La guerra está a punto de ser declarada, aunque hace mucho empezó. Es el primer año de la década perdida. El país se dividirá en dos bandos. El saldo del conflicto será de 75.000 muertes. Salvadoreños matan y matarán a otros salvadoreños durante los próximos 12 años. En el resto de Centroamérica, la cosa anda parecida: guerrilla, ejército, matanza. Hay desapariciones, miedo e impunidad.
Todo eso no intimida a monseñor Óscar Arnulfo Romero . Desde el púlpito declama una de sus habituales homilías críticas y duras. Su blanco es la injusticia.
“Yo quisiera hacer un llamado de manera especial a los miembros del Ejército y, en concreto, a las bases de la Guardia Nacional, de la Policía y de los cuarteles. Hermanos: son de nuestro mismo pueblo, matan a sus hermanos campesinos y antes de una orden que da un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice: no matarás”.
Para la ultraderecha salvadoreña, esas palabras son suficiente para sellarle su sentencia de muerte. El tipo arrastra un historial de acciones en defensa de la dignidad del pueblo, percibidas como subversivas por sus enemigos.
Un día, después de esa homilía del 23 de marzo de 1980 , monseñor Romero fue asesinado. Un disparo hizo retumbar la capilla del hospital para enfermos terminales de cáncer en donde oficiaba la misa. La bala del francotirador alcanzó su objetivo en el pecho del arzobispo, momentos antes de la Consagración.
“Ningún soldado está obligado a obedecer una orden en contra de la ley de Dios. Nadie tiene que cumplir una ley inmoral. Ya es hora de que obedezcan a su conciencia antes que a la orden del pecado. La Iglesia, defensora de la ley de Dios, de las personas, no puede quedarse callada ante tanta abominación. Queremos que el Gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre”, decía Romero en aquella última homilía.
El escuadrón de la muerte que perpetró el crimen, y quien lo ordenó, el mayor del Ejército Roberto D’Aubuisson , pensaron que al asesinarlo lo callarían para siempre, pero no fue así.
“La ley de Dios debe prevalecer. En el nombre de Dios pues, en el nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo, les ruego, les suplico, ¡les ordeno, en el nombre de Dios, que cese la represión!”, concluyó su mensaje.
Desde el cielo
Casi 35 años después del magnicidio, el papa Francisco da una conferencia de prensa desde el cielo . Un periodista le pregunta por el proceso de beatificación de Romero. El sumo pontífice, a bordo del Airbus A330 de Alitalia, recuerda algo que fue noticia en el 2013, que el camino de Romero hacia la santidad fue desbloqueado, pero agrega un nuevo elemento, unas palabras que evidencian su interés.
“Para mí, Romero es un hombre de Dios. Pero tenemos que seguir el proceso y el Señor tiene que dar su signo ahí. Pero ahora, los postuladores (de la causa de beatificación) tienen que moverse, porque no hay impedimentos. Depende de cómo se muevan los postuladores. Eso es muy importante hacerlo rápidamente”, indicó el pasado 19 de agosto mientras regresaba a Italia tras visitar Corea del Sur.
Lo que dijo el Papa fue recibido por los seguidores de Romero como una señal de que este será oficialmente santo, algo que podría suceder pronto, a propósito de esa “rapidez” que solicitó; máxime tomando en cuenta que fue el sumo pontífice quien despejó el camino del salvadoreño hacia la santidad.
Las acciones para canonizar a Romero se iniciaron en 1993, pero el proceso estaba congelado en el Vaticano por motivos de “prudencia”.
Decimos que con el empujón del Papa, Romero podría volverse “oficialmente” santo, porque en la práctica ya lo es. El pueblo salvadoreño lo considera y trata como tal. Monseñor fue canonizado por la gente y bautizado San Romero de América.
El recuerdo del religioso se volvió una guía espiritual. Pese a no estar físicamente presente siguió siendo “la voz de los sin voz”, como se le llamó cuando fue arzobispo de San Salvador, desde 1977 hasta el día de su asesinato, a sus 62 años.
