Sentada en un sillón de la sala de su casa, en el Alto de Guadalupe, y vestida de pantalón azul de mezclilla, camiseta blanca y tennis, Nuria Chinchilla Morales se devuelve 30 calendarios.
Apoya su miradada en sus manos por unos instantes mientras recuerda el génesis de la vida solidaria y de entrega por la que se decidió desde joven, y que llevó de la mano con la ocupación de costurera que aprendió de adolescente y con la que, todavía, se gana la vida.
En aquel entonces, Chinchilla no peinaba las canas que tiene ahora, a sus 61 años; sin embargo, cuando enlaza el pasado con el presente halla en cada cabello blanco la lucha diaria a la que le hace frente desde que decidió trabajar en beneficio de las privadas de libertad del país.
Nuria Chinchilla ha ocupado poco más de la mitad de su vida en liderar proyectos y acciones que impacten positivamente a la población carcelaria de El Buen Pastor, prisión de mujeres que actualmente lleva por nombre Centro de Atención Institucional Vilma Curling Rivera.
En la década de los 80, cuando Nuria empezó a hacer trillo en todos los rincones del centro penitenciario, la población de reclusas no sobrepasaba las 60 personas; hoy en el centro hay encarceladas cerca de 570 mujeres, y aunque muchas cosas han cambiado en el lugar, su nombre ha permanecido con los años, y su trabajo solo se ha redoblado.
Su labor en el centro penitenciario no empezó por casualidad, vino impulsada por una niñez en la que sus padres le inculcaron a ella y a sus ocho hermanos que el amor al prójimo era baluarte para una vida plena en bendiciones.
Nuria es católica y desde que tiene memoria vivió congregada a algún grupo de esa religión. Precisamente fue como parte de un apostolado que ella comenzó a visitar, en la década de los 80, ese penal ubicado en San Sebastián.
Con el tiempo su presencia en el sitio adquirió frecuencia. Cuenta con jocosidad que los oficiales y autoridades de esa cárcel bromean con que le van a poner un colchón en algún ámbito para que duerma ahí.
De muy joven
“De cierta manera caí en El Buen Pastor, pero no como ellas (las prisioneras)”, dice Chinchilla con su casi sempiterna sonrisa. De seguido. empieza a explorar sus memorias.
Todo empezó a sus 24 años. “Fue cuando faltaron mis papás [su mamá murió casi a sus 15 años y su papá siete años más tarde], una época muy dura para los nueve hermanos que somos –ella es la menor–. Hice un curso de cristiandad y algunos compañeros de ahí habían conformado un grupo católico para trabajar en los centros penales. Me comencé a relacionar con ellos y se hizo un apostolado en la cárcel que me impactó mucho. Luego me nació la inquietud de seguir trabajando para los privados de libertad y tiempo después, en una de esas visitas que hice, conocí a quien fue mi maestra, amiga, confidente y hermana: doña Vilma Curling”, reseña Chinchilla.
Curling fue una enfermera que destacó por liderar la Asociación Manos Abiertas, un grupo que visitaba semanalmente a las mujeres de la entonces cárcel El Buen Pastor y que velaba por el bienestar físico y espiritual de las privadas de libertad y sus hijos, al punto de que impulsó la creación del Hogar Santa María, que acogía a los niños de las mujeres detenidas en la cárcel. Por su trabajo incansable fue que el gobierno de Luis Guillermo Solís cambió el nombre a esa cárcel el 8 de marzo del 2017 por el de Vilma Curling Rivera.
Nuria se incorporó a aquella asociación y desde allí estrechó una intensa relación con Curling, con quien simpatizó fácilmente porque a ambas las potenciaba el mismo deseo de luchar en favor de proyectos para las mujeres encarceladas.
Aún y con la empatía que gozaba Nuria, tanto con Curling como con los proyectos que promovía, sus primeros pasos en el penal no le fueron sencillos.
