Durante tres semanas Marcela Morales Méndez tuvo mucho temor de contestar las llamadas que entraban a su teléfono. Ella sintió la angustia que han vivido muchas personas en Costa Rica y en todo el mundo, cuando sus familiares fueron hospitalizados por la covid-19. Cada vez que atendía le asustaba recibir una noticia fatal. Apenas asimilaba lo rápido que pasó todo y cómo, en poco tiempo, sus papás -adultos mayores-, se complicaron y requirieron atención médica.
Desgraciadamente, dos de esas llamadas fueron cortas y con noticias irremediables: sus padres murieron con 24 horas de diferencia. Un mes antes había perdido a su abuelo materno, don Eladio Méndez Cordero. La vida de Marcela cambió, mas la desolación que quedó luego de perder tan súbitamente a sus seres queridos, se ha ido transformando en fuerza.
Esto no sugiere que dejó de doler y que ella no esté viviendo su proceso de luto, sino que la pena insoportable la llevó a querer ayudar a otras personas que están pasando por lo mismo. Es por esto que ella, enfermera especialista en salud mental, ideó tener todas las semanas grupos de apoyo. Lo quiso hacer porque sabe lo que se siente.
Recordar la hace llorar y su relato transmite el mismo sentimiento. Aun así, Marcela decide continuar hablando y repasar lo que vivió: cree que si su testimonio puede ayudar a alguna persona ya merece toda la pena.
Cada palabra que contiene su relato empatiza sobre lo que es perder a un ser amado por una enfermedad que, dos años después de aparecer, continúa generando incertidumbre y dolor en quienes ven morir a un pariente. Ella experimentó ver partir a tres de ellos y hoy no cuestiona lo ocurrido ni piensa en escenarios alternativos en los que la realidad hubiera sido otra (sus padres decidieron no aplicarse la vacuna contra la covid-19). Honra la memoria de sus papás y abuelo y se fortalece para continuar por ella y por las personas que la necesiten.
Marcela es una mujer estoica. Esta es una crónica de su vivencia.
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“Los primeros días se veían bien”
Si no fuera por todas las desgracias que la covid-19 ha causado en el mundo sin distinguir edad, creencias, ni posición social, podría considerarse que la enfermedad letal se ciñó con la familia de Marcela Morales Méndez. El virus, que a la fecha ha causado cerca de 5.8 millones de muertes en todo el orbe, tocó a su núcleo más íntimo. Todo lo que vivió fue una seguidilla de inesperados acontecimientos.
Primeramente, recuerda, la enfermedad alcanzó a su hermano. Setiembre llegaba a su tercera semana y su familiar se puso mal, sin embargo, pudo salir adelante y no requirió ser hospitalizado.
“Dos de mis tías y mi abuelo materno sí requirieron internamiento. Mi abuelo falleció el 6 de octubre. Yo me fui a San Carlos a acompañar a mi mamá en el luto”, cuenta Marcela, enfermera de una institución pública costarricense.
De pronto, lo que inició como un acompañamiento familiar se tornó en una odisea.
Estando en casa de sus papás, en Venecia de San Carlos, su papá, don Omar Morales Solís, un señor de 74 años y conocido en la zona por su carisma y activismo para proteger el agua, asistió a una reunión. Llegó a la casa contando que uno de los asistentes “tenía gripe”. Las alarmas de Marcela se encendieron pero mantuvo la calma. Vio a su papá con su vitalidad de siempre, trabajando en la finca y cuidando de sus animales.
“Esa misma semana, el domingo, veo que mi papá empieza con síntomas. Yo le dije que necesitaba que se hiciera la prueba para yo regresar tranquila a San José a trabajar con mis pacientes. Me costó convencerlo. Fue el martes y ya tenía mucha fiebre. El jueves nos llamaron de la clínica a decir que estaba positivo. Ese mismo día mi mamá empezó con dolor de cuerpo. Para el viernes yo empiezo con síntomas”, rememora.
Ni don Omar, ni su esposa doña Julia Méndez Camacho, de 64 años, tenían una enfermedad de fondo que se creyera pudiera complicar su condición. La enfermera recuerda que durante los primeros días de síntomas, sus papás, dos defensores del agua y educadores de la zona, se veían bien. Ella se dedicó a su cuidado “24/7″, comenta. La temperatura empezó a subirles y tenían dolor de cuerpo. Además de vigilarlos, su hija asumió las responsabilidades de su papá, creador de la Federación de Asadas de San Carlos.
“Yo empecé a tomarles la oximetría, que es un punto de referencia médico para saber si están con problemas respiratorios. Mamá subía y bajaba. Ellos no se habían querido vacunar, yo respeté su decisión, se las debatí. Era muy propia (Marcela sí estaba vacunada). Ella tenía una saturación baja. Estaba entre 89-88 (cuando lo recomendado es que esté por encima de 90). Ya mi mamá había cumplido siete días después del inicio de los síntomas. Yo sentía fatiga, pero cuando uno cuida a los papás se olvida uno mismo. Le dije que yo necesitaba llevarla a la clínica”.
