
La peor pesadilla del macho: ¡El penicidio! Solo pensarlo es morir mil veces. En algunas culturas orientales es válido castrar a un marido adúltero y arrojar el estropajo viril al campo, para darle de comer a los patos.
En Occidente la versión es igual de “amable”, con la variante de que el residuo carnal puede terminar en el hocico de un perro callejero, o, disputado por una camada de ratas famélicas.
Para el caso que nos ocupa, da lo mismo que sean galgos o podencos. La noche del 23 de junio de 1993, el exmarino John Wayne Bobbitt llegó borracho a su casa, en Virginia, con la líbido echando vapor como una olla a presión.
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Como su patronímico del cine de vaqueros, el personaje de esta crónica estaba acostumbrado a tomar las cosas por las malas y, si era del caso, por las recontramalas. Igual con las personas, que eran eso, cosas, objetos, bienes de uso.
Así consideraba a su esposa, la ecuatoriana Lorena Gallo; apellido de soltera que la prensa roja cambiaría por el de su eunuco marido, para vender la historia “urbi et orbe” como un ataque termonuclear al patriarcado yanqui.
El mundo recién salía del terror comunista, empezaba la postguerra fría, el multiculturalismo, el auge de las tecnologías y la ideología del hago-lo-que-me-pega-la-gana, de ahí que era absurda semejante barbarie.
Amputar el adminículo erótico de John fue el acto justiciero de Lorena, ante las agresiones maritales, exacerbadas esa noche en que la vejó y violó.

El caso fue reciclado y Amazon Prime Video emitió –este año– una docuserie –Lorena– con testimonios de los implicados en esa tragedia, que todavía hace dormir boca abajo a muchos hombres.
Grito al cielo
A fuerza de ser sinceros John no fue el primero en probar el filo de la navaja. En el Antiguo Egipto los violadores eran castrados; Cronos, el titán griego, emasculó con una hoz a su padre Urano y de esas miserias nació Venus.
Quienes indaguen sobre la vida de Bobbitt antes del descabezamiento la tienen difícil; por alguna razón hay una bulimia informativa acerca de Lorena y anorexia biográfica sobre la de su exconsorte.
Solo sabemos que la víctima nació el 23 de marzo de 1967, en Búfalo, una ciudad a 30 minutos de las Cataratas del Niágara, que la revista Forbes ubicó en el décimo lugar como la mejor para criar a una familia.

Los padres del futuro eunuco, Wayne D. Bobbitt y Mary Bobbitt, le dieron la noble educación de un “wasp”: blanco, anglosajón y protestante; tanto así que apenas despuntó a la juventud se matriculó en la marina y para patear mundo.
Allá por 1989 conoció a Lorena y el 18 de junio pasaron por la vicaría; asentaron sus reales en Manassas –Virginia– donde no pasaba nada desde la batalla de Bull Run –en 1861– que abrió la Guerra Civil estadounidense.
La joven era infeliz en su matrimonio, porque su marido era el mismo demonio. Ella vendía cosméticos y él seguía en el ejército. John bebía como buen marinero y en la casa aporreaba sin asco a su mujer.
Hasta que una noche, como a todo chancho gordo, le llegó su Navidad.
Sexo y raza
Tronchar el falo de un hijo de la patria, botarlo en un jardín y que acabara dentro de una caja de perros calientes en una bolsa con hielo, fue una afrenta peor que el ataque japonés a Pearl Harbor, en 1941.
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La sociedad yanqui quedó estupefacta, pero hizo de tripas chorizo y John pasó de bastardo infiel y violento, a víctima de una emigrante latina, menudita, piel oscura, “loca y celosa".
Como pirañas, la prensa olfateó la sangre en esa historia y oyó el maravilloso sonido de las cajas registradoras, como un inagotable filón de oro publicitario.
Pero primero lo primero: coser el pedazo de carne. La operación duró nueve horas; una puntada aquí y otra allá lo dejaron como el original. Solo un pequeño detalle afeó la obra de ingeniería anatómica: ni una grúa portuaria lo levantaría.

Del hospital John salió con “aquello” como una gelatina y una factura de 250 mil dólares, por eso buscó un asesor de imagen para promocionarse y vender al mejor postor su versión del atroz suceso.
La fama lo calmó, comprendió que sus días de macho cabrío pasaron y ahora sería un “Frankenpenes” o un “Stumpy”, es decir “muñoncito”, como lo apodaron en la prensa barata.
Realizó giras promocionales, firmó autógrafos por medio país, alternó con las conejitas de Playboy, partió queques fálicos, grabó varias películas pornográficas, pero como Lorena le cortó la mitad con la que pensaba volvió a lo que siempre fue: ¡Nada!

Caballo de la sabana
Sin piedad. Después de la boda John quería celebrar en un bar, pero Lorena prefirió un restaurante. Se emborrachó, la obligó a subir al auto y en media autopista la golpeó, por primera vez.
Retonto. El abogado defensor tuvo serios problemas porque Bobbitt nunca entendía las preguntas del juez, pero vendió la imagen de un hombre simpático y sensible.
Desangrado. Tras la rebanación de la herramienta varonil, John perdió casi la tercera parte de la sangre.