El culto a Romero creció y se fue masificando pese a la represión del Ejército y a la cultura del miedo que imponían los paramilitares. Mucha gente lo hacía de forma clandestina, por temor a represalias.
Por ejemplo, durante el funeral de Romero, al que asistieron miles de personas en la catedral Metropolitana, las fuerzas de la seguridad iniciaron un tiroteo que a la postre provocó 44 muertes y más de 100 heridos.
“Tener colgado en la pared un retrato suyo bastaba para correr riesgos. Eleonor Chacón, una mujer no activa políticamente pero que tenía una fotografía con él por ser el sacerdote que la había casado, quemó la imagen a sugerencia de su esposo”, señala el periodista Roberto Valencia en un reportaje publicado por la BBC .
Valencia es originario del País Vasco, pero vive en El Salvador desde hace 13 años. Él escribió el libro Hablan de Monseñor Romero , un compendio de entrevistas a personas cercanas al religioso.
“Te hablo desde mi condición de ateo, pero es que la figura de Romero va más allá de las cuestiones religiosas… Él recibió una distinción de una universidad europea acompañada de un cheque de $10.000, en ese tiempo era mucho dinero. Lo tomó y lo entregó de forma integra a unas monjas para que construyeran un orfanato en Santa Tecla.
”La austeridad en la que vivía... Renunció expresamente a tener protección del Estado, porque decía que no podía aceptarla mientras estuvieran asesinando a su pueblo”, manifestó el periodista a Revista Dominical .
del pueblo
Salvadoreños de todas regiones fabricaron docenas de placas alusivas a lo que consideran milagros concedidos por San Romero de América. Estas se exhiben ahora en la casa humilde en la que monseñor pasó sus últimos días, convertida hoy en un museo.
En Hablan de Monseñor Romero , Valencia pide a ciudadanos de distintos pueblos su opinión sobre el religioso. En cada expresión se manifiesta el cariño y la devoción:
“Sí, fue santo, porque trató de imitar a Cristo con sus enseñanzas. Fue humilde, solidario con los más desprotegidos, rechazó la injusticia social, repudió las masacres y criticó a la oligarquía de nuestro país. En su corazón siempre hubo mucho amor, en especial para los más vulnerables”, dijo Mirna Elena Fajardo, de Ahuachapán.
El presidente de la Fundación Romero , monseñor Ricardo Urioste, ve a Óscar Arnulfo como el santo del pueblo. La organización tiene como fin mantener vivo el pensamiento del religioso y orar por su canonización, así como fomentar una presencia de la Iglesia en la realidad de los pobres.
Urioste, quien fue amigo cercano de Romero, destaca que cada vez más personas siguen su obra y reconocen su labor con el paso del tiempo, por ejemplo, los jóvenes que nacieron después de su asesinato.
El religioso hace esa aclaración porque, en el pasado, la figura de Romero polarizó a la población, debido a que se le vinculaba con los grupos revolucionarios.
“No creo que todavía exista un división a partir de Romero; lo que sí existe son singularidades en cuanto a la percepción que hay de él. Hay gente que tiene una idea negativa de él, porque se quedó con lo que le contaron en el pasado. Se decían muchas cosas en su contra, entre corrillos, en la prensa, que no eran ciertas”, dice Urioste, desde San Salvador.
El periodista Valencia coincide con lo planteado por Urioste y señala que, aunque aún hay personas que muestran resistencia contra Romero y lo tachan de “cura comunista y guerrillero”, la división que podría generar su nombre se ha ido diluyendo con el tiempo.
En cuanto a las causas por las cuales el proceso de beatificación estuvo bloqueado por tantos años, todo apunta a las preocupaciones sobre las supuestas inclinaciones marxistas del sacerdote, mas nadie quiere ahondar en el asunto. “En su momento se dijo que era por ‘prudencia’, ya eso no importa; ahora vemos indicios claros de que hay una intención de apoyar su causa”, expresa Ricardo Urioste.
