Se despedía la década de los años 50. Costa Rica daba pasos importantes en la conquista de derechos laborales y se afanaba de manera entusiasta en la consolidación de los pilares de una nueva república después de la guerra civil de 1948.
Desde Alajuelita en una fría madrugada de un día cualquiera, el joven Jorge Hernandez conducía su motocicleta rumbo a Radio Monumental, donde laboraba como controlista, aprendiz de técnico de estudio, cabinero y otros menesteres propios de la radio de aquella época. Sin referencia alguna en su familia de este oficio que desde que lo conoció se volvió su vida misma, el talentoso muchacho, con tan solo 15 años, empezó a construir su nombre para luego volverlo leyenda en la radiodifusión costarricense.
Radio Monumental gozaba de un prestigio y credibilidad extraordinariamente significativa en la sociedad de la época: los más destacados intelectuales, los más importantes protagonistas de la política, los personajes más sobresalientes de la sociedad desfilaban por el inapelable micrófono de aquella afamada estación. Es en este entorno es que Jorge Hernández empieza a empaparse con gran pasión del fascinante mundo de la radio; le gustaba todo; aprendía con gran devoción sobre todo lo que tuviera que ver con el medio que tanto amo; no escatimaba tiempo ni acusaba cansancio pues a medida que crecía en conocimiento y se compenetraba con la dinámica de esta profesión, su mente y su corazón le dictaban conclaridad que había nacido para hacer historia en ese maravilloso medio. Recibía cada consejo con la actitud del más fiel de los discípulos; curiosamente era un poco callado, pero lejos de mostrar timidez se conducía con un profundo respeto, pues era consciente de que estaba en la génesis del aprendizaje de lo que sería su motor de vida y no podía interrumpir con alguna distracción innecesaria.
En el proceso de formación mostró una especial afinidad por la parte técnica, se metió literalmente de cabeza en aprender cómo realizar una transmisión, quiso y aprendió el funcionamiento de todo: la señal, los componentes, los equipos, las variables tecnológicas y se volvió fanático de una de sus más marcadas obsesiones en las transmisiones radiales, el sonido de óptima calidad.
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Pocas personas en la historia de la radio costarricense han gozado de un oído tan agudo y educado como el de Jorge Hernandez; era impresionante verlo detectar hasta el ruido más imperceptible en una transmisión o bien el equilibrio perfecto entre ese balance de altos, medios y agudos que los especialistas persiguen. Su oído era tan bueno que ni los propios equipos de alta tecnología lograban optimizar la transmisión como lo hacía el. Esta habilidad le resultó de gran ayuda para desempeñarse como uno de los mejores técnicos de estudio de grabación que hubo en el país. Junto a un hermano tuvo por muchos años un estudio donde se realizaron extraordinarias producciones de audio para radio y televisión, logrando grabaciones con un exquisito gusto, y por su puesto, con el mejor sonido posible.
Es en esta etapa de su vida donde conoció a los mejores locutores de la época, de quienes extrajo mucho de su conocimiento en locución sin saber que después sería él, con su portentosa y sensacional voz, quien cautivara a miles de oyentes de todas las generaciones, convirtiéndose en uno de los locutores más reconocidos de Costa Rica. Cabe indicar que don Jorge en sus inicios no hacia locución, lo cual es llamativo pues no solo tenía una formidable voz, sino también un carisma y habilidad comunicativa que merecieron el halago y reconocimiento de los mejores de la época, entre ellos el querido y respetado comunicador Carlos Alberto Patiño, de quien don Jorge recibió un gran impulso para que se “animara” a convertirse en locutor.
Si bien el recuerdo más común de los costarricenses hacia don Jorge es por su presencia en la radio o sus incursiones en televisión, pocos lo recuerdan en una faceta que desempeño con gran éxito, la de empresario musical. Don Jorge fue el propietario del Grupo Invasión, del cual se recuerdan algunos temas que fueron sensación, siendo el más recordado Florecilla de amor, un “cover” interpretado por Taly Sandi, quien también sería uno de sus grandes amigos en vida. El Grupo Invasión llevó su música por todo el país y era el mismo don Jorge el que se encargaba de la mesa de sonido y la presentación oficial del grupo en los distintos salones, pues contar con un presentador oficial era una práctica muy común en la época, pues le daba seriedad y realce al conjunto y a la actividad. Invasión fue invitado muchas veces a compartir escenario con grandes orquestas y artistas internacionales, entre ellos El Diablo de la salsa, Oscar D’León, con quien contaba don Jorge casi tuvo que llegar a los golpes, puesto que el venezolano pretendía sonar de una manera estridente y manipular los equipos propiedad del Grupo Invasión. “Por muy Oscar D’León que sea, yo no iba a permitir eso”, nos contó entre risas.
