Arriba en la montaña de Orochico (Telire, Talamanca), los niños indígenas de la Escuela Orochico 2 ensayan con la banda todas las tardes, aun cuando ya salieron de clases, y los fines de semana. Están felices y motivados porque por primera vez van a participar en un desfile de la Independencia.
Su emoción no es para menos: hace un año soñaron con tener una banda escolar y, sin instrumentos ni posibilidad alguna de comprarlos, terminaron improvisando unos tambores con baldes viejos y otros chunches que sonaban y así tocaron dentro del aula. Fue apenas para sacarse el antojo. Hoy, la historia es otra; por eso, los chiquitos están tan contentos y ni a ellos ni a sus maestros les importa sacrificar parte de su tiempo libre.
Orochico 2 es una escuela unidocente de Talamanca, que se abrió en el 2006 sin infraestructura (se daban clases en una casa) para que los pequeños de la comunidad no tuvieran que caminar cinco horas hasta el centro educativo de Orochico. Está en los altos de ese poblado, localizado a 10 kilómetros de Sepecue o a unas ocho horas de Bribri.
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La institución tiene nueve estudiantes entre 7 y 11 años y está a cargo de Freddy Zúñiga, director y maestro, quien empezó a buscar cómo conseguir los instrumentos y ayuda en la GAM. Además, llega a dar clases de lengua bribri Elvis Porras, joven de 29 años que asumió la dirección musical de la banda porque le gusta tocar la batería.
Cadena de solidaridad entre el Golden Valley y Proyecto Ángeles
Hay otra comunidad educativa envuelta en esta historia. Hace tres años, 15 estudiantes del centro educativo privado Golden Valley conformaron la Comisión Organizadora del Encuentro Estudiantil sobre Pueblos Indígenas y establecieron contactos con comunidades en territorios indígenas. En una conversación durante una segunda visita a Sepecue (Telire, Talamanca), se dieron cuenta de las muchas necesidades de la Escuela de Orochico 2, así que les ayudaron donando materiales educativos. Fue entonces cuando entraron en contacto con don Freddy, quien le preguntó a Fernanda Vargas, profesora y coordinadora de proyecto con comunidades indígenas del Golden Valley, si sabía cómo podían conseguir unos instrumentos para cumplir el anhelo de su estudiantado. Esa pregunta desencadenó toda una cadena de solidaridad.
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Por un lado, Vargas conversó con jóvenes del colegio, quienes se pusieron manos a la obra para recoger instrumentos y recaudar fondos para transportarlos hasta Talamanca. “Fuimos recogiendo tambores e instrumentos. La gente reaccionó de forma positiva, en especial los padres de familia. El colegio nos da distintos espacios para hacer ventas, y hemos estado realizando ventas de dulces y comida, así como rifas con premios que nos donan los estudiantes”, explicó Jimena Chacón, estudiante de décimo año del Golden Valley.
Por otra parte, la educadora contactó a la periodista Sandra Zumbado, de Proyecto Ángeles –iniciativa que promueve la lectura y la educación–, quien activó su red de ayudas desinteresadas en busca de instrumentos y dinero para poder conquistar el sueño de la niñez de Orochico 2. Preguntó precios de instrumentos, hizo un presupuesto y sus ángeles –como llama a los donadores – fueron aportando poco a poco los recursos.
“Entre Fernanda y yo fuimos buscando de qué manera estiramos el dinero para que nos alcanzara para todo; logramos recoger el dinero y mandarles a los chicos todos los instrumentos. Así como para ellos (los niños indígenas) era una gran ilusión, a nosotros nos generó también esa misma ilusión poder ayudarles y poder motivarlos; entonces por eso nos pusimos manos a la obra”, contó la también abogada y mamá de una escolar del Golden Valley.
El 25 de julio, la comunidad de los altos de Orochico caminó una hora para encontrarse con la delegación del Golden Valley que fue a dejarles los instrumentos (tambores, bombo, liras y platillos), luego de una travesía que incluyó varios cambios de medios de transporte.
