Era un domingo de febrero de 1950 y la gradería del Estadio Nacional se llenó de curiosos. Los presentes habían respondido a la convocatoria que había hecho el periódico, en donde se anunciaba la gran la novedad: un grupo de mujeres había decidido jugar al fútbol.
Del evento no había grandes expectativas. Aquel era el debut del primer equipo femenino que tocaba una bola en toda América, y el partido sería solamente una curiosa exhibición: un grupo de 30 muchachas que se dividió en dos –las azules contra las rojas– para incursionar en un juego, hasta entonces, de varones.
Al día siguiente, los titulares de la prensa daban noticia de la sorpresa que “las damitas” habían provocado en la afición: el equipo sabía moverse, las jugadoras eran estructuradas y todas tenían una habilidad particular para jugar fútbol.
Por estos días, varias décadas más tarde, las primeras mujeres que corrieron en una cancha nacional volvieron a La Sabana como espectadoras del primer Mundial Femenino en nuestro país. Volvieron con las mismas manos sudorosas y el corazón palpitando por los nervios. Esta vez, no les tocó defender al país en el campo de juego, su trabajo ya estaba hecho: hace 65 años derribaron mitos y empezaron el trazo de la larga trayectoria en el fútbol femenino nacional.
Un experimento
En 1949, nació el Deportivo Femenino Costa Rica F. C., el primer equipo de mujeres en toda América, que fue un experimento de dos hermanos futbolistas: Fernando y Manuel Emilio Bonilla Alvarado. La idea la plantearon ambos en un rezo de novenario. Su papá había fallecido y la casa estaba repleta de mujeres dolientes, amigas de la familia. Allí fue donde comenzó todo.
Fernando Bonilla no recuerda exactamente cómo surgió la idea, y le atribuye la iniciativa a un milagro.
Unos días después del rezo, se había formado un grupo de unas 30 muchachas que, sin entender muy bien de qué se trataba el fútbol, aceptaron comenzar a entrenar como equipo.
Las primeras prácticas fueron en la finca Las Delicias, un potrero en San Ramón de Tres Ríos que pertenecía a la abuelita de los hermanos Bonilla.
Lidieth Hernández fue parte de aquella primera generación de jugadoras. Ella recuerda que, los fines de semana en que iban a entrenar, las recogían en un bus que salía de la farmacia Fischel, en San José.
La mayoría inventaba excusas para asistir a los entrenamientos, pues jugar fútbol entre mujeres, en aquella época, no era bien visto. “Yo, por ejemplo, siempre le dije a mi mamá que iba a jugar básquet, porque ya para entonces las mujeres lo jugaban. Cuando en mi casa se dieron cuenta de que lo que yo practicaba era fútbol, casi me matan”, rememora.
“Antes no era tan común que la mujer hiciera ejercicios”, dice Dora Bonilla. Ella es hermana de los dos fundadores del equipo y, desde el inicio, encabezó la lista de mujeres futbolistas. “No sabíamos ni cómo correr, imagínese... Hasta eso nos tuvieron que enseñar”.
Juego de hombres
Los entrenamientos dejaron de ser clandestinos después de que el equipo debutó aquella mañana soleada de domingo en el Estadio Nacional. Después de aquel día –en este país donde todo el mundo opina–, comenzaron a surgir los comentarios en contra de que las mujeres jugaran un deporte practicado originalmente por varones.
“Que se nos iban a torcer las patas, que íbamos a quedar infértiles, que todas íbamos a terminar solteronas porque así no conseguiríamos marido..., de todo nos dijeron con tal de que no siguiéramos jugando”, recuerda Lidieth.
Un par de meses después, los doctores comenzaron a escribir en la prensa para tranquilizar a los opositores del juego femenino. “Sí debe jugar al fútbol la mujer costarricense, pues no se afecta su salud ni su feminidad”, publicó La Prensa Libre el 24 de abril de 1950. En aquel momento, la preocupación era “que siguieran siendo femeninas”.
Cuando se disiparon las dudas, el grupo siguió jugando. Hubo exhibiciones por todo el país de las azules contra las rojas y, después de cada encuentro, los periódicos del día siguiente amanecían con elogios para las jugadoras.
La fama en la prensa deportiva hizo que la noticia del grupo de mujeres que jugaba fútbol en Costa Rica cruzara las fronteras del país y se esparciera por el continente.
