Es una subasta pero no hay sillas. Tampoco hay un vendedor y aún menos un moderador.
Todo lo que hay es una imagen en 8bits del estadio de béisbol de los Philadelphia Phillies subastada por el usuario 142536x. Un botón dice “comprar ahora” y el otro “hacer oferta”. Tras la visita de diez oferentes a esta cartilla de subasta, el precio actual para comprar esta “imagen” (que de ahora en adelante llamaremos token) es de 0.005 ethereum, que es el equivalente a $24.16.
Supongamos que me fascina tanto que lo compro de inmediato. ¿Qué gano? Pues la exclusividad de tener el diseño en su formato original. “¿Pero no sería más sencillo tomar un pantallazo?”, pensaría alguno. Pues sí, solo que, en esta nueva tendencia, sería como creer que una impresión de la Mona Lisa es lo mismo a tener la pintura en la sala de tu casa.
Parece salido de un relato de Isaac Asimov, pero toda esta nueva ola de mercado ya vive con nosotros y se le conoce como NFT, que significa “token no fungible” o “activo no fungible”. En palabras ordinarias, esta terminología quiere referirse a un activo que es único, que no se puede modificar, que habita en lo virtual y que no se puede intercambiar por otro de igual valor, porque no existe otro igual.
Este mercado no se reduce a simples estampidas de un deporte particular; los grandes artistas han entendido que hay un nicho para cosechar fortunas y, por contenidos exclusivos, saben que sus fanáticos están dispuestos a lo que sea.
Por ejemplo, recientemente, uno de los token con más expectativa anunciados es una colaboración entre el cineasta David Lynch y la banda inglesa Interpol. El activo consiste, básicamente, en los visuales que usó la banda y que el propio Lynch diseñó para una serie de conciertos en el 2011.
Quienes hayan ido a las presentaciones de Interpol quizá guarden esos visuales en sus teléfonos. Pero la idea del token es otorgar ese objeto único, tallado por un escultor digital, a manos de solo una persona.
¿Cuánto estarán los fanáticos dispuestos a pagar?
El metaverso trasciende todo lo que nos ha dicho Mark Zuckerberg de Facebook; en los últimos meses se viene cocinando una forma de subasta electrónica, que arrastra críticas por su discurso artístico y afectación ambiental.
Entre la ficción y la locura
¿Recuerdan los Sims? En caso de que no, los Sims fue una serie de videojuegos de simulación social en que construías casas virtuales para satisfacer las necesidades de tu yo virtual.
Pareciera que, lo que parecía un simple juego a comienzos del siglo, se convirtió en profecía. Por ejemplo, un diseñador llamado Andrés Reisinger ha vendido diez muebles virtuales por 400.000 euros en una subasta en línea.
Puede sonar difícil de digerir, pero alguien entendió que, si la gente puede estar dispuesta a pagar por un atuendo para pelear en un videojuego como Mortal Kombat o Fortnite, también eso se podía extrapolar al punto de dar estatus a quienes entren al negocio de la subasta electrónica.
Pongamos las cosas en perspectiva. ¿Qué más abstracto que un tuit? Pues el primer tuit de la historia fue subastado por Jack Dorsey, el CEO y fundador de Twitter. ¿El monto? Fue el equivalente a $2.915.835,47 en Ethereum, la criptomoneda que rige este mercado, junto con el bitcoin.
Hay más casos: por ejemplo, la actriz Lindsay Lohan vendió como NFT una imagen del dúo francés de música electrónica Daft Punk por $15.000. También, la cantante canadiense Grimes vendió una colección de obras digitales propias por más de $6 millones. Todo ese dinero para poseer el token “original” y que nadie más pueda disfrutarlo.
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“Poseer cualquier contenido digital puede ser una inversión financiera, al tener un valor sentimental y crear una relación entre el coleccionista y el creador. Como un autógrafo en una tarjeta de béisbol, el NFT en sí mismo es el autógrafo del creador en el contenido, lo que lo hace escaso, único y valioso”, ha dicho el proyecto Valuable de Cent.
