Hace cuatro años, en enero del 2015, en Costa Rica alguien ató un alambre –aparentemente de púas– en el cuello de un perro y guindó al animalito de un puente. Días antes, a un tucán le quebraron el pico con alevosía, solo porque sí.
A pesar de que se trató de hechos mediáticos, situaciones igual de atroces continuaron ocurriendo. En julio de 2016 otro caso dejó atónitos a los costarricenses: un hombre partió de un machetazo el hocico de un perro de dos años en el país que dice de ser el más feliz del mundo y que luce a sus animales silvestres ante los ojos del planeta.
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En junio del 2017 se firmó la Ley de Bienestar Animal; sin embargo, y según datos del Servicio Nacional de Salud Animal (Senasa), los casos denunciados ante sus instancias por tenencia irresponsable de animales (mordeduras de perros a otros animales o personas; acumuladores de animales, gente que tiene criaderos; desidia, negligencia y falta de cuido, entre otros) fueron aumentando en el periodo del 2017 a 2018. En el primer año las acusaciones sumaron 2462, mientras que en el siguiente ascendieron a 4097. En lo que va del 2109, se han denunciado 209 casos.
La ley mencionada castiga con prisión de tres meses a un año a quien directamente o por medio de un tercero, cause daño a un animal doméstico o domesticado; lo mismo para quien organice, propicie o ejecute peleas de animales. Además, impone multas de un cuarto a medio salario base a quienes promuevan o realicen su cría o adiestramiento para promover peleas, viole las disposiciones sobre experimentación o incumpla las condiciones básicas para el bienestar de los animales, informó La Nación en junio del 2017.
Rescatistas de animales
Ante el evidente aumento de casos de crueldad y maltrato animal, poco a poco se han sumado personas que trabajan, en la mayoría de ocasiones desinteresadamente, por rescatar a los seres que son incapaces de pedir auxilio. En Costa Rica, las redes sociales, principalmente Facebook, presentan numerosas asociaciones y rescatistas independientes que trabajan por ayudar a animales en riesgo de muerte.
Sole Labarca, Leticia Méndez, Marianela Navarro, Anabelle Blanco y Kattya Aguilar son cinco rescatistas que dedican, desde distintos escenarios, gran parte de su cotidianidad a ayudar animales que necesitan ser rescatados de las calles o de lugares en los que están en completa desatención. Ellas aseguran que el abandono, maltrato y crueldad son recurrentes, situación que las ha llevado a dejar trabajos estables o ajustar los horarios en sus empleos.
“Es lo que nos hace felices”
La historia del perro blanco colgando de un puente de Cervantes de Cartago, tiene continuación. Cuatro años después, aquel animal que tenía su cuello lacerado hoy tiene su piel sana, pesa casi el doble que cuando fue rescatado, su pelo está desenredado y limpio. También tiene un nombre, se llama Nicky y los dolores que sufrió son ya cosa del pasado.
Nicky encontró familia en el lugar que fue su casa cuna. Su cuidadora y ahora dueña es Sole Labarca, una chilena que vive en Costa Rica hace 45 años, y quien desde que era muy joven descubrió su vocación en el cuido o rescate de animales que han sufrido crueldad, maltrato u abandono.
Recuerda que en Chile y Costa Rica, desde muy joven “recogía” a los animales por cuenta propia y asumía los gastos de tratamiento y recuperación.
“Siempre tuve esa compasión, inicié a los 13 años, hoy tengo 58. Esto empieza por empatía con los animales que sufren. Me da mucha pena ver que son invisibles para el resto. Nadie hace nada por ellos. Con el tiempo, de adulta, tuve la posibilidad de sacarlos yo sola. Si los veía mal los llevaba a la veterinaria y asumía todo. Después con el tiempo uno topa con personas que hacen lo mismo. Te unís a una comunidad con el mismo interés. Esto es lo que nos hace felices”, dice.
Sole es una de las fundadoras de Animal Hope, asociación sin fines de lucro que trabaja para amparar a los animales que necesitan ayuda urgentemente. Con el fin de mantenerse reciben donaciones y hacen ventas o rifas.
