En un oscuro rincón de la historia criminal, entre los nombres de asesinos notorios que han ensombrecido a la humanidad, se esconde una figura que a menudo se pasa por alto en la narrativa popular. Aunque su nombre puede no resonar con la misma estridencia que los de Jeffrey Dahmer o Charles Manson, la historia de Luis Alfredo Garavito está teñida de horror y espanto.
Dentro de los trágicos capítulos de crónicas criminales en Latinoamérica, Garavito aparece como uno de los mayores infanticidas y abusadores de niños registrados; un auténtico monstruo cuyos actos causaron indignación y devastación en Colombia, Ecuador y Venezuela.
La sombra de “la Bestia”, como era conocido este asesino en serie, se extendió por diversos territorios, sembrando desesperación y desolación en numerosas familias. Su caso se recuerda ya que el 12 de octubre anterior Garavito murió a causa de una agresiva leucemia y un cáncer de ojo en un hospital de la ciudad de Valledupar, Colombia, a la edad de 66 años.
Este siniestro serial killer cumplía su condena en la cárcel de máxima seguridad conocida como La Tramacúa. Su sentencia inicial, de 1.853 años y 9 días de prisión, fue posteriormente reducida a la pena máxima existente en 1999, establecida en 40 años, a causa de 172 asesinatos de menores de edad.
A su fallecimiento, había pasado 24 años tras las rejas, un castigo que apenas rasca la superficie de sus crímenes. En ese marco presentamos el caso de un hombre cuya infamia sigue resonando a causa del oscuro eco de los horrores que perpetró.
El comienzo de su terrible historia
Luis Alfredo Garavito Cubillos, cuyo trágico destino dejó una huella de horror en América Latina, vino al mundo el 25 de enero de 1957, en Génova, Colombia. Fue el mayor en un hogar con siete hijos y desde sus primeros años estuvo envuelto en un ambiente familiar marcado por la discordia y la violencia.
El entorno en el que creció se caracterizó por la presencia de un padre que, según sus propias alegaciones, era adúltero, alcohólico, machista y extremadamente estricto, llegando a ser física y emocionalmente abusivo durante la infancia de Garavito.
Las disputas, tanto verbales como físicas, eran una constante entre sus padres. Las peleas ocurrían incluso en presencia de los hijos, quienes quedaban en segundo plano en la atención de sus progenitores.
En textos recopilatorios de medios como El País de España y El Tiempo de Colombia, se reúnen entrevistas donde el propio Garavito hablaba sobre cómo su padre incurría en infidelidades hacia su esposa y cómo esto detonaba peleas que acumulaban una ira terrible en su progenitor.
Inclusive, Garavito aseguró haber sido atado a un árbol a los seis o siete años y ser golpeado con un machete. También habló de que fue agredido con un palo durante horas después de intentar defender a su mamá durante una golpiza, siendo que la mujer fue agredida por su esposo incluso estando embarazada.
También en otros de estos reportajes se hablaba que Garavito fue víctima de abuso sexual de su progenitor, cuando tenía 13 años. “Mi papá no dormía con mi mamá, dormía conmigo, él me bañaba… Tengo un recuerdo vago, era de noche, él como que me acarició, me tocó las partes íntimas… A ese señor nunca lo quise, lo veía como un verdugo”, dijo Luis Alfredo en una de las audiencias en su contra, según replicó el portal Infobae.
En paralelo, su vida estudiantil tampoco iba de la mejor forma. Garavito tenía problemas para comprender las materias de la malla curricular y, según se le consultó a sus maestros tiempo después de los crímenes sucedidos, el joven era muy tímido y víctima de bullying de sus compañeros, quienes lo ridiculizaban y le decían “Garabato” en son de burla. Así se cuenta en un reportaje de Infobae.
En otra entrevista encontrada en el portal Universia se comparten otros reveladores testimonios sobre Garavito.
El asesino contó que alrededor de 1968 dejó la escuela en quinto grado debido a sus malos resultados y también porque su padre insistía en que debía “funcionar para la familia”. En otras palabras, debía ponerse a trabajar.
Bajo el asedio de su papá (quien le había prohibido tener amigos), Garavito comenzó a trabajar en una farmacia que era propiedad de un conocido de su progenitor.
