Su gruesa voz retumba como un trueno lejano, que cae lentamente -cual lluvia fina- con palabras seductoras.
Llegó a Nueva York con cien dólares en la cartera. Saltó de camarera a ícono sexual en los años 80 del siglo pasado; un mal terrible la condenó a una silla de ruedas, pero se levantó y volvió al cine, con más ganas.
De ser una policía sexy pasó a trasvestirse en padre del insufrible Chandler, en Friends, la serie que los trasnochados aún añoran.
Para Kathleen Turner, nacida el 19 de junio de 1954 en Missouri, sí hay vida después de ser un mito sexual, capaz de intimidar a los machos más temibles de la fauna de Hollywood.
Con 66 años al lomo, y sin rastros de aquellas curvas de infarto, los ancianos cinéfilos de hoy aún tiemblan cuando reverbera en su memoria la frase de Kathleen en Fuego en el cuerpo: “No eres muy listo ¿Verdad?. Me gusta eso en un hombre”.
A los 30 años le diagnosticaron artritis reumatoide y el médico le pronosticó que pasaría sus últimos días clavada a una silla de ruedas; contrario al augurio del matasanos, superó la enfermedad y relanzó su carrera con éxito.
Recién entró a la mayoría de edad y su padre Allen Richard -un diplomático gringo- cayó muerto y eso la dejó a ella -y a su madre Patsy- en el lamentable predicado de ganarse el pan a punta de trabajo.
Estudió teatro en la Universidad de Missouri; se graduó en Bellas Artes y con el título en el salveque fue a Nueva York, a buscar el sueño americano de colgar su nombre en las marquesinas.
Como suele ocurrir en estas historias antes pasó las de Caín; en el caso de Kathy -como le dicen sus pocos amigos de confianza- alternó su labor de mesera con breves apariciones televisivas y un poco de teatro en Broadway.
Rubia auténtica
La fama tocó a su puerta al lado de William Hurt con Fuego en el cuerpo; le cayeron decenas de ofertas para explotar su exhuberante figura y singular voz, pero las rechazó para no quedar encasillada en una rubia tonta.
Aún así Kathleen pervive en el imaginario cinéfilo como una hembra con un apetito sexual insaciable; capaz de manipular a un hombre y darle de comer con la mano.
Buscó refugio en las comedias y acompañó al insípido de Steve Martin en Un genio con dos cerebros, donde encarnó a una mujer ambiciosa y sin escrúpulos; en China Blue fue una diseñadora de modas quien de noche era prostituta.
Más tarde hizo pareja con su amor imposible, Michael Douglas, en Tras el corazón verde; repetirían en la Joya del Nilo y después en La guerra de los Rose. Un día se enteró de que Douglas y Jack Nicholson apostaron cuál de los dos sería el primero en acostarse con ella. Ninguno logró disfrutar tanta dicha.
Su imponente presencia psicológica le granjeó papeles de mujeres con fuerte temperamento; los más atrevidos pensaron que era la encarnación de Lauren Bacall. Dobló a Jessica Rabbit en ¿Quién engañó a Roger Rabbit?
Durante años moduló su voz y practicó dicción con gomas de borrar en la boca, de modo que cuando irrumpió en el cine no sonaba como el resto de actrices, si no, que vocalizaba como una locutora profesional.
El secreto de Kathy
Pasó de un oscuro objeto del deseo a ser el hazmerreir de la prensa rosa: de tener un cuerpo que era un riesgo sacar a la calle, a padecer un sobrepeso intolerable; y de parecer una alcohólica, para mantener su imagen.
Todo comenzó cuando intentó asir una taza con café y apenas pudo sostenerla; todos pensaban que estaba ebria o abusaba de las drogas. En Hollywood es tolerable un adicto, pero nunca un enfermo.
En el set de Los asesinatos de mamá, a los 30 años, comenzó a sentir dolores e hinchazón en las articulaciones; no podía mover el cuello, tenía los pies inflamados y en las mañanas le dolían hasta las pestañas.
Las pruebas médicas revelaron que padecía artritis reumatoide y le recetaron esteroides y varias sesiones de quimioterapia, cuyos efectos fueron desastrosos: se hinchó como un globo, olvidaba los diálogos y sufría arranques de ira.
Con tal de evitar las habladurías ocultó la enfermedad crónica. De ser un cuerpo de fuego, se convirtió en uno de grasa; en los momentos más críticos su hija Rachel, de diez años, le sostenía la cuchara para que pudiera comer.
Decidió enfrentar la situación sin necesidad de ocultar sus cambios físicos, y asumió con orgullo las secuelas de la artritis y el tratamiento médico.
A sus 66 años Kathleen es, como ella misma dice: “más mujer de la que jamás podrás tener, y más hombre de lo que jamás podrás ser".
Mujer bajo la luna
- Recuperación. “Hago pilates dos veces por semana y yoga otras dos”. Así controló la artritis y desafió los pronósticos negativos de los médicos.
- Mezcla explosiva. “Tiene el pelo de Lauren Bacall, las caderas de Rita Hayworth y el humo de nicotina de Susan Hayward”, publicó Stephanie Mansfield.
- Lance final. “A veces pienso que me quedó mucho por explorar durante mis treinta y mis cuarenta, me encantaría volver a enamorarme y volver a tener sexo. Sexo del bueno.”