“Los casos de maltrato que se reciben son muchos. Se hace lo que se puede. Con las ayudas no alcanza”, agrega.
El proceso de rescate consta de varias etapas: primero es sacar al animal de la zona de riesgo, luego deben llevarlo al veterinario para que lo atienda y pagar el tratamiento. Aunque la parte de costear medicinas, internamientos y operaciones puede parecer la más complicada, hay otra faceta que se le asemeja: la del cuidado de los animales. Y es que cuando les dan de alta, cuesta ubicarlos en “casas cuna” donde se recuperarán por completo y estarán listos para ser dados en adopción.
“Se me ocurrió hacer unas perreras en mi casa y tratar de solventar la ausencia de casa cuna. Es muy poca la gente que quiere cuidarlos. Mi marido me ha apoyado en estos proyectos. Hicimos perreritas y atrás tengo jardín. Tenemos a los pequeñitos de la asociación. Hay de 10 a 12 animales”, contó Sole, quien es terapista respiratoria de profesión, pero prefirió salir de trabajar para estar cerca de su mamá y hacerse cargo de rescate y cuido de animales.
Por lo bien acondicionada que está su casa, en ocasiones amigas o conocidas la contactan cuando van de paseo para que cuide a sus mascotas. Lo que ellas le pagan le permite ayudar a la manutención de los otros animales, principalmente perros, de la casa cuna.
“Hay que lavar camas, juguetes, comprar y dar alimento, medicamentos, fumigar, desinfectar. Esto es de todo el día, todos los días”.
Su labor a simple vista resulta peliaguda. Mas para ella, ese trabajo diario es satisfactorio y necesario, ya que, se lamenta, “no hay manos suficientes”.
“He tenido a animales con crisis de pánico. El estado en el que los encontramos es de sentarnos a llorar. Ellos sufren hambre, miedo, dolor. La gente pasa recto cuando un animal está atropellado y en franca agonía. He trabajado en cuidados paliativos y me conmueve las raíces del corazón ver sufrir a un ser vivo. Siempre hay formas de ayudar. No se pueden recoger todos los animales, pero si no podemos hacerlo lo remitimos a alguna otra asociación. Hacemos lo que sea. Uno de los puntos vitales es que ningún animal tenga que estar en agonía”, dice.
Para poder ayudar a más animales desamparados, Sole pide ayuda directa a sus personas más cercanas. Asegura que ese “trabajo hormiga” ha generado un impacto.
En su hogar, además de sus huéspedes de casa cuna, ella tiene cuatro perros rescatados, entre ellos, el sobreviviente Nicky.
La abogada que no ejerce por “andar salvando perros y gatos”
Kathya Aguilar tiene 48 años y trabaja como policía de tránsito en el aeropuerto Juan Santamaría desde hace dos décadas. El horario alterno de su trabajo (6 a. m. a 2 p.m. - 2 p. m. a 10 p. m. - 10 p. m. a 6 a. m.) le da las facilidades para realizar una ardua labor que la llena de satisfacción: ayudar a perros y gatos víctimas de crueldad o que estén en abandono.
Con su moto o carro ella se desplaza hasta donde la necesiten: Guanacaste, Sarapiquí, Limón, Jacó, Pavas, Heredia; ha estado casi en cada rincón del país auxiliando al animal que lo necesite. Y esto no lo resalta ella, sino otras rescatistas como Leticia Méndez, quienes aplauden su pasión por ayudar a las criaturas que están en alto riesgo.
“También soy abogada pero no ejercí por andar salvando gatos y perros. Cuando uno se estabiliza puede hacerlo mejor. Desde niña he recogido animalitos. Soy rescatista independiente y lo hago porque me nace. Uno pone muchas cosas en juego. La satisfacción es verlos bien. Nosotros buscamos asociaciones para que nos ayuden. Coordinamos rescate, para sacarlos del lugar en el que están (atropellados, heridos o sufriendo algún maltrato), uno no puede con todo.
