Nunca imaginé que me vería en una situación de salud como la que viví hace una semana. Sabía del avance del dengue en el país, pero en mi casa no hay criaderos ni tampoco en las de mis vecinos. Lo que menos esperaba era que un zancudo me cambiaría la vida por completo, haciéndome pasar los peores ocho días de mi vida.
Soy una persona saludable, que come bien y hace ejercicio de manera regular. Para mí, el dengue estaba lejos de convertirse en un problema. Nunca pensé que me afectaría y, mucho menos, que por ignorancia y exceso de confianza la situación se tornaría tan grave que llegué a temer por mi vida. Y no, no estoy exagerando.
Menciono la ignorancia y el exceso de confianza por dos razones muy importantes. En primer lugar, no sabía que para el dengue no existe más medicamento que acetaminofén. Así que, cuando comencé con los síntomas, tomé de todo, menos eso, y al final, automedicarme fue una mala decisión. En cuanto a la confianza, creer que el dengue solo afecta ciertas zonas de Costa Rica me hizo confiar en que nunca llegaría a mi casa.
Ahora, con las plaquetas de mi sangre nuevamente en niveles normales, y tras mucho sufrimiento, quiero contarles mi experiencia de la forma más sencilla posible. Tal vez alguien tome conciencia de que el dengue no es jugando.
Día 1: Síntomas del dengue y el desconocimiento
El viernes 18 de octubre, durante la madrugada (al amanecer del sábado), me despertó un extraño dolor en las rodillas y los tobillos. Entre dormida y despierta, pensé que era algo “normal”, debido a unas antiguas lesiones que tengo por jugar voleibol. Lo que hice fue frotarme con Cofal; sin embargo, el dolor era raro: una mezcla de frío y punzadas.
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Después de despertarme, pasé así toda la madrugada hasta la mañana. No dormí a causa del dolor. Además, apareció un dolor de cabeza que atribuí a la necesidad de cambiar mis lentes. Tomé dos aspirinas forte.
Día 2: Escalofríos y dolor corporal por el dengue
El sábado por la mañana fui a hacerme un examen de la vista. Para ese momento, el dolor de cabeza seguía, pero el de las piernas había desaparecido.
Después del examen en la óptica, los ojos comenzaron a dolerme mucho. Pensé que era por el esfuerzo que había hecho, pero ahora entiendo que no, que era otro síntoma del dengue, algo que en ese momento no sabía que tenía.
Fui a comer y luego al cine con mi sobrino. Alrededor del mediodía, empezó a llover. Nosotros estábamos dentro del centro comercial, pero un frío tremendo me invadió: no podía controlar mi cuerpo y comencé a temblar sin parar. Fue tanto que tuve que comprarme un suéter.
Fuimos a una farmacia, describí mis síntomas y me recetaron antigripales con diclofenaco. Me los tomé de inmediato. En el cine, el frío empeoró y me atacaron unas náuseas insoportables... Cabe destacar que hasta ese momento no había comido nada, ya que había perdido el apetito. Tuve que salir de la sala para vomitar.
En ese punto, caminar ya me resultaba difícil porque el dolor se había extendido de las piernas al resto del cuerpo: brazos, cabeza, manos, pies, abdomen y espalda.
Compré pastillas de Dolo-Neurobión para aliviar el dolor corporal. Me tomé una y me hizo maravillas: todos los dolores desaparecieron. Me tomé la temperatura y estaba en 37,5 grados.
Día 3: El día que estuve “dopada”
El domingo tenía un festival de voleibol en el que debía jugar tres partidos, así que, aún sin saber qué tenía, volví a tomar Dolo-Neurobión para combatir el dolor de cuerpo que había regresado al despertarme.
Me mantuve revisando mi temperatura, que no pasaba de los 37 grados. Jugué “empastillada” y todo estuvo bien, no tuve problemas. Sin embargo, alrededor de las 5 p. m., al llegar a casa y bañarme, todo volvió con mucha más fuerza.
