Luis Chacón llegó al arte por medio de la ciencia. Cuando era niño, allá en su Atenas (Alajuela) natal, recibía juegos de química, kits para coleccionar rocas o clasificar hojas y así aquel pequeño se puso a observar la naturaleza, sus colores, formas y texturas; comenzó a experimentar con ella y a coleccionar todo aquello que le llamaba la atención.
Ahora a sus 69 años y con décadas como un artista plástico consolidado, curador y gestor cultural, una sólida formación académica en el arte y decenas de exposiciones individuales y colectivas en Costa Rica y en el extranjero que lo respaldan, Chacón sigue dándole rienda suelta a aquel niño curioso y observador en un taller que más parece un laboratorio y en una casa que más se asemeja a un museo.
Es un hogar en que vivir rodeado de arte se lleva hasta las últimas consecuencias. La vista no tiene descanso y la curiosidad debe entregarse a la observación: sí, de aquel cuadro abstracto suyo que evoca a un mar bañando todo en olas y espuma, de sus paisajes que no tienen nada de típicos pero sí son muy costarricenses, de explosiones de color que muestran un amanecer o un atardecer, de experimentos en que sobresalen texturas y detallitos, de la cerámica rota que rompe paradigmas y cuentas historias…
Y va mucho más allá. La casa de este integrante del grupo Bocaracá –11 artistas que se unieron a finales de los años 80 con el fin de explorar sueños y tener más posibilidades para exponer– da cuenta de sus gustos, obsesiones, quereres, posibilidades y hasta chiripazos o golpes de suerte.
Es el arte en una oda al arte. Allí se hallan desde obras pequeñas de grandes maestros del arte mundial hasta trabajos de jóvenes artistas que lo han encantado. Todo en una armoniosa y escandalosa combinación de estilos, colores, técnicas, experimentaciones y firmas.
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¿Cuántas obras tendrá en su colección? “Uy, nunca las ha contado; quizá unas 300″, asegura.
Por supuesto, con tal cantidad de piezas artísticas, solo un grupo se gana el derecho para estar en exhibición en su sala, en el comedor, sus habitaciones y otros espacios. Por eso, cada febrero –más o menos–, como un torbellino, Luis le da vuelta a la casa. Cambia piezas de lugar, guarda unas, saca otras y su hogar es otro y a la vez el mismo.
“Todas las obras que tengo son porque me gustan; todas me deleitan. No las tengo por rajar”
— Luis Chacón, artista, curador y gesto cultural
“Todas las tengo porque me gustan; todas me deleitan. No las tengo por rajar”, asegura este artista, quien tiene la Licenciatura en Artes Plásticas de la Universidad de Costa Rica y un doctorado de la Universidad de París, en Francia.
¿Qué hará con esa colección de arte cuando muera?, le preguntan siempre los curiosos. Luis se ríe porque no piensa morirse pronto. Sin embargo, es claro: “Esta colección es para disfrutarla en vida; tengo ese privilegio. Es un placer personal. Al final, vos no te llevás nada. Eso sí, al Estado no se la dono; quizá al país sí, pero no al Estado”.
Ese convencimiento reviste una crítica a cómo el Estado administra y cuida sus colecciones de arte, una realidad que él ha conocido de cerca. Chacón fue curador de arte internacional del Museo de Arte Costarricense (MAC) y logró reunir la colección de trabajos de artistas extranjeros de la Galería Nacional de Arte Contemporáneo (GANAC, que no existe en la actualidad), que pertenece al MAC y se muestra en poquísimas ocasiones.
Este artista alajuelense fue primero coleccionista y luego artista. Recuerda que cuando vivía con su familia en Moravia le compró un dibujo y un óleo a un estudiante de Bellas Artes. “Es que me encanta estar rodeado de arte. Admiro a tantos artistas que me gustaría estar rodeado de obras de todos ellos. Lo que me gusta, lo compro, si está dentro de mis posibilidades”, cuenta.
“Me encanta estar rodeado de arte. Admiro a tantos artistas que me gustaría estar rodeado de obras de todos ellos. Lo que me gusta, lo compro, si está dentro de mis posibilidades”.