Los viajes
La primera gira internacional del equipo fue a Panamá en abril de 1950.
Para salir del país, se armó todo un protocolo: a las mamás de varias jugadoras se les asignó el papel de chaperonas. “La mayoría de nosotras ya éramos mayores de edad, pero eran otros tiempos”, explica Lidieth.
Los viajes eran todos en bus y se organizaban solamente cuando se lograba conseguir quién financiara la estadía y los gastos de las deportistas.
Los uniformes se pagaban con rifas y cuotas semanales que aportaban todas en la reunión de los miércoles en la noche, y uno de los familiares del grupo, que tenía una sastrería, donó los trajes de gala para que la delegación viajara “como debía ser”, cuenta doña Lidieth.
“Trabajamos con las uñas, dejamos la sangre y hasta los músculos..., lo hicimos todo para poder jugar”, cuenta Fernando Bonilla. Él y su hermano se dividían las labores de dirección. Fernando era el entrenador del equipo y Manuel las representaba.
Los años han pasado, pero las historias las recita Fernando de memoria. “Es un cuento que ya me he echado varias veces”, dice, “pero la emoción con la que lo narro sigue siendo la misma”.
Él conserva los recuerdos de cada viaje en un álbum inmenso con cientos de imágenes que llevan apuntado el año y el nombre del país donde fue tomada la foto. El fútbol les permitió conocer el continente entero.
En las giras, las muchachas viajaban para hacer exhibiciones: siempre las azules contra las rojas. Competían entre ellas mismas. Y la prensa extranjera las retrataba siempre como una curiosidad.
Los periódicos solían destacar lo guapas, educadas y simpáticas que eran las representantes femeninas y, como no había ninguna competencia de por medio, la delegación adquirió un corte algo diplomático... aunque la competencia llegaría. La primera vez que las costarricenses se enfrentaron a un equipo internacional femenino fue el 13 de mayo de 1951. El juego fue en Guatemala ante a otro grupo de mujeres futbolistas recién formado; se llamaba El Azul de Guatemala. Las ticas volvieron a casa después de haber ganado el partido 6 goles por 3.
Un tiempo después, cuando en Cuba se formó un equipo de fútbol de mujeres, las costarricenses viajaron a la isla y ganaron como visitantes. En aquel tiempo, resultaban imparables y los trofeos comenzaron a acumularse en las vitrinas del Deportivo Femenino.
Mas, pese a tantos triunfos, las medallas y premios no fueron sinónimo de reconocimiento en Costa Rica. Financiar al equipo femenino no era, definitivamente, una prioridad para nadie, ni para el Gobierno ni para la Federación de Fútbol.
Por otro lado, las muchachas de la primera generación de jugadoras comenzaron a entrar en lo que, para aquella época, era la edad ideal para casarse. Así, las prioridades de las atletas comenzaron a cambiar.
“A los esposos ya no les gustaba que uno anduviera jugando. Más aún cuando ya una tenía sus hijos”, dice Lidieth.
Como una excepción, Dora Bonilla fue una de las que jugó ya casada y con hijos, y cuenta que, para su esposo, eso nunca fue un problema. No obstante, al tiempo también se retiró para dedicarse de lleno a la maternidad.
Poco a poco, esta primera generación se fue diluyendo y vino una época en la que muchas pasaron por el equipo, aunque sin disciplina competitiva de por medio.
Este equipo pionero hizo su última gira en 1963, cuando jugó en varias ciudades de México y Centroamérica.
El viaje duró varios meses, pero terminó antes de lo previsto después de muchas complicaciones por falta de recursos económicos.
Ya de vuelta y en suelo tico, los hermanos Fernando y Manuel Emilio decidieron que el grupo había cerrado su ciclo.
Muchas otras generaciones siguieron construyendo la historia del fútbol femenino costarricense, pero estas señoras se quedarán para siempre con la gloria de haber entrado por primera vez en un campo que antes les estaba vedado.
Hasta hoy, siguen siendo una generación de abuelas, bisabuelas y tatarabuelas particulares: señoras pendientes de los resultados de los partidos y dueñas de una memoria capaz de retener los nombres de las estrellas del fútbol mundial.
A estas señoras, aún les sudan las manos y les tamborilea el corazón cuando el equipo femenino de Costa Rica sale a la cancha.