“¡Demetrio de San Telmo!… ¡Todo es mentira!… ¡Mentira! ¡Mentira!… Yo te lo probaré!… ¡Te lo prometo… te lo juro!… Cuando sea, como sea… al mundo entero lo probaré… ¡Mentira!… ¡Mentira!…”
En el piso, despatarrada y con cara de subirse a las paredes, Verónica Castelo Blanco, interpretada por Julissa, vomitó serpientes contra su marido -–el muerdequedito de Enrique Lizalde-, que la acusó de matar a su medio hermano Ricardo Silveira y le mostró el “corpus delicti”: un pañuelo con la letra V.
Solo por ese diálogo de La Mentira, entre la angelical Verónica y el badulaque de Demetrio, los críticos señalaron su obra como subliteratura, una forma cortés de insinuar que escribía para descerebrados y mequetrefes.
Pero Caridad Bravo Adams producía novelas para entretener a un público masivo, no a un gueto de sabelotodo. Con un don natural para reunir paisajes, emociones y personajes creó íconos entrañables como Juan del Diablo, en Corazón Salvaje; El amor nunca muere; La intrusa; Agueda; La hiena y la Esposa virgen.
Sus acólitos más fervientes la compararon con Margaret Mitchell, autora de Lo que el viento se llevó; y en el colmo del paroxismo con Jane Austen, de Orgullo y Prejuicio.
Los envidiosos pegaron la quijada al piso de la carcajada; pero Caridad presumía de que sus libros estaban en todas las bibliotecas públicas de Los Ángeles; era citada en dos o tres enciclopedias y ya no decir la pléyade de televidentes, que en algún momento de su vida vieron o padecieron, uno de sus dramas en la pantalla casera.
Esta “amable solterona”, sin marido ni hijos ni perro que le ladrara, nació en Villahermosa, Tabasco, el 14 de enero de 1904 y falleció en la Ciudad de México el 2 de enero de 1990.
Sus padres eran unos actores cubanos que la llevaron por todo el continente americano en las giras artísticas; a los nueve años publicó sus primeras rimas, gracias a su padrino literario Hilarión Cabrisas, editor de un periódico en Matanzas.
A los 16 ya tenía en la vitrina su poemario Pétalos sueltos y en San Salvador ganó la Flor Natural de los Terceros Juegos Florales Centroamericanos con Cuatrología primordial. Nada la detuvo y publicó tres obras más.
Dejó su huella periodística como reportera de los diarios mexicanos Excélsior; El Universal; Novedades y en Revista de Revistas.
Y para que los endriagos que la menosprecian mueran en su propia bilis, basta agregar que actuó en la compañía de Virginia Fábregas y María Teresa Montoya; amén de estrenar unas cuantas piezas teatrales.
Dejemos que Caridad saque el mandoble y se defienda solita: “Escribo para la radio y televisión, pero yo tengo cuatro libros de versos, 38 novelas y dos obras de teatro, si soy buena o mala no me toca a mi discutirlo, pero desde luego que soy escritora.”
Patrona del drama
“- Tienes el corazón duro… el alma seca… Viviste sólo para tu egoísmo… Finges, engañas, mientes… Tu avaricia no tiene límites… Eres pobre y anhelas la riqueza… Eres altanero y te finges humilde para que te soporten con los soberbios… No sabes disfrutar de ningún bien, porque el bien del que otro disfruta es el único que tú quieres…”
De ninguna manera, todos se equivocaron, Bravo Adams no describió a ningún político, más bien a uno de esos personajes que salían de su imaginación, como conejos de la galera del mago.
Y tampoco sus novelas reflejaban la vida de Caridad, porque ella la consideraba poco interesante. Minimizó su existencia.
“Ni siquiera he tenido un hijo. Eso no me deprime, porque creo que la humanidad vive con una necesidad muy grande de amor. Como todas las solteronas, tengo una maternidad sobrante que debo repartir a quienes se me acerquen.”
La escritora comenzó con el programa radiofónico La novela del aire, que estalló todos los “ratings” en La Habana. En ese espacio adaptó desde obras clásicas de la literatura hasta pasquines rosa.
Su primer drama, Yo no creo en los hombres, surgió de una visita que realizó a la cárcel de mujeres de Guanabacoa, donde conoció a una prisionera condenada a muerte por “despanzurrar” a su amante. Más tarde escribió La mentira.
Metió el puñal y exhibió sin asco las emociones más nobles y viles del ser humano; con un lenguaje impecable, absoluta seriedad en el perfil de los personajes; una documentada descripción de los escenarios y ambientes, pero con elevado respeto por el lector.
“Recibo cartas de gente enferma que está en cama, con una pierna rota y que no tiene otra cosa más que hacer que ver o escuchar mis novelas; esa gente del pueblo que trabaja en el campo arando la tierra y soportando su soledad y las inclemencias del tiempo. Para esta gente es que yo escribo.”
Le gustaba el encierro y el silencio. Viajó mucho de jovencita y estudió a trompicones.
Contrario a sus dramas ella no llevó una vida regalada y acabó sus días en la Casa del Actor, en México, adonde llegó tras escapar de unos parientes que la mantenían en cautiverio y en condiciones paupérrimas.
La mayoría de estrellas telenoveleras hicieron fama y fortuna gracias a Caridad Bravo Adams, sin que les pasara por el seso quién era aquella amable matrona; igual sus obras fueron plagiadas vilmente por crápulas que retocaban un personaje aquí, un ambiente allá y directo a la caja registradora.
Nunca vivió de la escritura; lo hizo por puro romanticismo. Tal vez por eso le negaron el pan y la sal.