Como la mayoría de personas de mi generación, conocí Ojo de Agua de niño. Tendría unos nueve años cuando visité el balneario, un paseo que hice con mis tíos y primos para despedir las vacaciones escolares –no preciso si las de mediados de año o las de verano–.
La década de los noventa ya había quemado medio cartucho cuando aquello. Recuerdo que los días antes a la excursión no dormía de la ansiedad por aquel momento, cosas de chiquillo. ¡¿A quién no le pasó?!
La víspera al viaje pedí permiso a mis papás para irme a pernoctar donde mis familiares. Para ser sincero, creo que no dormí ni un segundo. La noche se me hizo eterna; tanto había escuchado hablar de Ojo de Agua que eso alimentaba mis ansias.
El día cero fue uno de los días más felices de mi naciente vida. Ingenuidad de niño. Aquel día fui el primero de todos en estar listo porque eso me daba ‘autoridad’ para apresurar la salida. Iríamos de Coronado a San Antonio de Belén en un microbús que mis tíos habían alquilado.
Llevábamos de todo, desde arroz con pollo y ensalada fría (eran los clásicos platillos de mi tía para un paseo), refrescos gaseosos y cosillas de picar, hasta flotadores (para mí porque, a diferencia de mis primos, nunca aprendí a nadar) y una parrilla para una carne asada que nunca fue porque no nos permitieron ingresar aquel aparato a las instalaciones del balneario.
Arribamos al sitio a la media mañana de un sábado o un domingo. Encontrar un espacio de parqueo fue una tarea titánica. Claramente recuerdo las decenas de buses, microbuses y carros que colmaron el tránsito incluso desde metros antes a la entrada principal del balneario. De ellos descendían grupos de personas que saturaban el acceso al lugar en una larga fila.
Los tumultos solo confirmaban la gran popularidad de la que gozaba Ojo de Agua; sin embargo, aún faltaba la principal impresión: la de entrar al complejo y disfrutar de sus instalaciones. Fue maravilloso. Lo que ofrecía Ojo de Agua era un mundo poco conocido para mi porque a mis padres nunca les gustó –ni les gusta– visitar sitios de diversión acuática.
Al entrar, lo primero que busqué fue el ‘ojo de agua’, ese de donde brota todo el líquido que va a dar a las piscinas y del que hablaban todas las voces que ya habían tenido la oportunidad de pasar un día de recreo allí. Observar el ojo a plenitud no fue sencillo porque como yo, había muchos curiosos con la misma intención.
Por su puesto que no faltó la foto con cámara de rollo que inmortalizaría aquel momento y todos los demás que protagonizamos ahí, a excepción del susto que se llevaron mis tíos y primos poco tiempo después de nuestra llegada, cuando casi me ahogo en una de las piscinas.
Digo casi me ahogo porque lo sentí de esa manera, no sé si realmente así habría sido o si estaría reviviendo una de las escenas de El Chavo del Ocho en uno de sus capítulos más icónicos: el de Acapulco.
Les cuento. Decidí “sostenerme” del borde de la piscina principal del balneario mientras me impulsaba constantemente, sin soltarme, al agua. Así jugué largo rato: brincando en la piscina, sin flotador y sin sumergirme completo; hasta que una de las manos se me resbaló y me hundí en la profundidad.
Nada pasó más que el susto, el alboroto de mis tíos por la “emergencia” y la congregación de todos los ojos de los visitantes cercanos sobre mi y mi familia. ¡No quiero imaginar aquella escena!
Desde entonces no volví a Ojo de Agua, no por la eventualidad, sino porque cuandose crece, las ilusiones comienzan a ser otras.
Hace una semana, más de dos décadas después de aquel paseo de la infancia, regresé al balneario para conocer qué es en la actualidad de ese lugar, posiblemente, el sitio de recreo de mayor trayectoria en Costa Rica. La visita tuvo olor a nostalgia.
Esta vez no había tumultos ni complicaciones para parquear, quizá porque era un miércoles cualquiera, aunque los actuales administradores del balneario no esconden que la visitación al lugar se ha reducido con el pasar de los años.