— Luis Chacón, artista, curador y gesto cultural
Reconoce que en el país no existe ninguna formación para coleccionistas, a pesar del importante papel que desempeñan en el arte. “Los coleccionistas sostienen a los artistas”, afirma.
Aquel niño que guardaba hojas y rocas siguió con su fascinación por la naturaleza, la cual no solo se manifiesta en sus creaciones, sino en un gran jardín tropical, lleno de plantas y detalles acompañados por infinidad de anécdotas. Porque hay que tener algo claro: cada objeto, cada detalle, cada cosita en esa casa tiene una historia que Luis relata con humor, fisga y espontaneidad.
Luego de esta pincelada por el coleccionista, nos sumergimos con él en su explosiva, diversa y amplia obra visual.
Y, por supuesto, el artista
En aquella casa-museo, muchos espacios han sido colonizados por su prolífica producción artística. Y sí, claro, hay muchas pinturas, pero también esculturas, collages, cerámicas y fotografías, porque a Chacón no le basta una técnica.
El curador Luis Fernando Quirós asegura que Luis tiene un laboratorio de arte contemporáneo, donde trabaja mucho, pinta, retoca, reinventa… “Pasa en ese ajetreo creativo. (...) En ese espacio se permite escuchar esas voces de su interior”, asegura el especialista.
Lola Fernández, su maestra en la Universidad de Costa Rica y su gran amiga, cuenta que Chacón se ha desarrollado dentro de su estilo de “manera muy generosa”. Esa generosidad es la que Chacón ve como su pasión inagotable y trabajo responsable en su profesión.
“Bah, no creo en la inspiración. Quizá hay un segundo de inspiración y lo que sí hay es mucho trabajo que guía a otro, a otro y a otro”
— Luis Chacón, artista, curador y gestor cultural
De esa fuente manan paisajes, pinturas abstractas, bodegones, apropiaciones, versiones –y (per)versiones–. ¿Hay inspiración? “Bah, no creo en la inspiración. Quizá hay un segundo de inspiración y lo que sí hay es mucho trabajo que guía a otro, a otro y a otro”, explica.
En ese proceso, Luis juega, experimenta y se desenvuelve con gran libertad y desenfado entre técnicas. “Puedo hacerlo porque no soy un pintor comercial, no ves la fila allí buscando mis obras. Así que yo hago lo que quiero”, agrega.
También es ese el momento en el que deja salir a su niño, uno que ha sido muy formado académicamente, que ha visto muchas exposiciones en los grandes museos y capitales del mundo, que respira, habla y vive arte.
Piensa que la pintura de verdad sale del alma, sin tanto artificio. Por eso, en su proceso creativo, comienza de forma intuitiva y, luego, va racionalizando su trabajo. E insiste: “Tengo una excelente formación para hacer lo que me da la gana”.
“Cuando me dicen maestro, yo les digo que claro porque eché tanto a perder que ya aprendí
— Luis Chacón, artista, curador y gestor cultural
Aunque se sabe experimentado y asegura trabajar incansablemente, no se cree perfecto, mucho menos un genio. Quizá por eso bromea, siempre mordaz: “Cuando me dicen maestro, yo les digo que claro porque eché tanto a perder que ya aprendí”. Y ríe.
“Cuando una pintura me sale chueca, la pongo patas arriba porque el color me sirve para darle una nueva visión”. Siempre sabe cuándo parar porque, afirma, que los cuadros le hablan: pínteme aquí, pínteme allá. Es un diálogo entre obra y artista, en que, al final, manda él.
Pinta encima de viejas pinturas suyas, sin broncas ni remordimientos. Se apropia de un Max Jiménez, de un Chagall, un Picasso o un Monet, toma lo que le sirve y las hace un Luis Chacón. No hay sacralización alguna, pero sí un proceso lúdico. Hay mucha formalidad entre tanto juego.
