Era mediados de la década de 1980 y mi papá, un capitán retirado de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos, me llevaba todas las tardes al Mercado Central de Grecia a comprar la leche, el queso, la carne y alguna verdura que mi mamá siempre le pedía.
Yo solo tenía 10 años, pero para mí ese viaje significaba todo. Era una aventura caminar de la mano con papi, escaparme al acuario a ver los guppys de coloridas colas y, si tenía un poco de suerte, convencerlo de comprarme un paquetito de botonetas.
Al filo de las 5 p. m. nos montábamos en su Daihatsu naranja y salíamos a nuestro paseo vespertino. Era uno de los momentos más felices y emocionantes del día.
Lo que nunca imaginé es que un periodista que nunca conocimos, y que estaba a miles de kilómetros de distancia, fuera capaz de robarme esas maravillosas tardes.
Así llegó Larry King
Papi Gringo, como le decíamos de cariño a papi, detestaba la programación nacional. No entendía las noticias, no podía ver por más de un segundo Teleclub y los culebrones mexicanos le parecían muy ridículos.
¡Se reía a carcajadas viendo a Catalina Creel matando a diestra y siniestra en Cuna de Lobos o a Verónica Castro jugando de adolescente en Rosa Salvaje!
Todo cambió cuando en una de las páginas de La Nación vio un anuncio en el que se ofrecía los servicios de televisión satelital. A la semana siguiente había en el patio de mi casa una gran antena parabólica que se podía ver desde la calle. ¡Ese aparato gigante nos cambió la vida a todos!
No solo atrajo la vista de los curiosos vecinos de mi barrio griego, sino que también nos permitió tener acceso a varias decenas de canales (¡un privilegio para esa época!), entre ellos uno que cautivó a papi hasta su muerte: CNN.
Un gigante llegó a casa
Para mi mala suerte, a la misma hora a la que nos escapábamos al mercado, también daba inicio el programa más popular de la cadena CNN: Larry King Live.
A las 5 p. m., un viejo y reconocido periodista, que por cierto siempre usaba trajes pasados de moda, se sentaba a hablar por una hora con algún personaje famoso.
Aún en mi inocencia de niño, podía percibir que algo andaba mal: papi quedaba hipnotizado frente al televisor, mientras se mecía incesantemente en su mecedora sarchiseña. Pasaron los días, y el mismo patrón se comenzó a repetir de lunes a viernes.
El viejo entrevistador que aparecía en la pantalla me caía mal en un inicio, lo confieso. ¡Por culpa de Larry King me quedé sin botonetas! Me parecía inconcebible que a mi papá le parecían más interesantes sus entrevistas que nuestros emocionantes viajes al mercado griego.
Sin embargo, desde muy pequeño sentí una extraña fascinación por el periodismo (que aún hoy sobrevive) y, poco a poco, me le arrimaba a Papi Gringo para ver algunas de sus entrevistas.
Más de 35 años después de ese primer encuentro con Larry King, reconozco por qué a mi papá le encantaba ese programa. Siempre tenía muy buenos invitados: desde grandes estrellas como Elizabeth Taylor, Marlon Brandon, Sarah Ferguson, Tiger Woods, Paul McCartney, Yoko Ono y Madonna, hasta reconocidos políticos como George Bush, Vladimir Putin, Hugo Chávez, Mandela, Bill Clinton y hasta Donald Trump (claro, en ese momento era una estrella socialité).
Fueron más de 50.000 entrevistas en sus 63 años de carrera en radio, televisión y medios digitales, 25 de ellos como el presentador más popular de CNN y donde grabó más de 6.000 episodios del programa Larry King Live.
Lawrence Harvey Zeiger, como fue llamado al nacer, tenía un estilo muy peculiar al entrevistar a sus invitados, pues preguntaba poco, rara vez los confrontaba y los dejaba expresarse sin contemplaciones.
Siempre se le veía relajado frente al entrevistado y, aunque hablaba poco, sabía qué preguntar y cuándo hacerlo. Una cualidad que pocos entrevistadores tienen.
Defendía su estilo con una frase que se volvió su marca personal: “Nunca aprendí nada mientras era yo quien hablaba”, decía.
¡Y tenía razón! Gracias a ese estilo logramos aprender cosas maravillosas de personalidades y figuras públicas que rara vez hablaban abiertamente en un programa de televisión. Si no hubiera sido por Larry King, jamás los hubiéramos escuchado.
La reconciliación
La antipatía que sentía por Larry King poco a poco se fue convirtiendo en admiración. Con los años, porque no fue de un día para otro, se me fue olvidando los paseos al mercado y le fui agarrando el gusto a las tardes con Papi Gringo y Larry King.
Descubrí que lo cortés no quita lo valiente y pude comprender la fascinación de mi papá con este personaje tan particular: Papi Gringo sentía una gran afinidad por la forma de ser de Larry King y su interés por escuchar, comprender y ponerse en los zapatos de quien tenía al frente.
Definitivamente, la empatía era una de las grandes cualidades de Larry King como ser humano. Al menos frente a las cámaras.
Algo que nunca entenderé de Larry King fue su agitada vida sentimental. Claro, ¡a mí qué me importa!, pero siempre me pareció extraño que, a pesar de esa personalidad tan afable, se llegara a casar 8 veces.
Larry King también era un roble y eso lo descubrí unos meses antes de su muerte, cuando los medios de comunicación reportaron la muerte de dos de sus hijos, a mediados del 2020.
“Perderlos se siente tan fuera de lugar. Ningún padre debería tener que enterrar a un hijo”, escribió en sus redes sociales cuando perdió a Andy King y Chaia King, con solo tres semanas de diferencia, por un infarto y un cáncer, respectivamente.
En ese momento, muchos medios digitales resaltaban la fortaleza de Larry King, quien, a pesar de su edad, había superado todo tipo de obstáculos de salud. A pesar de su diabetes, un cáncer de pulmón, un quíntuple bypass y una angina de pecho, se recuperaba como si nada y continuaba produciendo sus programas.
Porque algo sí tuvo Larry King en sus 87 años de vida: nunca dejó de trabajar. Su éxito se convirtió en una inmensa fortuna que está calculada en $170 millones.
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A inicios de este año varios medios estadounidenses confirmaron que el famoso periodista se había contagiado de covid-19. Aunque parecía que se estaba recuperando, el 23 de enero CNN le informó al mundo que Larry King había muerto.
Aunque dejé de verlo cuando cerró su ciclo con CNN, el anuncio de su muerte me trasladó de nuevo a las tardes con Papi Gringo y Larry King, pero en un escenario completamente distinto: en un cuarto de hospital, una semana antes de que Papi Gringo abandonara este planeta, en setiembre del 2010.
A pesar de que le costaba mucho respirar, papi me pidió que le pusiera a su viejo amigo Larry en la televisión. Y ahí estaba el famoso periodista, más viejo que nunca, con un traje y tirantes pasados de moda, escuchando a uno de sus famosos personajes contar su vida y milagros.
Y yo con Papi Gringo agarrado de la mano.
Ese día comprendí que Larry no me había robado mis queridos paseos al Mercado de Grecia con Papi Gringo. Simplemente, nos habilitó un nuevo espacio para que ambos pudiéramos ser cómplices de un programa que dejó huella en miles de personas, incluidos nosotros.
¡Gracias, Larry King, y hasta pronto!
El autor es periodista.