Marcela Morales recuerda que logró convencerla. El entorno se sentía triste. Ya en el centro de salud a la madre le pusieron oxígeno y allí inició otro debate: la señora se negaba ir a un hospital, porque tenía mucho temor de que la ingresaran a cuidados intensivos.
“Ella defendía que se quedaba en casa tomando cosas naturales. Ella se agarró mucho de lo que veía en redes sociales y creía lo que leía, sin buscar fuentes. Mis papás daban sus argumentos, era difícil. Teníamos discusiones científicas, primero enérgicas, luego más serenas”, confía la enfermera.
En el centro de salud, una funcionaria abordó a doña Julia para convencerla de que requería atención hospitalaria. Ella le sugirió hacer una prueba para ver cómo se sentía, lo que debía hacer era quitarse el oxígeno por dos minutos, si le empezaba a faltar el aire la señora debía irse al hospital, de lo contrario podía devolverse a la casa.
“Efectivamente necesitaba ir. Agachó la cabeza y dijo que iba al hospital. Nunca me dijo que se estaba ahogando. A mí tía sí le dijo. Yo iba detrás de la ambulancia. Fueron los 45 minutos más largos. Se me hizo una vida. Algo en el corazón me decía que mi mamá no iba bien. Cuando llegamos la doctora me llamó aparte y me dijo que mi mamá no pasó la prueba de gases arteriales, que requería oxígeno: tenía que quedarse internada. Yo abracé a mi madrecita querida y nos abrazamos como si fuese la última vez que la iba a ver. Salí con el corazón desgarrado. Ella me prometió luchar, tal y como me había enseñado”.
“Un hombre trabajador”
Marcela regresó a la casa para cuidar de su papá, quien estaba muy triste. Se abrazaron y decidieron elegir la esperanza: “todo va a estar bien”, le dijo la hija.
Amaneció, era sábado, y don Omar pidió desayunar pinto con huevo. Siempre vital, apenas su hija se ocupó en algo más “él se escapó” para asolearse. Inesperadamente, por la tarde, se desmejoró.
“Empezó a desaturarse la mañana del sábado. Terminé llevándolo al hospital. Tuve ángeles. El doctor me dijo que había pasado gases arteriales, pero detectaron que tenía coágulos por todo lado. No entendían cómo no se había infartado. Tenía que dejarlo internado”, cuenta.
Con la intención de que su ánimo mejorara, Marcela consiguió que a sus padres los mantuvieran en la misma habitación. Ambos le prometieron que iban a luchar por salir adelante.
“A él le dije que me prometiera que iba a defender su vida como un guerrero, así como defendió el agua”, dice.
Lamenta que poco después su mamá dejó de hablarle a ella, así como a sus hermanos (David, Ivan y Andrés). Su madre se sentía deprimida por lo que estaba viviendo y por lo reciente que estaba la muerte de su papá (el abuelo de Marcela).
“No quería hablar por teléfono, se dejaba ver por videollamada, intentaba sonreír, pero su mirada estaba triste”.
Los esposos permanecieron juntos muy poco tiempo, pues la señora se complicó. Aún en medio de la situación, la pareja seguía comunicándose gracias a la ayuda de los enfermeros, que transmitían los mensajes de cuánto se amaban. De repente los besos y respuestas a los “te amo” se silenciaron.
“Me llama mi papá y me dice: Marce, intubaron a su mamá (habían pasado 11 días desde que ingresó). Me enojé mucho, llamé al doctor a cargo. Le dije que como no me llamó para hablar con ella antes. Él dijo que era una emergencia, era eso o moría.
“A mi papá le dijeron que la iban a intubar y que por ahí del quinto día se lo quitaban. Él tenía esa alegría. Papi iba recuperándose. Yo iba de día de por medio al hospital (ya ella estaba mejorando). Vivía con ansiedad y angustia; cada llamada era un miedo terrible. Pasaron los días y papá empezó a desmejorar. Mami continuaba delicada pero con una leve mejoría”, rememora.
Mientras todo pasaba, a su celular llegaban mensajes de su papá. En los audios no se escuchaba con la ecuanimidad de siempre, ella describe que su voz tenía un tenor de desesperación: quería regresar a su casa.
“Yo lo intenté, pero los médicos me ejemplificaron que mi papá necesitaba 10 piscinas olímpicas por día de oxígeno. Estaba teniendo un daño importante en los pulmones. Él podía quedar oxígeno dependiente por el resto de la vida. Ese día hablé con mi papá en la mañana y yo le decía: papi, prométame que usted va a luchar. Todavía tengo los audios de él”.
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Por la tarde, Marcela recibió una llamada más. Como cada vez se armó de valor para contestar: al otro lado estaba un médico diciéndole que tenía dos noticias, una de su papá y otra de su mamá. De los anuncios uno era bueno y el otro malo.
“Le dije que primero me diera la mala. Me dijo que necesitaban intubar a mi papá, que si mis hermanos y yo estábamos de acuerdo. Le dijimos que hiciera lo necesario para que no sufriera.
