¡Miedo! ¡Pufff! Ni al diablo. Más bien le sobró valor para enfrentar a los barones del fútbol masculino, que le patearon las posaderas, la sacaron de la cancha y le jugaron sucio, para conservar sus pingües negocios.
Sobrada razón tenían de enojarse los viriles dirigentes, porque la selección de mujeres de Estados Unidos, entre el año 2000 y el 2016 ingresó $20 millones y la de hombres tuvo perdidas por $5 millones.
Para echar más sal en el ojo varonil, los partidos femeninos registran mayores asistencias a los estadios norteamericanos.
Nadie la pudo callar y denunció que mientras un jugador gringo cobraba $18 mil por un partido amistoso, a ellas les pagaban –con mil costos– $1.350. Por deslenguada la suspendieron seis meses de la selección nacional, en el 2016.
Pero no ha nacido de mujer nadie capaz de amedrentarla; los que se atreven es porque ignoran que Hope Solo –quien fuera la arquera titular de la Selección de Fútbol estadounidense– fue concebida en un presidio y creció en un ambiente hostil, que templó su carácter como una espada samurai.
Ella no se mide la boca al hablar de su padre, Jeffrey Solo, un excombatiente de la guerra de Vietnam que acabó en prisión por marrullero. Su mujer, Judy Lynn Shaw, fue a darle consuelo en una visita conyugal y regresó preñada de Hope, que saltó al juego de la vida el 30 de junio de 1981, en Richland, Washington.
Cuando Solo tenía seis años el papá la secuestró con el cuento de llevarla de vacaciones y librarla –según él– de una madre alcohólica. Después la abandonó y durmió varias noches –con su hermanito– debajo de las bancas, en un parque de Seatle.
Sus padres se divorciaron y los niños se fueron a vivir con la mamá; aún así mantuvo una estrecha relación con Jeffrey y él continuó siendo una sólida influencia en su vida, hasta que murió víctima de un fulminante infarto.
Fue Jeffrey quien le metió el gusanillo del fútbol y la motivó a inscribirse en el cuadro de la Escuela Secundaria de Richland; como delantera anotó 109 goles, ganó tres títulos consecutivos de liga y el campeonato estatal a los 17 años.
Más tarde cambió de posición y se convirtió en guardameta; obtuvo tres medallas olímpicas de oro, realizó una brillante carrera futbolera y participó en programas televisivos como Dancing with the Stars.
Aunque es una feminista a muerte mostró sus naturales encantos en las revistas para caballeros Maxim y Playboy, no tanto por el dinero que le pagaron sino para “ser reconocida como deportista.”
La mayor parte de sus ingresos provenían de la televisión, el modelaje y otras “cosas con las que no me sentía a gusto”, aseguró en su biografía: Solo: A memory of Hope.
“En el mundo del deporte femenino, buena parte del éxito viene del campo de juego pero muchísimo de otros lados. Se proyecta una mirada sexual sobre el deporte femenino que no se da en el masculino. En un hombre es lo contrario.”
¡No me toque!
La cancerbera tiene un carácter incendiario; sus entrenadores, compañeras y rivales probaron más de una vez su aliento de dragón, con el cual fulminó a los más pintados y le ocasionó sanciones y suspensiones disciplinarias.
La policía la detuvo por entrarle a mamporros a su hermana y a un sobrino durante una fiesta familiar, pero sus parientes no la acusaron porque al parecer estaba pasada de tragos.
Unos años antes afrontó problemas similares con su novio, el jugador de fútbol americano Jerramy Stevens, famoso por varios escándalos de asalto sexual, agresión y posesión de marihuana.
Con Steven se enrolló recién llegada de los Juegos Olímpicos del 2012; en noviembre de ese año lo detuvieron por aporrearla, pero después se casaron.
Desde hace unos años se unió al movimiento Me Too; denunció al santón y corrupto expresidente de la FIFA, Joseph Blatter, por tocarle el trasero durante la entrega del Balón de Oro en el 2013.
Muchas veces Hope advirtió a sus compañeras en los baños: “¡No me toquen!, ¡No lo hagan!”
El acoso sexual ocurre en todo lugar y –como ella afirma– “Eso no sucede sólo con los poderosos. Puede ocurrir con cualquier persona, puede pasar entre las mujeres, en cualquier lugar. Estamos enfocados en los poderosos hombres blancos, porque probablemente es más normal con ellos, pero puede suceder en cualquier lado”.
Con vehemencia denunció las desigualdades económicas en el fútbol y aspiró a dirigir la Federación Estadounidense de ese deporte.
En el 2016, junto a cuatro compañeras de la selección presentó una demanda federal debido a la brecha salarial que existía –y que aún existe– entre los integrantes de la selección masculina y los de la femenina.
Los datos eran alarmantes: ellas cobraban un 40 por ciento del valor que percibían los varones, cuando sus aportes a la Federación –en base a sus triunfos y campeonatos– eran mucho mayores.
En su campaña por la presidencia federativa señaló al Comité Olímpico por obstaculizar el desarrollo del fútbol femenino en Estados Unidos, porque la Major League Soccer (MLS) tiene una mancuerna con las empresas de mercadeo, para darle prioridad a los hombres.
Tras ganar todos los títulos posibles, Hope Solo dejó el fútbol y advirtió que seguiría luchando por las mujeres, con la misma pasión con que jugó, siendo la persona que es, aunque se equivoque o tome las decisiones incorrectas.
Las más odiada de la Olimpiada de Río
Hope Solo cometió autogol cuando publicó un mensaje en Twiter, cubierta con una capucha hecha de cedazo y un botellón de repelente contra el mosquito que transmite el virus del Zika.
Cada vez que la guardameta tocaba el balón, en los partidos de la selección norteamericana en la Olimpiada de Río 2016, los aficionados brasileños le gritaban: ¡Ziiiiiiiikaaaaaa!
El comentario de Solo se pasó de racista, al presentar a Brasil como un país con un sistema sanitario primitivo; plagado de enfermedades tropicales y exóticas. La trillada visión colonialista de los gringos, con respecto a América Latina. Aunque ofreció disculpas, la jugadora quedó sellada como una de las personas más odiadas de la afición carioca en ese encuentro deportivo.