Lo que se hereda no se hurta. Hay vidas paralelas que vistas desde la perspectiva de los siglos podrían ser copia una de la otra, o reencarnaciones, si creyéramos en las fantasías paganas.
Si quiere ser más que un paje o doncella, tome aire y repita: María del Rosario Cayetana Paloma Alfonsa Victoria Eugenia Fernanda Teresa Francisca de Paula Lourdes Antonia Josefa Fausta Rita Castor Dorotea Santa Esperanza Fitz-James Stuart y Silva Falcó y Gurtubay.
En caso de que le diera disnea le recomendamos la versión abreviada: Cayetana de Alba, o, para los íntimos, la duquesa de Alba, descendiente de aquella similar del siglo 19, quien, igual que esta, llevó una vida escandalosa.
Dejemos ahí el chisme de arrabal y digamos que Cayetana y su álter ego del siglo 19, María del Pilar Teresa Cayetana de Silva, eran tal para cual, sobre todo por sus amoríos con hombres de postín y vivir a trancas y barrancas.
La finada, quien subió al reino celestial el 20 de noviembre del 2014, llegó –hecha un parche– a los 88 años y dejó viudo al inconsolable Alfonso Díez –24 años menor– y los herederos lo miraban como a un cazafortunas.
La revoltosa
Resulta que Cayetana fue la noble con la sangre azul más azul de toda España, pues tenía más títulos nobiliarios que Champions League el Real Madrid.
En el Libro Guinness de las marcas mundiales encabeza el listín con el de 20 veces Grande de España, la máxima dignidad de la nobleza española, solo por debajo del Príncipe de Asturias y el Infante de España.
Vale aclarar al plebeyo que la Casa de Alba data de la Edad Media europea, y su “Grandeza de España” correspondió –por tres siglos– a la familia de los Álvarez de Toledo; a falta de retoños el linaje recayó en los Fitz-James Stuart, una rama bastarda emparentada con la Casa de Estuardo del Reino de Escocia.
Coleccionó decenas de condecoraciones y títulos honoríficos, desde el prosaico Hija adoptiva de Sevilla, hasta Dama Gran Cruz de Justicia de la Sagrada Orden Militar Constantiniana de San Jorge.
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Siempre habrá envidiosos que ignoren la desgracia de nacer –el 28 de marzo de 1926– en el Palacio de Liria en Madrid, una modesta mansión del siglo 18, con 200 habitaciones y 3.500 metros cuadrados de lujo y esplendor.
¿Quién puede vivir en estos días –de inflación, crisis, caídas bursátiles, varones y dublés– con 3.500 millones de euros, las rentas de 34 mil hectáreas y un peso aquí y otro allá?
En la casa sobraba lo material, pero tal vez le faltó un poco de cariño a la hija de Jacobo Fitz-James Stuart y Falcó, XVII duque de Alba, y su mujercita, María del Rosario de Silva y Gurtubay, con otro chorro de títulos en el lomo.
Debido a la Guerra Civil huyeron a Inglaterra y ahí la niña creció, estudió y a los 16 años –con su primera puesta de largo– copó las portadas de las revistas del “cuore”, y fue vista y deseada por cuanto pituco se la quería echar al canasto.
Los lengualargas juran que Pepe Luis Vázquez, fue el primero en cortar rabo y orejas con la duquesita, pues era un torero buen mozo, galante, veinteañero y con más labia que la serpiente del Paraíso.
La del manojo de rosas
A partir de ese día encontró su vocación: ser una socialité. Eran tiempos sin televisión, ni redes sociales, ni nada de lo que usa hoy cualquier hijo de vecino para ser alguien.
En el caso de Cayetana, le sobraba pedigrí y gastó su existencia en actividades tan trascendentales como: viajera impenitente, hippie, bailaora, torera, pintora, natural de Madrid pero sevillana hasta el último suspiro.
Tanuca, como le decían sus allegados, entró a saco al mundillo farandulero. Recién estrenados los 21 años se casó con Pedro Luis, y la prensa consideró esa boda como “la más cara del mundo”.
Cayetana era de corazón suave y gastó dos consortes; primero fue Pedro Luis Martínez de Irujo y Artazcoz, padre de sus seis hijos; tras la muerte de este tomó la estafeta Jesús Aguirre, un excura jesuita; izquierdoso, para más inri.
Con los años agregó al palmarés príncipes, sultanes, actores de Hollywood, bailarines y más toreros, porque estos la traían de vuelta y media.
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El balance final fue: tres maridos, enviudó en dos ocasiones; parió seis hijos, superó cinco abortos; consintió a nueve nietos y todavía –en el crepúsculo de sus días– pudo reconciliarse con sus hijos, por descocada.
Amparada a su prosapia tomó el mundo por montera; unos dicen que para superar una infancia triste, otros una adolescencia traumática o simplemente porque le pegó la gana.
Agua, azucarillos y aguardiente
Sin complejos. Conoció a su segundo marido, el excura Jesús Aguirre, en una fiesta en el palacio de Malpica de Toledo; ambos se cruzaron en los pasillos para ir al baño y acabaron bailando en paños menores.
Mucho dolor. La duquesa de Alba sobrevivió a una infancia muy dramática; la madre murió de tuberculosis cuando apenas tenía siete años.
Mente rápida. Una vez le achacaron haberse casado tres veces y ella respondió que por lo menos nunca se divorció de ninguno.