Querida reina Isabel II:
Han pasado poco más de tres meses desde aquel jueves 8 de setiembre, en el que el mundo fue testigo de su muerte y le dijo adiós.
Como usted sabe, desde el día en que nació, el 21 de abril de 1926, su nombre fue noticia. Luego de su muerte, allá en el castillo de Balmoral, en Aberdeenshire, Escocia, lo siguió siendo. Y es que fueron 70 años en el trono... ¿Cómo olvidar a la monarca con el reinado más largo de la historia en tan poco tiempo?
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Yo sé que estoy a 8.715 kilómetros de distancia de Londres, Inglaterra, pero desde acá le puedo asegurar que percibí la tristeza de su pueblo al enterarse de la noticia de su partida. Hubo muchas flores, lágrimas, cartas y, como se podrá imaginar, también hubo muchos ositos de peluche de Paddington (esos que tanto la caracterizaban) en las afueras del Palacio de Buckingham. En fin, su país se vistió de luto.
El pueblo la quería mucho. Una amiga que vive en Inglaterra dice que usted era como la abuelita de todos los británicos o, al menos, así la veían y yo no tengo dudas sobre eso. Recuerdo el agasajo que la Embajada Británica en Costa Rica organizó en su honor el jueves 9 de junio para celebrar el 70 aniversario de su ascenso al trono, así como su cumpleaños 96. Una parte de la comunidad británica estaba allí, viendo sus fotos, recordando su historia. Su nombre estaba por todos lados, había bocadillos, cabinas telefónicas al estilo inglés, música de artistas ingleses, un queque para cantarle cumpleaños y una exhibición de piezas antiguas. Además, no podía faltar un área especial para tomar el té.
El embajador Ben Lyster-Binns, anfitrión de la actividad, nos mostró un video grabado por usted y en todo momento aplaudió su jubileo de platino; además, cuando llegó la hora de cantarle cumpleaños, él mismo se encargó de partir el pastel de su majestad. En lo personal, creo que eso habla muy bien de quienes la representan a usted en el extranjero: su admiración y su cariño.
Recordando aquella celebración tan amena (tres meses antes de su deceso) parece mentira que usted ya no esté en este mundo. Debo confesarle que, como comunicadora, muchas veces imaginé cómo sería el día de su fallecimiento, porque obviamente estamos hablando no de Isabel la hija, madre o amiga, sino de Isabel II, la reina. La monarca británica que tanta curiosidad ha generado a lo largo de los años.
Sin embargo, nunca dimensioné lo que esto significaba realmente para el pueblo, para el mundo en general, para la historia y para la cultura misma. Aunque, insisto, soy consciente de que estoy a más de ocho mil kilómetros de distancia de Reino Unido y no soy experta en la realeza.
El momento en el que se anunció su muerte parecía irreal. El titular de la BBC, que decía textualmente “La reina Isabel II ha muerto”, era capaz de erizar la piel: sobrio, negro, de completo luto. En ese preciso segundo entendí que estaba frente a un hecho histórico y tenía que escribir al respecto.
Allí comprendí realmente lo que su muerte significaba. Y es que desde que nací siempre fue la misma reina; incluso, desde que mis papás nacieron, usted era la monarca.
No la conocí en persona ni siquiera la vi de lejos alguna vez, pero todavía tengo presente su imagen, esa que veía en televisión, en los periódicos y en Internet de la abuelita que siempre llevaba el sombrero perfecto para complementar su vestido y, muchas veces, los guantes blancos. Esa que era amante de los caballos, que usaba corona y que saludaba al pueblo siempre con una sonrisa amable.
Debo reconocer lo mucho que la admiraba, pues, a pesar de que todos los días medios importantes publicaban reportajes sobre usted o su familia y en muchas ocasiones no eran precisamente las más agradables o ciertas, siempre supo mantener la cordura (al igual que con las teorías conspiratorias y las series o películas basadas en su vida, la de su familia o en su reinado)... Parecía que nada la sacaba de sus casillas. Disimulaba muy bien...
Su partida significa un giro radical para la monarquía británica, pues fueron muchos años de reinado y eso usted ya lo sabe, aunque no está demás recordar que ascendió al trono a los 25 años.
No voy a hablar de la monarquía o del futuro que le depara, sería muy osado de mi parte. Lo que sí me gustaría hacer antes de finalizar es comentarle que el drama alrededor de su familia sigue siendo tan polémico como siempre: el príncipe Harry y su esposa, Meghan Markle, siguen viviendo a kilómetros de distancia de Londres, en California, Estados Unidos, incluso, ya lanzaron hasta su propio documental. Mientras, William y Kate ya fueron nombrados príncipes de Gales por su hijo Carlos, quien tras su muerte se convirtió en el rey y ya hay hasta fecha para su coronación (el sábado 6 de mayo de 2023).
Sin embargo, debo decirle que a Carlos le ha costado iniciar. Su aparente poca paciencia y la presión de ser el sucesor de una reina que, a lo largo de siete décadas, se ganó el cariño del pueblo, son algunos de los obstáculos más evidentes hasta ahora. No obstante, todavía es muy pronto para emitir criterio sobre el reinado de su hijo.
En fin, a tres meses de su partida, solo me queda decirle que creo que no son pocos los que aún tienen muy presente la frase que por décadas proclamaron: “¡Larga vida a la reina!”.