En esencia, Ojo de Agua sigue siendo el mismo, considerando que el tiempo es inclemente con todo y con todos.
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“El ojo está a la izquierda”, dice la señora de la boletería que nos recibe al ingreso. Del manantial brotan 350 litros de agua por segundo que fluyen libremente hacia una catarata que provee de un refrescante hidromasaje natural a los usuarios que la visiten. También ese ojo suministra el agua cien por ciento potable que fluye en las cuatro piscinas que tiene el complejo.
En esta oportunidad, el ojo se muestra con todo su esplendor para mí y el fotógrafo encargado de ilustrar este trabajo. El área donde permanece sigue cercada y con las advertencias de no tirar ningún objeto o bañarse en él por la potabilidad del agua que de ahí emana.
Además avisa la prohibición de no pasar más allá del perímetro permitido; empero, a diferencia del pasado, ahora el ojo no está protegido por tanta flora y, por el contrario, lo cubre un tejado que evita que la ceniza de las erupciones volcánicas del Turrialba y el Poás caigan en él, dicen sus actuales administradores.
Unos metros más allá del ojo, un pequeño mirador permite una vista panorámica hacia las tres piscinas del complejo, y algunas áreas de descanso. Desde ahí se percibe el refrescante sonido de la cotizada catarata, se observan los chapoteos de niños en la piscina infantil, el perenne ejercicio de varios en la piscina olímpica y el grupo de adultos mayores que goza de la piscina mediana.
Mientras aquellos disfrutan el intenso sol del mediodía, otros se guardan de él debajo de algún árbol o en una sombra que ellos mismos improvisan con ingenio.
Aquel ambiente lo remata la música de radio que se escucha en la mayoría del complejo y programada por una emisora nacional que alternaba piezas de bachata con éxitos de la música ranchera, la cumbia, la salsa, el merengue y hasta del reguetón.
Números ingratos
Ese miércoles en Ojo de Agua había unas 50 personas, es el promedio diario de visitantes que, actualmente, llega al complejo entre semana y en temporada de verano. Los fines de semana la cifra se eleva a entre 300 y 500 personas, pero si es época de vacaciones escolares o feriados, el número podría aumentar hasta a 1.000, dijo Ivannia Alfaro, administradora del balneario.
En invierno los números son diferentes, pero tanto Alfaro como Yirliana Castro, representante in situ del Consorcio Diversiones Acuáticas, que administra el Centro de Recreo del Balneario Ojo de Agua desde hace nueve años, coinciden en que siempre hay público en las instalaciones.
“En épocas como la Semana Santa o las vacaciones escolares la afluencia de público es bastante grande. Ahorita (el miércoles, día de la visita) es porque la gente está trabajando; pero sí, ya no es tanta la gente que viene ahora, es que distinto a aquellos años, actualmente hay muchos clubes privados y muchos otros sitios de recreo similares”, enfatiza Yirliana Castro.
Esa competencia menguó sensiblemente la afluencia masiva de visitantes a Ojo de Agua, un lugar que en el pasado fue sitio de encuentro y esparcimiento para miles de personas de todas las clases sociales.
Esa convergencia de estratos quedó en la historia. Si bien, Ojo de Agua sigue siendo imán para públicos variopintos, el mayor porcentaje de clientes en la actualidad corresponde a familias numerosas de clase media para abajo.
“Es que es un lugar muy económico y accesible. Aquí se les permite a la gente traer su comida y sus refrescos (excepto bebidas alcohólicas), entonces permite que una familia de cinco miembros, por ejemplo, no tenga que gastar tanto dinero por un día de recreo”, subraya Castro.
La entrada al complejo tiene un precio por persona de ¢1.500, los adultos mayores ingresan por ¢750 y los niños menores de tres años entran gratis. Los precios son los mismos durante cualquier época del año, porque Ojo de Agua mantiene sus instalaciones abiertas todos los días entre las 7:30 a. m. y 4:30 p. m., incluso durante la Semana Santa.
Ese funcionamiento ininterrumpido facilita que en Ojo de Agua llegue todo tipo de públicos, pero en momentos distintos.
