México, 1953. El país florece en medio del desarrollo económico sustentado en la industria, las exportaciones, la urbanización y la educación. Adolfo Ruiz Cortínez, del eterno Partido Revolucionario Institucional (PRI), es entonces presidente de esa nación. Las mujeres mexicanas, abnegadas en las tareas domésticas y luego de participar en varias revoluciones, alcanzarán ese año el derecho a ser llamadas ciudadanas. Siempre, claro, que al cumplir 18 años se hallen cobijadas por un matrimonio formalmente constituido. En caso de no contar con el amparo de un marido, deberán esperar a cumplir 21 años y demostrar que llevan "un modo honesto de vivir", como manda la Constitución Política también para los ciudadanos varones.
Es 17 de octubre, día histórico en que las leyes mexicanas se reivindican para dar paso al voto femenino. Ese mismo día, en una iglesia remota de Ciudad Juárez, en el extenso desierto que colinda con las abundancias norteamericanas, una joven y feliz pareja se jura amor eterno ante la bendición de Dios. Tres días antes, habían consumado su unión bajo las leyes terrenales, al otro lado de la frontera, en Nuevo México, Estados Unidos.
Hasta aquí, esta sería una historia normal sobre el origen de una opulenta familia del norte de México, formada por el joven heredero de lo que se convertiría en un imperio internacional del gas, Miguel Zaragoza Fuentes –entonces de 19 años– y Evangelina López Guzmán, cuatro años mayor y de quien no circulan mayores datos.
Sería quizás una historia romántica acerca de un matrimonio que procreó 10 hijos y vivió en medio de la riqueza y la felicidad hasta su vejez. Sin embargo, a partir de ese momento las versiones sobre este magnate y su esposa se contradicen y distorsionan en medio de culebrones amorosos y judiciales que terminaron por ventilarse en las páginas de periódicos del mundo y por impedir el abastecimiento de gas a medio millón de hogares de un pequeño país centroamericano llamado Costa Rica, más de 4.000 kilómetros al sur de donde se consumó aquella unión.
Para efectos nuestros, ahí empieza lo relevante de esta historia.
La otra. Costa Rica, 2015. La verdad es una diosa esquiva y escurridiza y las distintas verdades sobre cómo llegó hasta las cocinas de los costarricenses el conflicto legal de un matrimonio mexicano coinciden en que, solo seis años después de la boda, cuando la pareja tenía ya cuatro hijos, el poderoso empresario se separó de su esposa, quien vivía dedicada al hogar.
Unos aseguran que Zaragoza inició formalmente un proceso de divorcio; otros lo rebaten y dicen que falsificó la firma de su compañera y que la separación legalmente nunca se concretó.
En lo que no hay punto de discusión es en que, por mucho tiempo, apoyado en la prosperidad económica de su imperio de gas licuado, el magnate se vinculó sentimentalmente con otras mujeres, principalmente con Dora Martínez, con quien supuestamente también contrajo matrimonio.
Las fotos y relatos familiares dan cuenta de que, en realidad, la relación con la primera esposa no terminó, sino que, en una especie de acuerdo no escrito, Zaragoza, su esposa y su amante reconocida, supieron convivir por más de dos décadas.
Incluso, el matrimonio original engendró otros seis hijos y festejó sus 50 años de enlace con una pomposa fiesta de bodas de oro. Como prueba, los archivos judiciales contienen la fotografía de una medalla de plata conmemorativa en la cual se observan las siluetas de los cónyuges en un gesto de cariño.
El pacto funcionó para todos, hasta que una tercera mujer ganó terreno en el radio amoroso de Miguel. Aunque parezca guion trillado de telenovela mexicana, la historia cuenta que el amor del magnate le fue arrebatado a Dora –su amante oficial– por una muchacha que ella misma había contratado como empleada doméstica.
El triángulo se convirtió en un cuadrado y la nueva la geometría amorosa actuó como la chispa que provoca la explosión. Elsa Esther Carrillo, la nueva amante de Miguel Zaragoza –20 años menor que el magnate– no solo se introdujo bajo sus sábanas, sino también en los boyantes negocios de Gas Zeta, una gigantesca empresa trasnacional que para entonces operaba en nueve países, llegaba a 950 ciudades mexicanas y tenía una planilla de 7.000 trabajadores.
Aquí es donde, en las telenovelas mexicanas, el director aprovecha el clímax y nos vamos a comerciales; aquí es donde, en la vida real, aparece un batallón de gélidos abogados y todos se van a juicio.
El bando de Evangelina asegura que ella, con 83 años y una vida entregada al cuidado del hogar, se sintió desprotegida y expuesta a perder la parte del patrimonio que por ley le correspondería, y que por ello interpuso una demanda de divorcio el 29 de mayo del 2014.
Lo que nadie explica con total certeza es por qué el proceso se inició en el Juzgado Familiar del condado de Harrison, Texas, en Estados Unidos. Cercanos a ella argumentan que la mujer se había trasladado a vivir ahí con una de sus hijas. Un bando contrario en esta disputa aduce que la anciana obtuvo asesoría y decidió tantear un nuevo terreno judicial para ganar ventaja.
