La espalda arde por el calor que transpiran las paredes del horno fabricado con receta chorotega: tierra negra para podrir, cal y boñiga de vaca.
Felipa Chavarría moldea con sus manos cientos de rosquillas que irán a parar a la panza hirviente del horno de barro. Es un ritual diario aprendido de su abuela, Francisca Romana, hace más de medio siglo. La abuela le enseñó que aquella masa de maíz se respeta y acariña .
Las rosquillas, rosquetes, tanelas y empanadas más famosas de todo Cañas surgieron a inicios del siglo pasado en Sandillal, y todavía no paran de brotar del horno, pero ahora en la cabecera del cantón.
Como recordatorio de una tradición heredada por décadas, hay una piedra de moler maíz a la entrada del puesto comercial La Romanita, abierto hace varias décadas por los descendientes de Francisca.
Olores para aplacar el hambre y mucha tradición gastronómica, también salen de un fogón en un patio del barrio Condega, de Liberia.
Compartiendo espacio con el naranjo agrio y las loras Chepita, Florita y Sole, un arroz de gallina ‘casada’ echa humo sobre la brasa ardiente bajo el alero del fogón. Cerca, hierven en una paila 150 piñas de tamales de cerdo.
Dicen en Liberia que no ha habido mejor cuchara que la de las cinco hermanas Peña, de las que aún viven tres.
Solo María Luisa guarda en su memoria más de un centenar de platillos típicos de la bajura guanacasteca, como los que ardían en el fogón.
Su recetario es amplísimo e incluye chanfaina (preparada con vísceras del cerdo), carne en vaho, sopa de mondongo, atol pujagua, piñonate, jocotadas y miel de marañón, manjares que son parte de la tradición más guanacasteca.