Las malas noticias son las buenas noticias. En un instante, el planeta dejó de preocuparse por el coronavirus, la nueva peste surgida en China, y las redes sociales estallaron como una supernova: murió Kobe Bryant.
El domingo 26 de enero, nadie en la galaxia habló de otro tema, y cada quien recordó hasta el detalle más nimio en la vida del gigante negro de Los Ángeles Lakers, declarado “santo subito” por legos y sabios de la NBA.
En medio del lamento global, Felicia Sonmez –periodista del Washington Post– mencionó la soga en casa del ahorcado y pateó el hormiguero en Twitter. Recordó a la humanidad que Bryant se salvó de ir a la cárcel por violar a una joven de 19 años.
El celebérrimo medio que destapó el caso Watergate y se trajo abajo, en 1974, al presidente Richard Nixon por mentiroso, decidió que Felicia se había ido de la lengua y la mandó a un puesto administrativo, donde expiará su “pecado”.
Nadie discute la interminable lista de marcas impuestas por Kobe, ni la validez de sus consejos a él mismo –por supuesto– en la misiva Dear Basketball o Carta a mi Yo más joven, escrita para The Player Tribune, en el 2016.
Aún no se había recuperado el cadáver de Bryant, el de su hija Gianna –de 13 años– y los de siete personas más que iban en el helicóptero estrellado, y Felicia encendió el debate al recordar los hechos ocurridos la noche del 30 de junio del 2003, en el cuarto 35 del hotel Cordillera, en Colorado.
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Todo por ti
Si alguien recién despertó de un estado de coma, tal vez necesite saber quién era ese gigantón –nacido el 23 de agosto de 1978–, que a los 17 años ingresó en la planilla de Los Ángeles Lakers y por 20 años arrasó con títulos, destrozó marcas y acumuló una fortuna estimada en $600 millones.
En la fantástica carta que se escribió a sí mismo, contó como a los seis años se enamoró del baloncesto; solía usar las medias de su padre Joe Bryant –jugador de los Philadelphia 76ers– e imaginar encestes prodigiosos.
La familia Bryant –Pamela Cox, la madre, y las otras dos hijas, Shaya y Sharia– viajó con Joe a Italia, donde el veterano de la NBA acabó con su carrera. Ahí el pequeño Kobe aprendió a hablar italiano, español y a jugar fútbol.
Cuando regresó a Estados Unidos despertó su interés por el baloncesto; pronto saltó del equipo colegial a la liga profesional y ascendió hacia la fama y la gloria, hasta que cayó a tierra –literalmente– el domingo 26 de enero cuando se desplomó el helicóptero en que viajaba.
Tenía 20 años cuando conoció a Vanessa Laine, de 17, y sostuvo un noviazgo corto y mediático. La familia del astro despreció a Laine, porque había filmado algunos videoclips ligera de ropas y posó como modelo.
Contra la opinión de sus padres Kobe se casó con Vanessa y vivieron juntos 19 años; procrearon cuatro hijas y tuvieron bastantes altibajos porque Bryant era un mujeriego.
Las estrellas del baloncesto viven rodeadas de gorilas, agentes con cara de indeseables, amigos descocados y –por decenas– admiradores cegados por el brillo de la fama y los billetes, que salen a torrentes de esos atlantes de ébano.
Imagen dañada
Dicen que en la NBA hay tantos hijos ilegítimos como jugadores, y que los novatos reciben fuertes consejos para cuidarse de las fanáticas.
El dinero y el sexo es un cóctel que arrasa con el buen nombre del más pintado; uno de ellos fue Kobe, quien se salvó por un pelo de ir con sus huesos a la cárcel, si hubiera prosperado contra él una denuncia por ataque sexual.
Los hechos fueron confusos: el jugador se hospedó en un lujoso hotel en Colorado, la víspera de una operación en su rodilla. Ahí conoció a una joven recepcionista rubia de buen ver, quien le dio un recorrido por las instalaciones.
De acuerdo con la denuncia posterior de la ofendida, ella acudió a la habitación de Bryant, se besaron y luego el basquetbolista la violó; Kobe negó los sucesos y después adujo que la relación fue consensuada.
Un pelotón de abogados lo defendió; tiró al piso los argumentos de la víctima, la expuso como una promiscua y la prensa despedazó a la muchacha, incluso publicando su nombre. El asunto terminó un año después, sin juicio, con la flagelación pública de Kobe al reconocer que cometió adulterio, no violación.
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La prensa sensacionalista aseguró que la denunciante recibió $2 millones por su silencio; todo quedó en una noche negra, que oscureció la vida pública de Kobe Bryant.
Bien lo dijo Marco Antonio, junto al cadáver sangrante de Julio César, en la obra homónima de William Shakespeare: “El mal que hacen los hombres perdura sobre su memoria. El bien queda sepultado con sus huesos.”
Malas compañías
Secuencia paterna. Gary Payton, exjugador de los Lakers, tuvo dos hijos con dos madres diferentes y cada uno con tres meses de diferencia: Gary Payton Junior y Gary Payton II.
Mito lujurioso. Earvin “Magic” Johnson –refulgente estrella de los Lakers– reconoció que era seropositivo, pero admitió un pasado plagado de encuentros sexuales, anónimos y abundantes.
Sin cuartel. Jerry West, astro mitológicos de los Lakers, afirmaba que la NBA es como el mundillo de los roqueros, las groupies quieren tocar a sus ídolos, y aceptan ser tocadas por ellos.