Suave como la brisa de otoño. Su canto evocaba las amargas melodías negras y la angustia mortal de los gitanos. Ojos tristes. Risa alegre. Osciló entre dos vidas paralelas: una por la libertad y otra por la diversión.
Cada vida alimentó a la otra. Artista, política, amante, activista, pacifista, prisionera, víctima, adicta y alegre; soliviantó los demonios juveniles del miedo y el sentimiento de culpa, que aún hoy –a los 78 años– la azotan sin clemencia.
La noche del 15 de agosto de 1969 esperaba su turno para tocar en el Festival de Woodstock; caía la lluvia y ella cantaba para un grupo de fans, antes de subir al escenario principal.
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Ninguna de la estrellas roqueras de aquel día se tomó la molestia de tocar y cantar para quienes estaban lejos de la tarima, y no podían escuchar a sus ídolos; hoy muertos, achacosos o renegados millonarios.
Tal vez por eso Joan Chandos Báez, nacida en Nueva York el 9 de enero de 1941, conserva aun su aura de idealista de los años 60 y santa de la música protesta.
Millones de jóvenes tarareaban: Blowin’in the wind; La balada de Sacco & Vanzetti; Diamonds and Rust; Donna Donna; No woman no cry; o No nos moverán, La Llorona, Guantanamera y –para los creyentes– el Ave María –de Schubert–.
Cualquier acto político solo estaba completo con Joan; ya fuera opuesta al racismo, la xenofobia, en favor de los derechos civiles o contra la guerra en Vietnam.
‘The house of the rising sun’
Desde joven era como el chile verde, picante pero sabrosa. La justicia social fue el eje en la familia de Albert y Joan Baez, hijo de un pastor metodista quien salió de Puebla, y ella, una emigrante escocesa, hija de un predicador anglicano.
Los dos se conocieron en un baile colegial, en New Jersey. El amor hizo el resto. Se fueron a California, con Joan en brazos. Vendrían dos niños más, Pauline y Mimi Fariña, quienes bebieron de las inquietudes sociales hogareñas.
Debido al trabajo paterno, como asistente sanitario de la UNESCO, la infancia y juventud de Joan transcurrió con la mochila al hombro; así maduró su sensibilidad por los más débiles y la expresó en su precoz talento musical.
Con 17 años recorrió los bares para cantar al ritmo de su guitarra y ukele; y abanderó la nueva generación de cantantes folk y más tarde la música protesta.
Arrancó a los 18 años en el Newport Folk Festival. La contrataron para grabar con la disquera Vanguard; fue hasta el tercer sencillo que se consolidó entre el público.
El primer disco, Joan, fue una selección de piezas como Wildwood flower, sobre los Apalaches; el espiritual negro All my trials y la célebre The house of the rising sun, favorita de Boy Dylan.
La unión sentimental con Dylan sirvió a la prensa y fantasear con el “rey y la reina de la música folk”, y otras basuras mediáticas para vender periódicos y discos.
Un hombre anormal
Tenía 20 años y tres discos de oro a cuestas. Conoció en el Gerde’s Folk a un cantautor desgarbado, con los pelos parados, vagabundo y alejado de todo convencionalismo social. Era un desconocido Robert Allen Zimmerman, que no valía ni un banano.
El futuro Bob Dylan componía una baladas melosas y Joan quedó de la nariz, como una colegiala; lo liberal, rebelde, inconforme, socialista, humanista y todo el aparato ideológico antisistema voló en medio de suspiros.
Enajenada por el mechudo lo protegió, lo ayudó, movió hasta la última piedra de sus conexiones para que a Dylan le dieran una oportunidad, dado que sus letras eran innovadoras y manejaba conceptos novedosos y siderales.
Muchos años después, y en su mansión –nada parecida a las viviendas proletarias– Bob recordaría aquella criatura maravillosa: "No paré de mirarla. No quería ni parpadear. Sus suspiros me hacía suspirar”.
El Festival de Woodstock fue el arranque de una relación sentimental entre dos semidioses; pero se diluyó como una brisa tropical, porque Dylan además de ser un egoísta, inestable emocional y un agresor de “a callado”, tenía otros planes.
Al final, él se casó con una modelo de Playboy y ella con un rebelde político, David Harris, quien pasó más tiempo en la cárcel que al lado de Joan y su hijo Gabriel.
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Pero no lo olvidó. Intentó retomar el hilo de la relación. Dejó los días ventosos y de furia con Dylan, quien nunca fue tierno con ninguna mujer.
Este, quiso congraciarse y compuso Spanish in the loving tonque, a la que Joan apostilló: “Si él nunca quiso aprenderse ni una palabra en español”. Vale que era el amor de su vida.
Nació para vivir sola
De colores. Comprometida contra la Guerra de Vietnam, opuesta a pagar impuestos, estuvo varios meses en la cárcel y fundó un instituto de estudios para la no violencia.
No nos moverán. Casada con el líder antibelicista David Harris, debió de criar sola a su hijo Gabriel, porque él padre estaba en prisión por negarse a ir a la guerra.
Forever young. A la edad en que otros roqueros dan lástima, Joan da guerra. Anda de gira por Europa y no le pesa la lengua para señalar que el estado de la política actual es peor de lo que imaginaba hace 60 años.