Yirliana Castro comenta que tienen un grupo importante de personas de un nivel medio para arriba que son mensualistas y que usan las instalaciones para hacer ejercicios durante las mañanas.
“Tenemos unos clientes fijos de un condominio muy exclusivo de Heredia que dicen no poder usar la piscina que tienen allá porque se les cae el cabello por los químicos y como el agua de estas piscinas (las de Ojo de Agua) es cien por ciento pura, solo en estas pueden nadar sin afectación”, cuenta Castro, ejemplificando los variados públicos que visitan el balneario, que además de las cuatro piscinas tiene trampolines, canchas de fútbol, baloncesto, voleibol y tenis, un lago que se puede recorrer con botes de pedal (el alquiler del bote cuesta ¢1.000), algunos ranchitos familiares, áreas verdes, duchas y vestidores, parqueo (a ¢1.000 el día), un área de juegos, un restaurante, una heladería, una tienda donde venden bolsos de picnic, flotadores, vestidos de baño, y hasta un anfiteatro en desuso que en el pasado albergó masivos conciertos de artistas como Gloria Estefan (1985), Fabulosos Cadillacs (2001) y Joan Manuel Serrat (2007).
“Cuando nosotros (Consorcio Diversiones Acuáticas) iniciamos con la administración del lugar tuvimos caballos, cuadraciclos, canopy y otras actividades, y así reforzamos mucho más el enfoque familiar que siempre ha tenido Ojo de Agua, porque esa orientación a la familia no cambia. Fue difícil mantener todo eso porque comenzaron a generarnos quejas y problemas. La gente se comenzó a quejar de que los caballos dejaban boñigas en las áreas verdes y un día un señor fue y puso una queja al Incop (Instituto Costarricense de Puertos del Pacífico, el propietario de Ojo de Agua) de que cómo era posible que mientras él se estaba bronceando puso la mano sobre una boñiga. Entonces quitamos los caballos. Con los cuadraciclos un niño se cayó y generó mucho malestar por parte de los padres; en el canopy, igual: una señora se cayó y se quebró, y fue otro problema. Entonces la misma gente ha hecho que quitemos actividades porque nos han generado muchos inconvenientes”, explica Yirliana Castro.
El resto de las instalaciones se mantienen con leves cambios. Pintura en la infraestructura, azulejo en las piscinas, renovación de los techos y adoquinado del parqueo son parte de los trabajos de los últimos años en Ojo de Agua.
“Todo lo que vayamos a hacerle a las instalaciones necesita la probación del Incop. Somos fiscalizados por ellos. Funcionarios de la entidad vienen cada cierto lapso a fiscalizar que las obras grandes que fueron parte del cartel de licitación se estén cumpliendo”, explica Yirliana Castro, quien enfatiza que las próximas obras se centrarán en facilitar la accesibilidad a las personas con alguna condición de discapacidad, como la construcción de varios metros de rampa para discapacitados.
Castro señala que su representada tiene un contrato con Incop para administrar Ojo de Agua hasta el 2022 –el primer periodo fue del 2010 al 2017 y se adjudicaron un periodo más hasta el 2022– con una prórroga de cinco años.
El costo mensual que cobra el Incop a Diversiones Acuáticas por el alquiler de las instalaciones actualmente corresponde a ¢8.567.539 en temporada alta (diciembre, enero, febrero, marzo, abril y julio) y de ¢5.530.539 en temporada baja (mayo, junio, agosto, setiembre, octubre y noviembre), según datos que suministró la entidad a Revista Dominical.
Guerra a los prejuicios
Yirliana Castro afirma que lo más complicado durante los años que tiene Diversiones Acuáticas de administrar el balneario, ha sido combatir los mitos que hay entorno al sitio de recreo: uno con tintes homófobos y otros con tendencias xenófobas.
“Procuramos que Ojo de Agua se mantenga familiar y lidiamos todos los días con los prejuicios que hay, porque todavía hay mucha gente que llama a hacer cada pregunta que uno se queda con la boca abierta: de que si es cierto de que todos los miércoles vienen cierto tipo de personas o cosas así que son heredadas, porque hace muchos años aquí había días temáticos: lunes de peluqueros, martes de chanceros y así, pero eso dejó de existir hace mucho tiempo, pero quedó en el imaginario de la gente”, refiere Castro.