También, al estar todo en una misma plataforma, la cultura pretende (o al menos es una de sus banderas) acabar con los plagios y así también evitar falsificaciones. “Uno de los principales beneficios de poseer un objeto coleccionable digital frente a un objeto coleccionable físico, es que cada NFT contiene información distintiva que lo hace diferente de cualquier otro NFT y fácilmente verificable. Esto hace que la creación y circulación de artículos de colección falsos sea inútil, porque cada artículo se puede rastrear hasta el emisor original”, dice Andrés Reisinger, un diseñador 3D de interiorismo para marcas como Ikea y Nike.
En el caso de Lynch e Interpol, las ofertas económicas para entrar a la subasta apenas comienzan, pero la expectativa es grande al cruzar dos connotados nombres.
Para dimensionar la industria detrás de estos token vale contar que, para estas obras en especial, se trabajó con HIFI Labs- un reputado estudio de diseño especializado en contenido para música-, que ayudó a unir las creaciones de Lynch e Interpol. Además, sabiendo que hay dos grandes fanaticadas tras este NFT, a una de las ocho piezas disponibles en la galería 3D los interesados pueden agregarle pequeños token creativos y personales.
Sobre este movimiento, Paul Banks se refirió diciendo que “se trata de la preservación de artefactos visuales digitales. Me encanta esa idea: archivar momentos de la cultura en este formato extraño que protege la autenticidad”, dijo en el lanzamiento.
Un espectáculo futurista como el descrito por Banks se escucha promisorio, pero por supuesto que algo así pasaría su factura.
“Creo que va a ser mucho más popular. Pensemos en la NBA y top shots. ¿Acaso no va a entrar La Liga o la Champions? Estas organizaciones están en búsqueda constante de nuevos modelos de negocio. O el mercado del lujo. O coleccionables para Fortnite o Pokémon. Incluso Amazon. Hay mucho movimiento y muchos van a querer entrar”.
— Javier Arrés, pionero del criptoarte
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Los dilemas que arrastran los NFT
No hay que sobrepensar el tablero de acción de los NFT para notar que responde, en primer lugar, a un público cerrado.
La restricción al arte se mira como uno de los principales obstáculos que, hasta el momento, deja ver el mundo de los token. En tiempos de progresión social en los que parecía que la tecnología se democratizaba en todos los apartados —por citar un ejemplo simple: grabar una película desde la cámara de tu celular— se pueden entender los NFT como algunos pasos hacia atrás en este aspecto.
Nadie más que el comprador puede acceder ni disfrutarlo.
Aún así, más allá de dilemas éticos y pensamientos sobre el cambio museológico que implica esta cultura, hay un tema ambiental de fondo que demuestra con hechos el daño que provoca esta industria.
El elevado consumo energético es una de las grandes críticas que arrastra la tecnología blockchain, que son las cadenas de bloques que sirven como bases de datos para registrar los NFT.
Como los NFT están construidos con la misma tecnología que las criptomonedas, el gasto de energía es superlativo. Por situar un ejemplo: la red Bitcoin consume en un año la misma energía que Noruega, según el Índice sobre Consumo Eléctrico del Bitcoin de la Universidad de Cambridge.
Para que la red de NFT funcione, todos los miembros de la red financiera mantienen sus equipos conectados en todo momento para añadir bloques a la cadena con nueva información, que funciona como un libro de contabilidad. En otras palabras, los NFT responden a una banca en línea sin intermediarios, que necesita una alimentación de energía gigantesca.
¿Cómo conseguir que siempre haya ordenadores conectados a la red haciendo ese trabajo? Para eso existen granjas de minado, que son instalaciones en las que encontramos un gran número de ordenadores realizando tareas para mantener la tarea a flote. El 70% de las granjas de minado se encuentran en China, otro 6% está en Rusia, y Kazajstán y Malasia suman otro 4% cada una, según la estimación de Cambridge.
