Mujer de contrastes. Bisexual, en unos días donde solo la palabra asustaba. Depresiva, esotérica, hipocondríaca, a ratos divertida y –casi siempre– nocturna y terrible.
Celebérrima madre de Mary Poppins, la indomable institutriz del bastón que habla y el maletín repleto de artilugios estrafalarios, la vida aventurera de Pamela Lyndon Travers rivalizó con la de su creación literaria.
Siempre renegó del título de escritora infantil; nunca complació a los niños y renegó de los editores quienes le exigían suavizar el tono de las narraciones.
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Algunos críticos la etiquetaron de feminista, porque Poppins nunca pedía permiso ni justificaba sus actos; pero firmó sus obras con las iniciales P.L. para disimular que era mujer.
En 1933, mientras laboraba en el Ministerio de Información Británico, inventó a una niñera caída del cielo, que años después sería inmortalizada en el celuloide gracias a la factoría Disney.
Como Hollywood carece de imaginación, debe recurrir de tanto en tanto a recalentar productos, que en su momento fueron exitosos y –con las innovaciones digitales del siglo XXI– puede reciclar y vender como nuevos.
La cinta original, producida en 1964 y estelarizada por Julie Andrews, pegó con tubo y –54 años después– recrearon la escenografía y las coreografías originales; para los ingenuos fue un “deja vu” y para los puristas una insensatez.
Magia y mito
La infancia de Pamela fue una pesadilla; en lugar de una niñera como Poppins, tuvo un padre borracho –Travers Goff– quien pasó de gerente bancario a conserje, y arruinó a la familia.
Su madre, Margaret Agnes Morehead, era la sobrina del primer ministro de Queensland, Australia; ahí recaló con Goff y Pamela nació el 9 de agosto de 1899. A los siete años murió el papá y quedaron en la miseria más atroz.
Como era una niña muy viva nunca creyó el cuento materno, según el cual el infeliz Travers murió a causa de un ataque epiléptico; de pequeña pensó que fue por beber agua sucia, pero de joven comprendió que lo mató el licor.
Sin un centavo, la familia buscó vida en Nueva Gales del Sur y Pamela cursó ahí la escuela primaria, alejada de los avatares de la Primera Guerra Mundial.
En la adolescencia escribió poemas y probó con la actuación; tenía talento para ambas. Jovencita la contrataron en una compañía de teatro shakespeariano; recorrió Australia, Nueva Zelanda y llegó a Inglaterra con 10 dólares.
Su buen plante atrajo la atención del poeta William George Russell, quien la conectó con William Butler Yeats, el más grande literato irlandés del siglo XX.
Inspirada en los cuentos que narraba a sus hermanas, en 1934 publicó Mary Poppins; los niños quedaron embelesados y escribió cinco secuelas, la última en 1988, unos años antes de morir en Londres, el 23 de abril de 1996.
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Spit, spot
Pamela vivió a sus aires. Tuvo romances con quien le apeteció; perdió la cabeza por un tal Francis MacNamara, poeta y mujeriego; ella igual cortejó amantes de ocasión en uno y otro lado de la calle.
Compartió un apartamento en Londres con Madge Burnand; sus biógrafos aseguran que fue una amistad “intensa” y “ambigua”, pero ninguno puso las manos al fuego para calificar esa “sui generis” relación.
En realidad Pamela no era una ñoña dama burguesa, que escribía cuentitos para mocosos mimados. Fue periodista, ensayista, crítica de teatro y cine, bailarina, actriz de carácter, experta en folclore y mitos.
A los 40 años decidió ser madre, pero a su manera. Fue a un barrio pobre de Dublín, donde una pareja de ancianos quienes tenían a su cargo seis niños, dos de ellos gemelos.
Le gustaron los mellizos y –tras consultar a una astróloga cuál era el idóneo– adoptó a Camillus; el otro –Anthony– quedó en el tugurio, vivió en las calles, pasó hambre y creció como un paria.
Ella le vendió a Camillus la fantasía de que el padre fue magnate azucarero quien murió en una plantación tropical; el niño nunca supo del desgraciado de su hermano hasta que, a los 17 años, descubrió la verdad.
Camillus buscó a su mellizo y lo encontró en un arrabal, convertido en una sombra humana. Lo llevó a la casa y Pamela, cuando los vio, entró en santa ira. Echó a la calle al advenedizo y los separó, pero el licor y la depresión los unió.
El tiempo hizo su trabajo. Si alguien desea conocer la otra vida de la madre de Mary Poppins, hará bien en leer despacio la novela, ahí revela la magia, la leyenda y el mito de una mujer que escribió para darse gusto.
Una mujer extraña
Supercalifragilisticoexpialidoso. Significa una manera milagrosa de salir airoso de situaciones difíciles, e incluso cambiar la propia vida, según cantaban Julie Andrews y Dick van Dyke, en la primera versión de Mary Poppins en 1964.
El sueño de Walt. Durante 20 años Walt Disney persiguió a Pamela Lyndon Travers para que le vendiera los derechos de su novela; pagó 100 mil dólares más regalías y la obligación de filmar con personajes reales y dibujos animados.
Odiosa película. Pamela detestó a muerte el filme producido por Disney, quedó convencida que habían trivializado su libro, y lo convirtieron en un musical empalagoso y todo estaba distorsionado.