Lo hizo todo antes de morir. Vivió varias vidas en muchas pieles diferentes. Con 95 años era la más joven, la más chic, la más moderna y rica, obscenamente rica.
Heredera en línea directa del magnate yanqui de los navíos y ferrocarriles del siglo 19, Cornelius Vanderbilt, pasó una infancia triste entre tafetanes y organdí, acurrucada por choferes, criados, tutores y niñeras.
Su papi –Reginald Claypoole Vanderbilt– tuvo la infeliz idea de morir alcoholizado cuando ella tenía 18 meses; su mami –Gloria– la dejó al cuidado de otros para saltar de fiesta en fiesta y de cama en cama, por media Europa.
Ella y su hermana gemela Thelma –amante del pusilánime futuro rey de Inglaterra Eduardo VIII– llevaban la vida loca a la espera de que la nenita cumpliera 21 años, y recibiera una herencia de $5 millones.
Ante el desmadre, la tía Gertrude exigió la custodia de la niña y el proceso acaparó los titulares de la prensa barata, que lo calificó de “juicio del siglo”; la madre perdió y Gloria se crió en un ambiente espeso, de intrigas y resentimientos.
Recibió la educación propia de una señorita de su clase, pero hija de tigresa sale manchada y pronto irrumpió en las fiestas de la alta sociedad, donde hizo migas con Charlie Chaplin, famoso depredador infantil.
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Sus aventuras sentimentales la llevaron del obsesivo compulsivo Howard Hughes al bisexual Erroy Flynn; y más tarde conoció a Truman Capote, quien se inspiró en ella para crear el personaje de Holly Golightly de Breakfast at Tiffany’s.
Fue artista, escritora, actriz, diseñadora de moda, hipermillonaria, socialité, filántropa, pintora y la revista Life la definió, en 1968, como “una versión femenina del hombre del Renacimiento”.
Memorias de la carne
A los 85 años Gloria escribió Obsesión, considerado por The New York Times como "el más húmedo libro jamás escrito por una octogenaria”, fiel reflejo de las andanzas de una mujer libérrima, que coleccionó maridos como otros estampillas.
No era lesbiana como su madre, más bien aplastó ombligos sin preguntar el linaje; desde golfos de bajo pelaje como Frank Sinatra, genios del fuste de Leopold Stokowski y amantes raros como uno que apodó el “Nijinski del sexo.”
En plena adolescencia se casó con Pat DiCicco. Lo dejó a los cuatro años e “ipso facto” se unió al artista Stokowski; pasó un decenio y lo cambió por el cineasta Sidney Lumet. A este lo fletó por el escritor Wyatt Emory Cooper.
Con el músico concibió a Leopold y Christopher. La desgracia le cayó con Wyatt; el amor de su vida –según Gloria– murió en una cirugía, y el primogénito Carter, a los 23 años, se lanzó al vacío desde un balcón. Le sobrevivió Anderson Cooper.
Ni medio dólar de los 200 millones que dejó la celebridad quedará en el bolsillo de sus hijos; los Stokowski nadan en plata y Christopher no le habló a su madre en cuatro décadas; Anderson gana mucho dinero como periodista.
Al funeral de la socialité –fallecida el 18 de junio– acudió el presentador de CNN acompañado de sus dos exnovios: Ben Maisani y César Recio.
La gloria del jeans
Basta ser un experto en vidas intrascendentes para saber que Gloria alcanzó la inmortalidad, no tanto por su vida disipada, si no por diseñar los primeros bluyins para mujer –en los años 70– acicateada por el empresario Mohan Murjani.
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Lo que fue una prenda exclusiva por y para los meros machos vaqueros, duros y gamberros, acabó en los guardarropas femeninos y de ahí conquistó –trinchera a trinchera– la perfumería, vajillas y ropa hogareña.
Vendió unos 10 millones de jeans, amasó una jugosa fortuna personal y montó un imperio que se esfumó así como llegó: ¡Rápido!
Entre sus socios y abogado la estafaron y montó una batalla legal; el juez le dio la razón pero descubrió que debía millones de dólares en impuestos atrasados. Con tal de no ir a la cárcel como Al Capone, vendió tres de sus mansiones.
El suicidio de Carter fue devastador. El joven padecía de fuertes depresiones y abusaba de los tranquilizantes. Una noche, en el piso 14 de su departamento, subió a la baranda del balcón, abrió los brazos como un libélula y creyó que podía volar, pero la gravedad demostró su error.
Se aferró a su único retoño, Anderson –el zorro plateado– y los dos aparecieron en Anderson Live, y la anciana le robó el show al célebre gacetillero.
Paradigma del estilo y del glamur, al final la pequeña Gloria fue feliz porque poseía la belleza de una actriz, el pedigrí de una heredera y el porte de una artista.
Con los pantalones puestos
Primer amor. A los 17 años Gloria se enamoró de Howard Hughes; nada difícil porque era archimillonario, pero él le dijo que no se casaría nunca con ella y eso la destrozó.
Criada por la criada. Las disputas familiares por la herencia paterna la desterraron al olvido y fue educada por “Dodo”, la niñera que influyó en su tumultuosa vida.
Mala imagen. Dicen que inspiró a Truman Capote para el personaje de la desdichada Golithly, en Desayuno en Tiffanys, una concubina de lujo que odiaba los días rojos.