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Fríos, escalofríos, temperatura de 38 grados, dolor de cuerpo y de cabeza, además de vómito y diarrea y hasta dolor en los dedos de las manos. Definitivamente, no era una gripe ni tampoco cansancio por el deporte.
Por la noche, decidí ir a Emergencias a una clínica. Al llegar, comencé a temblar sin poder detenerme. Cuando el doctor me preguntó mis síntomas, lo primero que me dijo fue: “No hay pruebas para el dengue hasta mañana. Es mejor que mañana vaya a la clínica de su localidad. Mientras tanto le voy a inyectar Voltarén y clorfenamina”.
El diagnóstico registrado en mi EDUS esa noche fue infección aguda de las vías respiratorias superiores. Después de las inyecciones, volví a casa y dormí de maravilla, sin dolores ni molestias.
Día 4: El diagnóstico de dengue
El lunes por la mañana fui a la clínica de Alajuelita porque los malestares regresaron, cada vez más intensos. Tras relatarle a la doctora mis síntomas: dolor de cuerpo, fiebre, vómitos, diarrea, dolor de cabeza y de ojos, me envió a hacerme un examen de sangre para confirmar o descartar el dengue.
Ese primer resultado –aunque luego me explicarían que no era definitivo– indicaba que tenía dengue sin signos de alarma. También me hicieron un conteo de plaquetas (esenciales para la coagulación de la sangre), y el resultado fue de 158; lo normal está entre 150 y 400.
La doctora me explicó que el dengue provoca una disminución de las plaquetas, lo que podría conllevar el riesgo de hemorragias si no se cuida la alimentación y los hábitos para evitar que bajen aún más, algo que me sucedió.
Cuando le conté lo que había tomado y lo que me inyectaron durante el fin de semana, me llevé una buena regañada. Para el dengue, no se puede tomar ningún medicamento que no sea acetaminofén, ya que los analgésicos comunes (como la aspirina y el ibuprofeno) pueden aumentar el riesgo de sangrado.
Con mucho dolor, náuseas, fiebre y diarrea, regresé a casa. Lo único que podía hacer era tomar acetaminofén y mucho suero. El cuerpo estaba tan agotado que solo quería descansar, y eso hice. No había comido casi nada por la falta de apetito y las náuseas, pero me obligué a hacerlo: sopas, suero y agua de coco fueron mis aliados ese primer día del diagnóstico.
A partir de ahí, la recomendación médica fue consumir alimentos naturales para tratar de subir las plaquetas. En mi caso, los jugos de guayaba, naranja con apio, limón y kiwi fueron grandes aliados. Para el martes, ya había empezado a comer lentejas con pollo.
Día 5: Exámenes de sangre y citas de control
Parte del protocolo para el control del dengue es asistir diariamente a la clínica para medir el nivel de plaquetas y monitorear los síntomas. En mi caso, no había mucho que hacer para mitigar el dolor: descanso, acetaminofén, jugos claros y una buena alimentación a la que le sumé espinacas.
El segundo conteo de plaquetas fue de 138. Pensé que había bajado poco y que todo estaba bien, pero no fue así. Ese día, los síntomas habían disminuido un poco en intensidad, pero apareció otro: mi rostro amaneció hinchado y de color rojo. Me ardía y me picaba mucho.
La doctora me insistió en que tomara más jugos de frutas verdes y me prohibió consumir cualquier cosa “de color rojo” (como fresas y carne, por ejemplo). También me advirtió que evitara el sol.
Por la noche, regresó el frío intenso, ese que no se va ni con medias ni cobijas, ese que parece venir desde dentro. La fiebre subió a 38 grados.
Día 6: La caída de las plaquetas
El miércoles y el jueves, días seis y siete de la enfermedad, fueron los peores.
El miércoles, luego de hacerme el examen de plaquetas, supe que habían caído de 138 a 96. ¡Qué susto me llevé! Sabía poco sobre el dengue y ver esa caída me alarmó. Además, ese día me dieron los resultados oficiales del virus: confirmado, tenía dengue, por si había alguna duda. La preocupación de mi familia me tenía todavía más estresada, nadie sabía todo lo que estaba pasando y la incertidumbre nos invadió a todos. Estábamos muy asustados.