Allí la pasó terrible pues, según el psicópata, el dueño de la farmacia lo amarró a una cama y lo agredió sexualmente, inclusive quemándolo con una candela, cortándole partes de su cuerpo y mordiendo sus genitales.
Los abusos del hombre duraron dos años, hasta que la familia se mudó a otro sitio: se fue a la ciudad de Trujillo, en el Valle del Cauca. Allí el joven supuestamente fue violado por otro amigo de su padre. En entrevistas, Garavito dijo que nunca dijo nada porque sabía que nadie le creería.
Según la cronología de quienes se han dedicado a estudiar su vida, fue después de estos abusos que el muchacho tuvo un evento que lo marcó.
“Después (de esos abusos) yo empecé a sentir una atracción hacia las personas de mí mismo sexo. Mis hermanos y hermanas eran muy pequeños, y yo sentía algo dentro de mí que no sabía explicar. Todos nos fuimos hacia una cama, donde yo insinué que se quitaran la ropa y comencé a acariciarlos, allí no pasó nada, ni mis padres se dieron cuenta, ni tal vez mis hermanos se acuerden. Estando durmiendo, cogía a mis hermanos menores y les quitaba la ropa y sin que ellos se enteraran los acariciaba”, declaró el que sería luego el asesino en serie más mortífero de Latinoamérica, replicó Infobae en un reportaje al respecto.
Convertido en Bestia
Dentro de las distintas biografías sobre Luis Alfredo Garavito hay un punto en común: se dice que a los 15 años, él acorraló a un niño para tocarle sus genitales.
Según expresó el propio criminal, no tenía intención de violarlo, sino que quería, según sus palabras, “abusar ligeramente” del menor. La víctima gritó y llamó la atención de personas que estaban cerca del lugar, quienes llamaron a la policía.
Las autoridades dejaron libre a Garavito, solo con una advertencia y, por supuesto, haciéndole saber lo sucedido a sus progenitores. El padre reaccionó de forma violenta y, según Garavito, su ira se debía principalmente a que el hijo había intentado violar a un hombre, no a una mujer.
Un par de semanas después, Garavito trató de tocar a otro niño en un tren, sin éxito. Nuevamente, fue atrapado por las autoridades y después de esa ocasión fue echado de su casa.
No se sabe muy bien cómo el adolescente logró sobrevivir a esas circunstancias. Al poco tiempo consiguió un trabajo como cajero en una tienda local y cayó en el alcoholismo. A los 16 años, lo contrataron en una plantación de café donde podía vivir en un cuarto de la finca.
Según Garavito, fue en esta época en que intentó desarrollar relaciones sentimentales con mujeres e inclusive, tuvo un noviazgo.
Eso sí: se sentía insatisfecho. De acuerdo con un reportaje del programa televisivo Crimen + Investigación, el joven tuvo una vida sumida en la depresión. Se dice que en ese entonces, aún teniendo pareja, Garavito cometía delitos sexuales contra menores locales, sin ser atrapado por la ley. Tiempo después, contó, no solo los violaba, sino que también los torturaba.
El terror aumentó
Pasaron años de abusos sexuales y torturas en silencio. El propio Garavito reconoció que durante años cometió decenas de crímenes, siempre saliendo libre de la Policía.
Según sus propias palabras, fue en octubre de 1992, en la ciudad de Jamundí, que cometió el primer asesinato. “Mientras Garavito tocaba a su víctima, utilizó unas cuchillas que llevó para asesinar. Desde ahí, no pudo detenerse y, al ver a cualquier niño, decidía que debía matarlo para saciar su necesidad sexual”, se lee en una crónica publicada por Infobae.
“Desde ahí, los actos de Garavito se volvieron más sanguinarios, haciendo incisiones en los niños para abrirlos mientras aún se encontraban vivos. Además, amputaba partes del cuerpo como pulgares. Fue así que logró el asesinato y violación de cerca de 200 niños”, agrega el texto.
El modus operandi de la Bestia solía ser el mismo: seducía a sus víctimas con regalos o con dinero a cambio de “ayudas”, se los llevaba a un lugar solitario y allí cometía los crímenes. Este asesino y violador se había dedicado a pasar sus días como vendedor ambulante, oficio que le facilitaba desplazarse de ciudad en ciudad sin dejar rastro.