Mediante redes sociales casi siempre sale alguien diciendo que toma el caso. Una vez que se detecta el interés, si la persona es confiable, buscamos alguien que le dé auxilio. Tengo una hermana que se llama Irene Aguilar. Ella tiene un refugio en Orotina con 24 perros”, contó Kathya, quien en su casa tiene cuatro perros y una gata embarazada, todos rescatados.
Al salir de su trabajo, Kathya se dedica a los animales, rescatando o atendiendo. Reitera que su recompensa es verlos a salvo y recuperándose. Eso sí, reconoce que no siempre los resultados son los más felices. Ella recalca que “el maltrato e indiferencia son abundantes" y que en varias ocasiones los animales se le han muerto de camino.
“La mayor parte de mi salario es para ellos. Compré un carro prácticamente para jalarlos. Casi todos los días voy al veterinario. En Alajuela tenemos dos veterinarios especiales que nos hacen precios. Sin la ayuda de ellos no se puede. El doctor Blas Rivas siempre nos ha tendido la mano. Manejo sistemas de crédito con él. Si en determinado momento no tengo dinero él va poniendo todo en mi cuenta. Cuando me llega el pago de la quincena lo primero que hago es ir a cancelar. El porcentaje que la gente dona no llega al 50% de un solo caso”, cuenta.
Kathya rescata muchos gatos, pues los felinos no reciben tanta ayuda como los perros. Ella atiende a cachorros que perdieron a su mamá o rescata a gatas embarazadas.
Como se mencionó antes, no siempre hay momentos agradables. Kathya, quien se entera y expone casos, principalmente por Facebook, ha querido cerrar esa red social en varias ocasiones por “la presión” que recibe.
“Llaman y dicen que hay animales en mal estado. Se enojan si uno no puede acudir. Mi punto es que todos los animales tienen que tener un hogar. Si uno puede colocar cientos de perros, una persona también puedo hacerlo con uno. Hay que ser parte de la solución”, aseveró.
“Me uní a los que ayudan y desde ahí no pude parar”
En su juventud, Leticia Méndez era indiferente al sufrimiento de los animales. Podía ver un perro siendo maltratado o abandonado que para ella era un “simple perro”.
Pensaba que “si no es un humano a quien maltratan entonces no pasa nada”. Desde hace 10 años esa percepción cambió y hoy trabaja de manera independiente con tal de tener un horario flexible que le permita ayudar animales.
“Hace 10 años busqué hacer voluntariado, quería ayudar. Envié un correo a varias fundaciones y la que me contestó fue una de animales. Me involucré y desde ahí empecé a ver tanto dolor. He visto de todo. Entre más veía más sentía la necesidad de ayudarlos: son golpeados, macheteados, violados, y lo peor es que pueden estar en esa condición y muchas veces sufren de indiferencia. Me uní a los que ayudan y desde ahí no puedo detenerme”, contó.
Leticia trabaja en un salón de belleza y es madre de dos muchachos de 20 y 27 años, quienes se han acoplado a un estilo de vida en el que es natural estar de paseo y detenerse para ayudar a la criatura que lo necesite.
“Trabajo en lo propio y limito mi trabajo. Lo organizo para tener flexibilidad de ir a recoger a un animal atropellado. Hay que buscar entre amigos, clientes, tocar puertas para pagar operaciones que son caras. Todo empieza así”, asevera.
Leticia es parte de Animal Hope, asociación que mediante Facebook presenta casos de animales rescatados para solicitar la ayuda del público general.
“Hay que entender que ellos no andan buscando en la basura por maldad. Se acercan porque tienen hambre y hay personas que les pegan o les echan agua caliente. Si nosotros ayudamos es porque la gente los sigue maltratando. La Ley de Bienestar hizo que las personas se desentendieran más de los animales, porque no quieren el compromiso de tenerlos en condiciones óptimas”, afirma.
Las rescatistas hacen lo que pueden, pero las manos no alcanzan. Hablando de los parámetros que tienen para ayudar a un animal, Leticia afirma que es más difícil recibir a un perro cuando es grande.
