Siempre me llamaste hermana y hermana tuya me sentí siempre.
Sé que desde antes de coincidir en espacio y tiempo (en esta vida) ya éramos hermanos. No recuerdo dónde y cuándo nos conocimos, y eso no importó nunca. Ni las fechas ni el tiempo fueron nunca importantes, el cariño sí.
¿Y cómo no sentirnos hermanos, si compartimos una historia paralela?, la misma tierra nos vio nacer, la misma tierra nos vio crecer; siempre tuvimos dos mamas, dos amores, dos Patrias, por las que tanto el orgullo como el amor se reventaban en nuestro pecho hasta que tuvimos que gritarlo de mil maneras, en lo público y en lo privado, porque así nos enseñó la vida, sin tintas grises para nada, tanto en el amor hacia nuestras Patrias, como para todo aquello en lo que creíamos, un todo o nada, hasta las últimas consecuencias.
¿Te acordás aquella vez que trabajando juntos, alguien tomó mi celular de mi mochila? Los colegas buscaban por todas partes y solo vos me dijiste: si querés pueden registrar mis cosas, te dije –César, no hace falta, vos me respondiste –por favor registren mis cosas, es que algunas personas cuando algo pasa, dicen “fue el nica” y quiero que estés tranquila de que “el nica” no fue. Ese día, al verte me vi, y sin decirnos nada, te di un abrazo y lloramos. Los dos entendimos con dolor lo que me estabas diciendo. Y desde entonces fuiste más mi hermano.
Los dos sabíamos que el odio solo es parte de la ignorancia o a veces del dolor, los dos entendíamos que había que trabajar fuerte y con coraje, con nuestro amor a las dos mamas, y ganarnos uno a uno a nuestros hermanos, a partir del respeto y del amor. Fuimos también hermanos en esa lucha por lograr una transformación.
Pero no fuiste solo hermano mío. Tuviste muchos hermanos y hermanas más. Cientos o miles de almas que tocaste de muchas otras maneras o con los que peleaste otras batallas. Hermanas mujeres, hermanos hombres, hermanos gatos, hormigas, pajaritos, tu hermosa y querida familia de perritos, la hermana montaña, el hermano árbol, aire, tierra, y cada ser vivo al que le diste un lugar en tu enorme corazón, que amaste a cada uno por igual, y por los que luchaste con el mismo coraje que se defiende a un hijo, a una hija, hasta el final.
Más de un proyecto se nos quedó en la gaveta. Ahora seguimos igual, trabajando, pero vos de nuevas maneras.
De vez en cuando me visitas en sueños y conversamos sobre cómo fue que Leo y Anita, aquel par de chavalitos llegaron a Costa Rica siendo casi unos niños, y cómo con gran sacrificio lograron criar a sus hijos. Me contás nuevamente cómo aprendiste de ellos sobre el trabajo, el respeto, la lealtad, la honradez, la humildad, el amor a Dios y el ser agradecidos siempre. Recordamos aquel día que por fin, con mucho trabajo y sacrificio pudiste comprarles su casita. Ya no tendrían que sufrir alquilando, ya que este hijo suyo había trabajado duro para darles su casa. Cómo lloraron ese día. Aún ahora, cuando lo recordás lloramos porque sabemos lo que te esforzaste para darle a tu mama y a tu papa la tranquilidad de que ya nadie los iba a echar de su casa.
Cómo disfruto cuando venís y conversamos. Vos venís como siempre con aquellos ojos grandotes llenos de luz y con tu gran sonrisa a darme fuerzas para seguir con todo lo que falta: - Vamos hermanita, vos podés. Hay mucho por hacer.
Vos no te has ido César, Chito querido, mi guardabarranco aguerrido. Vos aquí seguís.
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Aquí seguís en cada persona que vio alguna de tus obras, o escuchó tu poesía, y que por medio de ellas transformaste su odio en amor, su ignorancia en comprensión y su desdén en hermandad.
Aquí sigue sin descansar la Polea que construiste codo a codo con Cristina tu eterna compañera, ella sigue jalando y levantando banderas, y hoy la sostiene con más fuerzas, marchando firme para mantener el legado que juntos construyeron.
Aquí seguís, sonriendo, jugando, llenándonos de esperanzas y de ese amor infinito que siempre nos contagió. Aquí seguís amigo mío, en tu poesía, en tus obras, en tus acciones, en cada perrito que salvaste, en cada corazón que tocaste, y estás aquí en María Paz esa pequeña niña que con sus enormes ojos, y con el amor con que abraza ya a todo ser, nos sigue enseñando sobre todo aquello por lo que trabajaste y que encierra tu legado: el amor y respeto entre todo los seres vivos, en un mundo que pueda vivir en paz y en hermandad.
Con amor, tu hermana Flor.