Esta particular anécdota es un claro contraste con la personalidad de don George, quien era una persona finamente educada, respetuosa, con una calidez en el trato como pocos y con una sensibilidad propia de los grandes líderes que conducen a sus grupos con la herramienta más fuerte de todas. Él se tomaba el tiempo para hablar detenidamente con cualquiera de sus colaboradores, no hacía distinciones, era parejo con todos, le gustaba conocer sobre las personas que trabajaban a su lado, sus necesidades, su familia, sus deseos, los hacía sentir importantes y propiciaba un ambiente amable y siempre respetuoso para que cada quien se desarrollara potenciando sus posibilidades.
Recuerdo una mañana que llegué a trabajar a la radio, faltaban unos 15 minutos para las 5 a. m. y estaba don Jorge con el técnico, listo para irse a Guanacaste a una de esas desgastantes giras que él realizaba para darle mantenimiento a las repetidoras o bien para hacer alguna reparación importante de un equipo que falló o fue víctima de alguna tormenta. Les conté anteriormente que don Jorge era especialista en la parte técnica, actividad que aprendió de manera empírica pero que realizaba como el más connotado profesional en ingeniería; fue él quien diseñó la red de repetidoras más eficiente y funcional en el país, ni siquiera las emisoras más tradicionales lograron ese diseño técnico.
Pues bien, ese día me bajé del taxi que me llevó a la radio y salude al patrón; hablamos brevemente del viaje que iba a realizar y fue cuando me preguntó qué había pasado con mi carro, le expliqué que yo no tenía, económicamente apenas estaba saliendo, por lo que no estaba en mis posibilidades tener vehículo; guardó silencio por unos segundos y me dijo: “Vos tenés que tener un carro, entrás muy temprano y salís muy tarde, además andás en muchas actividades de la radio y eso te permite movilizarte con mayor facilidad”. Le recordé a don Jorge que mis dos hijos estaban muy pequeños y que estaba recién separado de la mamá de ellos –digo, le recordé porque don Jorge sabía todo o casi todo de la personas que le rodeaban–.
Me dijo: “Yo regreso el viernes, el sábado hablamos”.
Ese sábado don Jorge me llevó a un garaje donde se guardaban las móviles y equipos de la radio; había un hermoso carro de línea deportiva. “Este es su carro, ahí me lo va pagando”. Yo le agradecí tan generoso gesto pero le hice ver mi situación; el salario me alcanzaba apenas para comer y para la manutención de mis hijos, yo no podía pagar ni un colón por concepto de carro. Fue entonces cuando el señor hizo algo que llevo en mi mente y en mi corazón de por vida: me subió el salario y me dijo “con eso va abonando a la cuenta y guarda el resto porque ahora tiene carro y hay que darle mantenimiento”.
Ese día don Jorge no solo me dio un carro; me dio una lección, me enseñó que un líder no debe estar ajeno a las necesidades de los miembros de su grupo, me enseñó que las personas debemos valorar el esfuerzo que hacen los demás y darles el empujón necesario para que puedan avanzar, me dio su apoyo y me dio la caña para pescar, me mostró que su corazón siempre estaba abierto y dispuesto a compartir lo que a él se le había dado.
Fue su querida Omega Estéreo el fiel reflejo del compromiso y determinación por alcanzar un sueño, ese sueño que tuvo sus momentos de gloria así como sus calvarios. Omega uno de sus proyectos, porque fueron muchos: director y programador de la época más dorada de Radio Centro; director y programador de Música Fundación en la cúspide de la popularidad; presentador y productor del programa Tu Música en canal 2.
Pero fue Omega la que recibió a un Jorge Hernández listo para construir su propia idea de una radio concebida bajo su talento, diseñada conforme a su filosofía, moldeada bajo su sello y estilo únicos. Es Omega la radio de Jorge Hernandez y de todos aquellos que nos dejamos seducir por su sueño, éste proyecto era para don Jorge su propósito de vida, su pasión, su comida, su aire; amaba profundamente su logro y lejos de convertirlo en un hombre soberbio o arrogante fue una inspiración para nosotros, los que a su lado nos contagiamos de su empuje, de su determinación y estábamos recibiendo una lección de incalculable valor sobre la forma de perseguir, con determinación y compromiso, un objetivo en la vida.
