Presumía de ser un actor, nunca una celebridad. Al final, ni una cosa ni otra; esta es la hora en que nadie sabe si está vivo o muerto, aunque en realidad a nadie le interesa si vive en Júpiter con Elvis Presley.
Un pasquín publicó en 1996 que Adam Rich había muerto –en circunstancias extrañas– y muchas personas quedaron patidifusas, pusieron cara de estreñidos y recordaron al gracioso niñito de la serie televisiva Ocho son suficientes.
Coincidiendo con el Día de las Culturas, Adam deberá cumplir 51 años el 12 de octubre, pues nació en 1968 en Brooklyn, Nueva York, en una familia de clase media americana, que aspiraba a superarse a merced del talento del infante.
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Estudió actuación en Chatsworth High School bajo la tutela del maestro Bob Carelli, quien formó histriones de la talla de Kevin Spacey y Val Kilmer; tras graduarse continuó su preparación con otros especialistas.
Arrancó su carrera actoral a los nueve años en el papel de Nicholas, el benjamín de la multitudinaria familia que criaba el periodista y viudo Tom Bradford, un padre de manual y como solo existen en la televisión gringa.
Las ocurrencias del pequeño atrajeron las simpatías de las televidentes, sobre todo de las madres quienes peluquearon a sus hijos estilo “tazón”, ilusionadas por tener en su hogar un chiquito parecido a Nick.
Los Bradford formaban una tribu entrañable que encarnaba los conflictos propios de los niños y adolescentes de fines de los años 70 y principios de los 80, en el marco de una familia como manda la naturaleza.
Niño perdido
Además del culebrón televisivo Rich apareció en uno que otro episodio de La Isla de la fantasía y El crucero del amor; esta última reunió a una constelación de viejas estrellas del cine y futuras luminarias.
Una vez que ABC canceló la comedia, la carrera de Adams cayó en picada. Grabó a Presto, el Mago, en la serie de dibujos animados Dragones y Mazmorras.
Los productores inventaron dos secuelas fílmicas de Ocho son suficientes que fueron un sonoro fracaso; después de una breve aparición en Los guardianes de la bahía, desapareció de los escenarios y fue de aquí para allá.
El rol de Nicholas lo consumió y, como era imposible ser siempre un niño, buscó consuelo en el licor y las drogas, que lo enviaron sin escalas a la penitenciaria por cometer todo tipo de delitos.
Lo detuvieron por manejar ebrio, exceso de velocidad, robo de anteojos y medias y por asaltar una farmacia; de esta lo salvó Dick Van Patten, su padre en la ficción televisiva, quien pagó la fianza de cinco mil dólares.
En realidad Rich era un tortero. Nunca superó el éxito precoz y llegó a inventar su propia muerte violenta, en contubernio con la revista Might, con la peregrina idea de llamar la atención de los productores.
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Los años pasaron y las desgracias se cebaron en todos los actores del clan Bradford: enfermedades, drogas, pobreza y muerte fueron el destino de aquellos niños y jóvenes, inmolados como corderos en el altar pagano del celuloide.
Familia desgraciada
El ostracismo en que vive Rich es una fruslería, comparado con el destino del resto de sus compañeros del telefilme de marras. Una vez pasada la fama, quedaron desempleados y con una vida entera por delante.
Solo Dick Van Patten siguió su carrera con relativo éxito; los demás recibieron cartas marcadas con la desgracia y la mala suerte. Unos cayeron enfermos, otros se volvieron adictos y una malvive en un carromato rodeada de gatos.
Cuando la serie terminó, Grant Goodeve, intérprete de David –el primogénito–, eligió la ruta del alcohol y casi se mata en un accidente vial. Lo enviaron a rehabilitación y se convirtió en un pastor presbiteriano.
A Lani O’Grady –Mary, la hermana mayor– padeció severas depresiones y las calmaba con sobredosis de Vicodina y Prozac. Murió a los 46 años, sola y abandonada en un destartalado camper.
La guapa pelirroja, Susan Richardson, entre escena y escena quedó embarazada. Cada capítulo la hundió en el consumo de cocaína y al final derivó en una paria. Flaca como una pajilla, vive con un perro y con ayudas caritativas.
Y el guapo de los colochitos dorados, Willie Aames –en el papel de Tommy–, pasó enganchado a las drogas; a trancas y barrancas superó sus adicciones, se casó y encontró refugio como predicador televisivo.
La serie confirmó la frase con que inicia Ana Karenina, la novela de Leon Tolstoi: “Todas las familias felices se parecen entre sí; las infelices son desgraciadas en su propia manera".
Nada era suficiente
Intoxicado. Cuando Grant Goodeve se enteró de la muerte de Joe Belushi decidió desintoxicarse y pasó a ser un activista cristiano, pero siguió enganchado a los analgésicos.
Mudo y parálitico. Así terminó sus días el simpático Dick Van Patten, quien era el padre en Ocho son suficientes. Le gustaban los perros, el tenis y el póker.
Preñada en la serie. Los descansos en el set fueron aprovechados para fumar, beber, drogarse, y en el caso de Susan Richardson para intimar con sus colegas; quedó embarazada y el guionista debió cambiar el aspecto de Susan, su personaje.