Por muchos años tuvo la cabeza llena de confeti. Quienes la veían en la pantalla, dulce y suave como un algodón de azúcar, apenas podían imaginar que la música iba bien adentro; nada de cancioncitas y bailecitos estilo Mary Poppins.
En el condado de Surrey, Inglaterra, donde nació el 1.° de octubre de 1935, pasó una infancia infeliz; debió de cuidar y lidiar con sus padres alcohólicos –Ed Wells y Barbara Ward– uno maestro y la otra profesora de piano.
Los Wells llevaban una vida bohemia, venían de una familia dedicada al music hall y –a los diez años– la pequeña Julie aprendió ballet con una tía, participó en obras musicales y lució una voz cósmica.
La madre se deshizo de Ed y capturó a Ted Andrews, un tenor canadiense quien –además de borrachín– intentó varias veces llevarse a la cama a su hijastra; ella debió de colocar una aldaba en la puerta del cuarto.
LEA MÁS: Página Negra: Pamela Lyndon Travers, la madre de Mary Poppins
Los padres cayeron en una espiral alcohólica que los llevó a la ruina moral y económica, para mantenerlos Julie debió de cantar en los vodeviles, subida sobre una caja de cervezas.
Eso sería el abrebocas de una vida dura, plagada de abusos, matrimonios deshechos, terapias con psicoanalistas, pérdida de la voz –su más preciado bien– y resurgir de las cenizas todas las veces que fue necesario.
Su carrera alzó vuelo con The Sound of Music, que alguien llamó Sonrisas y lágrimas; ahí sufrió lo indecible, pero sobrevivió a las ocurrencias del director y pudo tener energía para protagonizar Mary Poppins.
Mi bella dama
Debutó en Broadway con 19 años, con El Novio; después fue la diva en dos musicales legendarios: Mi bella dama y Camelot, estelarizadas en el cine por Audrey Hepburn y Vanessa Redgrave.
A Julie la descartaron en Mi bella dama por su nula experiencia en la pantalla grande, si bien ya había incursionado en la televisión con la versión de Cenicienta.
La oportunidad para mostrar su talento en el celuloide llegó con Mary Poppins, una obra que a Walt Disney lo cautivó desde que escuchó las risas de su nieta cuando la leía. Le costó 20 años comprar los derechos de filmación.
Sobra decir que Disney cambió la historia de la institutriz, filmó un bodrio sentimentaloide y la autora –Pamela Lyndon– ni siquiera fue al estreno de la cinta y le hizo la cruz al santón de los dibujos animados.
Julie brilló en esa comedia y saltó al rango de estrella, pues logró 13 nominaciones al Óscar; ganó cinco, entre ellas la de Andrews como mejor actriz.
Un año más tarde consolidó su nombre con The Sound of Music, donde salía cantando feliz, entre colinas y en una pura contentera.
En sus memorias recordó que la cámara colgaba de un helicóptero; las aspas de la nave eran tan poderosas que la tiraban al suelo, rodaba, tragaba barro y escupía zácate. Debía sacudirse el vestido y levantarse como si nada.
Algo parecido ocurrió con Mary Poppins. Ahí debió descender sobre Londres con un paraguas, suspendida en el aire por un arnés que le apretaba la espalda. En una escena los cables fallaron y aterrizó en picada sobre el escenario.
Siempre sola
Para promover su carrera Andrews se instaló en Hollywood con Tony Walton, su primer marido, con quien procreó a Emma. La relación naufragó y ella intentó salvar el matrimonio y fue al psiconalista; quiso dejar la actuación y el canto.
LEA MÁS: Página Negra: Matthew Perry, el triste amigo que todos deseaban tener
Esa idea, aparte de absurda sonaba inviable por los contratos pendientes; además, ella era una estrella y Tony solo una anécdota en su vida.
La idea de culpabilidad la consumía y siguió con unas visitas a varios terapeutas; en una de esas conoció en el estacionamiento a Blake Edwards, quien era 13 años mayor; padecía fuertes depresiones y era un hipocondríaco.
Al principio no le interesó el director de La Pantera Rosa; rechazó sus avances amorosos y tras varios años de estira y encoge, aceptó casarse y vivieron juntos 41 años, hasta la muerte de Blake en el 2010.
Aparte de Emma y las dos hijas de Edwards, la familia creció con dos niñas vietnamitas adoptadas: Amy y Joanna.
Con él ejerció el oficio de cuidahombre, que tan bien desempeñó en el cine. El cineasta padecía y le dolía todo: la vesícula biliar, el pecho, mononucleosis infecciossa, quebrantos de espalda, resfríos cada nada y tensión.
Debido a una operación de rutina Julie perdió la voz; se refugió en la escritura y se reinventó como actriz.
Tantas peripericias no le quitaran nunca la complicidad que logró con varias generaciones de abuelos y nietos, quienes atesoran en su recuerdo sus canciones y sus bailes.
Una mujer moderna
Encasillada. La imagen de Julie Andrews quedó vinculada con filmes musicales familiares y azucarados; cuando intentó con otros personajes la crítica la trató con dureza.
Rebelde. Vivió con Blake Edwards sin casarse; por aquellos días era violentar la moral convencional y algunos sectores la consideraron fuera de lugar.
Enamorada. La sonrisa de la actriz fue la que encantó al director de La Pantera Rosa, la conoció cuando salían de un estacionamiento tras una cita con sus respectivos terapeutas.