Luis Roberto Sáenz Villalobos, un hombre inteligente e interesado por la lectura, debería ser recordado como la persona que fue y no como quien dejó de ser. Su caso ocupó titulares en setiembre porque tras fallecer, según su acta de defunción por nexo epidemiológico por coronavirus, transcurrieron varios días para que su cuerpo fuera descubierto.
Su sobrina calcula que pasaron cerca de cuatro días desde que su tío falleció hasta que se supo de su muerte. Su cuerpo inerte permaneció en una vieja y ya inservible cama. A su alrededor, como testigos mudos estuvieron puñados de basura y algunos artículos deteriorados. En lugar de techo en esa desvencijada habitación, en Barrio Los Ángeles, en San José, había lonas de variados colores políticos que, tras ser propaganda en su momento, sirvieron para proteger una parte desnuda del techo y resguardar a este hombre de la lluvia, el vendaval y el sol.
Don Luis Roberto fue un nómada. Vivió toda su vida en esa casa de Barrio Los Ángeles, pero por temporadas se iba a trabajar, regresaba y así transcurrieron sus años. Allí, en sus últimos calendarios convivió con su primo Carlos Alberto Mendoza Villalobos, de 58 años, un hombre con una discapacidad cognitiva que se dedicaba a cuidar carros para subsistir.
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Luis Roberto tenía una pensión porque por mucho tiempo ejerció como topógrafo, además, contaba con la ayuda de una antigua amiga que todos los meses le llevaba un diario con alimentos básicos. Con eso compartían él y su primo Carlos, a su manera. Nunca se sentaban a conversar a la mesa porque no tenían: todos los muebles de la casa se fueron estropeando con el pasar del tiempo. Era normal que cada uno estuviera por su lado, y quizá por ello pasaron dos días para que Carlos tuviera conciencia de que su primo había fallecido.
“Luis Roberto tenía dos días sin hablar”, le comentó Carlos a su prima segunda Haybi.
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Hacía tres días (el 9 de setiembre) que Carlos le había contado a Haybi lo mal que se sentía. Dos días después la llamó para decirle que salió positivo por coronavirus. 48 horas más tarde (el día 13) avisó que Luis Roberto, de 68 años, había muerto.
Haybi trabaja en limpieza urbana para la Municipalidad de San José y estaba en cuarentena preventiva luego de que compañeros suyos salieran infectados; por ello no pudo acudir de inmediato a ver cómo resolvía la situación de su tío, además, tampoco contaba con dinero para asumir los gastos fúnebres.
Mientras, Carlos, quien no podía dejar la casa porque tenía orden sanitaria, salía reiteradamente al corredor de su casa “para respirar” y no inhalar adentro la evidencia de un cuerpo que tuvo que haber sido sepultado o incinerado el mismo día de su deceso.
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Adiós
Gracias a ayudas sociales, el cuerpo de don Luis Roberto fue retirado de su casa el 15 de setiembre, aunque se presume que falleció entre el 11 y 12 de setiembre.
Un equipo de una funeraria, por protocolo, depositó su cuerpo en una bolsa de plástico, luego en un ataúd y posteriormente fue llevado a incinerar. Sus cenizas reposan en una mesita en la sala de la casa de su sobrina.
Él no tuvo hijos. Se casó una sola vez y se separó hace varias décadas. Básicamente se tenía solo a él mismo. Su sobrina quiso ayudarlo muchas veces porque lo recuerda como un ser humano extraordinario, una persona dispuesta a ayudar a quien fuera por encima de sus propias necesidades.
Ella dice que hace dos años lo llevó al médico porque él iría solo si ella le acompañaba. Don Luis Roberto padecía de gota (un tipo de artritis) y eso hizo que sus articulaciones se inflamaran y que sus dedos se deforman, duplicaran su tamaño y adquirieran un color rojo sangre. Haybi lo apoyó a como pudo, pero ella en su hogar tiene una sola habitación que comparte con una hija adolescente.
“Era una gran persona, su único defecto es que le gustaba tomar. Dejó de trabajar por su problema en las articulaciones. Yo lo quería mucho. Era un tío bueno que lo llevaba a uno a pasear donde los papás no podían, me llevaba al Parque Diversiones, me daba plata los días de mi cumpleaños, me llevaba comida. Conmigo y mi hermano Marco Vinicio tenía un cariño especial”, dice Haybi, quien recuerda a su tío como un hombre dicharachero y que reía con frecuencia.
El 12 de setiembre Haybi cumplió 38 años y no recibió la llamada de su tío, lo que le extrañó porque esa conversación era tradicional. Después se enteró de su muerte.
Don Luis Roberto nunca lloraba. La única vez que lo hizo fue cuando murió su mamá doña Margarita Villalobos Sandí, quien dejó la casa de Barrio Los Ángeles a disposición de quien la necesitara. La vivienda se fue deteriorando; según Haiby el inmueble está inhabitable y, por ahora, su primo Carlos está viviendo en un albergue habilitado por la organización Chepe se baña. La aspiración de ella es conseguir un bono de vivienda para construir una nueva edificación en la que pueda vivir el señor que logró recuperarse de la covid-19.
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“A mi tío no se le confirmó que tuviera coronavirus. El acta de defunción dice que falleció por nexo epidemiológico por covid. Pero no sabemos de qué falleció. Él padecía además de hipertiroidismo, cardiopatía, insuficiencia cardiaca y renal severa”, cuenta la sobrina.
Ella dice que tras las inhumanas condiciones en las que pereció su familiar lo que la reconforta es saber que “su tío descansa en paz, que no tuvo que esperar más a que se llevarán su cuerpo”.
"Yo recogí las cenizas porque para mí fue especial. Fue una figura paterna que nunca tuve. Con mi hija era especial.
“Esto es demasiado triste. Murió en las peores condiciones. No merecía morir así. Como ser humano era genial. Morir solo y tener que esperar tanto para que recogieran su cuerpo es muy duro”, cuenta la mujer con un esbozo de satisfacción al convencerse de que hizo lo que pudo para ayudarlo.
Luego de una risa de consuelo agrega: “Mi tío dijo que de ahí (de la casa) lo sacaban muerto. Y sus palabras se cumplieron. Ahora descansa en paz”.