Las llamadas de hoy a las oficinas administrativas de Ojo de Agua casi que se basan en una única pregunta, asegura Yirliana Castro: ‘¿Es verdad que los miércoles son para los gais?’
“Todos los días recibimos esa llamada y definitivamente no es así. Ojo de Agua siempre ha sido amigable con todas las poblaciones”, manifiesta la gerente general del consorcio que administra el balneario.
El otro cuestionamiento infundado es, levemente, menos recurrente, pero al igual que el primero, se basa en una discriminatoria concepción popular: que hoy Ojo de Agua solo es visitado por nicaragüenses.
“La gente dice que aquí solo vienen extranjeros –nicaragüenses, principalmente– entonces el tico no quiere venir y eso es lamentable, además de por el pensamiento xenofóbico, por lo que se están perdiendo porque Ojo de Agua es un tesoro: el agua que hay aquí es potable y cien por ciento pura y eso hace que sean las únicas piscinas a nivel centroamericano con esas características. Las piscinas de Ojo de Agua se llenan del agua que brota del manantial y de ahí va corriendo, esa agua no se queda en ninguna piscina, siempre fluye y cada piscina tiene salidas diferentes de su agua, que va a dar al lago y de ahí a un río”, asevera Yirliana Castro.
La encargada de Ojo de Agua asegura que, a pesar de los prejuicios, ellos siguen apuntando a fortalecer el concepto familiar del balneario. Como parte de ese esfuerzo ahí se imparten clases de acuaeróbicos los martes y jueves a las 9 a. m. (¢1.000) y de natación los lunes, miércoles y viernes, también a las 9 a. m.
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De paseo un miércoles
Olimpia Gutiérrez se cubre del sol bajo un árbol de gran copa ubicado cerca de la entrada principal al centro de recreo; Benjamín Castillo permanece sumergido en la piscina mediana del balneario junto a su hermana Idalia, su cuñado Vladimir y sus sobrinos Ximena y Santiago; varios metros más allá Elizabeth Rivero juega con sus nietos mientras su hija María Pulido toma el sol al lado de su esposo Ediomar Rizzo; muy distinto a Victor Manuel Soto, quien elige un descanso luego de estar metido en el agua largo rato con sus nietos y su hija.
Las cuatro familias visitaron el balneario aquel miércoles de marzo porque era el día libre en sus trabajos o debido a que tenían la fecha apartada para festeja alguna celebración especial.
“Conocí Ojo de Agua hace cuatro años por recomendación de una amiga. Las veces que he venido siempre hay bastante gente y la verdad que desde el primer día me gustó mucho este lugar por la atención, los árboles que hay y todo lo que ofrece las instalaciones”, comenta Olimpia Gutiérrez. Ella llegó junto a un grupo de adultos mayores del hogar de ancianos donde ella labora.
Gutiérrez llegó preparada con un recipiente de arroz con pollo y ensalada de caracolitos que pronto serviría. El postre para la ocasión serían “unas ricas donas”.
A diferencia de Gutiérrez, Benjamín Castillo y compañía, y Elizabeth Rivero y familia, visitaban ese día Ojo de Agua por primera vez.
“Fue un amigo que nos sugirió que veniéramos por acá. Nos dijo que era bonito, que tenía precios accesibles y la verdad que nos ha gustado. El clima se presta para esto”, comenta Castillo desde el borde de la piscina.
Elizabeth Rivero afirma que estaban indecisos de si aceptar la sugerencia de otra hija suya de visitar Ojo de Agua o si se decidían por la playa Jacó. Optaron por el complejo de San Antonio de Belén, en Heredia.
“Me ha gustado, me ha parecido bonito y muy tranquilo. El agua bien helada, pero de verdad que nos sentimos bien para descansar en el día libre de trabajo de ellos (su hija y yerno). La estamos pasando bien con los niños”, sentencia Rivero.