“Cuando comencé a participar de los apostolados había posibilidades de entrar a los ámbitos (carcelarios) y todas esas compañeras de entonces: la famosa Vilma Curling, la abuela cubana Elsie, doña Yalile Palma que también ha tenido una participación importante en estos años... llegaban hasta esos lugares. A mí, por ser la cumichilla, me dejaban a cargo de limpiar la capilla o de alistarle las cosas al sacerdote que daría la misa o cosas por el estilo. Con el pasar del tiempo me empecé a cuestionar qué estaba haciendo yo ahí. Quería tener más relación con las muchachas. Un día estaba furiosa sentada en una banca de la capilla y entró doña Vilma y me dijo: ‘Nurilla qué te pasa, por qué te veo así con las pilas bajas’. No lo pensé cuando le contesté: ‘Sabe qué Vilma, me voy a ir de aquí porque todas las del grupo se van a atender a las muchachas, a compartir con ellas y a tomar café y a mí me dejan aquí en la capilla y no es justo’, y Vilma, con aquel amor con el que siempre hablaba me respondió: ‘¿Querés que te diga una cosa? Es que te estamos probando, estamos probando tu perseverancia”, recuerda.
Empero, la respuesta de la enfermera no quedó ahí. “Usted está muy joven y debe tener paciencia con nosotros. ¡Qué va a saber Nurilla que vayan a pasar los años y que en un futuro sea usted la coordinadora de todo esto! Exactamente recuerdo que le dije: ‘¡Ay, Vilma, por el amor de Dios! Cómo va a decir usted eso. Si estoy queriéndome ir ya’ y ella con ese carisma que siempre la caracterizó me recalcó: ‘Vas a ver. Persevera, persevera, que Dios te va a ayudar’”.
Nuria así lo hizo y más de tres décadas después está al frente de una serie de proyectos internos y externos al centro penal. Entre ellos lideró el remozamiento de la capilla de la cárcel, impulsó la apertura de Casa de Paz, una residencia ubicada en Heredia donde se alojan reclusas que carecen de un domicilio y que recibieron como beneficio un régimen semiinstitucional, y promovió la creación de la Asociación Siervos del Buen Pastor, que vigila y promueve todas esas iniciativas, y que nació de un grupo formado en la década de los 80, también bajo la tutela de Curling.
“Estos proyectos los formamos con el trabajo de muchísimas personas; digo que los formamos, pero pienso que así era el plan de Dios porque muchas cosas se nos facilitaron”, considera Chinchilla.
Primero Dios
El primer gran proyecto con el que se arrolló las mangas Nuria Chinchilla y su “equipo de trabajo” fue con la capilla de la cárcel. “Con el trabajo que se venía haciendo en el penal durante tantos años nos dimos cuenta que la capilla estaba en muy malas condiciones e incluso estuvo clausurada un tiempo. Era un atentado estar ahí. Fue en ese momento donde se nos vino la idea de convertir aquel grupo en asociación y elegir una Junta Directiva para que el proyecto alcanzara solidez y no fuera solo un grupo de la Iglesia pidiendo ayudas económicas. Aparecieron muchas personas que la arreglaron pero tenemos esa deuda de ¢130 millones que sabemos que está ahí y que hay que pagarla, porque a pesar de que la capilla está en un terreno del Ministerio de Justicia nosotros no recibimos ninguna ayuda de Gobierno”, enfatiza Chinchilla.
Aunque la situación crítica de la capilla la conocieron desde aquellos años, no fue hasta hace cuatro que el edificio se reconstruyó.
Con la asociación establecida también se aplanó el camino para la Casa de Paz. Este proyecto es una alianza entre la Asociación Siervos del Buen Pastor y las Hermanas Franciscanas de la Purísima Concepción.
La congregación religiosa dispuso una edificación que tenían sin ningún uso en particular en el centro de Heredia para iniciar la Casa de Paz, una idea que se había pensado desde los años 80 pero que apenas cumplió dos años a mediados del 2018.
Esas acciones, junto con las visitas recurrentes que hace Nuria al penal –procura ir todos los jueves y sábados– y la participación afanosa en actividades del lugar, desembocaron en un gran cariño de parte de las reclusas.
“Nuria es una señora muy especial. Ella nos ha ayudado muchísimo. Es una mujer de respeto. Recuerdo que la conocí durante una misa en El Buen Pastor”, dice Gloria Ortiz, quien desde hace cinco meses goza del beneficio de la Casa de Paz.
“Es de mucha bendición para nosotras que hayan personas como doña Nuria. Le decimos a ella que somos sus hijitas mal portadas”, afirma Xinia Siles, otra de las “inquilinas” de Casa de Paz.
Karla Nava fue compañera de Gloria y Xinia en el penal. Ella recibió la noticia del beneficio de Casa de Paz el 16 de agosto durante la fiesta de celebración del Día de la Madre en el Vilma Curling, actividad en la que Nuria encabezó a un grupo religioso quienes llegaron a colaborar con el evento.