El libro Piezas para un retrato , de la nicaragüense María López Vigil, cuenta como Romero visitó el Vaticano en 1979 para hablar con Juan Pablo II. Luego de vencer muchos obstáculos, el salvadoreño logró obtener una audiencia con el sumo pontífice. El papa, tras escuchar las denuncias de Romero –las matanzas perpetradas por el ejército y los sacerdotes asesinados por los paramilitares–, le restó importancia al tema y le señaló que debía mejorar su relación con el Gobierno.
López Vigil dice que esto se lo contó Romero con lágrimas en los ojos.
Vocación justiciera
Paradójicamente, cuando Romero fue nombrado arzobispo, a los 59 años, quienes reaccionaron en contra fueron los progresistas, pues Óscar Arnulfo tenía fama de conservador desde que inició su labor pastoral en 1944. Hasta se le consideraba un sacerdote de la oligarquía.
Sin embargo, el contexto de desigualdad, injusticia y atropello hacia el pueblo calaron en su espíritu. El detonante que lo hizo cambiar y adoptar su vocación justiciera fue el asesinato de su amigo, el padre jesuita Rutilio Grande, un sacerdote comprometido con el pueblo.
Romero instó al Gobierno a que investigara el homicidio, pero sus súplicas fueron ignoradas. Entendió entonces que debía tomar un papel más protagónico para propiciar un cambio.
Sus homilías se convirtieron en una cita obligatoria de todo el país cada domingo. A partir de citas del Evangelio, reprendía los acontecimientos en contra de los menos poseídos y ofrecía esperanza para cambiar la estructura de terror.
Todo esto generó el malestar de la clase económica dominante, ocasionando su magnicidio.
Pese a las amenazas, las advertencias y al peligro inminente, San Romero de América nunca mostró miedo. Nunca retrocedió.
Reconocimiento
Mientras el partido Arena (agrupación fundada por Roberto D’Aubuisson, gestor del complot para matar a Romero) estuvo en el poder, la figura del emblemático arzobispo fue opacada y se le restó protagonismo.
Todo cambió con la llegada al Gobierno del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) en el 2009. Ese partido, formado a partir de la guerrilla, nombró a Romero guía espiritual de El Salvador, bautizó carreteras, salones presidenciales y hasta el aeropuerto con su nombre. Además le construyó monumentos,
Ahora, la tumba de Romero en el sótano de la Catedral Metropolitana es destino de peregrinaje de cientos de personas, hasta presidentes como Barack Obama, de Estados Unidos, y Rafael Correa, de Ecuador, la han visitado.
Estampas, postales, cuadros con el rostro de San Romero de América se venden en las calles, así como discos compactos “piratas” con sus homilías.
Gaspar Romero, un campesino de 80 años, es uno de los dos hermanos con vida de monseñor. Desde El Salvador nos dice que finalmente se le está dando a Óscar Arnulfo el mérito que le corresponde. “Fue un gran amigo, un gran salvadoreño que perdió el país, un intelectual, un santo”.
Don Gaspar recuerda la persecución que él vivió por ser hermano de monseñor y lo contrasta con la actualidad: constantemente es invitado a universidades e institutos nacionales e internacionales para dar charlas y referirse a la obra de Romero.
En el 2010, la Asamblea Legislativa de El Salvador aprobó declarar el 24 de marzo como Día Nacional de Monseñor Óscar Arnulfo Romero. La Naciones Unidas reconoce esa misma fecha, también en honor a Romero, como el Día Internacional del Derecho a la Verdad en relación con Graves Violaciones de los Derechos Humanos.
Pese a esas distinciones y a que una investigación de la Comisión de la Verdad de las Naciones Unidas señaló a los responsables del asesinato, estos no han sido juzgados debido a la Ley de Amnistía de El Salvador (ver: Complot e impunidad ).
“Como decía mi hermano: yo quisiera cumplida y pronta justicia”, dice don Gaspar, quien, como todo salvadoreño, está consciente de que Romero no está muerto. El propio monseñor lo explicó antes de partir: “He sido frecuentemente amenazado de muerte. Debo decirle que, como cristiano, no creo en la muerte sin resurrección. Si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño”.