Si odiar fuera deporte, detestar a Luisito Rey tendría categoría olímpica.
Hasta hace unas semanas, las desavenencias entre el artista español y su hijo, el cantante Luis Miguel, eran noticias añejas que, cada tanto, hacían su mejor trabajo por resurgir como si fueran nuevas.
A falta de entrevistas del “Sol de México” –es conocido que no se antoja de salir en tele y, desde los noventas, se resiste a dar “exclusivas” a revistas–, las “fuentes cercanas”, los rumores y las “revelaciones” rebuscadas en entrevistas viejas eran los resquicios favoritos para vislumbrar su pasado.
El pasado 22 de abril, el estreno de la serie Luis Miguel en Netflix no solo abrió trecho para conectar a los fans con la privada vida del artista sino, también, para inflamar odios apoteósicos contra su fallecido padre y primer mánager.
En 1994, dos años después de su muerte, Luis Miguel declaró frente a la conductora mexicana Rebecca de Alba que la pérdida de Luisito Rey “fue de las experiencias más duras que he tenido, de las experiencias más difíciles, porque él fue la persona que inició todo esto, y aunque no era una persona perfecta, creo nadie lo somos, él fue una gente que me enseñó una gran disciplina”.
La serie propone que el progenitor no fue imperfecto sino, en realidad, progresivamente abusivo con su hijo desde que utilizó sus talentos para sacar a toda la familia de la miseria.
“(Luis Miguel) Es una bellísima persona que ha sido explotado primero por su padre y más tarde por empresarios inescrupulosos”, dijo, después del primer episodio, el exdirector del Festival de Viña del Mar Sergio Riesenberg, quien debutó al ídolo en Chile en 1985, cuando tenía apenas 14 años.
Según los guionistas, para ese entonces, Luisito Rey había creado una rutina de inyecciones de efedrina con tal de mantener al joven Luis Miguel despierto durante conciertos y grabaciones de películas.
“Como director del Festival de Viña, recibí informes de la gente de atención del hotel en donde estábamos. Estábamos en piezas contiguas y se encontraban restos de cocaína en la habitación de Luis Miguel”, dijo Riesenberg sobre los rumores de las drogas.
Como villano de televisión, Luisito Rey cumple. El odio de los fans mueve pasiones, escribe tuits y crea eslóganes de camisetas – con un “Te odio Luisito Rey” basta, no hay que ser original para ser eficiente–.
Sin embargo, las telenovelescas manipulaciones contra su hijo no le restan un ápice a la realidad que comparte con otros padres de estrellas que comenzaron jóvenes sus carreras: el talento que no ha cumplido la mayoría de edad está a merced del capricho y voluntad de sus progenitores.
Sin dinero ni apoyo
A diferencia de sus contemporáneos, Enrique Iglesias nació en casa de herrero pero nunca tuvo el cuchillo para confrontar el talante de su padre famoso, Julio.
Mientras Luis Miguel, los Timbiriche, Los Chicos y otros niños trabajaban desde niños en enrumbar sus vidas hacia el espectáculo, Enrique creció bajo la sombra de la fama de sus apellidos.
Tanto así que las primeras canciones las presentó con un nombre inventado –Enrique Martínez– y financiado por un dinero que le dio su nana, Elvira Olivares.
A ella le dedicó su primer disco, acuñado después de que Enrique cumplió 20 años.
El gran capricho de Julio Iglesias fue no apoyar la carrera de su hijo –con tanto ahínco que le dijo que su primer disco era una “mierda”, según cuenta el mánager de Enrique–.
Con el tiempo, no pudo detener el curso de la vida: tres hijos que tuvo con la socialité Isabel Preysler se convirtieron en cantantes y figuras de la farándula. Con ninguno entabló una relación que superara la cordialidad.
“(Enrique) es un chaval que no admite, lógicamente con el éxito que tiene, sugerencias de nada. Entonces siempre hablamos de otra cosa, me cuenta que se ha comprado un avión nuevo, y pregunto lo que le ha costado y tal. Cosas superficiales que no valen para nada”, se quejó Julio el año pasado.
Pero Enrique, acostumbrado a ser reservado con su vida, nunca le contestó públicamente sobre sus quejas.
Niñez sin consejo
Drew Barrymore tenía catorce años cuando comenzó a vivir por su cuenta, emancipada, tras fracasar en un primer tratamiento de rehabilitación y estar en proceso de recuperación con un segundo ingreso a un centro de ayuda psiquiátrica.
“Desde que me hice famosa por E.T., mi vida fue muy extraña. Un día era una niña y al siguiente me acosaba la gente que quería que les firmara mi autógrafo, que querían una foto o que solamente me querían tocar. Daba miedo. (...) Después de mis diez años, estaba sentada en una habitación con un grupo de adultos jóvenes que fumaban marihuana. Quise probar y les pareció adorable una niña drogada. Eventualmente, eso me aburrió y mi mi mente adicta me dijo que si ya era adorable la marihuana también lo sería meterme con cosas más pesadas como la cocaína”, escribió para People en 1989.
