Una mujer bronceada sonríe desde la publicidad que promociona vitaminas. Ella, dueña del bienestar, exhibe las bondades de un frasco de pastillas que –según el eslógan– son sinónimo de una vida saludable.
Un amplio grupo de “aficionados a la salud” han creído en este tipo de mensajes, razón por la cual los complejos vitamínicos forman parte de su lista de compras del mes.
Los médicos y la medicina, sin embargo, siguen estando del lado de una dieta balanceada como el secreto para tener un organismo recargado de nutrientes.
Las investigaciones siguen concluyendo que tomarse un comprimido de vitaminas, en muchos casos no solo podría ser una pérdida de dinero, sino también una forma de intoxicar al cuerpo con sustancias que no necesita.
Una dosis sintética
En principio, una persona sana necesita de una dosis diaria de vitaminas que puede adquirir consumiendo una dieta balanceada. Cuando el cuerpo alcanza esa dosis necesaria, el sobrante de vitamina se desecha de formas naturales.
Evidentemente, para el organismo es más sencillo procesar los nutrientes que provienen de fuentes orgánicas (frutas y verduras). Cuando se toman vitaminas sintéticas, la absorción en el cuerpo es más difícil y, por lo tanto, menor. Dicho de otra forma, para el cuerpo es más complicado procesar la vitamina C que viene de una cápsula, que absorber los nutrientes de una naranja.
Cuando se ingieren productos sintéticos, el organismo es capaz de absorber solo 60 milígramos del producto, por lo que no es recomendable malgastar en comprimidos con dosis más altas que eso. Así lo explica la nutricionista Marianela González. Ella y la doctora Ana Paula Robledo fundaron la Clínica de nutrición Equilibrio Vital. Ambas advierten que existen en el mercado cápsulas con dosis de hasta 500 milígramos de determinada vitamina. “La gente las compra pensando que más es mejor, y se equivoca”, asegura Robledo tras precisar que, una vez utilizados esos 60 milígramos, el cuerpo desecha los 440 restantes.
Existen dos tipos de vitaminas: las hidrosolubles, que se disuelven en agua y las liposolubles, que se disuelven en grasa. En el caso de las primeras, el organismo se deshace de la vitamina que no utilizó por la orina. Así sucede con la vitamina C, por ejemplo. “Si su cuerpo ya absorbió la cantidad que necesitaba, usted solo compra vitaminas para desecharlas”, explica Robledo.
En el caso de las liposolubles, aquellas vitaminas que el cuerpo no requiera se alojan en la grasa y permanecen por más tiempo en el organismo. “Estos son los casos en los que existe un riesgo mayor de toxicidad”, explica.
Las vitaminas A, D, E y K entran en la categoría de liposolubles. Una cantidad excesiva de complejo B puede hacer que el calcio que no se necesita produzca en piedras en los riñones.
Casos especiales
Si bien hay casos especiales en los que sí se recomiendan los complejos vitamínicos, lo ideal es que el consumo adicional de vitaminas provenga de frutas y vegetales y no de comprimidos.
Según Marianela González, existen poblaciones susceptibles para las cuales se diseñan terapias de nutrición específicas. También existen enfermedades que son tratadas mediante una megadosis de ciertas vitaminas, mas en ambos casos, esto se hace bajo prescripción médica.
Se insiste en la importancia de que un médico supervise las vitaminas que toma un paciente porque debe haber un control cruzado con los demás medicamentos que ya ingiere.
“Una mezcla inadecuada puede anular los beneficios de consumir algún tipo de vitamina. Existen muchos casos en los que un mal cruce de vitaminas con medicamentos ha acabado con la vida de un paciente”, explica González.
Amarillos:
Los alimentos anaranjados y amarillos son una fuente importante de vitamina A que protege a los ojos y mejora el sistema inmune y el sistema óseo.
Rojos:
Las uvas, el tomate, la remolacha y la sandía contienen licopeno, un pigmento vegetal antioxidante. Este grupo de alimentos son ricos en vitaminas A y C.
Azul / púrpura :
Las antocianinas que se encuentran en este tipo de alimentos previenen enfermedades cardíacas, y mejoran la sensibilidad a la insulina y la presión arterial.
Verdes:
La espinaca, el brócoli y la lechuga son alimentos ricos en luteína y vitamina K. También aportan vitaminas del grupo B y C.
Blanco:
Dentro de este grupo se ubican los hongos, la papa y la coliflor. Son alimentos ricos en vitamina C, K y ácido fólico.
Los niños, las mujeres encinta, los adultos mayores, las personas veganas y los deportistas extremos, completan la lista de poblaciones que podrían tomar vitaminas extra. Por ejemplo, a las embarazadas se les sugiere consumir hierro, calcio y ácido fólico para prevenir problemas en el bebé. La espina bífida es una de las consecuencias más comunes en mujeres que no consumieron suficiente ácido fólico durante su gestación.
Para los adultos mayores, se recomienda fortalecer el calcio y la vitamina D, debido a que los años hacen que la piel no pueda captar esa vitamina por medio del sol.
En el caso de los deportistas extremos, se les recomienda un mayor consumo de magnesio, potasio y sodio.
Aunque resulte contradictorio, González señala que, en Costa Rica, una de las poblaciones con mayores niveles de desnutrición es la de las personas obesas. Se trata de personas cuya dieta ha abundado por años en grasas y carbohidratos, pero no en vitaminas.
Mención aparte merecen los veganos, que son quienes no comen alimentos de origen animal. Ellos no tienen forma de adquirir de forma natural la vitamina B12 que necesita su organismo (esta vitamina se halla en carnes rojas, pescados y leche, entre otros), razón por la cual se les aconseja recurrir a cápsulas vitamínicas.
Colores en el plato
Según González, muchas personas ven en las vitaminas comerciales la salida fácil a una mala nutrición.
En un país como Costa Rica, donde la variedad y disponibilidad de frutas y vegetales es grande, preparar almuerzos y cenas con la cantidad necesaria de vitaminas no debería ser complicado.
“Existen países donde es muy difícil conseguir algunas fuentes naturales de vitaminas. Pero Costa Rica no es el caso”, subraya Robledo.
El reto está en complementar mejor el plato de arroz y los frijoles y en incrementar la gama de nutrientes de cada comida.
La nutricionista explica que existe un sistema en el cual se han relacionado ciertos colores con el tipo de vitamina que cada cual aporta al organismo.
Por ejemplo, los alimentos de color verde representan una fuente importante de vitamina C; mientras que los de color naranja y amarillo aportan mayormente vitamina A (ver recuadro).
Por esta razón, el consejo “sírvase un arcoíris en el plato” se ha popularizado entre los nutricionistas como una forma de orientar a los pacientes hacia una alimentación balanceada y saludable.
La próxima vez que se siente a comer, recuerde prestar atención a la cantidad de colores que brillan frente a usted y piense que, a través de esos alimentos, su cuerpo conseguirá lo mejor de las vitaminas y nutrientes que requiere.