La buena noticia era que mi mamá iba bien y que le harían una traqueotomía. Estaban muy contentos por el avance. A las 4 p. m. me volvieron a llamar para avisarme que mi papá estaba delicado, ya estaba con falla renal, estaban haciendo lo posible. El médico me dijo que como hacía con todos los pacientes, también lucharía por él. Yo entré en negación”.
“Se fueron juntos”
Tan solo cuatro horas después, Marcela recibió una llamada devastadora. La esperanza se convirtió en el más irremediable dolor. Era 11 de noviembre.
“A las 8 p. m. me llamaron: el doctor Méndez se quería comunicar conmigo. Se me salía el corazón. El doctor me dijo que lo intentó todo, pero que mi papá acababa de fallecer. La casa de mis papás, en la que ahora vivo, está en el campo y siento que mi grito se escuchó hasta el infinito. Era un hombre sabio y con una energía única. Tenía un carisma. Era maravilloso. Yo no entendía. Me quedé en blanco, la noche pasó y no me di cuenta. Antes de la llamada yo lo sentía, los perros de mi papá ladraban y ladraban. Yo salí a ver qué pasaba y ahora lo entiendo: él fue a despedirse de sus animales”, detalla.
Por la mañana, del 12 de noviembre, tuvo una sacudida de realidad. Cayó en cuenta de que tenía que ir a hacer el reconocimiento del cuerpo de su papá. Estando en el hospital, Marcela se acercó a buscar información sobre su mamá y topó con la lamentable noticia de que había desmejorado.
“No entendían, había estado mejorando. En el momento en el que mi papá murió ella empezó a agitarse, los signos le empezaron a subir, a decaer: estaba inquieta. Le di la información a mis hermanos. Les dije que nos preparáramos”.
Por la tarde, ya en su casa, el teléfono volvió a sonar. Era nuevamente el doctor Méndez pero, esta vez, para hablarle de su mamá. La señora había empeorado, había fallo renal y Marcela le preguntó “cuántas horas le quedaban a su mamá”. El doctor le respondió: “48″.
“Fue volver a pasar toda aquella película. Llamé a la trabajadora social, le pedí que nos dejara verla por última vez (por videollamada). Le decía: ‘mami, luche, quiero que me vea con vestido blanco…
“A las 11 p. m. me llamó una doctora que estaba de turno. Mi mamá había descansado. Se fueron juntos”.
La vida cambia
Marcela siente a sus padres en su corazón y en cada tarea del día. Tras lo ocurrido se mudó a casa de ellos, en San Carlos, para allí atender la propiedad y también mantener el legado de sus progenitores. Se instaló allí pero viaja a atender a sus pacientes, en San José.
El apoyo de Fernando, su pareja, de sus hermanos y sobrinos, han sido vitales en estos pocos meses. También conecta con la naturaleza en busca de paz, tiene acompañamiento en salud mental y basada en su experiencia como profesional desea brindar apoyo a quienes atraviesan por el duelo.
“La Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS) no tiene capacidad de dar seguimiento a la gente en este proceso de duelo. Todo lo que se vive antes es muy duro: no tener contacto con la persona que amas por tantos días duele más. Tuve que ver a mi papás en una bolsa plástica y es muy grotesco”, comenta.
Marcela insiste en que, en medio de su dolor, encontró una misión para acompañar a personas que atraviesan la misma situación. Es, además, una forma de acompañarse ella misma.
“Hace unas semanas publiqué un video donde hablo de mi experiencia. En el video digo que sí hay quienes pasan por la pérdida de un ser amado puedo ayudarles con un grupo de apoyo. Ya tengo una lista de personas para empezar a reunirnos virtualmente para hablar en grupo: es terapéutico. En este proceso uno se siente vacío; hay una tristeza profunda”, dice.
Igualmente, Marcela tiene las puertas de su proyecto abiertas para aquellos profesionales que se quieran unir y apoyar la iniciativa.
“Por ahora, este proyecto es para quien lo necesite. El dolor por covid es fuerte y traumante”, finalizó Marcela.
Inicialmente, las reuniones serán virtuales y se realizarán todos los martes, a las 7 p. m. Las personas interesadas en unirse pueden escribir o llamar al teléfono 8975-0320 o enviar un correo a marmormen26@gmail.com
Marcela tiene toda la disposición de ofrecer un empático y necesario consuelo.
“Con el tema de las vacunas les digo a las personas que no se dejen influenciar por lo que ven en redes sociales, que siempre busquen tener una fuente fidedigna. Escuchar ambas partes, sopesarlo con la consciencia. Decidir con sabiduría, conocimiento científico y hasta la parte espiritual. No puedo decirte que si mis papás hubieran estado vacunados estarían conmigo, pero tal vez, tan solo tal vez si lo hubieran hecho no hubiéramos pasado todo ese sufrimiento. Yo respeté su decisión, me siento orgullosa porque siguieron su ideal. No soy quién para juzgar, pero me duele quedarnos sin mis papás, una comunidad se quedó sin miembros”.
— Marcela Morales Méndez