Además de reconocerle su “gran libertad y seriedad para enfrentar el proceso creativo”, la curadora Elizabeth Barquero, directora de la Galería Nacional del Museo de los Niños, recuerda que Luis Chacón es uno de los mejores coloristas del país. Es decir, es un artista en el manejo del color.
Esos colores explosivos y vibrantes son un sello inconfundible de Chacón. Ese uso del color fluyó en él de forma natural, incluso, confiesa, él dibuja con el color.
Esa paleta tan vigorosa y particular, como la describió en el 2012 el director y curador del Museo Calderón Guardia, Luis Rafael Núñez Bohórquez, sale precisamente de esa naturaleza que el artista observó con tanta curiosidad desde pequeño y que lo volvió a impresionar en la década de los años 80 a su regreso de su viaje de estudios a Europa.
“Lo suyo más bien es una disrupción a partir de una mirada intuitiva que se apropia de la realidad física, llámese playa, montaña, cascada, volcán, aves y animales para fragmentarla, despojarla de su simbolismo y reconstruirla en formas a partir del color”
— Juan Carlos Flores, crítico de arte
“Honestamente, Chacón no debe nada a respetables paisajistas como Gallardo, Quirós o Pacheco y ciertamente no califica como heredero de la tradición establecida por estos. Lo suyo más bien es una disrupción a partir de una mirada intuitiva que se apropia de la realidad física, llámese playa, montaña, cascada, volcán, aves y animales para fragmentarla, despojarla de su simbolismo y reconstruirla en formas a partir del color”, escribió el crítico Juan Carlos Flores en agosto del 2022.
Con esas disrupciones ha ganado premios nacionales y Áncora y ha llegado a las colecciones de los principales museos nacionales, a instituciones internacionales y a coleccionistas que le compran profusamente.
No solo ha roto paradigmas con el color. Para muestra, dos botones: Sin dedicarse a tiempo completo a la cerámica obtuvo una mención honorífica en la IV Bienal Nacional de Cerámica en el 2010 con María Antonieta, una obra compuesta por piezas de cerámica quebradas dentro de un marco color rojo sangre. No hubo cabezas guillotinadas, pero sí un enorme alboroto en el medio artístico por su osadía.
Acudió como invitado a la prestigiosa Bienal de Venecia en el 2011 con una alfombra roja con el texto “arte=paz” en todos los idiomas, la cual era pisoteada por el público del evento artístico. Es decir, el discurso sobre el arte y la paz terminaban siendo “pura paja”; sin duda dio de qué hablar y para él fue el mejor reconocimiento.
Con Bocaracá, Chacón se unió a un grupo de ruptura, que tuvo “mucha energía transformadora y aportó cambios importantes en la visualización de la imagen”. Funcionó, detalla, porque pudo compartir con colegas que tenían intereses similares.
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Posteriormente, Luis, un enamorado de Costa Rica, se encargó durante una década del programa de Arte en espacios públicos, con el cual la Municipalidad de San José dotó de obras de artistas costarricenses a la capital, como el mural de Francisco Munguía en la pared del Cementerio Calvo, las reproducciones de las lacas de Manuel de la Cruz González en el Paseo de las Damas, las esculturas de Adrián Gómez en Plaza González Víquez o el mural de Lola Fernández frente al Gimnasio Nacional, en la entrada de la avenida 10, entre muchas.
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No solo está orgulloso de que llegara allí donde está la gente, sino del recibimiento que le deban los transeúntes. Una vez, recuerda, una mujer lloraba feliz a la par suya y le decía que qué lindo ver arte así porque eso “usualmente” era solo para ricos. “Creí que solo pasaba en las películas, pero me pasó a la par mía”, dice. Ahora, lamenta el descuido en que se encuentra buena parte del arte en la capital.
Luego de tanto trabajo y camino recorrido, Chacón se siente un artista “ninguneado”: “Todos los museos tienen cuadros míos, pero nunca los exhiben. Nunca me invitan a nada. Tengo más oportunidades afuera –en el extranjero–”.
Parte del problema es que “hay una estrecha idea de lo que es el arte contemporáneo” y no lo incluyen en esa clasificación. “Esto no me frustra, pero sí me resiente”, agrega.