“Doña Nuria es un pan de Dios. Cuando iba a la Iglesia ella me llamaba y me decía que le pidiera lo que ocupara para higiene o cuidado personal. Había momentos en que le decía que todo estaba bien, que no me faltaba nada y recuerdo su respuesta: ‘Cómo va a estar bien si usted es extranjera (Karla es mexicana) y nadie viene a traerle nada. Pídame con confianza’. Siempre la admiré por ese corazón solidario y por la sonrisa con la que siempre pasa en su rostro y que le refleja el gozo que siente al compartir”, opina Nava.
Al respecto, Nuria dice que desde que se decidió trabajar en beneficio de las mujeres encarceladas, siempre supo que su labor sería por igual para todas, sin importar si quiera las razones que habían motivado la prisión de ellas.
“Mi relación con todas es por igual, independientemente del ámbito donde estén. Tiene que ser así. Por ejemplo, en Casa de Paz tuve a dos muchachas con pareja del mismo género. A ellas les daba mucho miedo preguntarme si sus parejas las podían visitar y ¿por qué no? No es que llegan y se encierran en el cuarto porque la casa tiene reglas, pero sí les permito que las parejas las visiten, estén con ellas en la sala y si estoy ahí hasta tomamos cafecito. Varias veces muchas de ellas me han dicho que qué bonito que yo fuera la mamá porque las he logrado entender a todas y es que más allá del error que cometieron, ellas son seres humanos y yo lo que les veo es ese lado humano y lo cariñosas que son.
”Para la gente es muy fácil juzgar a las personas que están en la cárcel, pero hay que valorar muchas cosas: de dónde salieron, la niñez de esas criaturas, si fueron abandonadas, si fueron violadas… Todas ellas ven la vida desde otra perspectiva y necesitan sentirse queridas. Los integrantes de la asociación y de la Junta Directiva dicen que solo yo tengo esa casta y el tiempo necesario para estar al pendiente de todo esto”, refiere Chinchilla.
Sin esposo ni hijos
Si bien, Nuria Chinchilla pertenece a una generación de familias conservadoras, ella dice que su trabajo en el penal le ayudó a abrir la mente para entender el mundo de una vida en la cárcel.
“Soy una persona muy abierta. No tengo pareja, nunca me casé, ni tengo hijos, entonces siento por ellas el cariño que cualquier madre puede tener con los suyos. Yo llego al Vilma Curling y no hay una muchacha que no pase y que me abrace, que me salude y que pregunte por las muchachas de Casa de Paz. Siempre que damos regalitos dejo una reserva en una bodega porque sé que en cualquier momento ellas llegan y me dicen que se les acabó tal o cual cosa para su higiene y cuidado personal”, reitera.
Los más de 30 años que tiene Chinchilla de llevar las riendas de estos proyectos no han sido fáciles ni para su vida personal ni mucho menos en su relación familiar.
“A veces me he puesto a pensar que por qué el Señor no me dio hijos, ni una pareja; porque tuve oportunidades. Luego pienso que este es el don que Dios me dio. Hay momentos que en mi casa se enojan porque me pierdo de muchas cosas de la familia, pero este es un trabajo que yo asumí, un trabajo sin remuneración con el que solo aspiro decirle al Señor 'misión cumplida' cuando por lo menos me deje ver el cielo por una cerradura de la llaves de San Pedro; pero aquí estamos, llevando a cabo esto con el amor tan grande de siempre”, subraya.
Ese afecto que tanto recalca sentir por las prisioneras del Vilma Curling y por las muchachas de Casa de Paz fluye en ambos sentidos. Así ha sido desde siempre, pero ella lo confirmó recientemente cuando se tuvo que someter a una operación de un tumor que le encontraron en la lengua.
“Me quitaron la parte izquierda de la lengua y el mismo doctor me dijo que me tenían que poner un injerto para ver si podía continuar hablando. Le decía al doctor que yo hablaba hasta por debajo de las orejas, que él no me podía hacerme eso. En esa etapa me impactaron tanto los mensajitos que me hacían llegar las muchachas desde el Vilma Curling. Muchas me llamaban y me decían que habían aprovechado los minutos que tenían para hablar con sus familias para llamarme y solo manifestarme que se estaban portando bien, que estaban yendo a misa y orando mucho por mí. Mucha gente puede pensar que qué van a valer esas oraciones, pero yo me recuperé y sigo hablando tanto como siempre, esos gestos son solo muestras del cariño que uno encuentra en estas personas”, relata.
