Si hubo una persona en la Trinidad de Moravia que conoció y se encariñó con cientos de niños, esa fue Sonia Barahona Zamora. Por más de dos décadas fue maestra de catecismo de la iglesia católica del pueblo, lo que le permitió acercarse a todos esos pequeños y que hoy ya son adultos.
Ella era capaz de hacer lo que fuera con tal de protegerlos y cuidarlos y si tenía que ir hasta la casa de uno de esos pequeños para enfrentar a los padres por la conducta con los menores, lo hacía.
“Vieras, conocía un montón de chiquillos, fueron muchas generaciones y a veces hasta venían aquí a la casa. Con ellos tuvo muchas anécdotas buenas, pero también muchas malas porque me acuerdo que llegaban al catecismo golpeados. Incluso, una vez, se fue con el padre para la casa de uno e hicieron un alboroto, porque el chiquito tenía toda la espalda llena de golpes. Ahora ese chiquito es un profesional y un día de las madres vino con un ramo de flores a dejárselo a mi mamá, por el aprecio que le tenía”, recuerda Diego Torres, su hijo.
Ese amor por el prójimo fue una virtud que la caracterizó hasta el 28 de setiembre anterior cuando falleció por covid-19 en una Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) del hospital Calderón Guardia, a los 65 años.
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De carácter fuerte y seria cuando no conocía a las personas, doña Sonia le tenía mucho miedo al virus, pues era hipertensa y diabética, además, tenía problemas en la rodilla y la columna, y sabía que si este tocaba a su puerta, iba a ser muy difícil librar la batalla.
Sin embargo, con la fortaleza que la caracterizaba, luchó por su vida 26 días en el hospital y aunque perdió la batalla, su familia siempre estará orgullosa de la mujer que tuvo al lado.
Doña Sonia nació un 12 de abril de 1955 en San Blas de Moravia, lugar en el que creció y vivió hasta que se casó con Gilberth Torres, con quien estuvo casada por 43 años y con quien formó una familia con cuatro hijos: Diego, Carlfred, Gilberth y Lorena.
Ellos eran la luz de sus ojos.
“Fue la mejor mamá, un amor completamente diferente. Era celosa con los hijos, aquí a la casa no entraba nadie así tan fácil, era muy protectora y le encantaba jugar naipe y jugar bingo con la familia, porque le gustaba estar con todos nosotros”, cuenta su hijo Diego.
Además, no tenía problema en salir con sus hijos y los amigos de ellos, de hecho, Diego afirma que hace algunos años iban juntos a Monte León, un bar en Guadalupe donde le le enseñó a bailar cumbia.
Era abuela de siete hombres y pasaba molestando a sus hijos, diciéndoles que “yo soy la abuela alcahueta, así que déjenme en paz”, pero también, con más seriedad los aconsejaba que siempre cuidaran a sus pequeños.
“Yo ya di mi vida por ustedes, ahora den ustedes la suya por ellos”, les decía.
La pasión de doña Sonia siempre fueron las flores y su jardín multicolor así lo confirma. Su gusto por las plantas era tal que para sus cumpleaños y días de la madre se conformaba con recibir un ramo de estas, no importaba el tipo o el color, todas le gustaban.
En sus ratos libres pasaba cosiendo, esta era otra de sus grandes virtudes y que la entretenían por horas. Eso sí, hacía una pausa en las mañanas para ver La rosa de Guadalupe y luego para ver la novela de las 2 p. m.
Sin embargo, lo que más amaba doña Sonia era ayudar a las personas de escasos recursos o en situaciones difíciles. Por muchos años formó parte de un grupo llamado Kerigma que hacía actividades para recolectar fondos y ayudar a las personas. Años más tarde formó un grupo de señoras de la comunidad que ayudaban a los niños de bajos recursos para que pudieran hacer la primera comunión. También recolectaba víveres para llevarles.
Su vocación de servicio, la llevó incluso a Nicaragua, país al que fue a ayudar a las personas de bajos recursos.
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“Si había alguien que necesitaba comida ella sacaba de donde fuera para darles. Siempre fue conocida por esa amabilidad, ella era dadivosa con la gente y había tiempos en los que no estábamos económicamente bien en la casa y aun así mi mamá sacaba para dar de comer a la gente”, afirma Diego.
Afrontaba los problemas con la mejor actitud y siempre tenía una sonrisa y una broma que hacer. Tenía muchos amigos y era querida por los vecinos por su forma de ser.
Su popularidad en el barrio creció luego de abrir La vaca macha, una soda ubicada frente a la iglesia de la comunidad y a la que la gente iba después de la misa. Allí las empandas que cocinaba se hicieron famosas.
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Sin embargo, sus problemas en la rodilla la obligaron a tener un mayor descanso y aunque cerró su soda y se alejó de las actividades de la iglesia, siempre se mantenía cooperando con lo que pudiera.
A lo largo de la pandemia doña Sonia permaneció en su casa, no obstante, el virus entró sin previo aviso y ahora su familia se mantiene en pie recordando lo que ella siempre les decía “las cosas pasan por algo y son pruebas que debemos enfrentar como seres humanos".
Mientras tanto, su sonrisa sigue estando presente entre los vecinos, amigos, familiares y niños que la conocieron y compartieron con ella.