La historia del rock costarricense se ha escrito desde muchos puntos de vista, pero el aporte que han hecho los Vargas Brothers a la música tica merece un capítulo aparte. El suyo es un relato de caídas y recuperación, pero también de pasión, de humildad, de glorias y presencia en grandes escenarios... ellos han llegado a dormir en hoteles de lujo pero también han pasado largas noches resguardados por un cartón en las calles josefinas.
Los Vargas Brothers, en resumen, son la viva imagen de la resiliencia, de amor familiar y de mucho rock.
Al juntar a los hermanos Vargas para entrevistarlos, las risas están aseguradas. Entre anécdotas y recuerdos de conciertos, alegrías y tristezas, Eddy, Juan, Marcos y Eduardo siempre tienen un chiste que contar. Además, hablan con mucho amor y respeto sobre su querido hermano mayor Álvaro, el responsable de que la leyenda de los Vargas Brothers exista.
Álvaro falleció repentinamente en 2012, cuando la banda vivía uno de sus mejores momentos.
Ellos son parte de una camada de 17 hijos que tuvieron sus padres Reinel Vargas y Estela Quesada. Son nativos de San Ramón, son hijos de labriegos sencillos, como bien lo explicó Eddy. Dormían con sacos de gangoche amarrados al cuello para que no se les cayeran. Cogían café para ayudar a sus papás.
La música llegó a sus vidas sin estudios de solfeo, tampoco con grandes instrumentos o con grabaciones en estudios de primer nivel. Alvarito, como de cariño siempre lo han llamado, aprendió a tocar la guitarra a puro ojo y oído, ya que veía a su papá con el instrumento. Un día, cuando tenía apenas seis años, de pronto tomó la vieja guitarra y sacó un acorde.
Desde entonces, la música nunca más se iría de la familia. Los llevó a tocar la gloria, pero también a probar el terror de las drogas. La música, eso sí, también los ayudó a recuperarse.
“Papá y mamá traían la noción de la música. Papá tocaba guitarra y acordeón, mamá me contaba que a ella la llamaban en las veladas de las escuelas para que cantara”.
Siendo más grandecito, Álvaro se encargó de ir metiendo, poco a poco, a sus hermanos en la tocada. El primero que se le unió fue Eddy, después siguieron Juan, Marcos y Eduardo. Los hermanos traían lo de ser músicos en la sangre; es evidente que el ritmo y el sabor no fue algo antojadizo, sino innato.
Los chiquillos, bien acostumbrados por sus papás a pulsearla y a ayudar en la casa, buscaron la manera de aportar algo para la comida, así que Alvarito, Eddy, Juan y Marcos agarraron la guitarra vieja de madera y unas maracas y se fueron a tocar a la calle. Los primeros escenarios de los Vargas Brothers fueron las calles de San Ramón.
Conocimos las rocolas y ahí empezamos a escuchar a los Rolling Stones, los Beatles, o la canción Sukiyaki; todo lo tocábamos a puro oído y a los gringos les hacía gracia, entonces nos daban dólares de propina. Eso era una ayuda tremenda para papá”
— Eddy Vargas, bajista
Para ese momento, Alvarito tenía si acaso 13 años, sus hermanos eran mucho menores, pero no importaba la edad con tal de ayudar al papá. Las primeras canciones que tocaron los Vargas estuvieron influenciadas por los gustos de la época, el rock para ellos aún no estaba en su repertorio. Los boleros y las rancheras les salían muy bien, aclarando una vez más que todo lo interpretaban a puro oído.
De esa manera, los cuatro hermanos se fueron haciendo un camino como juglares, llevando sus presentaciones callejeras hasta Puntarenas, donde el rock los encontró. Para ese entonces se hacían llamar los GoGo Boys.
“Llegaban los barcos y con ellos música de afuera. Conocimos las rocolas y ahí empezamos a escuchar a los Rolling Stones, los Beatles, o la canción Sukiyaki; todo lo tocábamos a puro oído y a los gringos les hacía gracia, entonces nos daban dólares de propina. Eso era una ayuda tremenda para papá”, recordó Eddy, quien funge como bajista de la banda.
Después de esas aventuras fuera de casa, el nombre de los Vargas Brothers llegó en 1968, porque ellos pensaban en grande, se veían sobre escenarios importantes y tocando para públicos numerosos.
Entre los viajes a Puntarenas y sus regresos a San Ramón, los Vargas tienen muchos recuerdos que guardan con cariño, pero uno muy especial sucedió en su pueblo natal. Allí lograron conocer, por la insistencia de Alvarito, a Julio Jaramillo, maestro de la música romántica. Ese fue el primero de varios encuentros casuales con grandes artistas de la época.