Otro de los pasajes que rememora con curiosidad fue cuando sorprendió a sus hermanas y sobrinos –las cinco hermanas viven en la misma propiedad– con que se iba a llevar a vivir un tiempo con ella a una muchacha colombiana de El Buen Pastor a la espera de que le salieran los documentos de la extradición.
“Les dije que era traficante y no les hizo mucha gracia, primero era por tres meses y ella terminó viviendo conmigo casi por un año. Le conseguí trabajo, nunca tuve un motivo para llamarle la atención y mi familia la terminó aceptando, porque les insisto a ellos en que uno debe ver en estas personas al ser humano, y no a esa mujer que con sus hijos, pareja o familiares cometieron algún error. Esta muchacha se fue tan agradecida que no hay cumpleaños que no me llame o una Navidad que no me pase un mensajito”, apunta.
De familia
Ese espíritu de entrega aunado a su cercana relación con Dios la hicieron valorar, hace unos años, integrarse a una congregación de monjas. Paradójicamente fue frenada por las mismas religiosas.
“Pienso que quizá el Señor me rescató de algo y que mi misión aquí sería distinta a ser madre o esposa. Tuve intenciones de integrarme a una congregación de monjas. Un día le conté a una hermana superiora mi idea y ella me sacó de eso. Me dijo que el hábito no hace al monje y que yo hacía más el papel de una religiosa que una de ellas mismas en un convento. ¿Cuándo termino esto? No lo sé. Vilma Curling trabajó por más de 34 años en el penal y ella iba aún con su bordoncito y seguro a mí me va a pasar así”, cita.
La personalidad inquieta y tenaz que la caracteriza la aprendió, principalmente de su padre, quien formó parte de varios proyectos religiosos en El Alto de Guadalupe, donde nación y creció, entre ellos el de la construcción de la iglesia del Niño Jesús de Praga. “Vi el ejemplo de mi papá que siempre trabajó y colaboró en acciones en beneficio del pueblo”, señala Chinchilla.
Su padre también impulsó a ella y sus hermanas en el oficio de costurera.
“No tenía 15 años cuando mamá faltó. Mi papá siempre quiso que mis hermanas y yo estuviéramos cerca de él. Salí de la escuela y después mi papá me compró una máquina de coser y aprendí de ese oficio”, resume.
Entre costura y costura consumió su adolescencia y recibió la juventud y la adultez. Ese oficio también la enlaza con las muchachas del Vilma Curling, principalmente en actividades de la Semana Mayor o Navidad, cuando suele coserles vestimentas a las reclusas para esas celebraciones.
“Suelo pasar toda la Semana Santa en el Vilma Curling. Un día les dije a ellas (las reclusas) que hicieran el vía crucis en vivo y que yo les hacía los mantos y la vestimenta. Me preguntaron que qué era el vía crucis y ya empezaba a darles casi clases de religión, les conseguía el libro y ellas empezaban a montar todo, y siempre fue increíble. Con las sentenciadas planeaba el vía crucis y con las indiciadas el vía lucis. Son muchas las anécdotas que tengo con ellas y que nadie me las puede quitar porque todas las he vivido, sentido, saboreado y llorado, porque sí, también lloro con ellas cuando están en momentos vulnerables”, dice.
Con las ocho muchachas que actualmente tiene a su cargo en Casa de Paz, la historia no es tan distinta, pues a la distancia pasa al pendiente de que cumplan con los reglamentos del albergue y las normas de convivencia grata entre todas.
“Yo no apago el celular durante toda la noche, porque las muchachas de Casa de Paz me llaman a reportarse. Casa de Paz busca la reinserción de ellas en la sociedad y ellas se deben ir ganando la confianza. Procuro que ellas tengan las libertades suficientes ahí, siempre que respeten las condiciones del beneficio que le otorgaron las autoridades del penal”, destaca.
¿Está satisfecha con los resultados de esa misión que inició hace más de 30 años?, le pregunto.
“No pueden ser tantos años tirados a la basura como mucha gente dice. Este tiempo lo he vivido muy satisfactoriamente y no ha servido para engrandecerme a mí, porque la gloria es del Señor. A ellas (las reclusas) siempre les digo que no me agradezcan nada a mí, porque esto es un servicio a Dios que damos muchas personas. Tarde o temprano tomaré una enfermedad y partiré, entonces quiero dejar esta semilla como lo hizo doña Vilma en mí hace tantísimo tiempo”, termina.
