El escritor más rico del mundo: $400 millones. El más vendido: 350 millones de ejemplares. Y el más denostado. Los literatos de cafetín lo tildan de comercial, superficial y corriente. Otros lo acusan de adicto a la cocaína y al alcohol.
Sus amigos y familiares le dieron un baño de realidad; en los años 80, sacaron de su oficina bolsas llenas de coca, marihuana, latas de cerveza, cigarros, analgésicos, antidepresivos y fármacos.
Eso marcó un punto de inflexión en la carrera de Stephen King; comprendió la espiral de autodestrucción en que vivía y –hasta el día de hoy– está sobrio y limpio del azúcar del diablo.
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Pasó las de Caín para llegar más allá de la cima. Nunca olvidó de donde vino, ni las penurias que afrontó en el camino al éxito, por eso estableció –con su mujer Tabitha– la Fundación Stephen King, la cual dona varios millones de dólares al año.
Es un personaje extraño. Detesta la fama y es alérgico a las multitudes que lo idolatran; sus lectores forman clubes de adoradores, pero él nunca participa en esas reuniones y tampoco firma autógrafos, salvo en actividades promocionales.
Así como sus acólitos esperan y leen como desesperados sus novelas o cuentos; él posee una biblioteca alejandrina, con más de 17 mil tomos y –a creerle– se los leyó todos con excepción de uno que otro.
El cazador de sueños
Como el cavernícola, en el cuento de Augusto Monterroso, cuando nacimos ya Stephen King estaba ahí. Atisbando. Quien lo idolatra nunca olvidará el nombre de la primera obra que leyó, cuándo y la circunstancia en que ocurrió esa epifanía.
Ni el cadáver maloliento –recién salido de un cementerio de animales– podría desconocer el nombre o una película surgida de la hirviente imaginación de King: 54 novelas, 200 historias cortas y varias películas memorables.
Todavía, a los 72 años –nació en Maine el 21 de setiembre de 1947–, escribe 10 páginas diarias, dedica cuatro horas a leer y soporta con la soberbia de un benedictino los vituperios de sus detractores; como un franciscano ignora a las huestes de acólitos que mitifican sus obras.
Nació de una sola madre, Nellie Ruth Pillsbury, pero de varios padres, o al menos tres con igual nombre y diferente apellido; todos eran Donald. Al final se quedó con el denominado King, quien los dejó botados cuando él tenía dos años.
La mamá tenía el corazón de acero. Olvidó al desgraciado y recorrió –con Stephen y David, el hermano adoptado– Connecticut, Massachusetts, Indiana, Wisconsin y Maine, vendiendo rosquillas para criarlos.
Por años Nellie limpió casas, raspó baños inmundos, lavó y planchó toneladas de ropa en una lavandería; tuvo tiempo para cuidar a sus padres enfermos. Ahorró y pagó la escuela y el colegio de King, quien se graduó como profesor de inglés.
Con 13 años fue al cine a ver El péndulo de la muerte, de E.A. Poe y con Vincent Price en la pantalla. Quedó congelado y fascinado. Llegó a la casa y escribió su propia versión, que a los días vendió en 25 centavos a sus compañeros.
La profesora Ann Hisler lo sorprendió y rompió varios ejemplares; lo amonestó por perder el tiempo en aquella basura. Años más tarde redactó Carrie, la mandó a una editorial que lo ignoró, hasta que un día la desempolvó.
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Tenía 27 años y fue su primer éxito editorial. La compraron en $2.500 y más tarde vendieron los derechos en $400 mil, la mitad fueron para él y el resto para los mercachifles. Hasta el día de hoy no cesa de escribir y generar dinero.
Mientras escribo
Pagó los estudios universitarios con trabajos ocasionales; a veces en una lavandería y en otras en una biblioteca, donde conoció a Tabitha, con quien se casó en 1971.
Con ella la pasó de cuadritos porque, entre impartir clases de inglés y escribir, apenas ganaba para mantener a la mujer y a tres hijos. Vivieron varios años en un remolque y con las magras entradas de las historias que vendía a las revistas.
La mayoría de sus novelas recrean sus traumas infantiles; los monstruos resucitados por sus pesadillas y las fantasías arraigadas en el fondo de su corazón.
A los 52 años un conductor distraído lo arrolló, acabó molido en una cuneta. El pulmón derecho colapsó, la pierna y la cadera hecha puré y heridas en la cabeza. Sobrevivió a cinco operaciones en diez días y casi abandonó su carrera por los dolores.
Los expertos lo comparan con la versión lileraria de la comida rápida y chatarra; dentro de 200 años más gente sabrá quién era Stephen King, pero nadie se acordará de ninguno de sus críticos.
Los ojos del dragón
Magnánimo. Con sus donativos el estado de Maine construye bibliotecas o compra equipo escolar; en el 2011 destinó $70 mil para ayudar a familias que no tienen dinero para pagar las facturas en el invierno.
Autobiográfico. Merced a Carrie salió del pozo, pero cayó en el de las adicciones, a las drogas y al trabajo. El drama familiar que afrontó lo reflejó en el personaje de Jack Torrance, de El Resplandor, el escritor alcohólico que destruye a su familia.
Coincidencia. Con su hermano Steve encontró, en un viejo desván, una caja de libros y revistas de misterio; entre los textos había un cuento de H.P. Lovecraft, que lo marcó como una espada de fuego.