Neto Villalobos conduce su automóvil cuesta abajo cuando comienza a reír sin motivo aparente. Las ventanas van subidas al tope, y el iPhone que va conectado al radio suelta una canción de Arcade Fire. “Mae, es que dígame”, se explica: “¿A quién en Azerbaiyán le puede interesar una película de gallos filmada en Costa Rica?”.
Viajamos en dirección Puriscal– San José, después de darle un vistazo a los lugares donde Neto grabó su primer largometraje, Por las plumas , que entre polémica, festivales y reconocimientos en el extranjero, se erigió como uno de los eventos culturales más importantes del 2013 en Costa Rica.
Después de ser rechazada en el festival costarricense Paz con la Tierra, la entretenida historia de un gallo y su amo llegó a festivales en Toronto, Vancouver, Estocolmo, San Sebastián, Buenos Aires y La Habana. También viajó a Miami y Guatemala, de donde regresó con premios, incluido el de mejor película del istmo y mejor director centroamericano del año. Estuvo en los cines del país durante siete semanas, y el gigante HBO compró sus derechos para reproducirla durante el 2014.
Todo eso suena bien en los oídos de Neto, pero, para él, es otro el logro más delicioso, y carece de certificado material: “La película me dejó satisfecho”, se congratula.
El veredicto del festival centroamericano Ícaro refiere que esta es “una historia simple y genuina que retrata de forma auténtica y divertida la necesidad del ser humano de conectarse con otros”. Es una buena forma de resumir las cualidades de esta producción de bajo presupuesto, que se financió a través de una colecta de fondos en Internet.
La trama no reta la comprensión de ningún espectador: un introvertido guarda de seguridad sueña con tener un gallo de pelea; después de ahorros y ruegos lo consigue y, a partir de entonces, su vida da un giro a fuerza de nuevas amistades.
Aunque se grabó en un mes, la comedia rondó en la cabeza de Neto por más de cinco años. El guion original sufrió numerosas variaciones, motivadas por los actores y los lugares donde fue filmada.
No fue la historia del hombre y el gallo la única que delineó Neto para su primera película. Antes se tentó en filmar sobre los oficios que eligen los niños para su futuro. Partió de la incómoda pregunta de “qué quieres ser cuando seas grande” y se imaginó que un niño respondía querer ser Jesucristo.
Así que Neto pensó filmar su primera película sobre un niño que pretendía la santidad, pero la historia del gallero Chalo se interpuso.
La casa
Aquí, en Escazú centro, cuando no existía el Palí que hoy sirve para dar la dirección, creció Ernesto Neto Villalobos, el menor de cinco hermanos. La vivienda colinda con un puente que tampoco existía cuando sus padres, Roberto Villalobos y Marta Brenes, comenzaron a levantar la construcción.
Es una casa diseñada por su padre, arquitecto, con elementos típicos costarricenses, como picaportes de madera y techo de caña. Aquí creció Neto, un niño terco que dejó la infancia pero cargó la terquedad, según el parecer de sus padres. Neto ya no vive aquí. Ahora es vecino de Santa Ana, donde habita una casa diseñada también por su papá y en cuyo interior se levanta un árbol en el que su madre jugaba cuando era niña.
“Lo del cine le llegó en el colegio. Desde el primer año, era un obsesivo con el cine”, dice don Roberto antes de ser interrumpido. “ Es un obsesivo. Sigue siendo un obsesivo”, recalca su esposa, mientras acaricia a Cincoséis, a quien los constantes viajes de su amo lo tienen viviendo aquí desde hace unos días.
Fue por aquella época colegial cuando Neto se convenció de que quería ser cineasta, pero, por consejo de sus padres, primero se las vio con una carrera que le facilitara el oficio. “Que le diera un panorama más amplio”, resume su papá. Se graduó de Sociología en la Universidad de Costa Rica y luego partió a España, donde estudió en el Centro de Estudios Cinematográficos de Cataluña.
¿De qué le sirve a un cineasta ser sociólogo? Neto no tiene clara la respuesta, pero dice que cuanto más estudia la sociedad, menos la entiende, y que de eso se trata. Sin embargo, está claro que en Por las plumas deambula el Neto sociólogo, que se acerca sin forcejeos, con planos simples y genuinos, a los callejones de un estrato específico de la sociedad costarricense. “No me gusta mostrar los fenómenos desde la lástima o el amarillismo. Solo trato de mostrar a la gente con dignidad, de la forma más fielmente posible, y que sea cada espectador el que interprete”.
