Francisco “Chico" Hernández Ramírez no trataba el balón de fútbol a las patadas; por el contrario, lo acariciaba, mimaba y arrullaba. Era un enamorado de la pelota, a la cual le dispensaba siempre el elegante trato de un caballero.
Ese comportamiento fino con las bolas número 5 lo distinguió a lo largo de una carrera deportiva de 16 años como integrante del equipo de Primera División del Deportivo Saprissa: 1967-1983.
Con ese club ganó un total de 10 torneos nacionales, incluidos los seis títulos consecutivos que obtuvieron los morados entre 1972 y 1977. La suya fue una brillante trayectoria que arrancó con el pie derecho, pues se estrenó en la máxima categoría alzando la copa tres años seguidos: 1967 (temporada en la que anotó 12 goles siendo apenas un chamaco de 17 años), 1968 y 1969.
En 1982 levantó un trofeo local por última vez, ya que se retiró del balompié en noviembre del año siguiente. Treinta y seis años después corrió por última vez en la cancha de la vida, de la cual se retiró a los 69 años, cuando el 2019 apenas realizaba ejercicios de calentamiento: lunes 7 de enero. Su hermano, el talentoso Fernando “Príncipe" Hernández, quien jugó con Saprissa entre 1961 y 1978, murió el 4 de mayo de 1997, a los 52 años.
“Chico", diminutivo del nombre Francisco, podía apelar también a la estatura física de este mediocampista que se transformaba en un gigante a la hora de gambetear a los rivales, lanzar centros a la medida, filtrar pases con cálculo milimétrico y proteger el balón con su cuerpo.
Aún hacen eco en mi memoria las palabras que le escuché en una ocasión al comentarista deportivo Javier Rojas González (1939-2018) en la década de los 70: “Chico recibió el balón, observó al portero adelantado, sacó el cordel, midió la distancia y con precisión de topógrafo remató al ángulo superior izquierdo del guardameta. ¡Un golazo!"
Juegos de adolescente
Recuerdo incluso la vez que Evaristo Coronado, exgoleador saprissista, manifestó que muchas de las anotaciones de sus primeros años se debieron a la calidad de los centros que recibía de “Chico" Hernández.
Daba gusto ver sobre la gramilla a quien ganó con los morados tres torneos de la Fraternidad Centroamericana y jugó 31 partidos con la selección nacional entre 1967 y 1980; en este último año fue el capitán de la tricolor en los Juegos Olímpicos de Moscú. Era un maestro en el arte del acierto y la exactitud; se le echa de menos en un campeonato en el que la imprecisión siempre alinea, siempre juega ¡y se luce en grande!
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En mis años de adolescente lo admiré tanto que de cuando en cuando me sentaba frente al espejo del tocador de mi madre y movía mi rostro en busca de un ángulo en el que según yo adquiría cierto parecido con “Chico" Hernández. Mis hermanos Frank, Alejandro y Ricardo se deleitaban sorprendiéndome en ese juego de mi imaginación y se mofaban y reían en grande.
No solo eso. En las épocas navideñas compraba tarjetas alusivas a la temporada e inventaba las firmas de mis ídolos morados, entre ellas, por supuesto, la de Francisco Hernández Ramírez. Las visitas que llegaban a casa mordían el anzuelo y se creían el cuento (en el fondo era un sueño mío) de que los jugadores de Saprissa nos habían enviado ese detalle.
La última vez que vi a “Chico" fue en el homenaje que el Deportivo Saprissa le brindó a él y otros jugadores de antaño en la fecha 19 del Torneo de Clausura del 2018. Lo confieso: me emocioné. Otra confesión: me dolió enterarme de su muerte el 7 de enero pasado. La pérdida paulatina de los héroes de la infancia y adolescencia duele, produce nostalgia.