El problema es que resulta incalculable saber los gastos de energía en esas granjas, ni tampoco se sabe qué equipos se utilizan en esas instalaciones ni qué tan eficientes son energéticamente. “Hay pocos datos disponibles sobre la cuota de mercado exacta del hardware de minería, y los mineros a menudo reconectan máquinas viejas y menos eficientes cuando las recompensas por los bloques suben de valor”, ha dicho Cambridge con respecto a estas granjas.
La cantidad de energía renovable que se utiliza también es desconocida. Según esta misma universidad, en el 2018 se registró en un 20%, una cifra muy baja para las cantidades exorbitantes que se requieren de energía.
Pero ahora viene lo más preocupante: todo lo comentado anteriormente se refiere únicamente al bitcoin, la moneda estrella de las criptos, pero los NFT no utilizan esta red, sino la llamada Ethereum. Esto hace peor los cálculos, ya que sobre el impacto medioambiental de Ethereum hay incluso menos datos disponibles que sobre el bitcoin.
Según el Índice de Consumo energético del Ethereum, que de paso fue desarrollado por Digiconomist con la misma metodología que el Índice de Cambridge sobre el Bitcoin, esta red consume al año tanta energía como la que produce Bulgaria. Apuntando a una sola transacción en la cadena, equivale al gasto energético de dos viviendas familiares y media en un día.
Esta plataforma, que pretende examinar las consecuencias de las transacciones electrónicas, sitúa la huella de carbono de una transacción con Ethereum en 46,54 kilogramos de dióxido de carbono.
Aún así, puede que la cifra sea mayor. Memo Atken, un artista visual turco, se ha interesado en desgranar todo lo que implica esta industria y, según sus propios cálculos, afirma que Ethereum usa un algoritmo que puede alcanzar una huella de carbono de hasta 48 kilogramos de dióxido de carbono.
Incluso, asegura el artista, que tomando en cuenta el resto de procesos implicados en la comercialización del token (acuñado, subastas, cancelación de subastas, venta, transferencia de propiedad, entre otros), la huella total va mucho más allá y roza los 200 kilogramos de dióxido de carbono.
Para situar en perspectiva se pueden hacer algunas comparaciones. Por ejemplo, el envío de un correo electrónico puede significar 50 gramos de dióxido de carbono si tiene muchos adjuntos. Otro ejemplo es ver una hora de Netflix, que equivale a 22 gramos de dióxido de carbono.
¿Qué pasaría si el mercado de los NFT se agiganta e impone la pauta en el mundo financiero? Los alcances son inimaginables.
“Creo que va a ser mucho más popular. Pensemos en la NBA y top shots. ¿Acaso no va a entrar La Liga o la Champions?”, ha dicho el pionero del criptoarte Javier Arrés.
“Estas organizaciones están en búsqueda constante de nuevos modelos de negocio. O el mercado del lujo. O coleccionables para Fortnite o Pokémon. Incluso Amazon. Hay mucho movimiento y muchos van a querer entrar”, agregó.
Solamente Interpol y Lynch se han tomado el tiempo para emprender su proyecto desde otra mirada. El anuncio de esta colaboración tiene el sello de la carbono neutralidad y no es de sorprenderse: Lynch ha desarrollado campañas mundiales por el bienestar del planeta.
Aunque se desconoce la forma en que se están controlando las emisiones de carbono en el proyecto Interpol-Lynch, los artistas han dicho en un comunicado que la empresa Aerial -una plataforma de sostenibilidad- ha hecho un seguimiento y compensación de emisiones durante el desarrollo de la iniciativa.
¿Será este proyecto una subversión y un principio para cambiar la mirada de esta cultura? Aún queda más por hacer, pero pareciera ser el primer paso.