En la mesa hay un cenicero limpio con el sello del Hotel Nacional de Cuba. Por las patas se escurre Carbón, un gato negro que, dice, llegó a la casa de barrio Escalante para cazar un ratón que quedó en el lugar “después de La Habana”.
“Siempre calculé una cursilería, que no iba a poder a sobrevivir a José. Parece de novela, pero siempre pensé que iba a ser así”, dice interrumpiéndose a sí misma con una risa corta, mientras recuerda su matrimonio con José Merino del Río, fallecido en Cuba, en octubre del 2012.
Patricia Mora Castellanos usa el pelo corto y joyería colocada intencionadamente en su cuello, muñecas y dedos. En las manos, sostiene un cigarrillo electrónico que deja quieto para gesticular con libertad.
Tiene la voz grave y ronca, como la acostumbraba blandir en la Asamblea Legislativa. Retiene las palabras y pausa para escoger con cuáles va a continuar hablando a continuación. Es vehemente cuando habla, pero es evidente que ha aprendido a cuidar lo que dice.
En su voz, una anécdota se conecta a la otra y, la mayoría, están traspasadas por el pronóstico del cáncer que, por nueve años, enfrentó junto a su difunto esposo. Un segundo luto la ocupó menos de un año después, cuando murió su papá Eduardo Mora (también una figura de la izquierda costarricense).
A sus 67 años, nadie la describiría como una mujer tímida. Pero sentada en la sala de su casa, toma de su vida personal para narrar su vida política. Son hojas de la misma novela.
En el capítulo más reciente, es ministra de la Condición de la Mujer y presidenta ejecutiva del Instituto Nacional de la Mujer. Es la primera vez que tiene una agenda propia, sin tener que mantener la armonía de una fracción ni un partido.
Pese a ser conocida por su afiliación con la izquierda política del Frente Amplio (FA), Mora llegó a su primer cargo en el Poder Ejecutivo junto con el resto del “Gobierno del Bicentenario”, invitada por el presidente Carlos Alvarado, del Partido Acción Ciudadana (PAC).
Dice que fue “la decisión más difícil en una ya muy larga vida”.
“Terminé diciendo sí media hora antes de que empezara a hacer públicos los nombres en el Edificio Metálico”, se confiesa. “Yo no pude haberme imaginado jamás como parte de un gabinete. Yo crecí contestándole al sistema”.
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Apenas hace tres meses, los planes de Mora eran dejar su curul y regresar a la docencia en la Universidad de Costa Rica. El tiempo libre que ahora no tiene, lo planeaba usar para reorganizar su casa (con especial atención en la gran biblioteca que se formó de los libros que heredó de las muertes de su tío, su esposo y su papá, en ese orden).
Su decisión, difícil como fuera, no fue un capricho. Para seguidores y contrincantes por igual, sorprendió ver a la líder del partido de izquierda acoplarse al gobierno centrista de Alvarado, más vinculado al socialcristianismo tardío de Rodolfo Piza que a las demandas progresistas del anterior PAC.
Mora explica que el único punto de coincidencia que comparte su visión política con el plan de gobierno del PAC es la “agenda de respeto de los derechos humanos”.
Dos meses y medio en el Inamu han sido fuente de una nueva “perspectiva de género” que, hasta entonces, no había sido el foco de su incidencia política.
“Yo no he teorizado sobre feminismo”, admite. “Yo creo que toda mi vida he defendido los derechos de los más desfavorecidos. Eso lo creo. Si hay un sector desfavorecido entre los desfavorecidos, es el de las mujeres”.
En la izquierda
El fundador y exdiputado del Frente Amplio José Merino del Río, está por toda la casa: en las fotos, en los libros y en la música.
En una esquina de la sala, los acetatos y discos compactos que se acomodan sin un orden claro. Mozart a la par de The Doors, el jazz de John Coltrane tan cerca de las rancheras de José Alfredo Jiménez. Música folclórica cubana. Rock argentino. Flamenco español.
La muerte de Merino dejó a Mora y a sus dos hijas varadas por la geografía y los cambios.
Maricarmen, la hija mayor, se quedó siete años en México, varios de ellos ocupada en un documental sobre la muerte del padre. Alejandra, la segunda hija, continúa viviendo en Francia hasta finalizar su segundo doctorado en filosofía.
Mora mantuvo sus pies en San José, donde se despidió de la docencia y se arrojó a la vida pública de liderar el partido, el que su esposo bautizó como su “tercer hijo”, uno que Mora, originalmente, quería de carne y hueso.
“El Frente Amplio fue fundado en un momento en el que había un reflujo del progresismo del país. Un momento en el que se da el combo del ICE, que es una recuperación del movimiento popular y se crean las condiciones para construir la casa común para la progresía de este país”, elabora Mora.
Antes de tomar una curul en la Asamblea Legislativa, la vida de Mora estuvo estrechamente ligada a la muerte de Merino.