Las versiones van y vienen y, como dijimos, la verdad es una diosa escurridiza.
Estallido. El enmarañado legal se desarrolló sin causar sobresaltos en Costa Rica, país en el que, para este siglo, miles de comercios y hogares dependen del gas para cocinar y calentarse y en donde Gas Zeta conquistó el 75% del mercado consumidor. Sin embargo, el lío estalló en los hogares costarricenses, paradójicamente, cuando la mezcla de gases dejó de llegar hasta las cocinas.
Por 17 días, entre el 23 de abril y el 10 de mayo de este año, 500.000 familias ticas, muchos restaurantes, hoteles y comercios, entraron en crisis al encontrar sus cilindros vacíos.
La histeria colectiva se agudizó al destaparse que aquel desabastecimiento tenía su origen muy lejos de este país y que el problema que había dejado anémicas a las fábricas de gallopinto era la confluencia –en una misma cama– de una esposa, un magnate y dos amantes. Entonces, los representantes de las diferentes verdades en Costa Rica desenvainaron sus filos y salieron a defender las suyas.
Hasta las autoridades entraron a mover sus fichas y al campo de las batallas amorosas y comerciales ingresó la política. En pánico por activar una bomba que podría estallar en las barbas del primer año de administración Solís Rivera, al conflicto amoroso-judicial entre Miguel y Evangelina se sumaron los ministros de Trabajo, Ambiente y Comunicación de Costa Rica.
Primero, dieron conocer que, en enero, el juez de Texas que conocía el proceso de divorcio ordenó que, mientras no se dictara una sentencia que dividiera los bienes definitivamente, no se podrían hacer cambios administrativos en ninguna de las compañías de la pareja.
Esas medidas fueron homologadas aquí por el Juzgado de Familia, por lo que –en buena teoría– lo que correspondía era mantener como apoderado de Gas Nacional Zeta a Noel Bustillos, casado con una de de las hijas del matrimonio que continúa aliada a su madre.
Y como si la hoguera de versiones, amantes y abogados no fueran suficiente, en ese momento apareció una firma suiza asegurando que era dueña de la compañía costarricense desde años atrás. Según la versión de los suizos, Miguel Zaragoza aparecía como presidente, pero no era accionista. Bajo ese alegato, los suizos despidieron al yerno aliado de Evangelina y pidieron al Ministerio de Seguridad que lo desalojara.
Fue justamente el 23 de abril de este año cuando la Policía sorprendió a administradores y empleados al desalojar las principales plantas de Gas Zeta, en El Coyol de Alajuela y La Lima de Cartago. Noel Bustillos sufrió el desalojo pero se llevó a su gente con él. Una nueva administración impuesta por la firma suiza entró al juego sin contar con el personal para mantener los establecimientos en funcionamiento y ahí empezaron los días de apuros en las cocinas de familias y comerciantes.
Con la mediación del Ministerio de Trabajo, el 11 de mayo regresaron muchos de los trabajadores de las plantas, eso sí, bajo el mandato de los suizos. Los aires parecían calmarse y, poco a poco, el gas volvió a sustentar a miles de cocinas costarricenses. Sin embargo, solo unos días después, el legalismo se impuso nuevamente. Seguridad admitió que cometió un error al desalojar a Bustillos de las plantas, pero, cuando pretendía devolverle el control, un Tribunal Contencioso lo impidió al acoger medidas solicitadas por el grupo contrario.
El delirio se asomó de nuevo, pero en junio, el Tribunal de Familia volvió a ponerse al frente con una tajante decisión: se debía deshacer cualquier cambio aplicado en la empresa desde enero, cuando en Estados Unidos se ordenó el congelamiento de las empresas. Con las cartas otra vez a su favor, Bustillos regresó a capitanear la cuadrilla gasera.
La tormenta mediática se apaciguó. Las publicaciones y campos pagados en la prensa se traslaparon con debates públicos sobre privilegios en los salarios de funcionarios del Estado y los vaivenes de Dancing with the Stars.
Pero ahí, en lo íntimo de la disputa familiar-empresarial, las partes reconocían que la fuerza arrasadora se seguía alimentando en un pleito fuera de nuestras fronteras que había llevado hasta el límite de una orden de captura a un poderoso hombre, esquivo de los estrados judiciales.
La válvula se mantenía abierta. Evangelina López, Miguel Zaragoza, sus dos amantes más conocidas y una corte de abogados en varios países, esparcían su energía a la espera de que el azar, el amor, el despecho, la muerte o la justicia, definieran cuál será el próximo chispazo en este volátil culebrón mexicano.
La explosión final ocurrió el 5 de noviembre en Houston, Texas, cuando el juez de Familia Roy L. Moore, puso fin a la novela y le otorgó a la anciana la mitad de la fortuna gasera, valorada en $2.000 millones. En la lista a su favor –dicen quienes conocen el caso– se observan las plantas de Costa Rica.
Ahora, un silencio predomina alrededor. Algunos creen que lo peor ya pasó y otros, con disimulo, se acercan para intentar percibir la más ínfima fuga de energía que pueda volver a alimentar la potencia destructora.
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