En una pila de juguetes destacaban las rayas blancas y negras del traje de un Roba Hamburguesas. A su lado, había un He-Man con la cara manchada, pero en buen estado; un poco más allá destacaba una Barbie despeinada y sin ropa. Además, un carrito de madera sin una llanta llevaba en su asiento a un Oso Montañés. Pero fue el Roba Hamburguesas el que llamó la atención de un muchacho joven que se interesó en el muñeco porque con él podía completar una colección que no logró terminar cuando era un chiquillo.
"El cuchillo de mango de madera vale ¢1.000". En el regateo obligatorio entre vendedor y cliente se logró el precio de ¢600. "Diay, lléveselo. No importa, la casa pierde, pero gana un cliente más".
Más adelante, en una mesa finamente adornada con billetes y monedas viejas de Costa Rica y con artículos antiguos de madera, plata, hierro y bronce; brillaba un pequeño Buda dorado.
"Déjemelo en ¢810, solo eso me salió". No muy convencido, el comerciante aceptó. El cliente salió casi que dando brinquitos de la felicidad.
"Ese es un fiebre de los budas, todas las semanas viene a buscar aunque sea uno", explicó Luis Quirós, quien tiene un puesto de numismática, pero también vende alguno que otro objeto de colección.
"Si lo ve mucho se lo lleva. Todo está en el suelo, solo aquí lo encuentra", "A mil, a mil, puede que más barato si lo negociamos". Así es una mañana en el Mercado de las Pulgas, en San José. Entre toldos, mesas, ropa, chunches, artículos electrónicos, celulares, cremas, monedas, juguetes, televisores, radios, zapatos, sartenes, ollas, cocinas, minimotos y cuanta cosa se le ocurra; decenas de comerciantes y compradores se fusionan con el Mercado del Mayoreo, a un costado de la Municipalidad de San José, en lo que podríamos llamar el paraíso de los acumuladores y coleccionistas.
Aunque con los años ha mutado, el sentido del Mercado de las Pulgas mantiene su esencia: lo que a uno ya no le sirve, para otro puede ser un tesoro invaluable. La mayoría de los comerciantes adquieren sus artículos por medio del reciclaje, ventas de garaje o simplemente son chunches que la gente les regala. Es la consigna de que nada es desechable.
Así pasa con David Chavarría. En su puesto hay impresoras viejas, herramientas herrumbradas, planchas de hierro y hasta monitores de computadoras. Él tiene cerca de 19 años en el mercado y asegura que sacó adelante a tres hijos, se hizo de un camioncito y hasta estrenó casa el año pasado a punta de "pulgas".
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"Yo soy mecánico de precisión, pero no me iba bien en eso, así que me animé a venir aquí. Si encontrara algo que me pague mejor que venir a vender a Las Pulgas, me voy, pero no hay nada", explicó este vecino de Santa Ana.
"Yo vivo del reciclaje de chatarra. La gente me regala cosas viejitas de las oficinas, también consigo cosas que me dan en casas del lado de Rohrmoser. Lo pongo bonito, lo limpio y lo que puedo lo arreglo para venir a venderlo. Vivo de esto, es pura ganancia, alguito que venda me llevo platica", contó Jorge Luis Vargas quien ya cumplió 20 años trabajando en Las Pulgas, vendiendo todo tipo de tiliches como adaptadores, cortinas o parlantes.
Búsqueda de Tesoros
Son pocas las horas que están las ventas disponibles en cada jornada. El día empieza a eso de las 6 a. m. y va terminando como a la 1 p. m. Es como en las ferias del agricultor: hay que llegar temprano y con buen tiempo para encontrar lo mejor.
Muchas veces de rodillas sobre el suelo, escarbando en las pilas de chunches es que se encuentran las grandes sorpresas. Otras veces nada más hay que "estar águila" viendo lo que bajan los vendedores de sus camiones, como pasó el sábado anterior cuando un señor cargaba sobre su hombro uno de esos equipos de sonido que tenían también un pequeño televisor. Esa joya por poco y no llega al puesto de venta, de camino se encontró a varios "novios" que le hicieron sus mejores ofertas.
Justamente son las antigüedades las más buscadas. Objetos únicos que no se encuentran en cualquier tienda o que por su belleza se salen del presupuesto. Un buen ejemplo de esto es un baúl hecho de madera de cedro que podría bien tener 80 años de existencia. ¿Se imagina usted qué clase de historias puede guardar una belleza como esa? Pues si le gusta, podría llevárselo por apenas ¢50.000. O bien, por unos colones menos, podría adornar su casa con un clásico chifonier de esos que usábamos para guardar ropa en las casas de los años 80. Precios de ganga, ese es uno de los temas más importantes en el mercado: el valor debe de ser lo más cómodo y atractivo posible.