“Julio Jaramillo llegó para presentarse en el cine Chassoul, en San Ramón. Entonces se nos metió el agua de que lo queríamos ir a conocer, pues nosotros tocábamos canciones de él. Nos fuimos a parar afuera del hotel donde estaba y Álvaro, como era tremendo y bien metiche, se puso a tocar los acordes de una de sus canciones. Él se impresionó tanto de ver a un chiquillo tocando su música que nos regaló 100 colones”, contó Eddy.
Con ese billete, los hermanos se fueron directo a donde su papá para dárselo. “Papá botó el canasto con el café, se volvió loco. Con esa plata nos compró ropa a todos, cobijas y comida como para un mes”, agregó Juan, el baterista del grupo.
Y con ustedes… Los Vargas
Los cuatro hermanos más el menor, Eduardo -quien tomó las riendas para ser el vocalista-, ya se habían hecho un nombre gracias al boca en boca. Tenían un estilo muy particular y, como tocaban muchos géneros, se ganaban el gusto de un público variado.
Esto les fue abriendo las puertas a diferentes lugares. Salieron de San Ramón y de Puntarenas para presentarse en otros sitios del país, especialmente en San José, donde su estilo tuvo muy buena acogida. Tocaban en cualquier lugar, la pulseaban donde los llamaban y la calle fue su escuela, así aprendieron de la vida y de la música.
“Se nos metió el agua y les dijimos a papá y a mamá que en San Ramón no estábamos bien, que lo mejor era venirnos para San José. El primer barrio que nos acogió fue Paso Ancho y después pasamos a Alajuelita, todos creen que somos de ahí. Alajuelita es un pueblo que queremos mucho porque es como si fuéramos de ahí, cada concierto en el cantón es un éxito”, afirmó Marcos, quien todavía es vecino de la localidad.
Poco tiempo después, siendo todavía unos carajillos, llegó el salto internacional. Su primer concierto fuera de Costa Rica fue en Nicaragua.
En 1965, mientras tocaban en la soda El Parque, en las inmediaciones del Parque Central en San José, un señor que quedó prendado de su forma de tocar los contrató para dar una presentación en la inauguración de la discoteca nicaragüense La Tortuga Morada. Pero viajar fuera de las fronteras no fue lo mejor que les pasó al grupo de hermanos, muy lejos de eso, tal como lo imaginaban solo en sus sueños más locos, la banda tuvo la oportunidad de conocer en ese viaje a Mick Jagger, vocalista de The Rolling Stones.
“Mick estaba recién casado con Bianca, su primera esposa. Cuando estábamos en la discoteca, él llegó y lo reconocimos. Una vez más, Álvaro de metiche comenzó a tocar la introducción de Paint It, Black. Estaba jovencito el mae. Se acercó y nos vio tocando. Fue una loquera, cuando llegamos a Costa Rica nadie nos creía”, narró Eddy.
Lamentablemente, debido a que en aquellos tiempos casi nadie cargaba con cámaras, no hay registro de ese encuentro con una de las grandes estrellas del rock internacional. La imagen quedó para la memoria. El gesto de admiración de Jagger por el talento de aquellos chiquillos está guardado en los corazones de los ramonenses.
En su regreso a Costa Rica y con las maletas cargadas de buenos recuerdos, los Vargas participaron en el concierto La guerra de la música, que se realizó en el Museo Nacional. Después de eso su fama fue en ascenso.
Conocieron en el camino a Angélica María y al ídolo de la juventud de entonces, Enrique Guzmán, con quien tocaron una canción en la Soda Palace. También saludaron a César Costa, a Viruta, a Capulina y a Cantinflas. Tocaron para personalidades de la política como el panameño Omar Torrijos, el nicaragüense Anastasio Somoza y para el expresidente tico Óscar Arias en dos de sus cumpleaños.
Viajaron por muchos países con sus instrumentos. Cantaron en toda Centroamérica y también en Colombia.
Por toda esa carrera, los Vargas son llamados popularmente los Rolling Stones Ticos, un mote que a ellos les hace gracia, pero que también agradecen. “Nos dicen eso por viejos. Pero en la trayectoria nos parecemos. Estamos en otro campo porque ellos empezaron con equipos eléctricos y nosotros con guitarras de madera y, poco a poco, nos fuimos armando como banda”, dijo Eddy.
El concierto más grande de sus vidas
La versatilidad de los Vargas Brothers los llevó a un escenario impensable para ellos, pero más que eso, a alternar con Carlos Santana, otro gran nombre de la música internacional.
