El calzado de José Figueres Ferrer es parte de la picaresca política costarricense. Se dice que don Pepe solía usar botas con tacones altos para compensar su estatura baja. Este guiño de vanidad era celebrado por sus adversarios, incluso –nos lo cuenta el escritor Sergio Ramírez– por el dictador nicaragüense Anastasio Somoza García, quien se refería a él como “Pepe Tacones”.
Aquella es la anécdota de esferas altas, sin que queramos hacer aquí un juego de palabras. Sin embargo, hay otra leyenda viva que ahora mismo camina por lo bajo. El que hoy es conocido como zapato Figueres es un calzado plano y proletario, de cuero y hule naturales, bien diferente de una bota de tacón acomplejado.
Quienes creen saber el origen del nombre dicen que viene de que, en los años 40 y los 50, Figueres regaló zapatos a los campesinos, y lo habría hecho con un calzado que hacía –y aún hace– La Bilbaína, mejor conocida como la Bilsa.
Los zapatos se han vendido como útiles de trabajo durante casi siete decenios; y desde hace un poco más de cinco años se los ha visto también en los pies de la muchachada y de turistas extranjeros.
La memoria popular puede ser estrictamente verdadera; o mentirosa. ¿Vienen de Figueres los zapatos Figueres?
Originales y copia
En su vida empresarial, los Figueres son menos criollos. En la Bilsa se los llama zapatos splits debido al término inglés para referirse al proceso para obtener el cuero natural.
La fábrica fue fundada por el inmigrante español Tomás Artiñano Saracho en 1936. Hoy la mantiene su nieto, Tomás Artiñano Ferris.
La maquinaria que fabrica los splits es de tecnología italiana, por lo que el heredero piensa que el diseño original podría venir de un calzado sencillo de España o Italia.
Además de los originales de la empresa, hoy también se venden otros zapatos muy similares, supuestamente de fabricación china, a los que se les ha colocado una etiqueta que dice “Figueres”.
“Nos han copiado todos: los salvadoreños, los nicaragüenses, los mexicanos, los colombianos, y ahora, los chinos”, nos dice Artiñano.
La Bilsa nunca comercializó los zapatos como “Figueres”, pero, con la venida de las copias, su producto se vende ahora con una etiqueta de cartón que los identifica como “los originales”.
Tomás Artiñano solo tiene hipótesis de cómo llegó el nombre a los zapatos. Una de ellas es que Isabel Terán Ferrer, prima de don Pepe, estaba casada con Antonio Artiñano, su tío abuelo. Figueres habría visitado a su prima y la planta de la Bilsa en los 40, y le habría sugerido a su abuelo la fabricación de un zapato popular para la Costa Rica descalza de la época.
“Por su relación con la familia y porque se lo veía entrar y salir de la empresa en aquellos años, es que la gente pudo haber hecho la relación”, sugiere Artiñano.
La otra conjetura es que, cuando Figueres comandó la revolución del 48 y entró a San José, se le tomó una foto mientras usaba este calzado.
La primera anécdota data de cuando Figueres no había llegado al poder, y no pudimos dar con referencias certeras de que esos zapatos hubieran sido distribuidos por su administración.
Tampoco hemos visto la supuesta foto, ni la consiguió el diseñador gráfico Claudio Corrales, quien postuló exitosamente el zapato para que se exhibiera en la muestra de diseño nacional D’Aquí , del Museo de Arte y Diseño Contemporáneo en el 2013.
Corrales destaca que estos zapatos, de líneas tan simples, han tenido una renovada acogida por nuevas generaciones, con otros nombres populares como Figuerillos y Güirrizo . Sin embargo, las certezas sobre ese matrimonio entre la figura presidencial y el calzado proletario siguen estando borrosas.
Un país descalzo
Tomás Artiñano nos añade confusión pues dice que ha sido recientemente cuando se ha acentuado la denominación de Figueres.
La viuda del expresidente, Karen Olsen, no pudo dar referencia sobre el asunto, y ni siquiera sabía que existían los zapatos. Muchas personas que vivieron en los 40 tampoco guardan registro.
El periodista y folclorista Miguel Salguero recuerda su niñez descalza en San Isidro de El General. Los únicos zapatos que tuvo entonces los distribuyó la administración de Rafael Ángel Calderón Guardia.
“Fue algo que no se estudió bien porque solo dieron un par, y, para cuando se nos gastaron, ya se nos había suavizado la piel de los pies, y entonces terminamos andando descalzos como lora en mosaico por las carreteras, porque no aguantábamos el dolor de caminar por las piedrillas”, recuerda.
El músico e investigador Dionisio Cabal dice que está bien documentada la donación de uniformes escolares en las administraciones de Figueres y Otilio Ulate en los años 50. “Aquel es un eco de las políticas sociales de don Pepe: una manera extraordinaria de hacer avanzar un país”, opina Cabal.
Él no nos puede decir si la leyenda de los Figueres es cierta, pero cree que “la historia tiene verosimilitud”.
En corto, este pertenece a esa raza de relatos que podrían ser ciertos, y que, si no lo fueran, merecerían serlo.
Don Pepe era un viejo lleno de alegorías, y aquella sobre la Costa Rica calzada nos hablaba de un proyecto de desarrollo. En el 2006, Alberto Cañas escribió un ensayo en el que se refería a un puntal del modelo económico de José Figueres.
“Alguna vez escuché a don Pepe afirmar que la política de salarios crecientes que implantó la Junta Fundadora en 1948 tuvo como finalidad inmediata el crearle clientela al comercio rural, de manera que el peón agrícola tuviera con qué comprar zapatos a sus niños, en vez de esperar que el gobierno se los regalara, como hizo una vez en 1940”.
Esta idea de calzar al campesinado tal vez solo fue una imagen repetida durante aquellos años de reinvención republicana. Era una idea que pasaba por los zapatos, pero era más grande que los zapatos. Aquellos encarnaban un ideal de bienestar: la movilidad social de los campesinos hacia la clase media.
No sabemos si ocurrió entonces o en años recientes, pero los Figueres –“80 % de gamuza y caucho, y 20 % hilos, remaches y plantilla”– se convirtieron en la forma corpórea de aquel ideal.
Don Pepe fue una figura política de talla gigante. Los zapatos Figueres son hoy un símbolo humilde –verdadero o falso– de una obra que, en la mente de sus admiradores, no necesitó de tacones para alcanzar las alturas.