior.
Esta familia se encuentra en Paso Canoas, frontera con Panamá, y subsiste con las donaciones brindadas por UNICEF, la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) y ACNUR, pues todas sus pertenencias les fueron arrebatadas en un asalto en la selva.
El presupuesto de $3.000 que tenían para completar su viaje se esfumó, por lo que esta familia debió permanecer dentro de la selva durante 20 días, mientras Hendri hacía trabajo de soldadura para pagarle a los indígenas que los guiaron en la travesía.
Para auxiliarlo, sus familiares recurrieron a una plataforma de envío de remesas, pero por el vencimiento de su pasaporte, Hendri no puede retirar el dinero que lo ayudaría a avanzar en su travesía.
Mientras su papá narra el drama, Ángel y Rosangélica juegan con piedras y con agua, la única forma de abstraerse de su realidad.
“Esperamos que el presidente Joe Biden se conduela de nosotros y nos deje pasar. Hay gente que va a trabajar, yo voy con mi familia”,comentó Hendri.
Hasta el mes de octubre, se encontraban con su único celular dañado por el agua, con la documentación de los niños mojada y sin posibilidades de hacer dinero pronto.
Al otro lado, en Panamá, las historias al igual que las carpas se atiborran bajo un techo improvisado para que los migrantes pasen la noche. Según SENAFRONT, este lugar no es un albergue, razón por la que no cuenta con las condiciones para cubrir las necesidades básicas de quienes ahí se refugian.
En medio de este caos, Yorgen Marcano, un pequeño de 4 años, y Marilú Bastardo, de 25, se encontraban dentro de una de las tiendas de campaña. Desde el momento en que llegamos a este improvisado campamento, la familia Marcano demostró el verdadero significado de una familia. Migraron todos juntos (hasta el perro) y estuvieron dispuestos a contar la odisea que representó para ellos cruzar el Darién con un niño pequeño.
En la charla, Yorgen se mantuvo tímido y escondido en el lugar más seguro de todos, los brazos de mamá, mientras ella relataba lo vivido.
En su cruce por la frontera entre Colombia y Panamá, ambos cayeron al río y estuvieron a punto de ahogarse por no saber nadar y por la fuerza de las corrientes; sin embargo, la solidaridad en la selva tuvo rostro de un migrante haitiano, a quien anteriormente ellos habían ayudado.
Esta persona decidió “devolverles el favor” y sin pensarlo dos veces se lanzó al agua para rescatarlos.
“Mami, el río es malo”, le repite Yorgen, cada vez que se despierta de una de las pesadillas producto de lo vivido. Hoy, las secuelas se manifiestan como temor al agua, y aunque lucha con esas cicatrices emocionales, el agua de la selva arrasó con su estómago, provocando fuertes dolores abdominales.
En ese momento, Marilú y sus hermanas debían salir a recaudar el dinero para ingresar a territorio costarricense: la técnica de recaudación es la misma que en los centros de las principales ciudades del país, donde ofrecen popis o confites a cambio de una colaboración económica.
Luego de las medidas impuestas por el gobierno de Estados Unidos, aseguraron que preferían quedarse en algún país de Centroamérica y pedir asilo.
Incluso con las decadentes condiciones en las que se encontraban y el daño emocional producto de la selva, al igual que la mayoría de los entrevistados, aseguraron que su panorama actual es más esperanzador que cuando residían en Perú.
Una de las principales preocupaciones de esta familia era si la frontera estadounidense iba a ser reabierta, pero la realidad dista mucho de esta esperanza.
Alejandro Mayorkas, secretario de Seguridad Nacional de Estados Unidos, declaró a The New York Times que el gobierno de Joe Biden seguía comprometido con la creación de “caminos legales” para que las personas migren al país norteamericano sin poner sus vidas en riesgo.
Las 24.000 plazas puestas a disposición de los venezolanos implican una amplia lista de requerimientos, entre ellos, que quien solicite uno de estos espacios no puede haber intentado ingresar a territorio estadounidense de forma irregular y deberá tener alguna persona radicada en el país que pueda solicitarlo, otorgándole así al beneficiario un periodo de hasta dos años para poder solicitar la autorización de trabajo.
Estas medidas han sido criticadas por la comunidad internacional, pues dejaron varados a miles de venezolanos en países que estaban más enfocados en brindar un paso seguro.
