Dicen que la Virgen de Guadalupe se lo llevó para que le cantara una serenata. El día mismo en que se festejaba a la patrona de los mexicanos, se apagó una de las voces más potentes y reconocidas de la música latinoamericana en todo el mundo. El más romántico y creyente podría asegurar que así es, que Vicente Fernández le canta a la Morena Las campanas de la iglesia o Las mañanitas, vestido de gala, con el sombrero de mariachi en una mano y el micrófono en la otra, como acostumbraba a hacer cada 12 de diciembre.
Conocido devoto de la Guadalupana, a Vicente lo despidieron miles de personas en su rancho, en un emotivo funeral que fue acuerpado, justamente, por las imágenes de Santa María y un Cristo crucificado. En ese escenario, México y el mundo lloraron la partida de una voz privilegiada, le dijeron adiós a un talento que brilló en la era de oro de la música mexicana y que, posiblemente, no nazca otra igual.
LEA MÁS: Murió Vicente Fernández, ‘El Rey’ de la música ranchera
Los mexicanos tuvieron a sus cuatro gallos y el mundo los envidió por eso. Uno de ellos fue Vicente. El charro compartió el título con las voces más destacadas de su país: Jorge Negrete, Pedro Infante y Javier Solís, con la gran diferencia de que Fernández los sobrepuso a todos en años. Sus colegas murieron muy jóvenes truncando lo que pudo haber sido una historia magnánima de canciones y mucho pero mucho cine; una oportunidad que Vicente sí tuvo.
Fernández logró, por su longevidad, superarlos a todos. Siempre marcó diferencia e hizo lo que quiso. Siempre fue ‘El Rey’ y lo seguirá siendo. Así es como el Olimpo de la música lo recibió, sentándolo para siempre en un singular trono.
La figura del charro mexicano era él. De bigote poblado, con su sombrero y traje de mariachi, montado sobre un semental, interpretando a todo pulmón las canciones más románticas y más intensas, que encontraban en sus cuerdas vocales la excusa perfecta para ser cantadas. Así conquistó a miles, incluso a nuevas generaciones, que lo adoraron como la estrella que fue siempre.
“Un charro al nacer es un caballero. Ante el mundo que envidia su figura ha de llevar seguro -y no altanero- en la silla un machete fino acero y la mejor pistola en su cintura. Uno y otra no deben de ser motivo para sentirse fuerte y dominante. Si eres fuerte sé humilde, no agresivo; si buscas amistad sé comprensivo, si sabes dominar, sé tolerante”, dijo Vicente a manera de declamación a su nieto, en el disco A mis 80′s, su última producción de estudio y que publicó en el 2020.
El romance de Chente con las rancheras derribó todos los hitos. No fue compositor, pero las canciones que interpretó las hizo suyas, las convirtió en lo que hoy por hoy son: íconos del género. Cantó temas de José Alfredo Jiménez, José Ángel Espinoza, Martín Urieta, Federico Méndez, Fernando Maldonado, Joan Sebastian...cada uno de los temas que pasaron por la voz de Vicente se tornaron gloriosos.
No fue que descubrió la magia de las rancheras, pero llevó los clásicos de los palenques a los más grandes escenarios del mundo. Vicente revolucionó el género regional mexicano a la clase, al buen gusto, a las lides de lo sublime con su voz, con su presencia y pasión.
LEA MÁS: Alejandro Fernández le cantó a su padre Vicente en su funeral
Del amor
Durante su vida, Vicente tuvo amores y amoríos. Se dice que en su papel de macho mexicano las mujeres iban y venían de sus brazos, pero la única que quedó grabada como aquellos corazones en la penca del maguey, fue Cuquita.
La amó apasionadamente, le entregó su alma, su vida, su corazón y así quedó demostrado una vez más con la imagen de la viuda inseparable, al lado del féretro de su gran amor. Cuquita y Chente se amaron hasta el tuétano y el público a ellos. De hecho, los fans del cantante también lo son de esa mujer de rostro dulce, que supo liderar un hogar en el que la música, las parrandas rancheras y los escándalos también formaron parte.
Se enamoraron muy jóvenes, el quedó rápidamente prendado de la belleza y la elegancia de aquella jovencita a la que vio saliendo de misa. Pronto la música los separó, él soñaba con convertirse en un grande y la dejó para que encontrara a otro hombre a quien amar, pero cuando volvió y la vio al lado de un nuevo pretendiente no lo soportó y le propuso matrimonio.
Se casaron, los hijos llegaron. María del Refugio Abarca y Vicente procrearon a sus tres potrillos: Vicente, Gerardo y Alejandro, adoptando como suya a Alejandra, a quien criaron con las mismas responsabilidades y amor que a sus hijos biológicos.
La dinastía musical fue parte de su orgullo. A todas luces es Alejandro su heredero artístico natural, pero en el camino también Vicente Jr. hizo lo suyo como cantante. Ahora la estafeta la recibió Alex, uno de sus nietos, a quien Vicente mismo alentó para que fuera artista.
La familia fue su pasión, más allá de la música. Amó tanto a los suyos que los besos en la boca que estampaba en sus hijos asombraron y conquistaron a muchos. Forjó un hogar como siempre lo quiso, rodeado de ranchos, de caballos y hasta de un anfiteatro para cantar a su gusto. Sus hijos, nietos y ahora bisnietos, han disfrutado a sus anchas aquellas tierras que Chente tanto quiso.
Algunos demonios
La sociedad en la que nació, creció y se desarrolló Vicente Fernández no es la misma de hoy y muchas de las conductas del “macho pelo en pecho” que personificó le trajeron críticas en los años finales de su vida. Fueron frecuentes sus comentarios machistas, homofóbicos y misóginos, y también se le señaló por aprovecharse de sus fanáticas, con besos y tocamientos no solicitados.
Sin embargo, Vicente se las arregló para salir airoso de las polémicas. Se paró frente a las balas, las recibió, se sacudió y dejó que el tiempo hiciera lo suyo. Muchas veces aceptó los errores y en otras, simplemente, hizo caso omiso a las críticas.
Como suele suceder con las grandes estrellas, Vicente —como aquél chiquillo de ocho años que al tocar una guitarra soñaba con ser el más grande—, se mantuvo al servicio de la música hasta el último momento.
Guadalajara, su hogar de toda la vida, es su lugar de descanso, porque él no quería pasar la eternidad fuera de sus tierras. Hasta el final de sus días Vicente hizo lo que quiso y logró que sus restos fueran enterrados en Los Tres Potrillos, el rancho que erigió a punta de canciones y de palenques, de aplausos y de amores.
Volver, volver sonó en su funeral. Alejandro se la cantó, eso pidió Vicente. Con una de sus canciones más icónicas México y el mundo se fundieron en la voz del Potrillo para decirle adiós al ícono, al charro cuyas botas e inolvidable sombrero le quedarían grandes a cualquiera.