Bastión para reclusas sin domicilio
Ser un sitio para el asilo de las privadas de libertad sin domicilio, que les facilitara a ellas su proceso de reinserción social, fue el objetivo con el que se inauguró, en junio del 2017, la Casa de Paz.
El albergue se ideó en la prisión –desde hace varios años– por las mismas reclusas del Vilma Curling Rivera y las trabajadoras sociales del reclusorio, luego fue potenciado por la Asociación Siervos del Buen Pastor –presidida por Nuria Chinchilla– y apoyado por las Hermanas Franciscanas de la Purísima Concepción, quienes dieron el empuje final al proyecto.
“La Casa de Paz era un proyecto del que se hablaba incluso hace muchos años en el Vilma Curling. Era un proyecto que teníamos desde aquel entonces, de que algunas de ellas pudieran gozar de un beneficio que les permitiera salir a trabajar, de que se sintieran como en familia y de que se empezaran a involucrar de nuevo en la sociedad”, explicó Nuria Chinchilla.
El tiempo transcurrió pero la idea nunca feneció. Fue hasta hace dos años cuando se materializó el proyecto. Un 13 de octubre del 2016, las Hermanas Franciscanas de las Purísima Concepción firmaron un acuerdo con la asociación liderada por Chinchilla en el que les cedía una casa en Heredia para desarrollar la Casa de Paz.
“Las mismas muchachas les pidieron ayuda a las Hermanas Franciscanas que tenían una casa en Heredia que usaron en algún momento como convento y que luego la dejaron sin uso. Cuando las Hermanas se dieron cuenta de la Junta Directiva a cargo de la asociación nos citaron para hablar sobre la posibilidad de cedernos la casa”, explicó Chinchilla, quien indicó que cada año renuevan el acuerdo con las propietarias de la vivienda.
Una vez la asociación contó con la estructura, la acondicionaron y comenzaron los trámites con el Ministerio de Justicia y las autoridades del Vilma Curling.
“Pusimos la casa en función a finales del 2016, y pasaron seis meses con la casa instalada hasta que nos reunimos con la entonces ministra (de Justicia) Cecilia Sánchez y firmamos un convenio para entrar en funcionamiento”, refirió Nuria Chinchilla.
El convenio establecía las condiciones que le permitirían a una reclusa gozar del beneficio de Casa de Paz, entre ellas, haber tenido un comportamiento bueno en prisión, contar con una oferta laboral y tener deseos de reincorporarse a la sociedad.
La casa cuenta con 10 habitaciones amuebladas, una capilla, tres salas de estar, cocina y el menaje. Actualmente en la residencia habitan ocho mujeres del penal, algunas con ofertas laborales en la empresa privada y otras provenientes de un régimen de confianza en el Centro de Atención Semiinstitucional para La Mujer en San Luis de Santo Domingo, Heredia, donde laboran en la panadería penitenciaria.
El grupo convive íntegro de viernes a domingo, y se desintegra el lunes cuando las muchachas del Centro de Atención Semiinstitucional para La Mujer regresan a sus labores en la panadería.
Nuria Chinchilla explicó que en la casa las huéspedes tienen reglas de convivencia y un reglamento que deben acatar: está prohibido el consumo de licor o drogas y la visita conyugal; además, cada una debe aportar un pago de ¢20.000 mensual para los gastos de servicios públicos e Internet.
La alimentación es responsabilidad individual de cada muchacha, aunque la Asociación Siervos del Buen Pastor organiza algunas actividades como ventas de cachivaches para ayudar en otras necesidades del lugar. La Casa de Paz es un albergue temporal, en donde se prevé que no estén más de un año, pues la idea es que ellas empiecen a establecerse nuevamente con sus familias (las nacionales) o independientes (las que no tienen arraigo en el país).
“Estos 15 días que llevo aquí han sido maravillosos, es otra vida, otro mundo, otro todo, porque te da desde la posibilidad de hablar con tus seres queridos cuando quieras, hasta la libertad de cocinarte algo, de salir, de convivir con otras personas. Es como volver a nacer”, manifestó la mexicana Karla Nava, la huésped más reciente de Casa de Paz.
Nava cumple su mes de estancia en ese lugar este domingo 16 de setiembre.