Era el consentido de los dioses. Presume de tener más vidas que un gato. Lo dice con el desparpajo de un anciano quien –a los 78 años– está convencido de que solo una fuerza divina lo salvó de morir en ocho ocasiones.
Merced a esta mano celestial legó a la humanidad un tesoro invaluable de 100 películas, 28 telenovelas, incontables obras teatrales y lo inestimable: él mismo.
Todavía a los 70 años, Andrés García daba guerra, enamorando jovencitas en las lacrimógenas telenovelas mexicanas; desafiando a la naturaleza gracias a las dosis de sildenafilo.
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La calaca intentó echárselo varias veces al petate. En Venezuela lo tirotearon 16 veces, lo que evidencia la pésima puntería de sus atacantes; sobrevivió a la caída de un helicóptero; y a otras más prosaicas: cáncer de próstata, leucemia y una operación de reemplazo de cadera.
Eso sin contar los cuatro matrimonios fallidos, los 16 hijos –entre legítimos y bastardos–, las drogas, el alcohol y una vida “más entretenida que la de cualquier otro”, según sus propias palabras.
Basado en esa premisa es que Andrés sueña con producir una teleserie que –además de narrar sus revolcones con unas 1600 mujeres– muestre al público sus reflexiones existenciales y cómo logró ser una estrella fílmica.
Funda sus esperanzas de inmortalidad en William Levy, un joven histrión quien parece la encarnación de él mismo cuando era joven: “Su manera de caminar, su físico. Lo que no le ayuda es su manera de hablar”, por su acento caribeño.
Perro de presa
Sin una uña de talento pero con buen plante y una personalidad avasallante, hizo sus pininos cinematográficos en el rol de Chanoc, una especie de Tarzán tercermundista que las pasaba canutas, como pescador en el Golfo de México.
Amparado por su padrino Tsekub, afrontó aventuras inverosímiles que resolvió a punta de mamporros, gracias a sus buenos músculos y su notable virilidad, que sedujo a miles de fans quienes lo veneraron como un ícono sexual.
El gusto por la vida complicada lo heredó de su padre, Andrés García Calle, un aviador español exiliado en República Dominicana, debido a sus simpatías republicanas durante la Guerra Civil Española.
Ahí, en Santo Domingo, nació el astro el 24 de mayo de 1941. La familia abandonó el país por problemas políticos con la dictadura de Leónidas Trujillo; emigraron a Chile y más tarde se asentaron en México.
Fue en la Ciudad de los Palacios donde García desplegó sus encantos como clavadista, en Acapulco; ahí un cazatalentos le ofreció una oportunidad en el cine con las andanzas de Chanoc.
A partir de esa cinta logró otros papeles en filmes como: Pedro Navajas, Tintorera, El Niño y el Papa; así hasta sumar un centenar con títulos tan descacharrantes como: Sexo sentido; Inseminación artificial y Se me sale cuando río.
Recién a los 78 años está un poco sosegado; pero mientras pudo bebió de todo y sin medida; le entró a las drogas –con excepción de la marihuana–; mujereó como si él solo tuviera que repoblar el planeta.
El mil amores
La desgracia de Andrés fue su irresistible atracción animal. A sus pies, tendidas como alfombras, caían babeantes las mujeres, como pines de boliche.
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A los 26 años se casó con Sandra Vale, quien le dio dos hijos: Leonardo y Andrés Jr., ambos actores. La dejó por Fernanda Ampudia, madre de la actriz Andrea García.
De ella se divorció en favor de Sonia Infante, sobrina de Pedro el semidios cantante; a quien repudió para –con 72 años– casarse con Margarita Portillo y terminar de nuevo solo como un gato bajo la lluvia, por infiel; en teoría porque es puras ganas.
Su relación más sonada –literalmente– fue con Sonia. Eran uno para el otro; vivieron un romance termonuclear, con explosiones eróticas de muchos megatones y basado únicamente en el sexo.
Parecían caracoles. Fue un amor tormentoso, tremendo y terrible, matizado por el carácter violento y celoso de Andrés, que nunca le ocultó a ella sus innumerables lances.
De los besos y “ayayays” pasaron a los porrazos. En alguna ocasión García reconoció que le dio a Sonia una o dos patadas “porque no se había portado bien".
El calvario de Infante la volvió adicta a los calmantes; la depresión aumentó cuando se enteró que los dos hijos de su anterior matrimonio –Pedro y Ángela Alatriste– estaban hasta el cogote con las drogas.
Ahora en su senectud, Andrés es un vejete achacoso, anclado a sus libidinosos recuerdos, que de vez en cuando lo acosan como si aun fuera un oscuro objeto del deseo.
El cuerpo del deseo
Mujeres engañadas. Sostuvo amoríos con cientos de admiradoras, pero solo se enamoró de ocho o nueve.
La risa alarga la vida. Dará el último paso con dignidad; García piensa que la muerte es una puerta que se abre; habrá que ver hacia adónde.
La sonrisa del diablo. El histrión rechaza la opinión de sus seguidores, quienes todavía lo consideran sensual; atribuye la opinión a la generosidad de sus fans.