Igual, pronto el artista se sacude el resentimiento y continúa como si nada. Trabaja tan hiperactivamente como siempre porque no lo hace para invitaciones: es la forma de vida que eligió, incluso antes de que tuviera oportunidad. Profundicemos en esto.
El mundo que le abrió doña Flor
Fue un niño rural, rememora. Nació el 30 de setiembre de 1953 y vivió su niñez hasta los 11 años en Atenas en una gran propiedad junto a sus padres y un hermano. Su progenitor, Luis Guillermo Chacón, era tesorero en el Banco Nacional y su mamá, Dora González, era hija de gamonales.
Así como siente una enorme fascinación por el país, la siente por la naturaleza desde que tiene memoria. Su madre los llevaba a grandes museos y a viajes al exterior cuando chiquillos.
Su pasión por el arte, el color y la experimentación nació en clases con Flor de María Paniagua en los años 60. “Fue una profesora extraordinaria. Sembró la semilla del arte en mí”.
Sus primeras creaciones fueron “paisajitos” y, desde entonces, mezclaba técnicas y materiales: usaba pinturas Zapolín y encima les colocaba arena, por ejemplo. “Desde que empecé, nunca más paré”.
Cuando reveló que quería estudiar arte, su familia lo mandó con un psiquiatra. ¡Al psiquiatra! Temían que muriese de hambre. Con gran sentido práctico, Luis decidió tener dos profesiones y así se convirtió en profesor con énfasis en artes plásticas.
Sin embargo, nunca le gustó dar clases. “Se pierde mucho tiempo enseñando, prefiero pintar”, afirma. Curiosamente, en su carrera, ha aconsejado a muchos artistas que buscan su camino, asegura Elizabeth Barquero.
En su paso por la UCR, tuvo excelentes profesores: José López Escarré, Lola Fernández, Margarita Bertheau, Jorge Manuel Brenes y Sonia Romero, entre otros. Allí le dieron también una lección de libertad: “Escuche a todo el mundo y no le haga caso a nadie”. Luis fue obediente.
Siempre “fui volado”: hacía un relieve en madera, usaba ruedas de madera, reglas, papeles y otros objetos.
Aquel joven recibió el título una noche y al día siguiente estaba tomando un avión a Italia. Le inventó a la familia que lo habían becado en ese país europeo. De Italia se fue a Francia y París recibió a un tico que no sabía ni una palabra en francés. “Decía oui (sí, en francés) y no me entendían”, expresa entre carcajadas.
Sin la beca imaginaria, sus recursos eran limitados y necesitaba estirar la plata. Consiguió un trabajo cuidando unos niños y jugando a que ellos eran el profesor y él, el alumno fue aprendiendo el francés. El juego es muy productivo.
Estuvo en la escuela del Louvre un año y luego pasó a la Universidad de París, donde hizo el doctorado en artes plásticas con énfasis en Historia del Arte Precolombino.
El artista Rudy Espinoza le contó al papá de Luis la verdad sobre la beca del joven en Europa. “Papá me mandó una de las cartas más bellas que he leído y me mandó dinero para no pasar más penurias. Lo hizo con amor y esfuerzo porque era una época dura”, recuerda.
En París se le amplió la mirada, los contactos y las posibilidades. Incluso fue asistente del maestro venezolano del arte cinético Carlos Cruz-Diez (1923-2019). “Él me enseñó a ser artista, no solo pintor. A abrir más la mente y una enorme humildad”.
“Cruz-Diez me enseñó a ser artista, no solo pintor. A abrir más la mente y una enorme humildad”.
— Luis Chacón, artista, curador y gestor cultural
Regresó a Costa Rica en 1983. El resto es historia ya relatada.
La pandemia no lo paró. Acompañado por tres perritos –entre ellos Miró, un pomerania– y una gata, pinta, hace fotos, hace inventos, experimenta, construye y destruye el mundo en su casa, laboratorio y museo. Aquel niño curioso sigue intacto y siempre logra salirse con la suya en sus obras.