Las niñas y los niños del centro educativo llegaron acompañados de su director y de padres de familia, quienes se organizaron para llevarles a las visitas productos de la zona y cestas que hicieron como agradecimiento. “Fue muy lindo. Llegaron con sus uniformes impecables y estaban muy contentos. Los mayores de la comunidad nos dieron artesanías, plátanos y otras cosas que producen allá”, contó la profesora Fernanda.
El director de la escuela confiesa que la comunidad estaba tan agradecida con la ayuda que, aunque son familias muy humildes, no quisieron llegar con las manos vacías. “Fue bastante bonito. Los chiquitos estaban muy emocionados y los padres de familia también. Esa hora que caminamos fue pura alegría para los estudiantes. Los padres de familia dijeron que no tenían con qué pagarles, pero que podían llevarles cosas de la comunidad”, recordó Zúñiga, quien tiene cinco años en Orochico 2.
Al principio, los niños estaban un poco tímidos; sin embargo, ya con instrumentos en mano quisieron que los jóvenes del Golden Valley les explicaran cómo se usaban y tocaban. “En cuanto iban aprendiendo se emocionaron y no querían dejar de tocar”, relata Jimena, estudiante de 16 años, para quien esta donación fue una experiencia muy gratificante.
La propia comunidad educativa no se cruzó de brazos e hizo también su esfuerzo: vendieron gallinas, que ellos mismos criaron, y helados para recaudar un dinerito y poder tener otros instrumentos más, explica don Freddy.
Una banda con pocas semanas de ensayos y mucho esfuerzo
Aunque nunca habían tocado tambores, liras ni platillos, y el aprendizaje de un instrumento no es fácil, los estudiantes le han puesto mucho empeño y ensayado todo lo posible desde que les pudieron los instrumentos donados en sus manos. Prácticamente, no los han soltado.
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Sentada junto a la lira, Dinia Telles Hernández, una de las niñas de la escuela, contó en un video que es lindo tener una banda, en especial después de que no tenían instrumentos y se los donaron. “Para mí es muy bonito practicar”, detalla.
Ezequiel, otro alumno, detalló que es importante estar en la banda e ir a compartir con otras escuelas porque nunca habían tenido una agrupación así para poder hacerlo en los festejos patrios. “Espero que nos salga bien”, remató optimista.
“Tienen la felicidad al tope y tanta ilusión. Quieren darlo todo, salir y desfilar”, cuenta el maestro Porras, que asumió la guía musical del grupo.
Quizá por eso no paran de intentarlo, a pesar de que hay ritmos que se les dificultan. Insisten por horas y horas. La soca ya la dominan, pero la samba sigue siendo retadora para los pequeños.
La banda se unirá este domingo 15 a la conmemoración en Sepecue junto a otros centros educativos. Ambos maestros los acompañarán a desfilar porque son “muy poquitos” y coinciden en que están impresionados y conmovidos por la genuina ilusión de los nueve estudiantes por participar en esta celebración patria. “Al ser una comunidad tan metida, usualmente no tienen la oportunidad de salir y participar. Sin embargo, esta es una oportunidad para que sepan que aunque son de un lugar humilde, tienen posibilidades como otros de hacer grandes cosas”, asegura el maestro de bribri.
En el camino, aparte de las dificultades musicales, hubo otro contratiempo: no había dinero para los uniformes; sin embargo, don Freddy corrió para activar la cadena de solidaridad y que en conjunto con ellos los pudieran financiar. “¿Cómo les íbamos a decir que no podíamos desfilar? Jamás”, reveló el director. Esperan que las camisetas lleguen a tiempo desde la GAM (al cierre de edición ya estaban en Puerto Viejo de Talamanca).
La banda de niños indígenas está expectante. Ya quieren desfilar. Pronto mostrarán qué han logrado en estas semanas de intensos esfuerzos; sin embargo, más allá de los resultados, el grupo escribió una página emocionante para Orochico –y una lección de civismo y esfuerzo para el resto del país–. Solo eso vale oro.