“Yo solo sabía que estaba filmando una película de gallos, pero nunca nos dio detalles de nada”, dice su madre. “Cuando fui a verla, me sorprendió, aunque no sabía muy bien qué esperar; tenía miedo porque las peleas de gallos no me gustan”, continúa.
Neto se ha preocupado en aclarar, una y otra vez, que Por las plumas no es una película sobre peleas de gallos. La última vez fue en el Festival Ícaro, en Guatemala, cuando tras la función le preguntaron qué opinaba sobre esa práctica. “Número uno: esta no es una película sobre peleas de gallos. Número dos: no importa lo que piense el director sobre las peleas de gallos”, recuerda haber contestado.
La película
Él se llama Gonzalo, pero todos le dicen Chalo. Es nicaragüense y vive en este precario puriscaleño. Le gustan mucho los gallos, así que tiene una gallera detrás de su casa. Aunque hoy se dedica a la construcción, Chalo trabajaba hace un tiempo como guarda privado en un condominio en Escazú, donde vivía uno de los hermanos de Neto.
Así se conocieron él y Neto, quien comenzó a interesarse por las peleas de gallos por mero olfato sociológico. Quería explorar cómo en una actividad ilegal se cosen relaciones sociales. “La primera vez que fui a una pelea, quería saber qué sentía, y la verdad es que no sentí nada. Me interesó ver, en cambio, cómo los maes se relacionaban, cómo encontraban la forma de ser felices, olvidándose un poco de sus problemas. A fin de cuentas, todos necesitamos una válvula de escape”, dice.
Como se puede adivinar, Chalo, el habitante de Puriscal, es el inspirador de Chalo, el protagonista de la película. Neto se preocupó por hacerlos coincidir en sus aspectos físicos –morenos y delgados, bigote negro– y personales –amigables y reservados–.
Las escenas más vivas de la película se filmaron en el precario donde habita Chalo, quien le enseñó a Allan Cascante, actor protagónico, el oficio de entrenar los gallos. “Neto me envió varias veces donde él, para que me enseñara a manipularlos”, dice Cascante, un tipo desgarbado, muy distinto del pelicorto que sale en la pantalla.
También lo envió a una finca en Turrubares, solo, durante una semana, sin celular, para que absorbiera la experiencia de trabajar como guarda en una zona rural, tal como debía hacerlo en la película. “Cuando estaba allá, en medio de la nada, pensaba que era una tontera, pero al momento de grabar me di cuenta de que Neto sabía lo que estaba haciendo”, dice Castante, bailarín de danza moderna que debutó en la pantalla con este filme.
“Lo que más recojo de él es el calor humano, el hacer las cosas bien, con mucha excelencia; me enseñó a ser un mae bueno en lo que se hace, a tener disciplina, ¿me entiende?, a cuidarse mucho”, dice la estrella de la película, Marvin Acosta, quien interpreta a Jasón, el extrovertido amigo de Chalo.
¿Tuvieron alguna vez un encontronazo? “Yo diría que no. Él es como un hermano para mí. Solo una vez, cuando terminamos de filmar, iba pasando por una panadería y como uno es tan popular y piso de tierra , me invitaron a un café y me quedé un rato. Ese día sí me regañó un toque, pero sin enojarse, ¿me entiende?”, dice Acosta, quien asegura seguir siendo amigo de Neto. De hecho, a veces le hace mandados pues trabaja como mensajero privado.
Muchas cosas han cambiado en este precario desde la filmación de la película hace un año. La pulpería donde Chalo rogó por el gallo está cerrada. El hijo de los pulperos ya creció y hoy reconoce a Neto cuando este llega de visita. La iglesia evangélica de lata se modernizó e instaló una puerta de vidrio con marco metálico. Se quemó el motel Las Águilas, donde Chalo pasa una noche y escucha el rechinar de una pareja en el cuarto de al lado. Rocky, el gallo de la película, fue vendido en Nicaragua. “Cuando llegué, tenía un guion y quería que el lugar se acomodara a él. Pero luego fui entendiendo que yo era el que debía acomodarme al lugar”, dice Neto.
Dos razones se unieron para que Neto grabara aquí la película. La primera: el hecho de que Chalo se viniera a vivir a estas calles de barro. La segunda: una tarde lejana en que regresaba de la playa, Neto miró la niebla que se extendía por Barbacoas, un poblado de Puriscal, y pensó que la zona sería un buen lugar para filmar una película.
Por las mismas calles de barro transitamos, con música saliendo del celular, cuando Neto lee un correo electrónico y sonríe. El agente de ventas le informa de que los derechos de su película fueron vendidos a televisoras de Turquía, Chipre y ¡Azerbaiyán!