A sus 73 años, don Dany Calvo Chacón ya se había ganado el derecho a bajar revoluciones, a llevarla con calma. Sin embargo, quedarse quedito no era lo suyo: hasta hace pocas semanas la vitalidad fue su sello característico, siempre buscando a quién echarle una mano. Con él eso de ser buen vecino pasaba del dicho al hecho.
En Jardines de Tibás aún no salen del estupor ante su partida, a causa de la covid-19. Nunca tuvo mayores problemas de salud, más allá de unas complicaciones de oído, y por eso tomó por sorpresa a los familiares cuando su respiración empezó a complicarse la mañana del 18 de setiembre. Ese día salió de la casa en ambulancia y fue la última vez que lo vieron su esposa e hijos; falleció 11 días después, en cuidados intensivos del Calderón Guardia.
“Yo sé que todo el mundo dice que no hay muerto malo ni niño feo pero es que quienes no lo conocieron no tienen idea la clase de persona que fue él, tan entregado a los suyos, tan servicial”. Quien así lo describe es su esposa, Elvira Avendaño. La pareja vivía desde hace 45 años en Jardines, donde crió a sus dos hijos, Alejandro José y Sylvia Elena, y consintió a sus tres nietos: Sabrina, Santiago y Ariel. En esa comunidad tibaseña, don Dany era el típico vecino que conoce a todo el mundo, al que siempre se podía acudir en caso de requerir una herramienta, una mano amiga o una conversación amena.
“Como padre era super entregado, siempre con una palabra de amor, una sonrisa para nosotros”, recuerda Sylvia.
“Mi papá no podía ver a un vecino subido en una escalera porque se iba a ver en qué le podía ayudar; si alguien estaba pintando una pared él se apuntaba a pintar a su lado; le cambió la llanta a gente que ni conocía; paraba el carro para pasarle corriente a quien fuera que se quedara varado”, explica Alejandro.
Don Dany trabajó por mucho tiempo en el área de estadística y registros médicos del Cenare, pero eso no le impidió con frecuencia acercarse a los pacientes que aguardaban ser atendidos para asistirles. Le gustaba conversar con ellos, darles palabras de fortaleza, y eso lo sensibilizó a siempre estar disponible para los demás. “Mi papá se deleitaba ayudando a la gente”, añade Alejandro.
Por más de 30 años, Calvo combinó su labor en el Cenare con el oficio de taxista, trabajo que siguió ejerciendo aún después de pensionado. Del taxi se bajó hasta este año, cuando la pandemia empezó a complicar al país, y desde entonces dedicaba los días a compartir con su familia, leer todo lo que se le pusiera por delante, completar crucigramas, oír música y embellecer jardines, haciendo honor a su barrio: tenía una mano prodigiosa para las plantas, las cuales compartía propios y ajenos.
Ubicar la alameda en la que está su casa es sencillo, pues las áreas comunes denotan la dedicación que don Dany le donó a la comunidad. Hasta pagó de su bolsillo para que pintaran los postes eléctricos de la vecindad.
Oriundo de San Miguel de Santo Domingo, el amor por Tibás no le impidió seguir siendo seguidor inclaudicable del Club Sport Herediano. El año pasado descubrió su gusto por la pesca deportiva, tras sacar de las aguas del Pacífico un atún que fue su orgullo, gesta que esperaba superar en una siguiente expedición en bote, junto a Alejandro. Sin embargo, el mar no volverá a recibirlo.
Como dicta la “nueva normalidad”, su funeral fue algo íntimo, de apenas una decena de familiares cercanos. Fue la pandemia la que evitó que el templo estuviera a reventar para despedir al buen vecino tibaseño, a un hombre de sonrisa fácil, verbo ágil y disponibilidad absoluta, quien fue por la vida poniendo siempre a los otros primero que él.
Así es como alguien se da a querer.