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Para empeorar la situación, ese día descubrí varios moretones en mis brazos y amanecí con el cuerpo cubierto de manchas rojas. Ya no solo la cara estaba afectada, ahora también los brazos, piernas, abdomen, espalda y hasta la cabeza me ardían y picaban intensamente.
La doctora me advirtió que estaba en los días más críticos de la enfermedad y que, si presentaba algún tipo de hemorragia (en la boca, nariz u oídos), debía ir de inmediato a Emergencias. Y eso sucedió al día siguiente.
Día 7: Sangrado en las encías
Los síntomas disminuyeron. Solo quedaba un dolor fuerte en la espalda y en las caderas, pero era soportable. La temperatura también se estabilizó.
Amanecí con diarrea y náuseas. Los resultados de los análisis de sangre no fueron alentadores: las plaquetas bajaron de 96 a 92. Aunque intenté ver el vaso medio lleno pensando que la caída había sido pequeña en comparación con los días anteriores, no dejaba de preocuparme.
Esa noche, antes de acostarme, tuve el mayor susto. Al lavarme los dientes, noté que mis encías estaban sangrando.
Fui a Emergencias de la clínica, tal como me indicó la doctora, y me enviaron en ambulancia al hospital. Ahí pasé más de cinco horas sin ser atendida, hasta que finalmente me revisaron casi al amanecer. Por suerte, el sangrado había cedido. De cualquier manera, al día siguiente tendría más exámenes de sangre y otra cita de control.
Día 8: La estabilidad
El sangrado solo aparecía al lavarme los dientes, y me sentía mucho mejor, a pesar de que el cuerpo seguía brotado y ardía.
Esta vez los exámenes sí fueron positivos. Lo peor había pasado, aunque debía seguir cuidándome. Las plaquetas habían subido de 92 a 138. ¡Qué alivio!
“No baje la guardia, siga haciendo lo que está haciendo”, me dijo la doctora con palabras alentadoras.
Día 9: Alta médica
Sí, sufrí mucho. Hubo días en los que el dolor no me dejaba dormir. El cansancio era incontrolable. Ir a la clínica todos los días fue complicado. Estar en Emergencias tres veces no es una experiencia agradable. No saber qué va a pasar con la enfermedad y no poder hacer nada para calmar los síntomas fue muy difícil.
No obstante, con mucho descanso, hidratación, buena alimentación y siguiendo al pie de la letra las indicaciones médicas, logré superar el dengue. En el último control, los exámenes mostraron que las plaquetas habían subido de 138 a 217. Fue como aprobar con una nota perfecta un examen final en el colegio.
El doctor que me atendió el último día me recomendó seguir con los cuidados que había mantenido durante toda la semana. El virus aún estaría en la sangre un día más, así que no debía bajar la guardia.
Hoy, mientras escribo esta bitácora, mi cuerpo sigue cansado, lo cual es normal. Me tomará al menos una semana más para recuperarme por completo.
Como mencioné al principio: el dengue no es jugando. Cuidémonos entre todos. Eliminemos criaderos, usemos repelente, fumiguemos la casa, y usemos plaquitas o espirales. Y, sobre todo, ante la duda, no tomemos ningún medicamento que no sea acetaminofén.
El dengue en las palabras de un doctor
El doctor Luis Gabriel Mora, de Coopesalud Desamparados, explicó en palabras sencillas los cuidados y atenciones que debemos tener ante el dengue.
A continuación, una serie de preguntas y respuestas para entender mejor el virus.
−¿Cómo distinguir cuando puedo tener dengue y tomar la decisión de ir al médico?
−Normalmente, vamos a tener el dengue como una enfermedad febril, es decir, que ha tenido fiebre de aproximadamente dos a siete días. Además de la fiebre, voy a tener una de estas dos características: náuseas, vómitos, brotes, dolor de cabeza, dolor detrás de los ojos cuando los movemos de manera fuerte, dolor de músculos o de articulaciones. Otra cosa que podemos ver, que nos llama la atención para ir a consulta, es la aparición de pequeños puntitos de color rojo o moretes.