Aunque el rock es por lo que más se les conoce, los Vargas tienen el sabor latino muy fuerte en su sangre. En los años 70 formaron el grupo Guarajeo, que tocaba ritmos bailables, lo que los llevó a ser los teloneros de Santana en el concierto que dio en el Gimnasio Nacional, en 1973.
Como siempre les pasaba, la invitación para ser parte del show de Santana les llegó mientras tocaban algún chivo. Una vez estaban en la 00 Discoteca, un lugar que quedaba cerca de la Asamblea Legislativa, cuando un hombre desconocido se les acercó con una propuesta que, al principio, les pareció una broma, pero que los llevaría al gran concierto.
“Nos preguntó que si queríamos alternar con Santana y por Dios que nos burlamos. Él se quedó serio, serio y nos dijo que era el representante en Centroamérica. Imagínese lo que fue para nosotros esa invitación, ya que Santana estaba en su apogeo con Samba pa ti y Mujer de magia negra”, comentó el bajista.
La vida del rockstar y las malas decisiones
“Mamá y papá eran muy sencillos y, por ese motivo, mucha gente nos explotó. Lloraban mucho cada vez que nos íbamos de la casa a un toque afuera, porque les daba miedo”, dijo Eddy.
Más sobre los Vargas Brothers
Y es que la protección paternal y ese sexto sentido que tienen los padres, no falla. En una de tantas salidas del país, los Vargas, siendo todavía chiquillos, sufrieron un trago amargo que hasta el día de hoy recuerdan con dolor.
Un hombre los “endulzó” para llevarlos a tocar a Panamá, con la promesa de un buen pago. Los músicos cumplieron, hicieron las presentaciones hasta a escondidas de la policía -porque eran menores de edad-, pero al final salieron engañados.
“Hicimos la platica en dólares, nos llevaba a tocar a los barcos que llegaban y a donde amigos de él. Con eso compramos las guitarras eléctricas que tanto deseábamos. Al regreso, el viejo nos mandó en Tica Bus y nos dijo que él traía las guitarras. Pasamos días de días sentados en la parada de San Ramón esperando a que llegara, pero ahí estamos esperando todavía. Nunca apareció”, contó Eddy.
Pero eso no fue lo más lamentable, la vida del rockstar también los hizo conocer el mundo de las drogas.
“A nosotros nos agarraron las drogas pero fatal. Empezamos con birritas en fiestas privadas, siendo muy pequeños. Nos sentaban en el suelo al estilo hippie y nos ponían drogas al frente para que escogiéramos la que quisiéramos”, agregó el músico.
Hubo licor, marihuana, cocaína y hasta piedra. Las drogas consumieron la vida de los cinco hermanos, a tal punto que pasaron de hospedarse en hoteles de lujo a dormir en cartones en las calles josefinas. Eddy, por ejemplo, lo hacía en el parque La Merced, de donde muchas veces sus hermanos lo sacaban para llevarlo a tocar, pero después de los conciertos volvía para seguir consumiendo.
“A mí me decían canasta básica porque me metía de todo”, recordó Juan.
Perdieron esposas, hijos y casas, pero la música siempre estaba ahí, de una u otra manera. Los Vargas Brothers se hicieron de una mala fama, aunque el público siempre les expresaba su cariño.
Con entereza y mucha fuerza de voluntad, además ayudados, como dicen, por Dios, los hermanos comenzaron sus recuperaciones, todos en tiempos diferentes. El último en salir del terror de las drogas fue Eddy, quien ya cumplió 16 años de sobriedad.
“Pasaba gente en La Merced y me daba una tejita, me reconocían y se ponían a llorar. Me di cuenta de que no podía solo, entonces busqué ayuda. Yo le digo a los jóvenes, que a veces no hacen caso, que no se metan en drogas, es un abismo del que cuesta mucho salir”, recordó Eddy.
Los Vargas pasaron en búnkeres con “amigos” que los engañaron. Incluso, muchas veces pusieron sus vidas en riesgo. “Cuando uno está ahí, con plata, todos quieren que los inviten, pero apenas se acababa la plata hasta los zapatos nos robaban”, dijo Juan.
Este capítulo de la vida de los Vargas quedó grabado en una canción que habla sobre las drogas. Dicho tema lo escribió Eddy, curiosamente mientras estaba consumiendo, pero con el fuerte deseo de salir de ahí.
Era tanta la adicción de los Vargas que, en más de una ocasión, tocaron “tostados”. Ahora son recuerdos que parecen tener tintes graciosos; sin embargo, son anécdotas que reviven un profundo dolor. “No hay cosa más fea que tocar pegados”, agregó Juan.
Los Vargas empeñaban hasta los instrumentos de la banda para consumir. Una vez, incluso, se pelearon entre ellos en la tarima porque todos estaban bajo los efectos de las drogas.