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En diciembre del 2012, Mora se convirtió en la presidenta del Frente Amplio (FA). Tras las elecciones del 2014, Mora fue una de las nueve diputaciones que consiguió su partido (en las elecciones de este año, el FA regresó a tener un único representante legislativo, como acostumbraba desde que se convirtió en un partido nacional en el 2008).
Ahora es el único miembro del partido que ha avanzado su incidencia política a un puesto ejecutivo.
“Cuando José ya no estuvo como que nadie dijo que esta señora que fue fundadora del Frente Amplio, que durante diez años en el partido se hizo cargo de cualquier cosa: de hacer distritales, organizar convocatorias, la edición del periódico, de participar cada viernes en el comité ejecutivo… A nadie se le ocurrió eso, sino que dijeron: ‘Ella está ahí porque es la viuda’”, dice, aunque nunca se consideró “la otra mitad” del liderazgo del FA.
“No me gustan las parejitas, que van en combo. Quizás es una actitud machista la mía. No me gustan los matrimonios con poder amplio. Me parece que son cosas que hay que deslindar”, asegura.
Desde hace tres meses, un matrimonio con poder aterroriza con violencia Nicaragua. El presidente Daniel Ortega fue el líder de izquierda que derrocó a una dictadura en 1981 para, posteriormente, asirse al poder y nombrar a su esposa como vicepresidenta. Mora vivió y celebró la Revolución Sandinista. Ahora, sobre Ortega, Mora responde con tristeza.
“Me siento traicionada. Siento traicionados unos valores de la izquierda. Creo que las mujeres han sido enormes perdedoras. Lo que aquí denunciamos y denuncié con fuerza, del peligro que corríamos las mujeres en la agenda evangélica, lo han sufrido las mujeres nicaragüenses”, dice.
Mora confirma sus viajes más recientes a países con gobiernos de izquierda.
“Siempre son viajes que no son caros y siempre los pago yo”, dice.
Estuvo en Managua en el 2011, fue acompañante de Merino a la reunión anual del Foro de São Paulo –el FA es uno de los miembros fundadores de esta agrupación latinoamericana de partidos de izquierda–. En el 2015 y el 2016, fue parte de la celebración del aniversario del inicio del gobierno revolucionario en Nicaragua, el 19 de julio.
“Tengo muertos en la Revolución Sandinista. A esos muertos y a esa sangre los sigo honrando”, afirma.
Ha visitado también Caracas: en el 2012, por la reunión del Foro de São Paulo, y en el 2014, dos veces, durante el funeral del presidente Hugo Chávez y las posteriores elecciones que llevaron a Nicolás Maduro al poder, como parte del grupo de observadores del proceso.
Hasta ahora, no ha visitado China, el mayor gobierno comunista del mundo.
“La izquierda en la que he militado no tiene un señalamiento, ni uno, desde 1931 (con el desaparecido Partido Comunista), que alguien nos diga que violentamos algo porque recibimos órdenes de Moscú, de La Habana, de Caracas, de Ortega”, dice.
Se encuentra orgullosa del legado democrático de su familia y de los tres partidos a los que ha prestado su nombre –heredado de su tío Manuel y su papá Eduardo Mora Valverde, ambos líderes del Partido Comunista y, posteriormente, de Vanguardia Popular–.
Mora militó en Vanguardia Popular desde niña –con el Grupo de pioneros Carmen Lyra– y hasta su ruptura en 1984. “Me provocó una úlcera sangrante”, dice de esa división política.
Antes de dedicarse de lleno al Frente Amplio, también estuvo en las filas de Fuerza Democrática.
Sin embargo, pasaron más de cuatro décadas antes de que Mora considerara militar desde puestos públicos como los que ha ejercido en los últimos seis años.
“¿Sabés qué? Es que yo nací en una familia con protagonismo político, entonces vi de cerca a mujeres enteras, inteligentes, vigorosas que se vieron obligadas permanentemente a estar en un segundo plano”, describe.
“Siempre se dijo que eran la esposa de no-sé-quién, es la cuñada del otro. Yo lo tuve tan absolutamente tan asumido que hasta diciembre del 2012, yo no podía tener un perfil más bajo en el Frente Amplio”, admite.
El rostro público
Ahora, Mora dice que actuaría de la misma forma con tres casos de violencia doméstica que sacudieron al Frente Amplio en los últimos años, con acusaciones penales contra dos exdiputados.
“Carlos Hernández y Jorge Arguedas son casos que quisiera no mencionar. Yo sé el precio que he pagado por haber sido beligerante en el caso de ellos y víctima. He sido víctima de violencia política, víctima directa”, asegura.
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A cargo de la institución encargada por velar por los derechos y seguridad de las mujeres, es inevitable recordar que las acusaciones de ambos diputados fueron por violencia contra mujeres. ¿Se apartó de los casos? ¿Acaso evitó dar declaraciones a la prensa? ¿Fue muy laxa?