Finalmente, Víctor Manuel Soto estaba ahí celebrando su cumpleaños y los natalicios de su hija y nietos. Él visita Ojo de Agua desde que era adolescente. Tiene 58 años.
“Visito Ojo de Agua desde jovencillo y aunque durante todo este tiempo el balneario no ha cambiado mucho, sigue siendo atractivo. Antes venía con mis hijos, ahora vengo también con los nietos. El éxito de Ojo de Agua está en todas las atracciones que tiene y lo accesible de los precios. Generalmente vengo los domingos, pero hoy es una excepción porque estoy celebrando mi cumpleaños, el de mi hija y el de uno de mis nietos”, cuenta Soto.
De acueducto a balneario
Cualesquiera que sean las razones de ellos para estar allí –valga decir que algunas de esas familias son extranjeras y otras nacionales–, todos se unían a la colorida historia del legendario sitio de recreo costarricense.
El balneario Ojo de Agua cumplirá, el próximo 8 de diciembre, 82 años desde que fue abierto por primera vez al público en el cantón de Belén.
Aunque oficialmente la historia de su creación no se encuentra publicada, en un artículo de opinión que firmó José Francisco Bolaños en La Nación del 3 de diciembre del 2008, él repasó las memorias del balneario, basado en las anécdotas que le contó su padre, el ingeniero Francisco Bolaños Varela.
Precisamente fue a Bolaños Varela a quien se le encomendó la construcción del balneario.
En ese artículo, se precisa que a finales de los años 1920 e inicios de los 30 aprovechando el caudal de agua cien por ciento natural que procedía del acuífero de Barva, se construyó ahí la tubería que abasteció del líquido por muchos años a la provincia de Puntarenas.
El agua hacía un recorrido por una tubería de más de 100 kilómetros hasta llegar a las familias porteñas. El Ferrocarril al Pacífico era el encargado de administrar y darle mantenimiento a la distribución del agua.
“Cuando se hacían los trabajos iniciales, se depositó piedra en la quebrada, formándose una pequeña poza que aprovechaban los trabajadores para bañarse una vez finalizadas sus labores. Con el tiempo, los fines de semana llegaban con sus familias y vecinos llevando sus almuerzos”, reza el artículo.
La popularidad de los paseos en familia todos los domingos en ese lugar creció con los años y eso motivó a la construcción de un muro de 2,5 metros dentro de la quebrada, que hizo la poza más grande y que permitió el cobro de una cuota de ingreso para quienes querían refrescarse en el lugar.
Al pasar de 20 años, el acueducto solo sumaba más popularidad y en respuesta a ello, en febrero de 1952 la administración del Ferrocarril le pidió a Bolaños Varela la cimentación de un balneario ahí, que se inauguró en diciembre del mismo año.
“Fue un hecho celebrado como todo un acontecimiento, pues se contaba con un lugar de esparcimiento familiar que generaba confianza por su agua cristalina y rotación permanente”, reseña el texto.
La construcción del balneario estuvo a cargo de 12 personas y para la edificación no se utilizó maquinaria pesada, sino dinamita, pico y pala. La piedra necesaria para la obra fue traída de Dantas; la arena, de Caldera, y el resto de materiales de San José.
A partir de ese momento y ya convertido en un centro de recreo, Ojo de Agua se consolidó como un sitio de reuniones, de diversión y de esparcimiento familiar; un imán de recuerdos memorables para varias generaciones que, como la mía, crecimos contando con un lugar que fue pionero del turismo nacional y regional.
Actualmente, el recurso hídrico de Ojo de Agua es administrado por el Instituto de Acueductos y Alcantarillados. Manuel Salas, gerente general de esa institución, comentó que desde hace varias décadas los puntarenenses se dejaron de abastecer del agua de esa fuente.
“La línea se cortó hace algunas décadas. Actualmente no llega más allá de La Garita de Alajuela, pero sí estamos aprovechando una cantidad de agua para abastecer zonas como El Coyol o San Rafael de Alajuela con ese caudal. Estamos trabajando en un proyecto para inyectar 80 litros por segundo de esa agua al acueducto metropolitano, que esperamos que esté listo para finales del 2020”, refiere Salas.