Durante el Consejo de Gobierno del pasado 16 de noviembre, el presidente Rodrigo Chaves indicó que Costa Rica está por cambiar las normas para solicitar asilo político debido a la falta de ayuda de parte de los organismos internacionales.
“Desafortunadamente uno llega hasta donde le alcanza, y ya a nosotros nos dejó de alcanzar hace mucho tiempo y no estamos viendo el apoyo de los países que generan en alguna medida el fenómeno”, agregó Chaves, en referencia a las medidas impuestas por el gobierno estadounidense.
El panorama internacional es un escenario donde aún se está discutiendo quién debe hacerse responsable por una niñez migrante. Por esto no hay espacio para hablar sobre temas de salud mental ni de atención a quienes experimentan y cargan un trauma.
Hemos convertido este mundo en un gran hogar disfuncional, donde los menores son los que pagan las consecuencias de regulaciones que posiblemente no comprenden.
La importancia está en reconocer que detrás de porcentajes y números contabilizados por los distintos sistemas migratorios, existen caras e historias; Aarón, Abel, Yorgen, Ashley, Rosangélica y Ángel…
Niños con personalidades, miedos e ilusiones, que dibujan el mundo desde su perspectiva desigual, desde una crayola que pinta cuadernos en San José y que vende dulces en la avenida central, con el enorme sentido de responsabilidad que su contexto los obligó a desarrollar.
Ellos evidencian que no prestar atención a la salud mental, los obliga a cargar con un peso que no les corresponde, el de una sociedad fracturada que no debió permitir que entraran a la selva.
Mientras tanto, ellos, los hijos del Darién, seguirán limpiando ventanas, pintarán otros cuadernos, no aprenderán a nadar, seguirán sin hablar y jugarán con piedras y agua hasta que alguien les enseñe que sus vidas pueden ser diferentes.
El muro invisible de la política migratoria
Las nuevas políticas migratorias impuestas por Estados Unidos, según los expertos, se utilizaron para ganarse la simpatía de sus ciudadanos, convirtiendo la migración en una estrategia política, que permite asegurar votos.
“Esto pudo haber estado políticamente motivado, fue una clara estrategia política en un año electoral que también reveló una crisis emergente significativa”, declaró Muzaffar Chishti, director de la oficina del Instituto de Política Migratoria de la Universidad de Nueva York, en una entrevista a la BBC.
Actualmente, la administración Biden se encuentra comprometida con esta ola de migrantes que creció como la espuma, pues las herramientas para lidiar con las crisis migratorias son escasas.
Los recursos para enfrentar estas masivas migraciones se resumen en los artículos de la ley conocidos como el Título 8 y el Título 42.
El Título 8 hace alusión al “temor creíble” donde miles de migrantes tienen la posibilidad de plantear, ante un juez, un caso que demuestre que se corre un grave riesgo de persecusión o tortura en caso de ser deportadas a su país de origen.
Por su parte el Título 42 fue una medida implementada durante la pandemia del covid-19 por Donald Trump, con el objetivo de expulsar rápidamente a los migrantes de las fronteras terrestres, bajo la orden de detener la propagación del virus. Es decir, se aplica cuando se ve amenazada la salud pública.
La implementación de esta medida ha sido duramente criticada por los defensores de los derechos de los inmigrantes, quienes aseguran que está siendo utilizada como un pretexto para expulsar la mayor cantidad de migrantes posible.
De esta medida, el presidente Biden excluyó a los menores que ingresan al país sin acompañantes.
En el caso de los menores de edad, aun existe el programa de Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA, por sus siglas en inglés), creado en el 2012 bajo el gobierno de Barack Obama, que en su momento protegió de la deportación a cerca de 800.000 menores que ingresaron de manera ilegal a territorio estadounidense conocidos como dreamers, o soñadores.
Este programa se mantiene en vigencia a pesar de que la administración de Donald Trump buscó en numerosas ocasiones desmantelarlo.
En agosto del 2022, la Administración Biden dio un paso para proteger el programa, e indicó en ese entonces que haría todo lo que estuviera en su alcance para proteger a los dreamers, pero que los republicanos del Congreso debían dejar de bloquear un proyecto de ley que les brinda un camino.
Valezka Medina es estudiante de periodismo de la Clase 14 de la Asociación de Periodismo Colaborativo Punto y Aparte. Es el encuentro entre periodistas y estudiantes de la carrera, quienes generan producciones periodísticas de alta calidad sobre las causas y las soluciones de realidades de riesgo social, y se mantienen vinculados para promover el buen periodismo.