Conocí a Marcos a cuando yo tenía trece años (en 1973), desde el lado del público, cuando con mi familia, seguíamos a Les Luthiers por los teatros de los barrios de Buenos Aires, durante un ciclo de conciertos gratuitos organizado por la Secretaría de Cultura de la Ciudad. El efecto que causó Les Luthiers en mi, fue determinante. Esa maravillosa manera de hacer humor y música, ese desparpajo y complicidad con el público. Recuerdo el rol de Marcos como locutor/presentador, con su voz profunda y su presencia seria y formal que contrastaba con el contexto disparatado que le daba el resto del grupo y que generaba esa ruptura de lo inesperado en el lugar inadecuado, y aunque en ese entonces, el contenido de los textos me pudiese resultar difícil de comprender, el efecto fue irremediable, me hice fan y conocedor de estos locos maravillosos.
Pasaron los años. A mis dieciocho en una de las curvas de la vida del camino me encontré con los astros alineados y la oportunidad (que no deje pasar) de formar parte del equipo de trabajo de Les Luthiers. Esa circunstancia, que duró hasta mis treinta y tres, marcaron mi vida. Marcos sin duda fue uno de los puntales de esos años, fue mi jefe, mi maestro, mi amigo. En la vida privada y para quienes no lo conocían, era una persona extremadamente amable y reservada. Para los que estábamos dentro de su cotidianeidad, una fuente constante de creatividad y de risa, de inquietudes y reflexiones, de pasión y de parsimonia.
Esa parsimonia que lo llevaba siempre a llegar sobre la hora a todas las citas y horarios, esa tranquilidad que a algunos y a los que como yo tenemos el don de la impaciencia, nos ponía con lo nervios crispados. Como cuando cada vez, antes de comenzar una función, se tomaba en el camerino su último sorbo de café y exhalaba la ultima bocanada de humo de su cigarrillo de tabaco negro ¨43/70¨, mientras en la tarima ya estaban todos los compañeros formados para comenzar la función, llegaba justo con el tiempo exacto como si tuviera un cronómetro interno que le dijera, ¨tranquilo... no hay prisa... aún no es el momento...¨. O como cuando jugábamos al fútbol con nuestro grupo de amigos en el club social y deportivo del barrio de Palermo, todo el mundo ya estaba en la cancha por comenzar la mejenga, y justo al momento del pitido inicial, llegaba Marcos desplegando su parsimonia y tranquilidad arreglándose las medias, mientras todos le gritábamos “¡dale pelado, apuráte!.”.
Accedí felizmente a participar en esas mejengas por invitación de Marcos y eso siempre lo agradezco. Esas citas de ¨alta competición¨, estaban conformadas por una veintena de pataduras y dos o tres iluminados con gol, con edades entre 20 y 60 años, de todas las profesiones y estratos sociales. No recuerdo bien desde que año comencé a participar de esos encuentros, si sé que fue hasta el último momento antes de venirme a vivir a Costa Rica, en el 99, y debo decir que es una de las cosas que más añoro del tiempo pasado. Hace unos días, conversando con dos excompañeros recordando esas ¨justas deportivas¨ resaltábamos la sencillez de Marcos. Siendo él toda una celebridad siempre se comportó como uno más de ¨los muchachos¨, en las mejengas y en nuestros asados de fin de año. En esos asados anuales, elegíamos a ¨El mejor del Año¨ en diversos rubros ¨el mejor delantero¨, ¨el mejor defensor¨, etc., Marcos siempre fue ¨el mejor compañero¨, a pesar de que era la envidia de todos por las camisetas que jugadores famosos le regalaban personalmente y que él vestía con humildad y con orgullo infantil. Ese mismo espíritu de infancia recobrada, que lo llevaba a llamar por teléfono, después de un partido a alguno de sus compañeros de hazaña, para comentar y recordar el gol que había hecho ese día.
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Marcos fue una persona integra, de una lucidez enorme, una celebridad que asumía con mesura e inteligencia, reduciéndola al ámbito de la tarima para cuando bajaba de ella, seguir siendo ese amigo del fútbol y de cenas compartidas, ese compañero de viaje que creaba chistes poéticos y graciosos, como quien enciende un fósforo mágico. Recuerdo una vez estando en gira por España, de la nada se encendía, y nos regalaba piezas como ésta en un trayecto del viaje, en la provincia de Alava, ¨aquí un club de barrio es un Club Social y Deportivo a la vez¨, y siguiendo con la tematica futbolera, ¨¿Cómo se dice centrocampista en Finlandia?: Helsinky¨.
Hace un par de años Les Luthiers obtuvo el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades. En esa ocasión, al recibir la distinción en nombre de todos, Marcos sostuvo que ¨el ejercicio del humorismo, profesional o doméstico, más refinado o más burdo, oral, escrito o mímico, dibujado… mejora la vida, permite contemplar las cosas de una manera distinta…, lúdica, pero sobre todo lúcida…, a la cual no llegan otros mecanismos de la razón¨.
Creo que Munstock le mejoró la vida a muchísimas personas, atravesando las fronteras temporales y geográficas con su creatividad y su talento sin límite que compartió con ese fenómeno inconmesurable llamado Les Luthiers. A mí, sin lugar a dudas, Marcos me mejoró la vida, siendo parte del público, y personalmente, con sus enseñanzas, su amistad y su afecto. ¡Siempre en la Memoria, Pelado!
(Gracias a ¨Grillo¨ y ¨Chaca¨ por refrescarme la memoria).
El autor se desempeñó como asistente de escena, productor ejecutivo y relaciones públicas y prensa de Les Luthiers, entre 1978 y 1992. Vive en Costa Rica desde 1999, y desde ese año trabaja como representante, productor ejecutivo y tour mánager de Rubén Blades.