“El asunto es que las asociaciones ayudan a los que animales que están en más alto riesgo. Es más difícil rescatar un perro grande, porque el perrito se rescata, se saca de la calle, se mete a una veterinaria y se cura, pero luego no hay dónde ponerlos. A veces la gente se inclina más porque el perro es pequeño. Si es más zaguate o grande no ayudan. Los perros negritos cuesta darlos en adopción. Hemos tardado en dar un perro en adopción porque es grande y negro”, asegura Leticia, de 47 años.
La rescatista ha recibido críticas por su labor. Afirma que hay quienes le recriminan que “pierde el tiempo ayudando zaguates”.
“A veces a la gente le molesta. Nunca falta quien critique, yo lo que les digo es que hay que ayudarlos porque ya hay muchas personas haciéndoles daño”.
“No puedo buscar trabajo de ocho horas. Ellos me necesitan”
En 2014, Marianela Navarro terminó su último trabajo formal. Al finalizar su labor como asesora en la Asamblea Legislativa, no buscó más un empleo estable. Ella es diseñadora y tomó el riesgo de intentar mantenerse con trabajos temporales. Cuidar y rescatar animales la llevó por este camino.
Marianela es rescatista independiente, aunque por el momento prefiere trabajar como casa cuna, pues cuesta encontrar quien reciba a los animales que se están recuperando. La posibilidad de encontrar hospedaje temporal se complica cuando más allá de darles techo y servir agua y alimento, los perros o gatos requieren de cuidados especiales, terapias o curaciones.
“Empecé a rescatar cuando terminé mi trabajo en la administración Chinchilla Miranda. En ese tiempo me dejaron una perrita amarrada en la casa con problemas de piel. Son casos a los que no se les puede decir que no.
"Me hice casa cuna porque no tenía trabajo estable, también porque es difícil buscar ayudas o hacer rifas. No podía asumir un rescate. En esta etapa me ha gustado ayudar animales viejitos, cieguitos, que no caminan. Tengo una perra con la patita que le soldó al revés.
Tres rescates míos se quedaron. No los adoptaron. Vieras qué difícil es que se lleven a los animales negritos, cuesta que la gente los adopte”, explica.
Uno de esos rescates para los que Marianela fue casa cuna, es Duke, el perro al que de un machetazo le cortaron la mitad de su hocico en 2016, y quien se convirtió en un símbolo del maltrato animal. Ahora él es su mascota y juntos acuden a algunos centros educativos para educar sobre el cuidado y protección de los animales, con el fin de evitar futuros maltratos.
“A Duke lo adopté. Lo recibí como casa cuna, en esa época estaba colaborando con Vida Animal Costa Rica (asociación que lo rescató). Antes de que él llegara ya estaba en mi límite de 10 (en casa cuna), sin embargo, dos meses antes se había muerto una viejita. Entonces estaba ese campo. Él me adoptó a mí.
A raíz de poder estar en la casa con trabajos temporales y de diseño, viendo el impacto que había causado Duke en el país, quise aprovechar mi tiempo y lo que significó el caso de él para ir a dar charlas. Llegué a un momento en el que dije que no podía buscar trabajo de ocho horas y tener que trasladarme. Necesito trabajar en la casa. Ellos me necesitan”, afirma.
Vienen aquí y del portón no paso. Se los llevan. Entonces es cuando uno los lloriquea. Eso es muy difícil. Queda ese consuelo de que van a un hogar en el que le darán calidad de vida
Cuando Marianela habla de que los animales que tiene en casa “la necesitan” es porque en algunos casos requieren de cuidados específicos. Así ocurre con Bulldonatello, un perro de 30 kilos que tiene problemas neurológicos que le impiden mover sus patas traseras, además convulsiona y no controla esfínteres, por lo que debe drenarle la orina tres veces al día.
Marianela vive en Tres Ríos. Es soltera y no tiene hijos. Su afinidad con los animales viene desde que era una niña. Recuerda que había ocasiones en las que su mamá llegaba a casa con un gato que había encontrado abandonado en la calle.
“Ya de grande se empiezan a ver estas situaciones de maltrato. Hay muchos en la calle viviendo hambre. Entonces hay que colaborar con ellos para hacer un mundo mejor.