"La amistades saben en lo que uno trabaja y están constantemente llamándonos para ofrecer cosas. Es nada más de ir a verlas y si están bonitas y en buen estado se negocian. Para todos es ganancia, más que aquí usted puede encontrar cosas parecidas en los puestos, pero nunca iguales. Si alguien tiene un reloj de pared antiguo el de a la par también, pero son totalmente diferentes y a precios distintos", explicó Rónald Salazar, quien es miembro de los comerciantes del mercado desde hace 12 años.
Familia variada
Adultos, niños, jóvenes, nacionales o extranjeros; la familia que se ha formado en Las Pulgas es tan variada como los artículos que ahí se venden.
María de Los Ángeles Mairena y Tobías Rodríguez son esposos. Tienen más de 22 años con su puestito de ropa americana en el mercado.
Ella comenzó a ir por recomendación de una excuñada, él trabajaba en la muni, era quien cobraba por los espacios en aquellos tiempos. Se conocieron, se enamoraron y ahora comparten el negocito que montaron después de pensionarse.
"Al principio a Tobías le daba vergüenza venir porque todos lo conocían, pero se le quitó", contó María quien entre semana va a las tiendas de ropa americana a escoger lo que más le gusta para venderlo los fines de semana en Las Pulgas.
"Un vestidito bien bonito puede costar unos ¢3.000, pero hay piezas que las vendemos en ¢2.000 o ¢1.000", explicó Tobías sobre las prendas.
Para ellos es una manera de mantenerse ocupados los fines de semana y de estar entretenidos los demás días buscando la mercadería.
Alexandre Argon es un joven francés que tiene cerca de un año de vivir en Costa Rica. Su sueño es poner una panadería francesa, pero mientras tanto se animó a vender sus artesanías hechas con madera y conchas de mar en el mercado, fue un amigo el que le dio un pequeño espacio para que expusiera sus creaciones.
El argentino Osvaldo Scalia tiene un puesto de tennis y camisetas nuevas. Compra saldos y menudeo en tiendas. En su lugar se pueden encontrar también teléfonos celulares originales.
Lubis Delgado y su esposo son de los más antiguos en el lugar, ya con 33 años de vender en Las Pulgas. Ella se va a buscar artículos a las ventas de garaje, también sus amigos le avisan cuando tienen algo interesante.
Lubis ha buscado por encargo desde camas hasta juegos de comedor que le piden sus clientes. "Esta es una gran familia, lo que no tiene uno, lo tiene el otro. Todos nos ayudamos, nos apoyamos, aquí no hay competencia porque queremos el bien común", dijo la señora mientras pulía unas hermosas copas gigantes de cristal.
Trabajo
Como bien lo dicen los mismos comerciantes, el Mercado de las Pulgas es una opción de trabajo honesto.
La Municipalidad de San José les facilita el espacio. Para ello deben de pagar lo que se llama un derecho de uso de piso, al día aproximadamente se cobran unos ¢4.000. También hay personas externas a la muni que alquilan los toldos en ¢1.500, aunque algunos de los comerciantes ya se han hecho con sus cositas propias y montan sus puestos.
La necesidad de ubicar a los vendedores en las instalaciones del Mayoreo surgió hace 20 años, según explicó Gustavo Salazar, jefe de la Sección de Mercados y Cementerios de la Municipalidad de San José.
La municipalidad en ese entonces les ofreció un espacio a las personas que vendían "pulgas" en el parque que está ubicado frente a la estación del tren al Pacífico. Esto significa que muchos de los vendedores que actualmente están en Las Pulgas son los originarios de aquel mercado itinerante. "Los vendedores tienen muchos años en el mercado, esto hace complicado que se puedan ofrecer más espacios porque tienen mucha antigüedad", explicó Salazar.
La municipalidad vela porque los usuarios (clientes y comerciantes) tengan un lugar adecuado para realizar sus transacciones, pero los vendedores aseguran que quieren que las condiciones mejoren.
"Esto comenzó hace como 39 años desde que estaban en el Pacífico. Todo empezó con las ventas de aserrín hasta que los pioneros se fueron unificando para vender también ropa y cositas. En este momento más de 250 familias se benefician del mercado", explicó Sergio Pérez, vicepresidente de la Asociación de Vendedores de las Pulgas (Asovenpul) que se creó para apoyarse entre todos los integrantes del mercado.
Pérez afirma que necesitan que se mejore el piso, además de que haya más limpieza y seguridad. Ante estos temas, el representante de la municipalidad aseguró que se han mejorado la luz del lugar, así como la construcción baños nuevos y unas tapias perimetrales. En el tema del recarpeteo del suelo también están trabajando en un proyecto para realizarlo.
Las Pulgas es como devolverse 30 o 40 años en el pasado para recordar la niñez o a la abuelita que ya no está. Nosotros esperamos volver para buscar el View-Master con el disco de La Cenicienta que costaba ¢1.000.