Un cuarto de siglo después, convertida en una madre de familia y una adulta responsable de varios negocios –desde una productora de cine y tele hasta una marca de cosméticos— Barrymore compartió con periodistas, nuevamente, los caóticos excesos de su infancia.
Ella misma los había compilado en 1992 con el escalofriante título Little girl lost (Pequeña niña perdida). En el 2015, la artista coincidió las nuevas entrevistas con una segunda autobiografía, una versión menos crítica de sus experiencias: Wildflower (Flor salvaje).
De todas las cosas que cambiaron en su vida entre libro y libro, no cambiaron las preguntas que los periodistas tenían sobre su crianza: ¿dónde estaban sus padres mientras ella se enfiestaba en discotecas a los nueve años? ¿Se sentía explotada por ellos?
“Nooo. Bueno, sí, creo que mi mamá estaba en esas. Pero mi papá no, solamente no estaba disponible para mí”, le respondió a The Guardian.
Su padre, John Barrymore, abandonó a su hija a los seis meses de nacida, poco tiempo antes de que debutara en comerciales. Nunca se reconciliaron pero Drew pagó sus gastos médicos hasta que murió en el 2003.
Después de todo, el apellido paterno fue la primera llave que le abrió las puertas del espectáculo. Su abuelo fue un actor famoso y, como su padre y su hijo, también un famoso alcohólico.
En ausencia de John, su madre, Jaid, fue su mánager y la primera chaperona que tuvo en las discotecas en las que los paparazzi la encontraban divirtiéndose como otros adultos jóvenes, como si fuera parte del grupo de amigas de su mamá.
La relación con ella es parte del repertorio de anécdotas difíciles con las que Barrymore entretiene a sus entrevistadores, mas nunca ha hablado de Jaid con rencor.
Las asperezas de su infancia se han suavizado conforme las ha podido transformar en aprendizajes.
“Cada quien tiene su propio viaje y único, el mío fue muy poco ortodoxo. Irónicamente me ha hecho completamente apropiada como madre. Me convertí en lo opuesto. Estas son las historias que les diré a mis hijos en un tono de ‘por esto es que nunca lo volvería hacer’”, dijo en Ellen el año pasado.
Control y libertad
A diferencia de la caótica libertad de Barrymore , otras estrellas infantiles y juveniles de la época fueron asfixiados por dominancia de sus padres que, naturalmente, son los administradores de sus contratos y sus finanzas.
Frente al público, había un desborde de talento; detrás de los reflectores y las cámaras, había una disciplina que, también, habría sido difícil para cualquier adulto.
El patriarca de la banda Jackson Five, Joe Jackson, reconoció que golpeaba a sus diez hijos en el 2010. Un año antes, su hijo más famoso, Michael, había muerto de una peligrosa intoxicación con 50 años.
En la cúspide de su carrera, en 1993, Michael Jackson habló con Oprah Winfrey sobre los fajazos aleccionadores: “Si no lo hacías bien, te destrozaba”.
Era un testimonio chocante pero no tanto como el que su hermana mayor, La Toya, había dado dos años antes, cuando quedaron expuestas las condiciones familiares de los niños más famosos de la música pop: Joe “les pegaba a todos en la familia. Había mucho abuso. No solamente físico, también mental y sexual”.
A la fecha, Joe no ha admitido ningún detalle sobre esos últimos abusos. Pero cuando, hace ocho años, finalmente se confesó ante Oprah con su esposa no tuvo remordimiento: “No me arrepiento de los golpes. Los mantuvo a todos fuera de la cárcel y los enderezó”.
El padre de los Jackson ejerció control de todas las carreras de sus hijos hasta que estos cumplieron la mayoría de edad. Su hija menor, Janet, fue la última de salir de los confines de su autoridad para producir su tercer álbum, titulado sin ninguna ironía Control.
Pobre angelito
“(Mi padre) era un hombre malo. Era abusivo. Física y mentalmente”, dijo en enero pasado el actor Macaulay Culkin.
Culkin, como Michael Jackson, fue uno de los personajes que dominó la cultura pop de los noventas. Tanto así que ambos intérpretes se conocieron y se hicieron grandes amigos.
Sin embargo, Culkin obtuvo libertades que Jackson nunca reclamó en su familia. La primera, una pausa para su carrera de actuación (que ejerció, sin descanso, entre sus cuatro y los catorce años). La segunda, la emancipación de su tutela.
“Después de que hice Ricky Ricón en 1994, mis padres se separaron y fue una de las mejores cosas que me pasaron. Pude separarme del negocio y decirles que ojalá hubieran hayan hecho dinero porque no iban a sacar más de mí’”, explicó Culkin.
Maculay logró salir de la industria por tiempo suficiente como para terminar su secundaria, pero sus hermanos menores –Kieran y Rory– continuaron con la tradición familiar: interpretar teatro y cine por mérito de su talento, actuar para mantener a sus padres.