De las seis horas que dura Rompan todo, la serie documental del 2020 con la que Netflix intentó resumir 50 años de historia del rock latinoamericano, los Enanitos Verdes recibieron una mención que tomó menos de un minuto. Al equipo de producción argentino del programa seguro le pareció suficiente, pero al resto de Latinoamérica nos hizo falta más de los Enanitos, más de Marciano.
Enanitos Verdes no es la banda predilecta de la Argentina. En el Olimpo de la escena roquera albiceleste por siempre se destacará a Spinetta, a Charly, a Calamaro, a Cerati, a Fito, a Santaolalla pero no a Marciano Cantero. Al contrario de todos ellos, Horacio Eduardo ‘Marciano’ Cantero Hernández prefirió manejar un perfil bajo para los estándares de las estrellas de rock: sin mayores polémicas, sin sobredosis, sin declaraciones altisonantes, sin mitos ni leyendas urbanas, haciendo canciones amigables y fáciles de aprender, conforme con ser muy conocido más no necesariamente una celebridad.
Aunque Argentina no lo admita en voz alta, Marciano y sus canciones han sido uno de los productos musicales de exportación que más y mejor representaron a su país en el resto de Latinoamérica. Así lo atestiguó Costa Rica, donde los Enanitos podían convocar estadios, mientras que Spinetta se quedaba en teatros. Así lo experimentó México, donde los Enanitos fueron tan queridos que sus dos álbumes en vivo más significativos se grabaron frente al público azteca y donde incluso Marciano se radicó por más de una década, adoptando la nacionalidad mexicana como una muestra de aprecio a una tierra que lo quiso más que su país natal.
Este 2022, a sus 62 años, Marciano se despidió del mundo sin previo aviso. Acostumbrado a no robarse el show, incluso partió el mismo día que también lo hizo una de las personas más famosas del planeta, por lo que su muerte no atrajo mayores titulares. Así, mientras aquel 8 de setiembre los medios de comunicación del mundo desplegaron, finalmente, los obituarios preparados hacía años en anticipación a la muy previsible muerte de la Reina Isabel II, el fallecimiento solo horas después del roquero argentino tomó a todos por sorpresa: ¿Cómo que se murió Marciano? ¿Estába enfermo?
Esa noche, mientras el tropel de informaciones relacionadas con la fallecida soberana británica seguía atropellándonos, yo volví a escuchar a los Enanitos Verdes. Tenía rato de no hacerlo, al menos de modo consiciente, y eché mucho de menos a Marciano, sin duda más que a la Reina. A ella nunca la conocí, a él sí: tuve la ocasión de entrevistarlo en un par de ocasiones durante sus visitas a Costa Rica y verlo también en concierto al frente de los enanos.
Las escuetas notas de prensa sobre la muerte de Cantero aquel día decían que había fallecido en su natal Mendoza, donde había sido hospitalizado días antes por un problema renal. Su internamiento había pasado inadvertido para la mayoría, quizás porque aquella fama de “santo” no nos tenía acostumbrados a pensar en él o a que su vida estuviese en riesgo: de Charly sí están listos los obituarios, pero no de Marciano.
Aquel perfil taciturno de Cantero a lo mejor tuvo que ver con su instrumento: era el cantante pero ante todo el bajista de su banda. Y uno muy bueno (escuchen el bajo, por ejemplo, en La luz del río, del Contrareloj: es un lujo). Si bien siempre fue un frontman feliz y comunicativo, nunca se aventuró a las piruetas y los excesos de protagonismo, enfocado por completo a tocar el bajo como un maestro y a entregar canciones que le salían del alma. Era común verlo concentrado, casi ido, frente a miles de personas y apenas permitiéndose una sonrisa entre canción y canción.
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Con sus hermanos Felipe Staiti (guitarrista) y Daniel Piccolo (baterista), Marciano Cantero alimentó el cancionero latinoamericano con éxitos que hoy son estándar de karaokes y grupos de covers. No hay fiesta de fin de año de la empresa ni cantina en la playa que no escuche a la banda de turno interpretar Guitarras blancas o La muralla verde, ni programas radiales para enamorados en los que alguien no dedicara Dame otra oportunidad o Mi primer día sin ti.
Todos los que nos educamos con el “rock en tu idioma” de los años 80 reconocemos al instante la insolencia de los primeros acordes de Por el resto y hemos caído en el placer culposo de imitar el argentinísimo acento de Marciano en el “ycho” (yo) de Te vi en un tren. Bienaventurados sean los que, borrachos, han llorado la inapelable sinceridad de Eterna soledad e igual se han hecho un puño de sentimiento con sus compas para repetir las verdades de Amigos.
Y bueno, ni empecemos a hablar de Lamento boliviano, la canción de rock argentino más reproducida en Spotify (431 millones, por encima de los 340 millones de De música ligera y 267 millones de Vasos vacíos). Nunca entendimos por qué si la nena se peina en la cama los viajantes se van a atrasar pero qué importa: es una cancionzota (y, perdón por decepcionarlos, pero se trata de un cover, al igual que El extraño de pelo largo).
Sin embargo, hay consenso en que Luz de día debe ser la mejor canción que Marciano escribió. Aseguran que al parecer la estuvo cantando antes de morir. Lo entendemos: tenía todo el derecho de sentirse orgulloso, pues como él, Latinoamérica también cantó aquel bolero roquero con el corazón en la mano y los sentimientos desbordados.
“Porque puedo mirar el cielo
Besar tus manos, sentir tu cuerpo, decir tu nombre
Y las caricias serán la brisa
Que aviva el fuego de nuestro amor, de nuestro amor
Puedo ser luz de noche, ser luz de día
Frenar el mundo por un segundo
Y que me digas cuánto querías
Que esto pasara una vez más y otra vez más...”