Este trabajo es cansado porque se invierte buena parte del día en atenderlos. Me levanto, hay que sacarlos a hacer necesidades. Limpiar casa, darles comida, medicamentos, atender a Bull, ese es el ritual de todos los días.
“Es satisfactorio contar con ellos. A pesar de todo eso son perritos felices. Eso me llena grandemente.
Cambié ir todas las quincenas al cine, ir a la playa, comprar ropa de marca y no lo lamento, su amor y compañía, verlos bien y felices dentro de su condición, me llena de mucha dicha”, resaltó.
Marianela, quien vive con 12 perros y tres gatos, logra su labor con ayuda de diferentes personas que le proporcionan lo que requieren los animales; también puede contar con el respaldo de alguna asociación, en caso de que esté cuidando a algún animal rescatado por ellos.
La acción en manos de todos
Anabelle Blanco es la presidenta de Animal Hope, asociación sin fines de lucro que existe desde hace un año. Ella y su esposo tienen una empresa de telecomunicaciones, hecho que le brinda la facilidad de rescatar animales. Normalmente tiene horario de oficina, el cual puede alterarse si se presenta una emergencia. Ella suma 10 años en esta labor que no tiene horario.
“Cuando empezaron las redes sociales se crearon páginas de asociaciones. Yo escribí para ser voluntaria en esas asociaciones, empecé con Rescate animal, estuve con ellos 10 años, hasta que junto con algunas compañeras decidimos poner nuestra propia asociación.
Uno muchas veces deja paseos a la playa, familia, almuerzos, esto es algo sacrificado, pero que también te llena de mucha satisfacción al ver esas caritas, no pueden hablar, no pueden expresarse. Cambiarles la vida y darles oportunidad es nuestro pago a todo este sacrificio. Los curamos. He visto perros violados, atropellados, agonizando, estás con ellos hasta lo último. Uno crea un lazo muy fuerte”, afirma la rescatista.
Como se mencionó antes, la respuesta ante pedidos de auxilio no siempre es positiva. La prioridad se la dan a los animales que están en un riesgo mayor. Anabelle afirma que hay muchas maneras de ayudar.
“Lo principal es adoptar, no comprar. También funciona compartir publicaciones, donando, sirviendo agua y alimento en sitios a los que acuden animales sin hogar”, dice.
Para tomar en cuenta
Desde la promulgación de la Ley N°9458 se definen los términos crueldad, maltrato y tenencia responsable de un animal, la doctora Iliana Céspedes, encargada del programa de bienestar animal de Senasa, los citó.
Cuando se habla de crueldad se refiere a quien dañe a un animal doméstico o domesticado ocasionándole debilitamiento en la salud, provocándole la pérdida de un sentido, un órgano, que le cause sufrimiento o dolor intenso o agonía prolongada (lesiones con arma blanca, de fuego, quemaduras, golpes, etcétera). Los actos sexuales contra animales también entran en al clasificación de crueldad. Las peleas entre animales de cualquier especie organizadas por personas y la muerte del animal , incluyendo el envenenamiento, se califican como crueldad animal. Según Senasa, las denuncias por crueldad deben presentarse ante el Organismo de Investigación Judicial (OIJ).
Céspedes explica que se entiende como maltrato animal toda conducta que cause lesiones injustificadas a un animal doméstico o domesticado, o que abandone animales domésticos a sus propios medios. Senasa afirma que las denuncias por maltrato animal deben presentarse ante el Juzgado Contravencional.
De lo que se encarga Senasa propiamente es de velar por la tenencia responsable del animal, los dueños deben garantizarles condiciones vitales básicas como satisfacción de hambre y sed, posibilidad de desenvolverse según sus patrones normales de comportamiento, una muerte provocada sin dolor y, de ser posible, bajo supervisión profesional, la ausencia de malestar físico y dolor, preservación y tratamiento de las enfermedades, ofrecerles un espacio limpio, entre otras.
Datos de Senasa indican que en Costa Rica las denuncias por tenencia irresponsable se empezaron a presentar desde 2013.