Era don Jorge un ser noble, leal, brillante en el desempeño de su liderazgo y dueño de un particular sentido del humor. Cuando había espacio y el momento era apropiado se divertía con gran desenfado, le gustaba bromear con los compañeros y que le contáramos las travesuras que hacíamos en aquellas andanzas propias de esa irreverente y desentendida especie denominada “gente de radio”, se reía con esas historias y amenazaba con contarlas un día al aire, provocando la preocupación y zozobra de aquellos que contaron más de la cuenta o hicieron más de la cuenta. Obviamente don Jorge nunca llegó a hacer tal cosa, pero lograba un efecto de credibilidad en nosotros que hacía suponer que algún día podría contarlo.
Don Jorge era una persona extraordinariamente humilde y sencilla, pero poseía el garbo y la altives de los hombres distintos. Su presencia imponía, su liderazgo era natural, generaba respeto, su hacer y quehacer inspiraba confianza y certeza en su discurso. Ciertamente era alguien que procedía con gran empatía pero se percibía con toda claridad y de manera natural su autoridad, no admitía injusticias y aunque defendía con pasión y una profunda convicción sus ideas, no era un testarudo infranqueable incapaz de admitir otras tesis o puntos de vista, al contrario era sabio y tolerante en el debate de ideas.
Fue un hombre que logró crear una empresa sólida, robusta, ejemplar, la cual representaba un gran atractivo para la inversión publicitaria y por ende propiciar un sustento económico sano y generoso. Esto lo traigo a colación porque me permite exaltar otra característica de la personalidad de don Jorge, quien habiendo alcanzado el éxito económico y la tranquilidad financiera nunca fue ostentoso ni hizo alarde de sus posesiones y tampoco vivió, pudiendo hacerlo, rodeado de grandes lujos o llevando un estilo de vida despampanante. Si bien era un hombre que le gustaba lo bueno y que se esmeró como pocos por darle lo mejor a su familia, predicó con el ejemplo la humildad y el desapego a las cosas materiales
Eso sí, tenía un “gustito” muy arraigado y evidente por los carros. Tuvo varios que le encantaban, pero no para lucirlos a los demás provocando envidia o algo parecido; los tenia para si, eran sus auto regalos, sus premios materiales por tanto esfuerzo, trabajo y dedicación, simplemente eran la evidencia física o simbólica de sus logros tan trabajados.
Siendo un hombre tan transparente sin dobles discurso y accesible, guardaba con recelo la forma de manifestar sus afectos. Su familia, sus hijos eran su adoración, todo su incansable trabajo era por y para ellos, amaba con profunda ternura y pasión todo lo que tuviera que ver con ellos, pero era mesurado con la demostración de ese amor que les tenía. Nunca fue grosero, frío o indiferente pero los cuidaba a su manera, estaba atento a sus necesidades los abrazaba y protegía con el alma más que con sus brazos, aunque también lo hacía.
Recuerdo la fatídica noche cuando uno de sus hijos perdió la vida. Los más cercanos colaboradores acudimos de inmediato al hospital donde era atendido el muchacho. Estábamos don Jorge; el gerente de la empresa; Koki, su hijo mayor y su gran compañero de sueños, y yo cuando el doctor salió del quirófano a comunicarle a don Jorge que no había nada que hacer, el muchacho se mantenía vivo artificialmente y muchos de sus órganos podían donarse para salvar otras vidas. Ese día, ese fatídico e inolvidable día, don Jorge puso su mano en mi hombro y soltó un ahogado llanto desgarrador. Yo sabía que aquel guerrero inquebrantable, valiente, invencible, estaba viendo como su corazón estallaba en mil pedazos. Ese día recibí otra lección de él: siembra amor, lealtad y solidaridad en las personas porque un buen día podrías necesitar un hombro que te sostenga al llorar
No pude decir nada, tampoco había nada que decir, ¿quién tiene las palabras que alivian el dolor de perder un hijo? Nadie, por lo menos no en este mundo. Ese día fui lo que tenía que ser: el hombro en el que un gran hombre lloró.
Jorge Hernández se nos adelantó físicamente, cumplió su paso por esta tierra pero no morirá. Hay hombres y mujeres que trascienden ese enigmático viaje que llaman la muerte, hay seres cuya huella es tan profunda que sería una muy mala broma de la vida suponer que se fueron cuando sus cuerpos dejaron de funcionar, hay seres que alimentan el universo, que hacen germinar lo mejor que tenemos y que impulsan una permanente maquinaria que mueve los sueños. Esos seres no mueren, sino que permanecen, son los favoritos de Dios, inspiran, alientan. Uno de esos seres es Jorge Hernandez, cuyo legado vive para siempre.
El autor es director de Teletica Radio.