Sin embargo, todo lo anterior es cosa del pasado, una historia que ahora usan como ejemplo para las nuevas generaciones.
“Nos ha costado mucho limpiar esa imagen. Todavía pasa, que cuando uno llega a un toque o a una fiesta, lo primero que le ponen es el litro de guaro, pero nosotros solo tomamos fresquito”, afirmó Marcos.
Incansables: nuevo aire y nuevas metas
Un punto de inflexión en la vida de los hermanos Vargas fue cuando se enteraron de que un cineasta costarricense los seguía en sus conciertos y también en sus momentos de recaídas en las drogas. La intención era reflejar en un documental la vida artística y personal de la agrupación.
El director Juan Manuel Fernández acompañó a los Vargas durante mucho tiempo, muchas veces en silencio, siendo solo un espectador. “Quién sabe cuántas veces me agarró con el puro en la mano. Una vez me lo topé en un baño, ya yo había notado que andaba detrás de nosotros, y le pregunté si es que era que le gustaba”, contó Eddy entre risas.
El cineasta propuso la idea del documental y los hermanos aceptaron, con recuperación incluida.
La película se estrenó en julio del 2012. La presentaron en el cine Variedades y, después de cada función, los Vargas tocaban un concierto. Para esos días la agrupación vivió uno de sus mejores tiempos: notas de prensa, llenazos en el cine y el público extasiado por conocer de cerca sus luchas, pérdidas y victorias.
Pero de pronto llegó uno de los momentos más duros de sus vidas: la inesperada muerte de Alvarito.
El 20 de julio, con apenas pocos días de proyectarse el documental, Alvarito falleció por causa de un paro cardíaco. Ese mismo día, los Vargas tenían programado un concierto en el Variedades.
“Había que tocar, aunque estábamos muriendo del dolor. Tocamos, porque él siempre decía que el show tenía que continuar. Me temblaban las piernas, yo me lo imaginaba ahí a la par mía”, recordó Eddy.
Muchos pensaron que tras la muerte de Alvarito, el grupo terminaría, pero no. Los Vargas, en homenaje a su hermano y para honrar también las luchas de su carrera, siguieron adelante apoyados por dos músicos que llegaron a llenar el vacío en la guitarra.
“Álvaro era tan bueno que Eddy tuvo que meter tres guitarristas más para reemplazarlo”, dijo Jimmy Chacón refiriéndose a él y a sus compañeros Juan Carlos Carvajal y Marcos Vargas.
Jimmy y Juan Carlos son los Vargas que no son Vargas, pero que son parte de la familia. Jimmy toca con la banda desde los años 70, pero lo hacía de manera esporádica, Carvajal se unió en el 2016.
“Tocar con Los Vargas es una escuela. Llegué a la etapa sobria del grupo y la estamos pasando muy bien”, comentó Juan Carlos.
La renovación del grupo ha sido constante en los últimos tiempos. Siguen tocando de manera muy activa, sin drogas y hasta están en la grabación de nuevas canciones originales. La banda, por fin, va a publicar su propio disco de estudio.
“Uno ahora se siente diferente, porque hasta puede hablar con confianza, con las drogas no podíamos a veces ni hablar. Espiritualmente somos otras personas. El grupo es otro totalmente”, aseveró Juan.
Aunque son conocidos por tocar covers, los Vargas también han hecho lo propio para sacar música original.
“Qué bonito que, después de 55 años, ya el público vaya a escuchar nuestras propias canciones”, dijo Eddy sobre las obras que están trabajando, mismas que muestran la versatilidad de los artistas con géneros como la balada y los sonidos tropicales, eso sí, sin dejar de lado la potencia de su interpretación en el rock.
Recientemente, los Vargas se han presentado en diferentes escenarios, uno de sus últimos conciertos fue en Casa Rojas, en Barrio Escalante, donde vieron con mucho gusto que, además de los fans más mayorcitos, en las filas del público también destacaron rostros muy jóvenes.
“Creo que es que los papás llevan a los carajillos. Es muy vacilón verlos pidiéndonos tocar Lupe o El extraño del pelo largo”, agregó Juan.
Ese cariño del público, ellos lo valoran con el corazón, pero siempre se mantienen humildes. La gente se les acerca para pedirles fotos y autógrafos, y aunque se sorprenden, siempre tienen un espacio para cumplir con sus fans.
“Cuando veo la historia de Los Vargas me río solo y digo que nosotros sí éramos terribles”, sentenció Eddy.
Después de 55 años, golpes, caídas, glorias y mucho rock, hay algo en lo que los hermanos están de acuerdo: de los Vargas Brothers todavía hay mucho y para rato.