El diario El Universal de México realizó un estudio junto al psiquiatra forense Luis Jiménez para desgranar el perfil de criminal en el que calzaba el psicópata colombiano.
“En su rito criminal la intención era infligir dolor a la víctima, porque en varios casos los torturaba vivos, lo que indica que dentro de su perfil estaría el sadismo, una parafilia que busca derivar placer del dolor ajeno. Mientras abusaba de cada niño, le iba propinando sendas puñaladas en su torso y finalmente le hacía una cortada profunda en el vientre para que se desangrara o, incluso, degollarlo”, explicó el psiquiatra.
Ante la desaparición de niños, los investigadores policiales se embarcaron en una ardua búsqueda, persiguiendo las sombras de un criminal que sembraba el terror. Pero, ¿cómo lograron finalmente identificar al monstruo?
Fue en el año 1998 cuando un escalofrío recorrió la espalda de los residentes de Génova. Tres niños habían desaparecido, y sus cuerpos sin vida fueron hallados después de tres días de búsqueda frenética. Las autoridades locales y un grupo de investigadores asumieron la tarea de ir tras las pistas del culpable.
Los rastros de horror los condujeron a los archivos de abusos infantiles en la ciudad de Quindío. Allí, encontraron un caso de un niño que había sobrevivido a un ataque similar una década atrás, en 1988. Este sobreviviente proporcionó un detalle clave: el lugar donde lo habían atacado (llamado Alto del Río) fue el mismo lugar donde los cuerpos de los niños fueron descubiertos, a escasos veinte metros uno del otro.
La información no se detuvo allí. El joven también aportó detalles del agresor y recordó haber visto a su victimario en un restaurante llamado “El Arepazo”.
Sin embargo, un giro inesperado amenazó las investigaciones. El terremoto que sacudió esa ciudad el 25 de enero de 1999 destruyó el restaurante, obstaculizando la pista vital que habría conducido a la identificación del asesino. Pero la perseverancia de los detectives prevaleció.
Después de días de búsqueda, encontraron al propietario del establecimiento, quien sí recordaba al sospechoso y reveló su nombre: Luis Alfredo Garavito. Este individuo, en palabras del dueño del restaurante, era conocido por su agresividad, particularmente cuando consumía alcohol.
La red de conexiones de Garavito se extendía más allá de Génova. Después de abandonar su ciudad natal, se estableció en Trujillo, en el norte del Valle, donde entabló relaciones con varias personas. La información reunida en este pueblo permitió a los investigadores seguirle la pista hasta descubrir que había estado evadiendo a la justicia bajo una identidad falsa. Su captura se volvió inminente.
Sin embargo, la verdadera revelación se encontraba en unas cajas llenas de documentos personales y recortes de prensa guardados por una conocida de Garavito en Trujillo.
La policía abrió las cajas y encontró cuadernos que proporcionaron un escalofriante recorrido a través de crímenes que se remontaban desde 1988. Además, también contenían prendas y fotos de niños que, para Garavito, representaban siniestros trofeos.
Luis Alfredo no era un depredador ocasional, sino en serie, que operaba bajo múltiples identidades. Usaba disfraces de mendigo, se hacía pasar por vendedor de imágenes religiosas y campesino para obtener la confianza de sus jóvenes víctimas. Así ganó apodos como ‘Tribilín’, ‘El Cura’, ‘El Loco’, ‘El Monje’, y el más temido de todos, ‘La Bestia’. Pero su reinado de terror llegó a su fin el jueves 22 de abril de 1999, en una ciudad colombiana llamada Villavicencio.
Allí, Garavito le prometió a un niño de diez años que le compraría un boleto de lotería si lo acompañaba a su casa, ṕero una vez que el niño se acercó, el hombre lo amenazó con un cuchillo y lo subió a un taxi con una advertencia escalofriante: cualquier grito sería su última palabra. Sin embargo, un ángel guardián inesperado apareció: un habitante de la calle presenció la escena e intervino arrojando piedras al agresor. Esto provocó que Garavito soltara a su presa.
Algunos transeúntes alertaron a la policía. Uno de los oficiales observó a un hombre, tal como lo había descrito el niño, salir de los matorrales. Inmediatamente, procedió a su detención. Garavito intentó eludir la justicia una vez más, identificándose con una cédula falsa que llevaba el nombre de Bonifacio Morera Lizcano.
