Pero cuando muere un héroe
no se muere
sino que ese héroe renace
en una Nación.
Hora Cero
Ernesto Cardenal
Ernesto Cardenal siempre se adelantó a su tiempo y ese tiempo nunca lo alcanzó. No murió este marzo del 2020 porque los poetas no mueren. No murió Rubén Darío tampoco. No mueren porque la historia de Nicaragua se escribe en verso. Y se firma con tinta del agua turbulenta que llena los lagos. Sus poetas son telúricos e inmortales.
Las vidas de Ernesto Cardenal Martínez fueron como las islas de ese archipiélago de Solentiname, no fue una vida sino todas. Ninguna de esas vidas supera a las otras; todas fueron vividas simultáneamente. Cardenal nunca fue poeta sin ser escultor ni cura sin ser activista ni teólogo ni político, era todos o ninguno. Así transcurrió su obra polifónica en un país de poesía veteada de lucha, contemplación, pobreza, opulencia.
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Cardenal corrió la voz por el mundo de los ideales de Augusto César Sandino, un líder del pensamiento latinoamericanista que nació y murió por Nicaragua. En Sandino se cimentó una visión de otra Nicaragua. El asesinato del líder desató una revolución, en principio silenciada por una larga dinastía en el poder, encabezada por Anastasio Somoza García y luego por sus hijos. Hasta que se interrumpe en 1979 con la consolidación del Frente Sandinista de Liberación Nacional y un giro en el poder.
Fueron largos años de producción y exilios en los que Ernesto Cardenal se convierte en sacerdote, teólogo, traductor, escultor. La llegada de Daniel Ortega, como el esperado presidente sandinista parecía el inicio de un cambio profundo, y Cardenal asumió el Ministerio de Cultura con la clara convicción de expandir ese ideal utópico, que años atrás había inaugurado en Solentiname con los artistas primitivistas.
Como en su libro Cántico Cósmico el tiempo de la reivindicación sandinista se descompone, la ciencia toma un aplomo místico y todo lo que se piensa cronológicamente se herrumbra. Todo menos ese ideal de una Nicaragua libre. Ese paso por la política y el servicio público le dolieron en el alma, lo dejaron sin oficiar misa por más de tres décadas y acabaron con el respeto al liderazgo de su antiguo compañero de lucha convertido en presidente.
Salió del gobierno para ocupar otra trinchera de control político y para convertirse en el crítico más beligerante de la dictadura de Ortega y Rosario Murillo. Una fisura irreparable que supo convertir en narrativa, como una revolución fallida. Hasta el mismo día de su partida, aunque se decretaron tres días de luto, hubo manifestaciones del oficialismo en contra de la devoción por el maestro, porque el silencio no le hace bien a un país.
Lo lloran los bosques, las aves, los peces, el agua, la sequía, pero todos los días, Ernesto Cardenal en verso incansable, imparable, improbable sigue vivo en las letras heredadas.
Su profundidad mística, templanza, fe descomunal y su obra prolija fueron marcadas en un capítulo de su vida que se cierra con la llegada del Papa Francisco al Vaticano, quien lo rehabilitó para continuar con sus labores clericales, luego de que Juan Pablo II reprendiera su carrera política, su adhesión a la teología de la liberación y lo dejara imposibilitado de oficiar sus concurridas misas por más de 30 años. Un momento histórico que ahora es una fotografía de prensa.
El origen de esa cercanía con la teología de la liberación inicia luego de que termina su carrera de letras en México y viaja a hacer estudios religiosos a Estados Unidos, para luego terminar en Medellín, Colombia donde se ordena sacerdote.
Todo ese viaje de introspección lo lleva a que a su regreso a Nicaragua, construya un espacio de contemplación en el archipiélago de Solentiname para que surjan encuentros entre las lecciones cristianas, los grandes pensadores que conoce al alejarse de la criticada colonización de almas. Allí se reuniría con su gran mentor el poeta y sacerdote místico estadounidense Thomas Merton, a quien conoció años atrás en Kentucky, un gesto utópico e interrumpido por la muerte.
La poesía con Cardenal cambió, nos cambió. Su entrañable amigo y escritor Sergio Ramírez, quien desde las primeras obras del gran poeta ha sostenido que esa lírica cotidiana y con ritmo contemporáneo de la prosa esculpida en verso, transformó una generación e impactó su propia producción literaria. Esa forma terrenal y contemporánea pasó a darle un nuevo color a la bandera de su patria y un rasgo de identidad más a sus artistas.
Su visión política, religiosa y literaria se debatía entre voces diferentes. A Ernesto lo consumía su consigna de llevar el tema de Nicaragua por el mundo, donde iba lo seguían como se sigue a un icono. El escritor uruguayo Mario Benedetti dijo sobre su admiración por Cardenal que si bien los separaba la fe o su ausencia, habían encontrado que aunque tenían grandes diferencias sobre el cielo, siempre se pudieron poner de acuerdo sobre el suelo. En donde sea que estén ambos maestros ahora, pasarán de lo cósmico a lo místico. Lo dijeron todo, palabra por palabra.
Premios internacionales con grandes nombres como el Reina Sofía y el Pablo Neruda forman parte de esa constelación de reconocimientos que siempre serán pocos, pero valiosos porque todos sus premios eran para Nicaragua.
Hay un fragmento sublunar con islas desperdigadas donde Cardenal sigue viviendo. Deja su boina en el barro y se acuesta en las flores, las aguas, las aves y sobre todo en el fuego que calienta las venas del Lago de Nicaragua.
No despidan a Ernesto Cardenal, que él solo está dormido.
La autora es lectora, editora, escritora, gestora de innovación cultural.