”Un punto diferenciador a otras enfermedades es que la fiebre se nota; se sabe bien cuándo comenzó. Casi todos los pacientes dicen: “me dio fiebre tal día”.
−¿Por qué no se puede tomar nada más que acetaminofén?
−En los pacientes que están sospechosos de dengue, lo primero que deben tener es muy buena hidratación con líquidos claros.
”En el tratamiento, hay dos principios patológicos: el primero es que aumenta la permeabilidad del bazo, es decir, es como un colador cuyos huequitos se hacen más grandes y provocan mayor salida del líquido, lo que altera las plaquetas.
”El segundo punto es esa alteración de las plaquetas. El dengue baja el número y, si usamos medicamentos para el dolor como los antiinflamatorios, les decimos a esas poquitas plaquetas que no se peguen para la coagulación; entonces, estoy agravando el problema de fondo”.
−¿También aplica con otros medicamentos?
−Los medicamentos intramusculares e inyectables es mejor escoger otra vía de utilización, como la vía oral o intravenosa. Si tenemos poquitas plaquetas y yo meto una aguja en el músculo, puedo generar un sangrado que, como tengo quizás pocas plaquetas, no se va a controlar tan fácil ni tan rápido. En el dengue, están contraindicados todos los tratamientos intramusculares e inyectables.
−¿Cambió la terminología que conocíamos del dengue: ya no hay hemorrágico?
−Ahora se divide en tres: dengue sin signos de alarma, dengue con signos de alarma y dengue grave.
”El dengue sin signos de alarma muestra fiebre, dolor de cabeza y de cuerpo. Cuando a eso le sumamos dolor abdominal intenso, vómitos persistentes, sangrado de las mucosas, hipotensión (que se nos baje la presión o nos desmayemos) o aumento de una célula sanguínea en el conteo del hemograma, pasamos a tener dengue con signos de alarma.
“Cuando, además de estas manifestaciones, tenemos un estado de shock, una dificultad respiratoria, un sangrado grave o un compromiso del hígado, del riñón o del corazón, es dengue grave”.
−¿Qué debemos hacer para recuperarnos del dengue?
−El tratamiento del dengue es el reposo, primero para que el cuerpo tenga oportunidad de sanarse y para prevenir microtraumas. Si andamos con las plaquetas bajas y voy a jugar fútbol, estoy expuesto a un trauma, y posiblemente pueda haber un sangrado que no podamos parar.
−¿Se pueden tomar jugos de color rojo, como el de uvas?
−La hidratación en todo sentido es de suma importancia porque tenemos una pérdida de líquido del bazo sanguíneo y tenemos que reponerlo. Es importante el uso de suero y líquidos claros.
”En el caso de cosas de color rojo, es especialmente para evitar confusión. Si estás tomando jugo de uva y la orina o las heces toman un color más rojo o morado, uno no sabe si es por un sangrado que son indicadores de un dengue con signos de alarma o grave.
”Aparte de que hay una falsa ilusión de que el jugo de uva eleva las plaquetas, no va a generar algo beneficioso, sino que nos va a confundir”.
−¿Cuál es el momento más peligroso del dengue?
−Es cuando se va la fiebre. Cuando al paciente se le quita la fiebre, por ejemplo, el martes, el miércoles y el jueves son los días de mayor peligrosidad porque la caída de la fiebre está asociada a la caída de las plaquetas los dos días posteriores a que ya no tenemos calentura. Ahí es cuando hay que estar más pendientes del control médico porque hay mayor tasa de complicaciones.
−¿Cuánto tiempo tarda el cuerpo en recuperarse del dengue?
−En niños y adolescentes, a los tres o cuatro días más o menos se vuelve a la normalidad, pero en los adultos necesitamos al menos 15 días más después del alta para recuperarnos por completo. En ese tiempo seguirá el cansancio y la debilidad; es normal porque el cuerpo está tratando de recuperarse.