Luis Alfredo fue llevado a la comisaría a un interrogatorio y ahí se supo todo: aquel hombre había aterrorizado a Colombia durante años.
Fueron ocho interminables horas de confesiones de Garavito, quien no opuso resistencia para contar sus crímenes. Aquel misterioso asesino y abusador había sido finalmente desenmascarado, con el horror de que, en su interrogatorio, soltó frases como “practiqué ritos satánicos con los menores que asesiné, lo hice a mi manera, pero no quiero explicar cómo lo hice; yo hice pacto con el diablo”. Finalmente confesó casi doscientos crímenes que ejecutó en Colombia, Ecuador y Venezuela.
Un sobreviviente
Dentro de toda la oscuridad sembrada, donde las huellas de Luis Alfredo Garavito dejaron cicatrices imborrables, emerge una historia valiosa: la de William Trujillo, uno de los pocos sobrevivientes que compartió su desgarradora vivencia. De hecho, el portal Infobae logró recuperar su historia.
Era el año 1979, en el pueblo de Caicedonia, Colombia, cuando la vida de Trujillo tuvo un capítulo de terror. Con tan solo nueve años, fue presa del desquiciado violador en un parque público.
“Yo pasé temprano y vi a unos niños jugando con cartones, se sentaban en el cartón y se resbalaban. Unos minutos más tarde, cogí el cartoncito, me subí al montículo y me tiré al resbalado por el caminito donde ya los otros lo habían hecho y cuando me senté para resbalarme fue que sentí una mano”, relató Trujillo, rememorando ese día.
Su agresor surgió de la nada, abrazándolo por detrás y mostrándole un machete. “No vaya a gritar ni vaya a hacer nada porque lo mato”, fue la advertencia que escuchó en ese momento.
Garavito se lo llevó a una casa destartalada cerca del parque, donde secuestró al pequeño.
“Me dijo: ‘quítese la camisa’. Y él me quitó el pantalón. Empezó a besarme horriblemente por todo el cuerpo”, recordó Trujillo, quien dijo que Garavito olía a un terrible sudor y tenía el peor aliento que alguien se pueda imaginar. Luego de esos actos, lo abusó sexualmente.
Después de doce horas de tenerlo aprisionado, bajo sus demandas sexuales, Garavito decidió dejarlo ir.
Lo que recuerda Trujillo, dentro de todo su trauma, es que a lo lejos sonaron unas campanas. El depredador se asomó fuera del cuartillo y simplemente le dijo “chao”. El niño salió disparado en búsqueda de su hogar, donde su familia llevaba toda una jornada de búsqueda para dar con su pista.
Los últimos días de Luis Alfredo Garavito
Condenado inicialmente a una pena de 1.853 años y nueve días de prisión por violar y segar la vida de al menos 142 menores (aunque se cree que pudo matar a 300 personas, pero muchos casos no pudieron probarse), se consideró que se debía dar una sentencia histórica contra ese asesino serial. Si embargo, no existe cadena perpetua en Colombia.
La justicia, en un intento por mantener cierta cordura frente a la monstruosidad de sus crímenes, decidió que Garavito debía enfrentar 40 años de cárcel, el máximo permitido por ley.
Durante años, este depredador permaneció recluido en la cárcel de Máxima Seguridad de Valledupar, conocida como La Tramacúa, donde purgó su condena hasta el día de su muerte.
El 10 de marzo del 2020, Garavito recibió un diagnóstico devastador: leucemia y cáncer de ojo. La enfermedad debilitó su cuerpo y menguó su salud. Se dice que el criminal poco a poco empezó a expresar remordimiento por sus delitos e incluso se rumorea que se convirtió al catolicismo.
Finalmente, el 12 de octubre del 2023, a la 1 p. m., la vida de Luis Alfredo Garavito se disipó. La clínica Nueva Santo Tomás del Caribe de Valledupar fue escenario de su último aliento, consecuencia de múltiples afectaciones de salud, según confirmaron las declaraciones oficiales del Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario. Ahora solo queda su historia, una de las más oscuras y tristes, y el llanto de los familiares de sus víctimas.