“Nunca creí que esa fuera la percepción y sabés por qué no lo creí, porque en algunos de esos casos, por no hacer más escarnio del nombre del Frente Amplio, no pedí medidas cautelares en el plenario. Ese era el nivel de agresión que yo sufrí. De sentirme con miedo físico, no por lo que decían (...) ¿Vos te imaginás un titular de que a lo interno de una fracción, que la presidenta del partido…?”, pero la pregunta queda en el aire.
Su gran afán legislativo, al menos durante los primeros años, fue “conservar la armonía en esa fracción”. No fue fácil, muchas veces tuvo el micrófono del plenario en la mano para hablar y contuvo sus declaraciones.
“Quien asuma el quehacer político como un trabajo en solitario, pues no sabe lo que está haciendo. El quehacer político es un trabajo que requiere reunir voluntades, conseguir consensos y te obliga a deponer posturas”, resuelve.
El futuro de la izquierda y las agrupaciones progresistas lo concibe, también, como un proyecto colectivo. Pertenece a una “izquierda paciente”, dice.
Como parte de ella, estima que su voz es importante para defender a las mujeres que Carlos Alvarado le entregó junto con su cartera.
Mora opina tajantemente sobre el tema del aborto, una de las espinas de la actual administración.
Piensa que el presidente “adquirió un compromiso con el movimiento de mujeres y con la ciudadanía, en campaña electoral” y que las declaraciones con las que Alvarado ha ralentizado la firma de la norma técnica para aplicar el aborto terapéutico no son “ni buenas ni malas sino desafortunadas”.
El aborto terapéutico está permitido en el país, en casos en los que la vida de la madre corra peligro; sin embargo, en ausencia de una norma técnica que regule su aplicación en hospitales, mujeres han denunciado que se les niega el procedimiento y se las obliga a parir pese al daño físico y emocional que conlleva un embarazo sin futuro. Dos de estos casos fueron elevados a la Corte Interamericana de Derechos Humanos y muchos otros se han narrado en redes sociales en semanas recientes.
“Desde el Inamu, lo que exigimos es que se promulgue la norma que está ya lista en el Ministerio de Salud (...). Mientras no haya esa norma, nuestro país claramente está violentando el marco jurídico. Estamos impidiendo que el artículo 121 del Código Penal se cumpla”, asegura.
“Si te he hablado de José, puedo hablarte de lo que yo creo: yo personalmente considero que las mujeres tendríamos que tener absoluta autonomía y derecho sobre nuestro cuerpo”, añade.
Casi tres meses después de asumir la presidencia del Inamu, Mora se ha dedicado a viajar para conocer a las mujeres que representa. Les tiene “alergia a las oficinas y a los escritorios”.
Para Mora es “ absolutamente comprensible” que su nombramiento haya causado fricción con feministas y activistas de los derechos de las mujer. No obstante, se defiende: “ Tengo mucho respeto por todos los movimientos de mujeres y por las feministas, por todas (...). Me imagino que le estoy imprimiendo otros énfasis a mi labor en el Inamu porque tengo un acercamiento distinto”.
En su giras por el país, ha regresado a los mismos lugares que visitó como diputada y como militante del Frente Amplio. Después de los resultados electorales del 4 de febrero, dice, los ha visto a todos ellos –la zonas Norte y Sur, la región Huetar Atlántica– con otros ojos.
“(Como diputada) visité yuqueras y piñeras en las que el 90% eran trabajadoras mujeres”, asegura.
“Iba y les decía lo que les permitía la Reforma Procesal Laboral. Les decía de la necesidad de que se fortaleciera la inspección laboral, de cómo estaban siendo violentados sus derechos y nunca les pregunté: ¿a ustedes quién les celebra el cumpleaños? ¿Quién las apapacha un domingo? Mi cercanía con ellas y con ellos, bien intencionada sí era. Pero ellos van al templo los domingos: allí les cantan los cumpleaños y ahí los apapachan. Este es el resultado”, dice sobre los primeros resultados de las elecciones presidenciales. “Están abandonadas y abandonados”.
Atribuye la distancia que tuvo antes a “una tradición de izquierda como que va de dura, que va de seria”.
Ahora ve falencias en sus propias consignas. Por ejemplo, piensa con perspectiva de género un proyecto de ley para fortalecer las inspecciones laborales que defendió junto a la diputada liberacionista Sandra Piszk.
Para Mora, este es un periodo con menos militancia partidaria –por ley, no puede continuar con el liderazgo del Frente Amplio– pero, de igual forma, con una agenda repleta de cosas a las que, la alejan aún más de la vida que era cotidiana hace seis años.
Piensa que ninguna de las decisiones profesionales que ha tomado desde entonces habrían sido su prioridad si no hubiera enviudado.
“Pienso que si la vida no nos hubiera robado a José, no nos hubiera privado de él, yo sería más feliz y las cosas seguirían igual. Yo sería feliz en la universidad, dando clases, militando, yendo al mar con José. No me hubiera hecho falta (el liderazgo político)”, asegura.
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